Dudas

Mi sensatez y cordura no se encuentran del todo bien. Necesito llegar a los hechos que desencadenaron mi infortunio, pero temo ser propensa a conspirar y rellenar esas lagunas en mi memoria con eventos o experiencias no del todo reales, creando espejismos como certezas, ya que la intranquilidad me carcome por dentro. Solo espero que si logro recordar, sea lo que verdaderamente sucedió y no ilusiones o simples farsas fáciles de sobrellevar. Por otro lado, me invade el miedo de incurrir por caminos que solo me traerán más dolor y sufrimiento o de caer en situaciones que expongan nuevamente mi vida.

A la mañana siguiente me dirijo a primera hora del día a mi lugar de trabajo, ya que se me hace urgente, además de indagar en los casos, pasar luego por el hospital y tratar de platicar con la enfermera que me atendió luego del accidente. Por suerte me dieron, luego de la operación, una licencia indefinida para lograr recuperarme por completo, por lo cual tengo suficiente tiempo para dedicarle al asunto.

Soy abogada desde hace unos 10 años, por ahora laboro en un gran despacho que brinda diversos servicios que van desde el asesoramiento hasta la defensa y representación en procesos legales. Mi especialidad se enmarca propiamente en temas de Derecho penal y delitos, inclinándome más en aquellos casos en que se debe defender a la víctima y no tanto al victimario, sin embargo, el bufete es interdisciplinario, especializándose en diferentes áreas.

Sobre las 8 a.m. llego a las instalaciones de Patrimonium, una edificación reciente, de aspecto suntuoso e imponente, de 13 plantas, ubicado en el corazón de San José, en las inmediaciones del Parque Central, a un costado del Teatro Popular Melico Salazar. Me entretengo unos cuantos minutos saludando a mis colegas, dando un reporte de mi salud a todo aquel que, por cotilleo más que por preocupación, me lo pregunta.

Me dirijo a mi oficina, la número 17, la cual queda en la segunda planta, piso en que se encuentra el bufete. De camino me topo con mi amiga Lisa, quien se muestra sorprendida.

─¿Qué haces acá? ¿regresas a trabajar? ─pregunta con un tono de voz algo confuso.

─No, aún no, acompáñame a mi oficina y te comento ─respondo al tiempo en que le tomo la mano y la conduzco de prisa, para no perder más tiempo dando explicaciones y escuchando condolencias o frases de consuelo de los colegas, quienes por detrás hablarán del hecho, sobre todo del desafortunado cambio en mi apariencia.

─¿Te sucede algo? ¡relájate! ─menciona exasperada mientras hace gestos de incomodidad, debido a su calzado sumamente alto─. Te noto un poco intranquila.

─¿Estás ocupada? Necesito tu ayuda ─es lo único que respondo.

─Estoy terminando una consulta, si tienes tiempo, en unos diez minutos te asisto.

─Perfecto, te espero.

Apresuro el paso, entró a la oficina y cierro la puerta con seguro para evitar interrupciones. Enciendo enseguida la computadora y entro al archivo que contiene cada uno de los casos en los que he trabajado. Son bastantes, debido al tiempo que llevo en dicho puesto. De forma rápida y con ayuda del buscador me doy por enterada que ninguno presenta el nombre de Nía como demandante.

Me detengo a inspeccionar minuciosamente los últimos casos, sobre todo, aquellos próximos a finales de enero y principios de febrero del presente año, por estar cercanos al día en que sufrí el accidente. Inicio por el de Emma, una ama de casa que denuncia a un hospital privado por Mala praxis, la cual, al momento de mi representación, se intentaba una reclamación de una indemnización por fuera de la corte, pero al día de hoy escaló en un verdadero litigio en el cual trabaja un colega. Al revisar dicha demanda, no hay datos que se relacionen con el nombre de Nía.

En ese momento suena la puerta.

Lisa es mi mejor amiga desde el colegio, tiene mi misma edad, 33 años. Fue ella quien me ayudó a entrar al bufete, ya que su padre es uno de los abogados de más prestigio y reconocimiento, no solo del despacho, sino de todo el país. Al salir del colegio decidimos cursar la carrera de Derecho en la Universidad de Costa Rica. Al graduarnos, ella entró directamente a trabajar con su padre, mientras que yo estuve dando vueltas por algunos de los bufetes o firmas alrededor del país, hasta que logró colocarme como su asistente y poco a poco fui escalando, logrando convertirme en una de las abogadas penales más fuertes del despacho. Ella es una de las pocas personas que pueden brindarme su ayuda y en la cual puedo confiar, solo espero no ser imprudente y equivocarme al contarle lo del diario, pero requiero de su apoyo.

