Si el cielo azul no llora
Mustafá.
El joven moreno miró a su alrededor desconcertado, deteniéndose frente a una esquina que poseía a una puerta chiquitita, tan pequeña que solo un ratón podría darse el lujo de entrar. Colocándose en cuclillas extendió sus dedos tocando la puerta, las puntas de sus dedos acariciaron el pomo tan pequeño como un guisante, sus yemas sudorosas se pegaron alrededor de la pequeña esfera de madera, con la angustia retumbante en sus oídos giro hacía un lado el pomo minúsculo pero este ni se movió un céntimo, intento al otro lado pero al no ceder ejerció más fuerza, <<¡Crack!>> escucho el muchacho, apartando su mano y viendo el pequeño pomo caer entre sus dedos, cayendo en su palma abierta, miró con latitud la esfera en su mano, miro hacía la puerta y vio el pequeño agujero que había dejado el pomo de la puerta, mismo del cual salían colores brillantes y vibrantes, luces azules, amarillas y verdes se turnaban para dar a conocer su existencia a través de tan pequeño agujero por el cual no se podía ver nada más que las berrinchudas lucecitas asomándose desde su interior, saludando seductoramente hacía el exterior, invitando a todo aquél que lo viera a querer descubrir qué secretos se ocultaban en el interior de la puertecilla.
Mustafá miro a su alrededor, dejando al minúsculo pomo en el suelo a un lado de la puerta, la pequeña esfera de madera fue de inmediato absorbida por el suelo del escenario, con ello absorbiendo la idea de su presencia, eliminando por completo su existencia, el único testigo que quedaba para corroborar que el muchacho no había perdido la cordura era ese pequeño agujero en el la minúscula puerta. El chico observo a su amigo, Adán, que seguía golpeando la pared vacía jurando y perjurando que la puerta estaba allí, cuando en realidad solo había una capa de yeso blanco sin siquiera un pomo el cual tomar. Intento buscar a su amiga para pedirle ayuda y abrir la puerta, pero solo pudo ver como se tambaleaba hacía los pasillos llenos de sombras, siendo tragada por la oscuridad, desapareciendo de la existencia al igual que el pomo de la puerta.
Cuando el muchacho regreso la vista hacía donde estaba la puerta cuánta no fue su sorpresa al presenciar aquella esquina vacía sin nada más que un pequeño agujero entre las tablas de madera, agujero que era firmemente agrandado por una plaga de termitas irrespetuosas que no tenían en cuenta que esa era la casa de su Creador, aquello lo desconcertó, su madre, Serena le había dicho que todos los animales eran consientes de la existencia de Dios, lo primero que hacían los pajarillos al amanecer era exaltar con cantos a Dios, entonces ¿Por qué esas termitas malignas destruían corrosivamente la casa del Señor? ¿Acaso no sentían la presencia de Dios en ese lugar? Eso era algo que constantemente Mustafá se preguntaba, un pensamiento que como un barco a la deriva daba vueltas en el océano del pensamiento, a veces llegaba a pensarlo de forma más profunda, casi ya tocando las profundidades del mar, otras ni siquiera chapoteaba la superficie, ese pensamiento junto con el hecho de que la Biblia ha tenido y tiene tantas traducciones que a ciencia cierta no se sabe qué es real, y que fue agregado o eliminado para acoplarse a aquello que se consideraba "de buena voluntad" en la época o cultura, dándose así a múltiples interpretaciones.
