¡Ella es Nía!

De regreso al apartamento, la incertidumbre y la intranquilidad me invaden, haciéndome dudar de mi esposo, debido a que es la persona más cercana, quien, al tener acceso al diario, pudo arrancar la página faltante. Considero casi imposible que el robo del poema se haya dado en la oficina, debido a que me resulta improbable que alguien sepa la clave de acceso a la caja fuerte.

Incluso, pensé en pasar la noche en la casa de mis padres, ya que las sospechas hacia Mateo son grandes, pero me he obligado a acudir al departamento, porque necesito y deseo encontrar respuestas y, muy en el fondo, aún quiero confiar en él.

Del mismo modo, Lisa me genera mucha suspicacia, debido a los incidentes que envuelven sus actitudes y comportamientos con farsas. Aunque sé que no es la culpable del abuso cometido hacia Nía, debo de tenerla vigilada, siendo urgente conocer las intenciones por las que mintió en los días anteriores. Me cuestiono si será posible que conozca quién es el presunto violador y lo esté encubriendo.

Al llegar al lugar, me dedico a buscar cualquier indicio que delate a mi marido. Si bien, me resulta poco factible que, de ser el abusador, tenga el poema oculto en la vivienda, no me detengo y continúo en la pesquisa.

Después de varios minutos, revolviendo los objetos y rebuscando por todos los rincones, descubro una mini cámara de seguridad camuflada en el reloj de pared del dormitorio. Temerosa, ya que no encuentro razón alguna para que Mateo instale dicho aparato, me dispongo a buscar en las demás piezas del apartamento, hallando dos más.

Irrumpida, ahora, por más interrogantes e inquietudes, tomo la decisión de abandonar mi hogar y de dirigirme al de mis padres, para resguardarme y sentirme, de alguna forma, más segura, instalándome en mi antiguo cuarto.

Posterior a una pequeña siesta, la pesadumbre me conduce a la recamara de mi hermano, en la cual me mantengo por largo tiempo inmóvil en un rincón, con la mente en blanco. Pasados unos minutos, el timbre me hace recuperar el juicio, sobresaltándome al descubrir que quien está al otro lado de la puerta es Mateo.

─Sé que estás ahí ─menciona al no obtener respuesta al constante repique del timbre─. Logro ver tu silueta entre las rendijas. No me iré hasta que charlemos ─indica de forma decidida─. Necesito explicarte lo de las cámaras de seguridad.

─¿Qué haces acá? ─pregunto─. Deberías estar en el trabajo ─agrego, mientras abro la puerta, manteniendo el portón cerrado.

─Te observé muy alterada y me preocupé. Asumí que viniste acá ─señala.

─¿Por qué y para qué las instalaste? ─cuestiono de forma directa─. No quiero mentiras, sabes bien que me es fácil detectar cuando ocultas algo.

─Para y por tu seguridad. Quería tenerte vigilada, aún presentas problemas por el accidente, sumado a la pérdida de memoria. Además, tu recuperación no está completa y lo de tu hermano aún es reciente, pudiendo mezclarse con el estrés post traumático, afectando tu salud.

─¿Por qué me lo ocultaste? ─indago, manteniendo la actitud de desconfianza.

─Creí más conveniente que no lo supieras, para que de esa forma no te sintieras observada y pudieras actuar con libertad ─alega─. Supuse que era lo mejor.

─¿Desde cuándo las instalaste?

─Días antes de que regresaras a la casa. Fue una sugerencia de tu doctor ─revela─. ¿Por qué reaccionaste de esa forma?, ¿sucede algo? ─pregunta, con tono serio.

─Simplemente me sentí vulnerable y vulnerada. Me incomodó que no lo hayas comentado ─alego.

─¿Segura? ─cuestiona, algo incrédulo.

─Completamente ─respondo, intentando mostrarme confiada, para no dejar entrever mis dudas hacia él.

─Entonces, ¿qué buscabas en el apartamento tan vehemente e intranquila?

─La cadena de Nate. El día en que me llevé la computadora, la tomé y no logro encontrarla ─miento de forma torpe, ya que no se me ocurre ninguna otra justificación a mi frenético actuar.

─Solo espero que estés siendo sincera. Te siento muy extraña, desapegada y tensa ─expresa─ ¿Sigues con la búsqueda de respuestas?, ¿todo esto tiene que ver con el diario misterioso? ─interroga de forma puntual.

─Claro que sigo con el deseo de descubrir quién es Nía, pero, el incidente de hoy, nada tiene que ver con los poemas o mi accidente ─comento─. No quiero que me sermonees o regañes, ya que soy consciente de mi comportamiento en los últimos días. He tratado de relajarme, pero el perder algo tan preciado de mi hermano, me alteró, disparando mi estado de ánimo y perturbando, aún más, mi actuar ─justifico.

─Recuerda que no estás sola ─indica.

─Sí lo sé, solo que no quiero molestarte ─explico, al tiempo que abro el portón, para manifestar confianza, aunque me mantenga un poco escéptica.

─Debo regresar al trabajo, aún me quedan un par de horas ─señala─. Te veo en la noche ─menciona, seguido de un beso y un abrazo.

─Nos vemos ─respondo, para seguir ocultando mi aprensión ante él.

─No dudes en contactarme si surge cualquier eventualidad, por mínima que sea.

─Tenlo por seguro.

─Te amo.

─ Perdón por estar tan distante, solo quiero encontrar respuestas ─insisto.

─No tienes que disculparte, te entiendo perfectamente y comprendo tu actuar.

─Te amo.

Luego de que se marcha, regreso a la habitación de mi hermano y me acuesto en su cama, intentando, de alguna forma, despejarme, alejándome de tantos pensamientos y sentimientos nocivos.

Tras unos minutos, observo con detenimiento una serie de fotografías pegadas en una de las paredes de la recamara. Me pongo de pie para detallarlas con mayor minuciosidad, posando mi mirada en una tomada de algún tipo de cámara instantánea, la cual presenta un espacio inferior para anotar algún tipo de dedicatoria. Al despegarla, compruebo que se trata de mi hermano junto a Steff, pero lo que se roba mi atención es la nota bajo la fotografía y, más que lo escrito, la letra.

La leyenda versa "Siempre serás mi apoyo" firmada por ella, tornándose todo más confuso, debido a que estoy completamente segura de que la caligrafía es la misma que la del diario de Nía.

De ser ciertas mis suposiciones, entiendo que la chica abusada es la vecina y que quien cometió el delito podría ser mi hermano, empezando todo a calzar, aunque me oponga y trate de buscar otras posibles respuestas para no aceptar dicha opción.

Alterada, me dirijo a su vivienda, para, más que exigir, solicitarle explicaciones, pero su madre me indica que aún no vuelve del colegio, por lo cual tomo la decisión de esperarla hasta que regrese.

Lo que antes se había reservado a suposiciones y conjeturas ahora está convirtiendo progresivamente y sin pausa en una verdad irrefutable. Detrás de las rejas impuestas por una serie de mentiras, secretos y traiciones, me siento por completo prisionera y, conforme más me acerco a la realidad, grandes temores surgen. ¿Es Steff quién escribió cada poema, motivada por el deseo de venganza?, ¿sufrió un abuso por parte de mi hermano?, ¿trató o tomó la justicia en sus propias manos?, o ¿Nate se suicidó por la culpa de lo que le hizo a quien fuera su más íntima amiga?

¿Es Steff verdaderamente Nía?...

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