Una Plaza Llena De Muñecas
— ¡Chicos! ¡Chicos! ¿Vieron eso? — la muchacha bajo las escaleras de dos en dos, se tropezó en el penúltimo escalón y cayo contra la pared, chocando su cabeza contra el rostro de enfurecido de Sansón cargando las puertas de la ciudad de Gaza, ignorando el dolor que le provoco la caída se levanto y siguió corriendo por el pasillo a oscuras, con sus manos frente a su cuerpo chocando con todo aquello que se le ponía al frente — ¡Chicos! — gritaba Séfora presa por el estupor por lo contemplado — ¡Mustafá! — el rostro de la chica fue aplastado por una pared, haciendo a la muchacha sollozo de dolor, le ardía la cara, pero no se detuvo, ni siquiera cuando sus dedos eran cruelmente doblados por los muros de la iglesia que surgían de la oscuridad para hacerla gritar en agonía, aumento su velocidad al ver un rayo de luz y finalmente llego a la parte trasera de la iglesia, cerca al escenario, ya no había golpes, tampoco sonidos, al regresar al escenario encontró que estaba totalmente vacío, no veía a sus amigos por ninguna parte — ¡Adán! — grito la chica, pero no obtuvo respuesta.
Pecadores.
Comenzaba a sentirse extraña, no sabía si era por los golpes o algo más, pero se sentía mareada, la piel le ardía y sus piernas querían ir en rumbos totalmente opuestos. Sin saber qué más hacer cerro los ojos sintiendo los jaloneos de su cuerpo cada vez que una pierna intentaba ir por la derecha y otra por la izquierda. No entendía qué había sido aquello, parecía tan real y aunque al mirar su cuerpo no veía ni el más mínimo gramo de humedad todavía podía sentir la ropa pegada de manera viscosa a su piel, además de haber sido transportada de un lado a otro en la iglesia, sin tener noción alguna de cómo había llegado ahí, pese a tener la sensación húmeda del agua y el dolor agobiante de las cortadas esmeralda, eso, evidentemente, era una locura. Al abrir los ojos Séfora contempló con asombro cómo estaba caminando en círculos sin capacidad alguna de detenerse, solo caminar y caminar. Las medias se le arrugaban alrededor de los tobillos, protestando por la caminata indefinida, la muchacha miró nuevamente a su alrededor al escuchar unos rasguños y para su asombro Mustafá estaba en el rinconcito del escenario, golpeteando algo en el suelo de madera.
El infierno los espera.
— ¿Afá? — la chica no estaba del todo segura de que fuera él, parecía más bien una sombra sin uñas más allá de algunos fragmentos rotos que clavaba sus bultos rojizos de carne contra el rincón de la pared del escenario donde según él debía estar la puerta — ¿Mustafá? — volvió a preguntar, logrando recuperar el control de sus piernas y dar por concluida su propia versión de la marcha de Jericó — ¡Mustafá! — al tercer llamado el chico se giró y le sonrió, señalando con su rojiza uña quebradiza al rincón rojo de madera.
— Logré abrirla — anuncio satisfecho, poniéndose de pie.
Séfora se acerco para observar dicho rincón y para su sorpresa en aquél lugar yacía una puertecita abierta, con un campo como el del armario asomándose tímidamente a través de ella.
Pecadores.
— ¿Cómo vamos a entrar? — cuestionó la chica ansiosa por cruzarla e irse del lugar.
— ¿Tú quieres entrar? — Mustafá parecía genuinamente preocupado, con la mirada asustada sobre la pequeña puerta.
— ¿Tú no? — pregunto la chica.
Pecadora.
— ¿No ves que no hay nada más que agua? — el joven señaló con su dedo índice la puerta, para desconcierto de Séfora las manos de su amigo estaban completamente normales, sin corte o uñas rotas, pero al observar a donde señalaba solo vió un piso aruñado y un hueco en el escenario, la puerta ya no estaba —. Iré a buscar otra salida, no te alejes.