El muchacho veía como el pastor Colleman ordenaba que cualquier feligrés le dijera su sueldo y frente a toda la congregación hacía el calculo del 10% que se debía dar de ofrenda, si se llegaba a negar de inmediato el pastor comenzaba un sermón sobre la avaricia y cómo el joven rico se perdió del Reino de los Cielos por su amor al dinero, al final siempre cedían ese 10%, incluso si eso significaba endeudarse para ello. Tampoco podía olvidar que mientras cientos de hermanos luchaban día a día para conseguir alguna clase de alimento, él iba de viaje por el mundo junto con su familia, un carísimo viaje que se convirtió en una tradición anual pagado con diezmos de los fieles, su mente a menudo intentaba olvidar el escandalo que sucedió hace un par de años, donde el coordinador de jovenes apadrinado por el pastor Colleman robo cientos en diezmos y ofrendas, eso sin contar el incidente que hizo que Séfora dijera <<Ya no más>> y se fuera de la iglesia: un grupo de adolescentes fueron enviados por su familia a hacer trabajo misionero, uno de ellos no estaba muy seguro de sus creencias y tras un tiempo se dio cuenta de que aunque creía en Dios ya no creía en la iglesia, todo porque mientras el pastor Colleman predicaba sobre la humildad los ponían a ellos a hacer trabajos que nada que ver tenían con ser misioneros y a ser, en otras palabras, mano de obra gratis, intento irse pero sus documentos eran resguardados por la señora Colleman, en ese momento directora de misioneros, ella se negó a dárselos argumentando que estaba siendo corrompido por el mal y debía orar antes de tomar una decisión, <<Solo estás confundido, pídele a Dios sabiduría y deja esos pensamientos absurdos a un lado>> pasaron dos semanas y el chico seguía sin creer en la iglesia, cuando volvió a intentar recuperar sus documentos misteriosamente desaparecieron y como si nada los Colleman le dieron la opción de seguir ayudando en la iglesia los dos años que se suponía eran de servicio misionero o irse a la calle, porque ellos no cuidarían de un <<Hijo de Satán>>. Mustafá no creía que Dios estuviera en esa iglesia, una iglesia llena de corrupción, manejada por una sola familia que hacía lo que quería con sus miembros sin tener temor o respeto al usar el nombre de Dios para sus fechorías.
Cuando Jesús vino al mundo no obligo a nadie a creer, tenía el poder para hacerlo, pero no lo hizo, así que, a los ojos del muchacho, le parecía repugnante que pastores como Nick Colleman colocarán una pistola en la frente de las personas para obligarlos a creer, esa pistola era la condenación eterna, la mayoría de las personas de su iglesia estaban allí o por miedo o por aparentar, Mustafá estaba seguro de que podía contar con sus dedos a quienes realmente creían y amaban a Dios, incluso le sobrarían dedos.
Desconcertado Mustafá miro hacía el rincón sin puerta, no entendía lo que sucedía, pensó en pedirle ayuda a su amigo para encontrar la puerta, tal vez se había caído o movido a algún lugar, pero al girarse vio a un hombre vestido de azul, con su rostro corroído por heridas y cortadas. La criatura era del tamaño de un hombre adulto, alto y de un traje azul cubriéndolo hasta el cuello y las mejillas, sus ojos eran saltones y rojizos, su nariz chata y expulsaba un liquido amarillento rojizo, sus labios inexistentes estaban adornados por cortes irregulares, algunos un simple rasguño, otros tan profundos que se podía ver el hueso a través de ellos, sus mejillas eran de color morado y en general su rostro intercalaba entre los colores verdes, morados o pálido, el traje cortaba con tenacidad su cara, apretando tanto que trocitos de carne se desprendían del rostro del hombre. Mustafá retrocedió asustado, pero la criatura solo comenzó a balancearse como si su cuerpo pesara demasiado para su cabeza, hilos de sangre comenzaron a surgir de las cortadas en el rostro del extraño ser, con cada nuevo paso el traje azul apretaba más su cuerpo, cortando más profundo. Mustafá cerro los ojos al ver a la criatura marchando y levantando sus huesudos dedos en su dirección, pero solo escucho unos pasos a su lado, al abrir los ojos vio a la criatura introducir el hueso de su dedo meñique en el agujero, la puerta reapareció, la criatura salto y por los aires se encogió, cayendo hacía la puerta que se abrió revelando un jardín verde y un cielo azul, la criatura se desprendió de su cara y como un esqueleto entro marchando y danzando hacía el pequeño mundo oculto tras una pequeña puerta.
Desesperado el chico golpeo y aruño la puerta que sin piedad nuevamente se había cerrado frente a sus ojos, no le importo si se rompía las uñas o desgarraba sus dedos, pero cuando por fin logró abrirla, con astillas debajo de sus uñas y los dedos sangrantes, solo pudo ver la inmensidad azul de un océano chiquitito.
— ¿Afá?
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