ocho


Hola de nuevo. Quería avisar que recientemente publiqué una nueva obra llamada "EVAN" omegaverse. Es un One-shot, corto, pasen si quieren un poco más de Hunter ;) me gusta leer sus comentarios, el apartado anterior me puso feliz uW



—¿Te queda bien? —preguntó alzando la mirada.

La noche empezaba a perder oscuridad y oía murmullos a lo lejos, Víctor sabía que después de un festejo tan grande como ese la recuperación era tardía, más para los guardias y soldados del palacio que completaban sus turnos con la mirada perdida del sueño y cansancio. Las pocas voces que se escuchaban parecieron alertar a Silvestre, que se removió en la cama, asustado.

—Hey —murmuró y lo tomó del mentón. La mirada suave del omega estaba cansada. Víctor observó el rojizo bajo sus ojos, signos del llanto. Sus mejillas estaban rojas y sus labios lastimados habían dejado de sangrar. El alfa ató con firmeza los últimos cordones del calzado sobre los pies pálidos de Silvestre. Eran especiales para el combate, un poco viejos porque los había dejado de usar a los doce años, pero parecían encajar perfecto en los pies del Omega—. ¿Puedes... ponerte de pie, Silvestre?

El Omega bajó la mirada y se encogió de hombros. Víctor se inclinó un poco más, enrollando sus brazos por la cintura delgada del chico. Silvestre posó sus manos sobre sus hombros y lentamente lo ayudó a ponerse de pie. El pequeño chico de quince años se tambaleó un poco, temblando. Sus manos se posaron con suavidad y cólera sobre su vientre vacío y adolorido.

—Y-yo... —habló con la voz temblorosa y apenas dio un paso cuando su cuerpo se abalanzó hacia el suelo. Víctor lo tomó con rapidez, evitando el golpe, pero el llanto desconsolador del Omega estalló como fuertes campanas. Volvió a dejarlo sobre la cama. Silvestre cubrió su boca con sus dos manos temblorosas, ahogando el llanto bajo la atenta mirada del alfa. Sus piernas pálidas estaban llenas de marcas, irritadas por la reciente limpieza que hizo de la sangre. Volvió a mirar el camisón, tal vez tenían algo de tiempo para colocarle un par de pantalones.

—Ya, tranquilo —habló y removió en el pequeño bolso de cuero las prendas que llevaba, la mirada de Víctor se alzóa la ventana por unos segundos, y bastó para notar los primeros rayos del amanecer sobre el mar que se extendía a lo lejos. Sintió que su alfa se removía incómodo, y que sus manos empezaban a temblar—. Te cargaré, debemos irnos.

—V-víctor... —sollozó el Omega y los ojos del alfa se volvieron con rapidez, su nariz volvió a sentir entre sus feromonas de angustia el aroma a hierro. Sangre—. Me duele...

—Ya... Ya, déjame ver —habló posando una mano sobre su hombro, las mejillas de Silvestre se calentaron con fuerza y apartando la mirada levantó el camisón, las vendas que tenía estaban repletas de sangre. La mirada de Víctor se agrandó—. Yo... Perdona, volvió a abrirse un poco... ¿Crees poder aguantar un poco más...? Será rápido.

Silvestre lo miró asustado y Víctor corrió hacia el bolso, sacó nuevamente las cosas que utilizó para curarlo. La mirada cristalina del Omega se llenó de terror cuando miró la filosa aguja puntiaguda en sus manos, llevó las suyas hacia sus partes íntimas con dolor, sintiendo cortes, ardor, rápidamente la humedad inundó sus dedos.

—Silvestre, no te toques... Déjame —habló acercándose, volvió a posar su mano sobre el hombro delgado y empujó, con la intención de que el Omega se recostara, pero Silvestre negó con la cabeza, respirando con dificultad—. Será rápido.

—No.

—Tienes cortado ahí, se abrirá más, no podremos salir si sangras mucho —Silvestre se lo pensó dos veces, y finalmente volvió a recostarse, dejó que Víctor tomara sus piernas y sintió un ardor terrible sobre sus partes íntimas. Cubrió su boca, tapando el llanto, los sollozos, los aullidos de dolor. Pasó un momento largo para él, pero Víctor volvió a levantarse, con las manos sangrientas y lo miró con una sonrisa pequeña. Silvestre se apartó las manos de la cara—. Manchaste tu rostro con sangre...