Pecador.
— ¡No! Quedate conmigo — Séfora se aferro al pecho de Mustafá, metiendo perderlo de vista y regresar a la oscuridad, no le preocupaba regresar a tan singular pero hermoso lugar, en cambio volver a la oscuridad la asustaba —, busquemos juntos a Tinkerbell — por donde mirará no había vestigio alguno de la existencia de Adán, era como si su amigo hubiera desaparecido de la tierra.
No huyan, sus pecados no serán perdonados.
— ¿Y la puerta? ¡Debemos irnos de aquí Sefo! — Mustafá miro a su alrededor unos segundos, sus ojos viajaron de una pared a otra, apretando la pequeña mano fría de su amiga — ¿Por qué todo esta temblando? ¿Por qué hay tantos puntos? — la chica intento ver aquello que veía su amigo, pero no pudo hacerlo, nada temblaba, no habían puntos, nada, solo un escenario tenuemente iluminado —. No quiero que mi madre siga haciendo en mi vida lo que su voluntad dicte — el muchacho negó con la cabeza, bastante enfadado —, sí me quedo aquí ella habrá ganado otra vez, podrá volver a hacerlo, siempre lo hará, ignorará lo que quiero y me convertirá en su maquina musical cristiana perfecta, no puedo más, ¡Odio no poder ser el saxofonista perfecto o tocar el clarinete tan bien como ella desea! Pero simplemente no puedo, no nací con ese talento — se lamentó Mustafá, ser una decepción era algo que Séfora entendía bien, ella también lo era en todo sentido y compartía en sentimiento angustioso por liberarse del yugo asfixiante de sus padres.
Acepten el destino que fue escogido para ustedes.
— Tranquilo — susurro la joven, tomando la mano de su gran amigo —, nos iremos de aquí, busquemos a Tinkerbell y nos vamos.
Ambos caminaron tomados de la mano por el escenario, se adentraron a las cortinas azules llegando a la bodega, poco a poco la oscuridad se hizo más presente y los pocos rayos de luz eran consumidos por la gruesa penumbra. Séfora seguía con la mano de su amigo entre las suyas, temía perderlo y que de alguna manera su visión de un Mustafá con los dedos destrozados se hiciera realidad, por eso se aferró a él, caminando con lentitud, asegurándose de no tropezar con nada más.
Cuando la oscuridad era demasiado para continuar regresaron por donde habían llegado, la joven uso su mirada para intentar regresar, pero sus ojos le fallaron, no había más que oscuridad.
Acéptenlo y serán perdonados.
— ¿Sefo? — la voz de Mustafá era suave y agitada, la chica adivino que estaba llorando.
Con algo de preocupación intento observarlo, darle una mirada de aliento o una sonrisa de <<Todo estará bien>> pero no podía, ni siquiera estaba segura si tenía los ojos abiertos o no, la espesura de la bruma oscura era tal que la muchacha abría sus ojos tanto como pudo hasta que inevitablemente empezaron a doler. Continuaron su camino por medio de la oscuridad, Séfora usaba sus pies como un bastón, tocando lo que sea que estuviera en frente, pateo y piso cajas, hojas y otros objetos en más de una ocasión, pero gracias a Dios no se había tropezado, la chica tenía la sensación de que si soltaba a Mustafá nunca más podría volver a encontrarlo.
Salvados.
Un tímido rayo de luz se hizo presente, era tan pequeño que Séfora casi ni pudo verlo. Todavía con los llantos de su amigo a sus espaldas la chica camino hasta que regresaron al escenario y por ende a la luz. Sus ojos tardaron unos segundos en acostumbrarse a la repentina luz, mientras tanto solo vió arcoíris, sombras y una persona en una esquina, que los miraba con una tétrica sonrisa, al recuperar la vista Séfora de quedó perpleja, ya no había escenario, no estaban en la iglesia.
