Etapa 5




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Alguna vez en esta vida, hubo un muchacho soñador que ansiaba el día en que consiguiera el éxito y renombre que creía merecer por su música. Una guitarra vieja siempre colgaba de su hombro izquierdo.

Ese joven era huérfano, pero tenía una hermana.

Ese joven quería que el mundo se postrara a sus pies, pero no tenía el dinero o poder suficientes.  

Ese joven, cegado por un deseo obsesivo, comenzó a visitar lugares extraños y se relacionó con la anciana equivocada. Se enfrascó en el mundo más oscuro de la humanidad, un sitio del que nadie podía escapar.

Por mucho tiempo, ese chiquillo creyó que si se esforzaba lo suficiente, conseguiría lo que quería. No importaba que personas inocentes perecieran entre sus manos, no importaban los cientos de almas que engañaba y utilizaba, tan sólo ansiaba lograr sus objetivos.

Y fue entonces que una última orden le fue solicitada para cumplir su tan anhelado deseo: debía entregar —recolectar— el alma de la persona que más había amado en ese mundo.

El joven no dudó, él estaba más que dispuesto a sacrificar a su hermana. Era la única opción, y ya había perdido la capacidad de sentir remordimiento.

Pero no. Oh, sorpresa, no esperaba ser traicionado. El muchacho jamás esperó que un alma tan corrupta como la suya, un hombre ahogado en deudas y que lo declaraba su sobrino favorito, lo atacara por la espalda.

Ese joven era un recolector, y su tío también lo era.

Ese joven era mi hermano, y yo estaba a punto de matarlo porque también me había convertido en una recolectora.

Con un cuerpo dominado y sin voluntad, había sido guiada hasta el hospital donde mi hermano luchaba contra la muerte. Lo había visitado unas horas antes, el recuerdo de su rostro sereno aún fresco en mi mente; pero esta vez era distinto. Esta vez yo ya sabía la verdad, y venía con la orden directa de cobrar la última deuda que Miguel tenía con la Kharisiri. Mi alma también entraba en el negocio, mi hermano se había encargado de aquello.

Y por eso, allí estaba yo, con unas manos manchadas de líquido carmesí mientras el cuchillo que sostenía amenazaba con perforar la carne de Miguel otra vez. Su rostro lucía petrificado en una mueca de terror y angustia.

Miguel fue la persona que más daño me hizo en la vida, pero también era lo único que tenía en el mundo, la única cosa que me importaba.

Cegada por mi amor y aún decidida a salvarlo, me herí a mí misma en un intento de reaccionar. Arañé mi rostro y mordí mi lengua hasta el punto en que sentí que la carne se desgarraba, mi mente gritaba que aquello no era justo. Que todo por lo que estaba pasando no era justo.

Pero la voz del Condenado salió de alguna parte de mi mente, deteniendo mis pasos.

—¿Sabes? Lo que no es justo, queridita, es lo que tú hiciste conmigo y todas tus víctimas.




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