—Sangre... —murmuró y miró sus manos, Víctor le dejó un trapo húmedo sobre las piernas y volvió al bolso. Silvestre se limpió las manos, quitando las manchas rojizas, la sangre espesa y pegajosa. Del color de su cachorro. Cuando terminó cubrió su pecho y se abrazó con fuerza, oía murmullos, pasos. Era mucho más intenso fuera de aquella habitación.

—Escúchame, saldremos por atrás —habló Víctor dejando un bolso de material extraño que Silvestre quiso tocar, sin embargo, el alfa se puso de cuclillas frente a él, tomando sus manos—. Hacia el mar, allá, ¿Lo ves? Por ahí iremos a nuestro nuevo hogar. Nuevas tierras, he oído historias, Silvestre, historias de tierras fértiles y cálidas, donde serás libre. Donde podrás tener todo cachorro que quieras... —murmuró el alfa y rápidamente se calló, las mejillas de Víctor se ruborizaron, esperando que Silvestre no lo mirara raro, pero este estaba perdido, mirando por la ventana el mar—. Silvestre.

—¿Qué? —murmuró bajito, Víctor le quitó las manos de encima, estaba sudando.

—Yo... Necesito ocultar tu olor, tu aroma...

—¿Mi aroma? —preguntó el Omega y su naricita respingada se arrugó, Víctor se removió incómodo—. ¿Qué tiene mi aroma?

—Es... No tiene nada de malo, pero es distinto, ¿Sí? Distinto al mío... —comentó y Silvestre lo miró con el ceño fruncido. Sentía bajo el manto a hierro de la sangre su aroma dulce, seguía siendo intenso—. Necesito que huelas como yo.

Silvestre no contestó y se le quedó mirando. Víctor no supo si eso era un sí o un no, así que no tuvo otra opción que avanzar por el paso, el tiempo se le estaba acabando. El Omega se encogió un poco cuando el alfa asomó el rostro sobre su cuello. Víctor cerró los ojos y respiró lentamente, la piel de Silvestre desprendía un aroma dulce bajo todo el estrés y la angustia que tenía, estaba cálido, la piel de sus brazos, su cuello. El alfa empezó a desprender fuertes feromonas, a marcarlo por completo, cada centímetro, cada extensión de ropa, de piel, cada parte de Silvestre se llenó de un leve aroma picante y suave. El corazón del mayor se aceleró y sus mejillas ardieron con furia, lo sentía tan cerca, tan cerca... Y cuando levantó el rostro se encontró con su mirada clara, su nariz rojiza, sus mejillas, su roma dulce había desaparecido. Silvestre olía a él. A él.

—Bien —murmuró, aún quieto, Silvestre apartó la mirada, Víctor tomó del bolso una gran capa de tela gruesa y se la colocó con cuidado. Lentamente se volvió de espaldas—. Sube.

—Pero dolerá —murmuró Silvestre, y aun así subió a su espalda, Víctor tomó sus piernas con fuerza y el Omega ocultó el rostro en su nuca. El mayor le dijo que se colocara la capucha y tomó el bolso con cuidado.

Se volvió un segundo antes de avanzar, Víctor miró su cuarto, en la cama destendida, los muebles abiertos. Y la noche abandonando las paredes del palacio. Salió en silencio, esquivando a los guardias, las ventanas. El aire era espeso, podía sentir las feromonas pesadas, Alfas enojados, excitados, cualquier disturbio se sentía por el aire y temía que las nuevas sensaciones alteraran a Silvestre.

Cruzaron pasillos, jardines, hasta finalmente observó a lo lejos la salida, los caballos, los establos, las vagas decoraciones que habían sobrevivido una noche de celebración. Víctor sonrió, y rápidamente caminó hasta la luz opaca que se alzaba. La brisa fresca chocó con pureza en su rostro, en el cabello de Silvestre, el aire se volvió puro, la tierra mojada, el viento de las montañas, los vientos del mar. Víctor se movió con tanta rapidez que olvidó la discreción de sus pasos.

—¡Víctor! —escuchó y sus piernas se detuvieron como si lo hubieran golpeado. No quiso volverse, no quiso mirar el rostro de su madre, sin embargo, sus ojos ya la habían visto, sus piernas, su corazón. El rostro de la mujer alfa estaba lleno de sorpresa, intriga, Víctor no supo descifrar las otras emociones. Su corazón latía con fuerza, sus ojos se pegaron el vestido de su madre, en su rostro pálido y el ligero camino de gotas de sangre que terminaban en sus pies.