La oscuridad desapareció y con ella el escenario, no habían paredes ni ventanas, solo un camino de rocas redondas, casas antiguas y una iglesia tan blanca que poseía el resplandor de diez mil soles. Era un edificio grande, similar a esas iglesias de pueblos campesinos, iglesias ubicadas en el centro del pueblo para que así todos tuvieran a Dios a la misma distancia, a la mitad de su corazón. La chica miro a su alrededor y notó que Mustafá tenía la vista clavada en un punto vacío, viendo algo que claramente lo perturbaba, pero la joven no lo entendía, ella veía a un lindo pueblecito campesino lleno de flores, casas antiguas de colores y una perla brillante en la mitad de sus corazones.
Pecadora.
— ¿Puedes verlo? — pregunto Mustafá retrocediendo, todavía sujetando la mano de su amiga.
Séfora observo hacía donde Mustafá señalaba, pero allí solo estaba una fuente en forma de sirena que escupía gotas de madera en lugar de agua.
— ¿Qué cosa?
Es tu destino.
— El hombre de azul — murmuro aterrado —, tiene plumas y es azul.
La muchacha entrecerró los ojos pero fue incapaz de ver más allá de la fuente, ella no veía al hombre vestido de azul con plumas sobresaliendo por todo su cuerpo, cuyos ojos los observaban muy atento, ojos que salían de entre el plumaje colorido, escuchando intrigado las palabras de los chicos, a través del gran orificio rojo en donde deberían estar sus ojos. Séfora observo hacía la iglesia y notó que había algo rojo en medio de tanta blancura, no fue necesario caminar, de solo pensarlo la iglesia estuvo frente a ella, era una mesa de patas rojas y superficie de cristal, en el interior del cristal la joven pudo vislumbrar a un grupo de muñecas que muy atentas levantaban la cabeza con su sonrisa de vinilo esperando a ser lo que sus dueños quisieran que fueran.
— ¡Solo quiero bailar hasta que caigan las estrellas! ¡Tocar el violín y arrancarme las costillas para hacer las cuerdas! ¡Usar mi columna vertebral y hacer un violín! El más perfecto violín, porque será parte de mí, quizás a si mamá me pueda amar — gritó Séfora.
No escuches, no pienses, solo obedece.
— Son tan lindas — susurro colocando su dedo índice sobre el cristal, las muñecas levantaron sus manos de plástico y atravesaron el vidrio, una a una tomaron los dedos de la joven, la miraron con esos ojos vidriosos y saltones tan brillantes como hermosos, sus sonrisas de vinilo se abrieron y una a una metieron los dedos de la chica entre sus pequeñas bocas, comenzando a apretar lentamente, sus dientecitos de porcelana cortaron la piel y la levantaron con sus lenguas de plástico, jalando hasta dejar el dedo en carne viva, las muñequitas volvieron a poner sus dedos despellejados en sus diminutas boquitas, comenzando a morder sin apartar esa mirada amorosa de ojos vidriosos del rostro de la chica, chica que lejos de asustarse o retorcerse de dolor sonrío, sabía que ellas lo hacían por su bien, lo veían en sus lindas caritas y sonrisas rojizas. Las lagrimas pronto afloraron en los ojos de la muchacha, sin dejar de sonreír comprendió que la misión de las muñecas estaría completa cuando ya no tuviera dedos a los cuales odiar. Cada muñeca detuvo su mordisqueo, clavaron sus dientecitos con fuerza en la carne y empujando la cabeza hacía atrás arrancaron la carne del hueso, dejando a la vista los blancos huesos de los dedos bañados en sangre y restos de carne. las muñecas sacaron de sus bocas la carne y la colocaron encima de la piel, volviendo sonrientes a su labor. Cada muñeca tomo un dedo, un dedo del cual solo quedaba el hueso, cada muñeca mordió el dedo, el dedo que solo tenía hueso, cada muñeca miro con ojos vidriosos a la sonriente y lloriqueante joven, joven que sonreía contenta sin entender muy bien lo que le hacían, cada muñeca jalo de un hueso y solo el dedo índice lucho por no desprenderse, la muñeca jalo su cabeza y finalmente arranco el ultimo hueso del ultimo dedo. Séfora levanto su mano sin dedos, observando con gran interés los bultos sin forma de lo que alguna vez fueron sus dedos. Las muñecas escalaron el cuerpo de la chica y abrazándola del cuello, mirándola con esos ojos vidriosos le hicieron saber que ya nunca más tendría que tocar en contra de su voluntad —. Gracias, muchas gracias — susurro Séfora, limpiando sus lagrimas con sus inexistentes dedos.