─¿Cómo sigue tu recuperación? Estos últimos días he estado muy ocupada con un caso grande y no he podido ir a visitarte.

─Continúo mejorando, pero anímica y mentalmente aún me encuentro algo afectada ─le comento─. Además, todavía no logro recordar nada de lo del accidente ─añado.

─¿Qué haces acá? Deberías estar descansando.

─¿Conoces a alguien llamada Nía? ─pregunto de forma directa.

─Creo que no ─responde de forma pensativa─. ¿Por qué?

Me tomo el tiempo para detallarle sobre el diario, entregándoselo para que le eche un vistazo. Después de un par de minutos ella me devuelve una mirada de desconcierto.

─Alguien llamada Nía escribió esos poemas y dejó plasmado un cúmulo de sentimientos de dolor y venganza ─le comento, mientras analizo su reacción.

─No entiendo qué representa este diario y por qué te tiene tan intranquila ─indica.

─Me resulta sospechoso que lo resguardara bajo llave, además de que todo su contenido es negativo. Alguien debió dañar a la autora de esos poemas y puede que yo sepa algo que no logro recordar. A lo mejor quizá está en peligro y necesita algún tipo de ayuda.

No le hago saber que incluso creo que todo se podría relacionar con mi accidente, ya que empiezo a escucharme algo psicótica y al ver las expresiones de su rostro, lo compruebo, sin embargo, me es imposible dejar de hacerme múltiples interrogantes que me roban la paz. ¿Por qué tengo el diario?, ¿de quién es?, ¿cuáles fueron las motivaciones que le dieron forma?, ¿alguien quería venganza?, ¿qué le habrá podido suceder a Nía para estampar tanto dolor? Son muchas preguntas y no sé si quiera saber las respuestas, pero debo indagar y espero que ella me dé alguna pista para seguir.

─¿Piensas que se relaciona con alguno de tus casos y por eso estás acá? ─Clava su mirada en la mía y frunce el ceño, mostrando aún más desconcierto.

─Sí y necesito revisar cada una de las asesorías o demandas que representé para ver si hay alguna conexión ─le contesto de forma seria y clara.

─Creo que estás un poco alterada por lo del accidente. Es entendible que te esté generando algún tipo de estrés y esto afecte tu capacidad de pensar y analizar las cosas. Espero no sonar inclemente o estar comportándome de forma dura contigo, pero creo que tu mente te está jugando una mala pasada ─dice con algo de pesar─. No quiero contribuir a que aumentes tu estado de preocupación e intranquilidad y eso influya negativamente en la recuperación ─agrega al notar contrariedad en mi semblante.

─A lo mejor estoy un poco demente o el trauma del accidente aún me tiene alerta, causándome algún tipo de trastorno. Puede que esté viendo cosas donde no las hay y que mis ideas sean puros disparates, pero tengo mucha curiosidad ─le comento de forma muy sincera.

─ Entonces, para tratar de entender y aclarar el asunto, ¿sospechas de alguna relación directa con el bufete? ─pregunta de forma aún más liada, mostrándose claramente aprehensiva ante la idea de que el despacho se pueda ver involucrado en algún hecho que le pueda afectar.

─No con el bufete directamente, sino con alguien relacionado con alguna de las demandas. Por ahora lo que me interesa es conocer quién es la autora de cada poema ─respondo de forma más cortante al tiempo que me reprendo internamente por permitirme contarle mis suposiciones y me obligo a ser más prudente y sigilosa para no dejarme llevar por impulsos y de esa forma cometer errores.

─Te reitero que creo que estas un poco perturbada, pero suponiendo que existiera la posibilidad de que haya algún tipo de relación y que ese diario represente un problema mayor, de ser así, ¿no has pensado que a lo mejor Nía no sea el nombre de la chica, sino un seudónimo, algún alias, e incluso una abreviatura? Muchas veces los escritores utilizan dicha estrategia ─manifiesta.

─De ser así todo se complicaría, pero debo hacerlo para descartar o comprobar mis conjeturas.

─Será un trabajo difícil y agotador para ti y créeme que mi actitud es porque de verdad me preocupo por tu salud física y mental. No te ves del todo bien y deberías estar recuperándote de una forma tranquila y relajada.

─No logro recordar nada que pueda tener relación con el diario, pero la única vía que puedo seguir por el momento, para revelar quién escribió estos poemas, son estos archivos. No sé si eso me lleve a destapar algo grave o no sea nada serio, pero necesito encontrar respuestas ─le reitero.