Su garganta dolió cuando intentó tragar saliva.

—¿Qué... qué estás? ¿Quién es? —preguntó su madre mirando el suelo, Víctor sintió que su cuerpo se ponía rígido, Silvestre estaba callado, no se movía.

—Es... Es alguien que encontré en los pasillos... Está lastimado... Lo iba a llevar con el doctor —habló como pudo y su madre levantó la cabeza un poco más.

—Pero... Esa no es la salida correcta, Víctor —murmuró dando algunos pasos, Víctor retrocedió, empezaban a oírse demasiados murmullos a lo lejos—. ¿Y ese bolso?

—Madre...

—¿Quién es, Víctor? —habló con dureza y avanzó con rapidez, Víctor quiso retroceder, pero la mano de su madre ya había levantado la capucha. La mata de cabello claro quedó a la vista y la mirada de Silvestre se levantó, irritada, pequeña. La mujer alfa abrió los ojos con sorpresa y retrocedió al instante que notó las características de sus facciones. Aun cuando el rostro de Silvestre estaba tan demacrado su belleza había sorprendido a la mujer—. Vic... Víctor...

—Tengo que irme —murmuró el joven alfa con la voz quebrada, la mirada de su madre estaba llena de sentimientos que Víctor no quiso comprender. Se volvió, con el rostro caliente, con la mirada picando. El dolor en su pecho se volvió terrible y sus manos temblaron. Las voces se escucharon con más fuerza y Víctor corrió como pudo. Cuando salió del palacio quedó tentado a tomar un caballo, se detuvo y volvió la mirada su madre una vez más, esta tenía el rostro rojo, la mirada cubierta de lágrimas justo al instante que los guardias aparecieron detrás de ella.

Víctor soltó a Silvestre con rapidez y este se tambaleó en el suelo cuando se puso de pie. Las manos del alfa lo tomaron, aun cuando el pequeño había empezado a llorar por la brutalidad de los movimientos. Víctor lo alzó y lo sentó sobre el primer caballo que tuvo cerca, deseó haber tenido una silla de montar sobre aquella piel marrón, haber tenido tiempo para calmar al animal y para subir siquiera el bolso.

Víctor maldijo con fuerza cuando los guardias avanzaron rápidamente, tomó al caballo de las riendas y lo sacudió, corriendo. Escuchaba el llanto de Silvestre con fuerza, aturdiendo sus oídos, pensando en la cantidad de sangre que seguramente estaba perdiendo, en la herida, en los movimientos bruscos que lo estaban dañando con fuerza.

—¡¡VÍCTOR!! —escuchó un rugido y ya no quiso volverse, su cuerpo tembló, su pecho, sus piernas, la voz de su padre retumbó en sus oídos como mil bofetadas, como si le hubieran golpeado el pecho con fuerza. El terror inundó sus huesos, y su mirada viajó al Omega sobre el caballo, Silvestre tenía el rostro deformado por el miedo, por la angustia, y entre tanto aroma picante, entre su piel, su cuerpo, empezó a sentir sus feromonas de miedo. Empezó a sentir su terror, escuchó más gritos, demandas, oyó incluso el filo de las espadas, el arco en posición, la flecha tensando.

Víctor pegó un salto para subir al caballo justo en el instante que una flecha le atravesó el hombro con rapidez. Su cuerpo se desplomó al suelo con furia y el alfa gritó con fuerza, con dolor, mientras el arma se le metía con más salvajismo en la carne. La sangre bañó su ropa, sus manos, Víctor soltó las riendas y su mirada cubierta de lágrimas observó los ojos claros de Silvestre.

—Víctor... —sollozó y el alfa volvió a levantarse, con el cuerpo temblando, con el corazón ardiendo. Silvestre tenía el rostro bañado en lágrimas, el caballo relinchaba, asustado, mientras los guardias corrían con rapidez en su búsqueda. Víctor miró la sangre, la sangre espesa que corría por el estómago del animal, la sangre de Silvestre, sus heridas se habían abierto.

—Silvestre —murmuró con la cabeza doliendo y se acercó al caballo, intentó subirse y esta vez lo logró. Víctor volvió a tomar las riendas y las agitó como pudo, el animal respondió al instante y corrió con fuerza. El aire chocó con su rostro, en la herida, en las lágrimas que caían sobre las mejillas del alfa.