Es tu destino.
Una a una las muñecas besaron su frente y cayeron inmóvil al suelo, raíces surgieron de la tierra al mismo tiempo que gallinas brotaban de los arboles, un lechero pedaleaba sobre una rueda de queso y en el centro de la plaza, frente a la iglesia subastaban mujeres como si de mercancía se tratará. Con cada nueva venta una muñeca era capturada por las raíces, verdes raíces que las jalaban a las entrañas de la tierra y las hacía surgir como mujeres en un bosque, en un hospital, en una casa o en algún callejón de la ciudad. Con cada nueva venta mujeres eran asesinadas, Con cada nuevo asesinato la tierra las devoraba y con cada festín que la tierra se daba desnudas en su lugar de nacimiento regresaban. No sonaba nada mal, morir y renacer en exactamente en el mismo lugar en el que naciste alguna vez, no sonaba mal no envejecer y volver a nacer con cada nuevo asesinato, no sonaba mal hasta que Séfora recordó que el universo estaba en constante movimiento, un día despertaría en un hospital, otro renacería en unas ruinas, después en una carretera, luego en un océano y finalmente despertaría flotando en el cosmos, muriendo asfixiada y congelada una, y otra vez, pereciendo por la eternidad. No sonaba tan mal hasta que Séfora recordó que para renacer un asesinato se debía cometer.
El perdón es tuyo, solo debes aceptarlo.
La chica contemplo a una de esas mujeres ser comprada y en un callejón ultrajada, y asesinada, con su cuerpo lleno de agujeros que las crueles balas de plata dejaban, anunciando su llegada, dejando un mensaje, estuve aquí, mientras su cuerpo se desangraba del suelo raíces flotaban, enredándose en sus manos, piernas, cuello, cintura, cabeza y demás, envolviéndola mientras las entrañas de la tierra la recibía, renaciendo desnuda al lado de una polvorienta carretera, sobre el verdes césped y bajo un árbol hueco que contaba la misma historia de siempre pero de manera diferente. Séfora admiraba su mano recién mutilada, incapaz de contener sus lagrimas, la dicha la llenaba, invadía y revolvía todo su ser, por fin, ¡Nadie podría obligarla a interpretar su violín nunca más! Podría abrazar su amado instrumento y enredar sus cuerdas en su cuello, volver a las entrañas de la tierra de donde nunca debió haber salido.
Maravillada la joven quiso enseñar su nuevo aspecto a su amigo pero al mirar a Mustafá la plaza despareció, las muñecas dejaron de morder y sus dedos volvieron a crecer. Angustiada Séfora miro sus manos mientras los muñones se convertían en dedos que serían esclavizados por las cuerdas partir de acero.