─Tengo una reunión en unos cuantos minutos más, por lo cual no puedo ayudarte. Representaré a un verdadero pez gordo, pero si me necesitas estaré acá al lado.

─Perfecto, muchas gracias. Me quedaré un poco más revisando unos cuantos casos. Nos hablamos luego.

Después de casi una hora sin encontrar datos importantes, me siento más que frustrada. Lo que somos es parte de nuestra memoria, pero esta se ha convertido en mi enemiga.

Los minutos pasan hasta que una llamada me hace abandonar mi búsqueda.

─¡Aló!

─Buen día. Te llamamos del taller automotriz Hermanos Guevara para informarle que su auto está listo, por lo cual puede pasar durante el día, antes de las 8 p.m., a retirarlo.

─Muchas gracias, lo más pronto posible iré a recogerlo.

Sin pensarlo, guardo los archivos en la memoria USB y me dirijo inmediatamente al mecánico, ya que el poder contar con mi carro será beneficioso. Tomo la salida trasera para evitar más charlas innecesarias colmadas de lástima por parte de mis compañeros de trabajo. Accedo de esta forma a un pequeño pasillo que conecta el edificio con otras edificaciones más pequeñas de la cuadra. Camino hacia la carretera principal y me dirijo al Parque Central, en dirección a la Catedral Metropolitana, para poder tomar de forma rápida un taxi. En menos de diez minutos llegamos a los alrededores del Parque de la Paz, frente a este sitio se encuentra el taller mecánico.

No es sino hasta que estoy ante mi automóvil que me doy cuenta que no seré capaz de manejarlo, ni siquiera de subirme para inspeccionar los acabados y demás detalles. Mi corazón se acelera y me empiezo a sentir hiperventilada, con el ritmo cardiaco alterado y propensa a caer en una escena de pánico. Salgo fuera del taller para tomar aire y me veo en la obligación de llamar a mi marido para solicitar su ayuda, quien llega al cabo de unos veinte minutos, debido a que su lugar de trabajo se encuentra relativamente cerca.

─¿Qué ocurre? Vine lo más pronto posible.

─No creo ser capaz de conducir el carro ─le respondo mientras me caen, sin poder evitarlo, lágrimas por las mejillas─, es más, no sé si sea solo una hostilidad hacia mi automóvil o un miedo al tener que manejar nuevamente. Siento angustia y me surge una mezcla extraña de sentimientos abrumadores.

─Debe ser parte del estrés postraumático. Llamaré al trabajo y pediré permiso para llevarte en mi auto, luego me devuelvo en un taxi y por la tarde regreso al apartamento con tu auto. Ahí decidimos qué hacer con él ─propone.

De camino a Los Yoses le planteo a Mateo que me permita tomar el volante para verificar si el temor me lo despierta solamente mi auto o también el manejar, con lo cual compruebo que soy capaz de conducir a la perfección, lo que me hace pensar que mi auto puede representar un elemento clave en lo que me sucedió aquella noche lluviosa del 27 de enero.

El viaje me sirve para calmar las ansias y mi estado frenético, siendo poco lo que converso con mi marido. Al llegar al apartamento decido descansar para despejar mi mente de malos pensamientos y poder retomar la investigación de los casos de demanda con mayor fuerza y determinación, sin embargo, es poco lo que puedo relajarme y alejar de mí este cúmulo de emociones que embargan mi ser.

Un pensamiento taladra mi mente y se niega a abandonarme. Al inicio de la recuperación y en todo el tiempo que pasó anterior a encontrar el diario, lo dicho por una de las enfermeras que me atendió en el hospital no tenía relevancia, pero cada vez que trato de asimilarlo me convenzo de que podría tener relación. En repetidas ocasiones ella me comentó que mientras dormía, los días en que estuve en el hospital, repetía el nombre de mi hermano con vehemencia, excitación e incluso con una voz que revelaba pánico. ¿Será que podría haber relación con su muerte?, ¿me encontraba tratando de investigar sobre su suicidio?, ¿se relacionará todo con algo familiar y nada tiene que ver mi vida profesional? El que mi hermano, con tanta vida por delante y con una personalidad tan sagaz, perdiera de forma tan repentina su brillo y decidiera acabar con su vida siempre me resultó, además de doloroso, muy desconcertante e intrigante. Puede que siga creando océanos donde solo hay charcos, pero me obligo a considerar todo detalle y suposición, por más pequeña o descabellada que parezca. 

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top