Arrancó la flecha con dolor justo cuando sintió el galope de otro caballo detrás suyo. Víctor tomó las riendas con más fuerza, como si eso le garantizara más velocidad, sin embargo, el aroma a alfa llegó a sus fosas nasales al momento de sentir un par de manos sobre su nuca. Víctor se volvió, y su cuerpo se hizo para atrás cuando perdió el equilibrio y cayó del caballo. Su espalda chocó con fuerza al suelo, sus huesos crujieron, su hombro, Víctor quiso gritar, pero el aire se le fue de los pulmones. Sus piernas temblaron y su mirada se volvió al disturbio, al llanto del omega, el caballo relinchó con furia, y los alfas gritaron. Víctor escuchó el grito de Silvestre y quiso mover la cabeza, pero su cuerpo no respondía, su pecho, sus pulmones. Las lágrimas inundaron sus ojos cuando respiró y tomó la primera bocanada de aire con desesperación, el ardor y el dolor en el pecho lo golpeó como una tonelada y alzó la cabeza. El caballo estaba atado, tomado por un guardia y Silvestre estaba en el suelo, llorando fuertemente y cubriendo su cuerpo de la mirada de todos.

Víctor se quiso levantar, su alfa agonizó de dolor y furia cuando sintió un ferviente golpe en el rostro que le cortó el labio y le rompió la nariz. El rostro de Víctor cayó al suelo y su cabeza pareció partirse a la mitad del dolor, el grito que dejó salir advirtió la atención de los guardias, de Silvestre.

—Víctor —la voz venenosa de su padre salió con furia de sus labios. El joven alfa abrió los ojos como pudo y se enfrentó a una mirada rojiza y alterada. El rey lo había tomado del cabello con fuerza y el enojo apestaba todo su cuerpo, su rostro había cambiado, su animal, su presencia, era tan monstruoso que Víctor se quedó helado—. ¡¿Qué pretendías?! ¡¿Qué mierda pretendías?!

—¡Eres un monstruo! —aulló de dolor justo cuando escuchó que su madre venía corriendo, Víctor miró a su padre con furia, con odio, el viejo alfa lo abofeteó con fuerza y su madre lo apartó con rapidez, rugió con furia ante el rey y este se apartó con enojo.

—¡Déjalo! —gritó y rápidamente se volvió a su hijo, Víctor sintió las manos de su madre por todo su rostro, en su ojo sangrante, en sus labios partidos, la nariz rota. La mujer alfa aulló de dolor y levantó la mirada, llorando, el rey estaba ocupado con aquel demonio, con aquél pútrido Omega que había seducido a su esposo y a su hijo. La mirada ferviente de la reina se posó en aquél pequeño ser, lloroso, temeroso justo cuando el gran alfa lo tomó del cabello y lo alzó con furia—. Víctor... ¿Qué hacías... Cariño? ¿Qué hacías?

—No... No permitas, no permitas que se lo lleve —Víctor cerró los ojos con dolor, le partía la cabeza, le dolía, sentía el gusto de la sangre en su boca, en su nariz. Oía el llanto de su madre, el llanto de Silvestre.

Y estaba tan perdido en el dolor, en el dolor físico y mental que estaba sufriendo. Víctor intentaba abrir los ojos, pero no podía, sentía que su ojo izquierdo estaba reventado. Pero sí olía la sangre, sí sentía el movimiento de su cuerpo al ser arrastrado. Escuchaba el llamado de Silvestre, sus gritos, su llanto, el silencio de los guardias y el apestoso aroma de su padre por todas partes. Su madre gritaba, discutían.

El joven alfa sintió nuevamente el aroma del palacio, el dolor, no podía aguantarlo, sintió un pequeño rayo de luz y abrió su único ojo bueno con la única y poca energía que le quedaba. Sus oídos pitaban, y veía que su padre estaba de pie en el gran balcón del palacio, oía sus gritos de manera lejana, y finalmente. Desde el suelo, observó como en toda su brutalidad y salvajismo le arrancaba la ropa a Silvestre y lo mostraba al mundo.

—¡Esta es la nueva especie! —rugió su padre y Víctor cerró los ojos.

No era consciente del mal que había empezado. 









HUNTER.




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