Toni abrió un cajón de su mesita de noche y, lentamente, alzó con la mano derecha un pendiente de oro blanco y diamantes enfrentándolo a la luz de la lámpara, que desaparecía entre sus ropas oscuras.
-Mmmm... no se deben hacer regalos si no se está seguro de que la persona a quien se le hacen va a recibirlos con gusto... - musitó con gesto contrito y a continuación, guardando de nuevo los pendientes que había comprado para Mamen en una joyería de Palma y que le habían costado diez mil euros, añadió: -Ya tendrás ocasión de hacerlo más tarde, Toni. Empieza con poco y ve aumentando la dosis...
En ese instante Chou-Chou entró en la habitación con su andar patizambo y se acercó a oler y mordisquear las patas de la mesita.
-Hey, no, Chou-Chou, venga, vamos fuera...
Se inclinó y levantó al animal sujetándolo por la piel de la nuca, después se dirigió hacia la terraza. Chou-Chou vaciló sobre sus patas rígidas cuando lo depositó en el jardín, pero inmediatamente se perdió en la oscuridad para empezar a escarbar la tierra y despertar a todos los seres sin nombre que se encontraban bajo ella. Toni, que vestía un bañador largo de color blanco con tiras transversales verde pistacho, chanclas de plástico también verdes y un polo de algodón de color rosa, le estuvo observando durante unos instantes. Los grillos cantaban sin parar. Chou-chou gruñía y escarbaba bajo una mata de adósfelos en la pendiente del jardín.
Cuando el timbre sonó no pudo evitar sobresaltarse a pesar de que lo estaba esperando. Se levantó, se acercó a la puerta y observó por la mirilla. Vio un rostro joven con la cabeza rapada. Intuyó que las manos estaban entrelazadas al frente por las muñecas. Abrió la puerta.
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