CAPÍTULO 16

Cautiverio.

Se me bajó la sangre al suelo, pero quiero actuar normal, tengo que salir de esta habitación.

–Hola —dije tratando de que mi voz no se quebrara— Seguro, tienes una explicación para esto.

–Sí, la tengo —responde.

Camina hacia una pequeña mesa y abre el cajón, mete la mano y saca un arma.

Ya no podía articular palabras, no saldría viva de ahí.

–Fue un error que entraras aquí cariño —camina lentamente hacia mí— Dime una cosa, Alexander ¿Habrá conocido el infierno? ... Supongo que no, porque mágicamente está vivo… que lastima, ahora sabrá lo que es el verdadero infierno.

–Fernando por favor.

–¿Dónde está tu teléfono?

–Te lo suplico, no me hagas daño —mi voz suena entrecortada.

–Dame tu teléfono —estirando la mano.

–Fernando, por favor.

–¡Que me des tu maldito teléfono! —grita y me apunta con el arma.

Temblando y como puedo busco en el bolsillo de mi pantalón, saco el móvil  y se lo entrego. Estaba tan asustada.

–¡Oh! Cariño, no tiembles. Solo me exalté un poco. Ya no necesitarás esto —arrojando el móvil contra la pared— Ahora camina hacia el auto.

Como puedo salgo de la habitación con Fernando detrás de mí apuntando a mi espalda con la pistola.

–Si se te llega a ocurrir gritar o hacer alguna estupidez, jalaré del gatillo y te mataré a ti y a quien quiera salvarte. ¿Está claro? —dice justo antes de abrir la puerta que da a la calle.

Solo pude asentir con la cabeza, al abrir la puerta, el exterior estaba solo. Fernando me ayudaba a llegar a la camioneta, pero me sigue apuntando con el arma, aunque la escondió entre su chaqueta de tal modo que no se ve. 

Me ayuda a subir, rodea el coche y sube también.


–¿Por qué haces esto? —por fin pude decir después de un rato.

–Tenías que abrir esa habitación. Estabas a punto de ser mía y tuviste que abrir esa habitación. ¡Acabas de arruinar todo! ¡¿Sabes cuánto tiempo trabajé para esto?! —grita y golpea el volante— Tantos años trabajando, calculando cada maldito movimiento, ¡y tu maldita curiosidad lo arruinaron todo!.

–¿Años? ¿Desde cuándo?

Estaba aterrorizada, pero si iba a morir al menos quería saberlo todo.

–Cambie bastante verdad —habla sin apartar su vista del camino— Te vi el primer día de escuela, tan radiante, con ese vestido de flores, pero pensé, una chica como esa nunca se fijará en un pobre diablo como yo, así que me conforme con verte de lejos, estudiar la misma carrera lo facilitaba todo. Entrabamos a las mismas clases y yo te miraba de lejos, llegó el imbécil de Matt y obviamente te fijaste en él y no en mí, había perdido las esperanzas hasta que un día por accidente chocaste conmigo, ambos tropezamos y caímos al suelo, tú te levantaste de inmediato y me ayudaste a recoger mis libros, por primera vez me miraste, tus ojos se cruzaron con los míos, me sonreíste, me hablaste, fuiste tan amable y en ese momento supe que tenías que ser mía.

–No puede ser —estoy en shock escuchando lo que dice— Tú no puedes ser ese chico.

–Unas horas arduas en el gimnasio y alguno que otro retoque estético cambian mucho a las personas cariño —responde y continua— Ese día comencé a planearlo todo, pero cada que quería acercarme aparecía Matt, muchas veces pensé en matarlo, aunque no quería tener que esperar a que le llorarás, así que tenía que hacer que lo odiaras, cosa que me llevó años lograr. Terminamos la escuela y te casaste con él, mientras tanto yo me transformaba para que por fin me voltearas a ver cómo un hombre y dejará de ser invisible para ti. Comencé a ejecutar mi plan para alejarte de Matt, pero nunca daba resultado, hasta que llegó la sorprendente Melissa, ¿Recuerdas quien es?

–¿Te refieres a la actual esposa de Matt? —digo sorprendida.

–¡Bingo!. Las otras chicas que contraté no lograron lo que ella, separarte de él. Yo miraba en silencio, llegué a tu empresa con la finalidad de que por fin me voltearas a ver y si las estúpidas que contrataba para que Matt te engañara no servían, entonces esperaba que yo te provocará bastante y tú le fueras infiel conmigo.

–¿Por qué? —digo con la voz casi en un susurro. 

–¿Por qué?, Te diré por qué. Yo te amo, nadie lo va a hacer como yo, llevo años demostrándotelo, pero nunca fui suficiente para ti. 

