La Gaita Del Marinero
— ¡Dios mío! ¿A dónde se fue la puerta? ¡Estaba aquí hace un momento! — exclamo la muchacha tocando la pared vacía que no poseía ni el más mínimo vestigio de una puerta, cuanto menos de una salida.
— ¿De qué hablas? — dijo Adán — ¡La puerta esta ahí! — el joven se recostó contra la vacía pared de color blanco y empezó a empujar — ¡Que puerta tan pesada! — Séfora contemplo con angustia a su amigo que empujaba y golpeaba su cuerpo contra una pared blanca vacía, asegurando que allí yacía una puerta que no podía ver ni se podía tocar.
— ¿Qué haces? Estás empujando la pared...— pero el muchacho seguía jurando y perjurando que allí había una puerta, solo que era muy pesada.
— Sefo tiene razón — Mustafá se alejo un poco del grupo, señalando un rincón de madera del escenario —, ahí esta la puerta — el moreno se agacho y contemplo con gran confusión la diminuta puerta que solo sus ojos veían —, es tan pequeña, ¡Ni un ratón podría entrar ahí!
— Pero Afá — susurro la muchacha, siendo incapaz de ver aquella supuesta diminuta puerta —, aquí no hay nada.
— Mira bien, ahí esta — Séfora se agacho y palpo con sus manos ese rincón de madera, solo sentía algunas astillas, suciedad y la madera suave, pero ninguna puerta — ¿Si vez? Estás tocando la perilla — pero Séfora tenía las manos puestas en un lugar vacío de madera.
La chica se levanto frotando sus codos con sus manos nerviosa, quería irse de allí, necesitaba irse de allí.
— ¿Ahora cómo nos iremos de aquí? ¡No hay puerta!
— Intentaré regresarla a su tamaño normal — dijo el joven —, de alguna forma se encogió, ¿verdad? Debe haber una forma de hacerla crecer, regresarla a la normalidad.
— ¡Juró en la memoria de Meritamón y de mi Tutankamón que abriré esta puerta! — grito Adán lanzándose contra la pared vacía — ¡Necesito llegar a casa antes de las siete! — exclamo con desesperación, jalando de la perilla invisible de una puerta inexistente —, mis padres...mis padres no le darán de comer, Tutankamón necesita comer, ellos no se lo darán.
Séfora contemplo con incredulidad a sus dos amigos. Mustafá le daba golpecitos al rincón del escenario, jalaba algo invisible y lo atrapaba entre sus dedos, queriendo agrandarlo al pisarlo con sus zapatos. Adán seguía jalando una perilla invisible, pero lo hacía con tanta fuerza de la pared vacía que Séfora temío que se hiciera daño. Por su parte la jovencita no veía ninguna puerta, ni grande o pequeña, solo las altísimas ventanas que colgaban del techo, iluminando con majestuosidad el escenario de un color blanquino cual estrella brillante, el pastor Colleman decía que así era mejor, con esa iluminación sus hermanos podrían contemplar mejor la presencia de Dios.
Arrepiéntete.
La muchacha miró a su alrededor, intentando comprender de dónde venía la voz.
Pecadora.
Pero no había ni un solo indicio del dueño de aquella voz tan amenazante, causante de tan confusas palabras.
Pecadores.
— Iré...— susurro Séfora en voz baja — iré a la entrada principal, tal vez pueda abrirla.
Pero ninguno de sus amigos la miro, ambos seguían concentrados en sus respectivas invisibles puertas, una demasiado pequeña como para pasar a través de ella y otra demasiado pesada como para abrirla.
La chica comenzó a caminar lentamente, regresando la vista cada cierto tiempo para ver a sus amigos en la misma situación, peleando contra algo invisible que ella no pudo ni tocar ni ver, pero parecían tan convencidos de la existían de las dichosas puertas que Séfora comenzaba a dudar de si misma. Mientras se adentraba en el pasillo oscuro intento ascender una luz, la que fuera, pero había olvidado que el pastor Colleman ordenaba que se cortara la luz los días en que la iglesia estaba vacía, para asi ahorrar energía, <<Los hijos de Dios debemos ser ambientalistas>> decía siempre con una sonrisa, a la vez que tomaba su batido energético en un vaso de poliestireno.
El pecado te consume.
La muchacha siguió avanzando a oscuras entre los pasillos, pudo jurar que había pateado una caja, pero en medio de tanta oscuridad no estaba segura. Le resultaba peligrosamente incomodo estar en esa posición. Desde antes de conocer a sus fieles amigos estuvo rodeada por personas, pero a veces la agobiaban y ansiaba la soledad, ahora quisiera tener a ambos chicos cerca, suponía a juzgar por los ecos que, todavía, seguían luchando contra esas puertas invisibles. Séfora extendía sus manos a través del pasillo, añorando sentir algo distinto al gélido frio de las paredes pintadas con representaciones graficas de versículos de la biblia, pudo sentir bajo las yemas de sus dedos los trazos, los relieve y a los pequeños huecos perfectamente geométricos de la pared, mismos que juntos conformaban la imagen de la parábola de la mujer pobre y el rico, una historia que a la joven le agradaba por la ironía de que Dios usará a un hombre malvado para ayudar a una fiel creyente.