— No...no, por favor no — la chica se agacho y comenzó a buscar debajo de las sillas de la iglesia a las muñecas, buscaba sus vidriosas miradas y que le arrancaran los dedos como ella tanto ansiaba —, necesito dejar de tocar sin que parezca que lo hice yo — Séfora sollozaba, aceptando por primera vez que ya no amaba el violín, por el contrario, lo detestaba, era demasiado tarde, cada reproche de su madre, cada mirada desaprobatoria, cada humillación publica en la iglesia, <<Ensaya un himno especial, tendrás que interpretar un himno al menos una vez a la semana, cada día de iglesia>>, nunca quiso odiarlo y sin darse cuenta fantaseaba con dañarlo, cortar sus cuerdas, romperlo contra la pared o lanzarlo por las escaleras, pero al pensar en el dinero y tiempo invertido en su instrumento perdía el valor, sobre todo al pensar en los niños que matarían por estar en su lugar, tocando algún instrumento y dedicando todo el tiempo al servicio de Dios, ¿Por qué ella no? Séfora quería hacerlo, quería sentirse bien al hacerlo, pero era incapaz de sentir nada más allá de angustia cuando su madre le decía que perfectamente podía ensayar y tocar un himno todas las semanas, no se lo pedía, era una orden escondida en una petición y eso la enfermaba, alabar a Dios debía ser algo sacado del corazón, ella no lo sentía así —. No quiero que ella sepa lo que siento — a veces fantaseaba con dejarse atropellar y permitir que el vehículo fracturara su brazo, la joven deseaba ser como esos protagonistas de las películas que tanto le gustaban, esos que se obsesionaban tanto con su pasión que se sumergían de lleno a la locura para alcanzar la perfección, ¿Por qué no? ¿Por qué no podía tocar el violín hasta ver sus dedos sangrar? Hasta romper las cuerdas de tanto tocar.
Pecadora.
A lo mejor ellos no había tenido a una Astrid que los presionara hasta la saciedad, los mirará mal y les hiciera sentir como la mayor basura de la humanidad por no tocar todas las veces que ella quería...¿acaso era por eso? Séfora no tocaba para Dios, tocaba para hacer sentir bien a su madre, para que su madre pudiera presumir con las demás madres de la iglesia sobre los talentos de su hija, debía ser eso, si no ¿entonces por qué mentiría sobre que Séfora tocaba el violín, clavicordio, piano y flauta? Cuando en realidad no sabía que era un clavicordio, no recordaba nada de sus lecciones (forzosas) de piano y nunca había tocado una flauta en su vida. Destrozada por no ser capaz de dejarse atropellar para fingir un accidente la joven se levanto de debajo de las sillas, resignada a no encontrar a las muñecas que la liberarían de su sufrimiento. La chica se puso de pie y lo primero que vio fue a Adán, mirando fijamente la cristalera en donde Jesús resucitaba a Lázaro, pero en vez de mirar aquella obra de arte con asombro y felicidad, la miraba con terror, temblando al otro lado del escenario.
— ¿Tinkerbell? — Adán tenía el apodo de Tinkerbell porque su nombre era demasiado corto, si le quitaban la N quedaría como "Ada" y parecía mejor opción para no hacerlo sentir excluido del grupo, usualmente el chico se enojaba o bromeaba diciendo que ya no tenía polvillo mágico con el cual volar, pero esa vez ni siquiera reacciono — ¿Qué pasa?
— Hay un gato...— murmuro —, con cara y manos de humano.
Séfora retrocedió a la vez que veía a Mustafá retorcerse contra el suelo, como si algo lo estuviera golpeando.
— ¿Qué esta pasando? — pregunto la chica asustada.
— ¿Y si...? — dijo Adán, todavía con la vista fija en la cristalera, con una lagrima descendiendo por su mejilla — ¿Y si Dios no quiere que nos vayamos? Tal vez por eso la puerta no abre.
— ¡Por eso la puerta se encogió! — exclamo Mustafá girando sobre si mismo, caminando en círculos — ¡Hay muchos puntos! ¡Muchos puntos! ¡Demasiados! — el joven se detuvo mirando aterrado la esquina donde supuestamente había una puerta diminuta — ¡Sefo! ¡Dile al hombre de plumas que deje de mirarme! — sollozaba el joven, cubriéndose los ojos.
— La puerta desapareció ¿Por un castigo de Dios? — se pregunto la joven, sin entender qué era eso que atormentaba a sus apreciados amigos.
No habrá perdón para el pecador.
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