Tuve que hacer que odiaras a Matt, y la ambición de Melissa me ayudó con eso, después tenía que hacer que yo fuera tu única opción, así que hice que corrieras a mis brazos y huyeras de tu departamento.

–Espera ¿Qué? ¿Tú fuiste el acosador todo este tiempo? —no sé por qué me sorprende. 

–Creí que con lo de tu coche bastaría, pero ¡no! —grita— El imbécil de Joel vino y complicó las cosas. Así que tuve que hacer mancuerna con alguien para que me ayudara a entrar a tu casa, tenía que tener una coartada, no podía hacerlo con mis propias manos. Aun así, no corriste. Ese día que entraron de noche puse un somnífero en tu cena, desconecte las cámaras de seguridad, abrí la puerta y yo escribí el texto en el cristal del baño.

–Eres un…

–Sshh —coloca su dedo en mi boca— Todo lo hice por amor y nada más cariño. Pero aún teniéndote en mi casa, tenía que apresurar las cosas para tener toda la autoridad sobre ti y fueras mía completamente. 

–Estás loco —digo con terror en mi voz.

—ríe fuertemente— Sí, cariño, lo estoy, pero todo lo hice por amor.

–¿A dónde me llevas?

–A nuestro nuevo hogar. Ahí vamos a ser muy felices. Lejos de todo y de todos —sonríe.

Conduce hacia las afueras de la ciudad hasta llegar a lo que parece una casa rústica en medio de la nada. Se estaciona y rodea el coche hasta abrir mi puerta.

–Bienvenida a tu nuevo hogar —dándome la mano para ayudarme a bajar.

–Fernando, no tienes que hacer esto. Déjame ir, te prometo que no levantaré cargos, por favor.

Su mirada cambió, toma mi cabello entre sus dedos y tira de el hacia atrás. Dolía bastante y estaba aterrorizada, la locura se veía en sus ojos.

–¡Sí, sí tengo! Y más te vale que te guste. Aceptaste ser mi esposa y eso es lo que vas a hacer. 

Con toda su fuerza me golpeó la mejilla y me desmayé.

Cuando recobro la conciencia estoy atada a una silla, me duele la mejilla y el labio.

No sé cuánto tiempo llevo así, pero a juzgar por la luz que entra por la ventana está por atardecer.

Intento desatarme, pero mi pierna aún no está del todo bien, así que no puedo hacer mucha fuerza y la atadura que sostiene mis manos detrás de mi espalda está tan bien hecha que no puedo soltarla ni un poco, la mordaza de mi boca comienza a lastimar al igual que la soga sobre mi pierna.

Después de forcejear un rato escuchó el ruido de un motor afuera de la casa, después del sonido de unas llaves en la puerta, es Fernando con un par de maletas y una bolsa de papel en las manos.


–Ya despertaste —dejando todo sobre la mesa— Debes tener hambre, pase a tu restaurante favorito. Disculpa que te dejará sola, pero tenía que ir a terminar unos pendientes en la oficina y de regreso pasé por algo de ropa.

Camina hacia mí y quita mi mordaza.

Parece tan calmado, cualquiera diría que es la mejor persona del mundo y nadie imaginaria el psicópata que puede ser.

–Me duele la pierna —digo temerosa.

–Es por tenerla tanto tiempo en esa posición, perdóname. Traje tus medicamentos.

Desata las cuerdas y se inclina frente a mí.

–¿Puedes caminar?

–No, no puedo apoyar bien el pie.

–Entonces te cargaré hasta la mesa. Debes de tener hambre.

Me lleva en sus brazos hacia una silla del comedor. Yo no dejo de sentir miedo, a la menor provocación él puede hacerme daño. No sé cómo voy a escapar de esto o si saldré viva de aquí.

Se sienta a lado mío después de colocar un plato con Sushi frente a mí.

Tengo tanta hambre y se ve normal, pero no sé si deba comerlo.

–Come. Juro que no le puse nada. Viene íntegro desde el restaurante —mete un bocado a su boca.

Debo arriesgarme, tengo hambre así que como. Permanezco en silencio porque no quiero provocarlo y en eso saca el arma de detrás de su espalda y la pone sobre la mesa; mi reacción fue lógica, solté los cubiertos y me eché hacia atrás.

Soltando una pequeña sonrisa que me dio escalofríos, voltea a verme...

–No te asustes cariño. Si no me provocas sabes que no la usaré. Es solo para mantenerte a raya y que sepas lo que puede pasar si se te ocurre alguna tontería. ¿Entiendes?

–Sí —digo casi inaudiblemente.


Terminamos de comer y él sigue comportándose como si no pasará nada, era lindo y atento y pretendía que siguiéramos nuestra rutina habitual. Yo intento seguirle la corriente, aunque por dentro muero de miedo, es un hecho que no puedo salir corriendo, ni siquiera puedo ponerme de pie. Solo me queda esperar a que sane y que en el intervalo Fernando no me mate.

