Etapa 1
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Una noche lluviosa de otoño, pocos meses antes de mi muerte, mi hermano preparaba su café para dormir cuando escuchó el sonido de golpes lentos y débiles en la puerta de su apartamento. Se acercó a la entrada mientras se anudaba una bufanda en el cuello y observó por la mirilla para ver quién era, sólo para descubrir la sombra de un cuerpo que se fue desvaneciendo hasta que se escuchó el golpe sordo de algo que cayó al suelo.
Miguel, el tonto de mi hermano, se apresuró a abrir la puerta para atender al sujeto en cuestión. Era mi tío Franz, y al parecer tenía un par de contusiones en el rostro y otras tantas en las costillas. Mi hermano lo ayudó a caminar y atendió sus heridas lo mejor que pudo. Para ese momento, Franz ya había perdido el conocimiento.
Y porque él se lo pidió, Miguel no llamó a la ambulancia ni a la policía. Preocupado por su estado, se conformó con dejarlo dormir en su cama. Seguramente, después de unas horas de descanso, Franz se recuperaría y le contaría lo ocurrido. Tan sólo estaba haciendo una buena obra, como todo buen samaritano haría en su lugar.
Así que, con una almohada y un par de frazadas, se durmió en el sillón.
Lo hizo, sin sospechas mayores ni pensamientos fatalistas. No se percató del viento que susurraba en los póstigos de la ventana, ni del agua helada que se detuvo a medio paso en las tuberías. No notó la falta de oxígeno, ni el extremo frío que se enroscó alrededor de su cuerpo, ascendiendo por sus piernas, coagulando su sangre y congelando todo poco a poco, hasta que cerró sus garras en torno a su cuello.
Y que apretó, fuerte y duro contra la piel.
Y Miguel se levantó sobresaltado en medio de la madrugada, respirando agitado; con una sombra cerniéndose a sus pies.
—¿Q-Qué haces, Franz?
—Hace frío. Tenemos que calentarnos juntos.
—¡Déjate de mierdas y vuelve a acostarte!
Franz obedeció y se giró lentamente hacia el dormitorio hasta que desapareció tras la puerta. Mi hermano cubrió su boca e intentó disimular su agitación. Estoy segura de que temblaba, así que, seguramente, no prestó atención a la puerta entrecerrada desde la que un par de ojos ambarinos lo observaban, esperando. A la guarda del momento adecuado.
Mi tío desapareció al día siguiente, y su cuerpo muerto fue encontrado dos días después. Mi hermano cayó enfermó también el mismo día. Repentinamente, se sentía demasiado débil y cansado. Su mirada ya era la de alguien sin vida.
Y la única prueba de esa extraña visita fue una pequeña línea roja a un costado del vientre de mi hermano. Era el indicio de una herida que nunca existió, y de la cual extrajeron algo más complicado que la sangre.
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