Pasamos el rato frente a la televisión, yo no puedo concentrarme en nada que no sea como salir de aquí.

–¿Quieres cenar?

–No, con el sushi fue suficiente —conteste.

–Bien, entonces hay que ir a la ducha y a dormir.

–Estoy cansada, quisiera solo ir a dormir.

.

–¡No! —grita— He dicho que vamos a entrar a la ducha y después a dormir ¿Entendiste?

Solo pude asentir con la cabeza. Me toma de nuevo en brazos y nos dirigimos a una habitación, sentándome en la orilla de la cama, abre una de las maletas y comienza a sacar un par de cambios de ropa para ambos, los coloca al lado de mí y también deja caer unas esposas.

–¿Para qué son? —señale.

–Cuando duerma no quiero que hagas una tontería, así que me aseguraré de que no tengas tanta movilidad.

Sin voltear a verme cerró la maleta y se hincó delante de mí.

–Aún necesitas ayuda, así que te quitaré la ropa y entraré contigo. No quiero que te vayas a lastimar.

Me quita el zapato y la media de mi pie sano.

Por momentos es el mismo Fernando del que me enamoré.

–Necesito que te acuestes para poder quitarte el pantalón.

De verdad estaba actuando como si no me tuviera secuestrada o no tuviera un arma en el buró lista para dispararme. No quiero que me toque, pero si lo hago enojar podría golpearme o peor aún, dispararme.

Entonces solo respiro profundo y trato de estar tranquila para no molestarlo, me echo hacia atrás para caer en la cama y él se pone de pie, desabrocha mis jeans y los quita. Se queda ahí parado mirándome, siento su mirada; yo estaba esquivando el momento mirando hacia el techo cuando siento que su rostro estaba en mi vientre,  olfatea mi olor. Sube poco a poco...

–¡Fernando, no! —suplico.

Para y sujeta mis manos cada una a lado de mi cabeza, pone su rostro frente al mío.

–¿Por qué?. Antes no ponías objeción.

–Antes no me tenías amenazada con un arma.

–¿Aún me amas? O mejor dicho ¿Alguna vez me amaste?

Aún sentía algún afecto por aquello que tuvimos en un principio, pero todas sus actitudes posesivas y todo esto es obvio que ese afecto se está transformando en miedo, aunque no podía decírselo tal cual.

–No lo sé... Tengo miedo —respondo.

–Amor, yo nunca te haría daño —pasa sus nudillos por mi  mejilla— Me he puesto furioso, pero solo es porque te amo y no quiero perderte. No voy a forzarte a nada en este momento, esperaré... Pero no esperes que sea por mucho. Si tardas demasiado tomaré lo que es mío por derecho.

Se quita de encima y termina de desvestirme. Ayuda a bañarme y ya en la cama coloca una de las esposas en mi mano y la otra en la suya.

–Así sentiré si intentas hacer algo —cerró la esposa.

No pasó mucho tiempo para que se quedará dormido y no pude más, solté las lágrimas que había contenido durante todo el día. Esto tiene que ser una pesadilla, no puedo dejar de pensar en la última vez que vi a Alex, soy una estúpida. 



–Cariño, despierta —mueve mi hombro— Tengo que irme a trabajar y necesito darte tus medicamentos.

–¿Medicamentos? —intento despertar.

–Sí, no quiero que intentes nada ni que hagas mucho ruido, así que come ese emparedado que está sobre el buró para poder inyectarte esto.

Me incorporé y una de mis manos estaba esposada a la cabecera de la cama, Fernando estaba en el tocador preparando algo. ¿Inyectar? ¿Qué medicamento? ¿Qué es lo que me va a hacer?.

–Ya no necesito ninguna medicina, mi pie está mejor —aclaro.

–¡Come tu maldito desayuno! —voltea y grita.

Me apresure a comer el emparedado y me percate que en el tocador había un par de frascos sin etiqueta. Fernando sostenía una jeringa ya preparada, se dirigió a mí y se sentó sobre la cama.

–¿Qué es eso? — pregunté temerosa.

–¿Esto? Te ayudará a dormir hasta que regresé.

–Fernando, no tienes que hacer esto. Prometo que no me escaparé, por favor no lo hagas — suplicó al borde del llanto.

–No te hará daño mi amor.

Toma mi brazo y aunque intento resistirme no puedo. Inyecta esa sustancia dentro de mí a pesar de que le supliqué una y otra vez que no lo hiciera.

El efecto fue rápido, sentí como mi cuerpo se desvanecía y mis ojos poco a poco se cerraban.

–Fernando... Por favor... No hagas esto... Déjame ir —digo adormilada.

–Eso nunca amor mío. Por fin eres mía y nadie te va a apartar de mí.

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