La chica se detuvo un momento mirando hacía distintas direcciones, encontrándose siempre con la misma oscuridad, debía estar cerca de los baños, si llegaba allí tal vez podría guiarse hasta las cristaleras de la ventana cercanas a la pileta bautismal y así obtener un poco de luz en medio de tanta oscuridad: eran una serie de cristaleras que representaban la ascensión de Cristo al cielo; habían en total 10 cristaleras esparcidas por todo el edificio, todas ilustrando hermosos momentos de la vida de Jesús y su ministerio, durante un tiempo se debatió si incluir su crucifixión o algo similar, tal vez cuando estuvo en el desierto y fue tentado por Satanás, pero al final la iglesia decidió de forma unánime hacer las cristaleras basadas en hermosos momentos, el pastor Colleman quería enfocar su ministerio en ello, hermosos momentos, no llenar a las personas de terror, él no era como otros predicadores que se la pasaban hablando del fin del mundo y el apocalipsis, él quería llevar esperanza, aún así era un maestro en causar miedo, las pocas veces que predicaba temas relacionados a la muerte, pecado o condenación eterna Séfora salía de la iglesia temblando, con un nudo en la garganta, convencida de que iba a morir y siempre en la noche tenía pesadillas del fin de los tiempos.
Acepta tu destino, los planes que él tiene para ti.
La chica suspiro aliviada cuando encontró la primera escalera que daba a la pileta bautismal, la subió con cuidado, clavando las uñas en las pinturas, sabiendo que posiblemente acababa de arruinar el rostro de Adán o Eva, sería gracioso si el rostro aruñado era el de la serpiente, sutilmente oculta entre el árbol del bien y del mal. Mientras subía las escaleras sentía una corriente de aire peinar y despeinar su cabello, poco a poco unas pequeñas líneas de luz se hicieron visibles, un torrente de colores ilumino su camino, finalmente había llegado a las cristaleras pero para su desconcierto en lugar de la pileta bautismal frente a ella yacía un extenso mar, con pequeñas porciones de tierra y pasto flotando en la superficie, la muchacha giro su cabeza y vio la oscuridad tras ella.
Arrepiéntete.
— ¿Dónde estoy? — pregunto aturdida, teniendo la certeza de que una playa de verdes pastos no cabía en la iglesia, además de que no existía una masa de agua natural en la ciudad, solo piscinas artificiales y ríos fabricados.
Con desconcierto la joven avanzo al interior de la inmensa habitación, poco a poco sus pies dejaron de pisar frágiles baldosas y pisaron el verde pasto con tierra húmeda cercana a la playa, a su alrededor las cristaleras comenzaban a desaparecer, pequeños fragmentos de Jesús sanando a la hija de Jairo colgaban entre las hojas de los frondosos arboles, con un árbol hueco, cuyo interior vacío era una cruz por la cual se podía contemplar la inmensidad del bosque. La muchacha siguió caminando hasta que sus zapatos fueron inundados por el agua de la playa. El sol y la luna brillaban con intensidad sobre el transparente cristal oceánico, Séfora se quedo sin aliento, incapaz de comprender lo que veía.
— ¿Esto...es...cielo? — pregunto aturdida — ¿Es el cielo?
Por donde mirara enormes arboles y la vegetación más hermosa que hubiera visto se alzaba, el agua era tan azul pero a la vez tan cristalina que parecían que los peces flotaban en el aire, el pasto era de un verde tan intenso y brillante, Séfora miró con atención y se dio cuenta que eran tiras de esmeraldas, finas líneas de esmeraldas que flotaban y danzaban a la gracia del viento pálido, las cristaleras eran parte de las hojas y cada árbol contaba muchas meses la misma historia, desde el fondo del mar surgían burbujas blancas cual perlas con inocentes pececillos y ballenas atrapadas en su interior, flotando hasta el sol o la luna, uniéndose a los copos de nieve que eran las nubes que adornaban el dorado y naranja cielo de un próximo firmamento. La muchacha cayo de rodillas sobre el pasto esmeralda, pero las filosas puntas del pasto la arrullaban mientras en silencio la cortaban. Escucho una risa detrás de ella, luego otra y otra, hasta que una sinfonía de risas suaves armónico el ambiente, la joven se giro encontrando a un grupo de cinco jovencitas danzando a través del bosque, sus cabelleras largas estaban hechas de oro, cristal o carbón, flores de las más hermosas que Séfora hubiera visto adornaban su cabello, entonaban himnos de incomparable hermosura mientras agitaban instrumentos que surgían desde las entrañas de la tierra, en cambio, detrás de ellas habían cinco mujeres cuya piel era transparente y se desvanecía con cada soplido mortal del viento cruel, sus cabellos eran de alambre y tierra infértil, y entonaban llantos, y lamentos mientras su existencia se desvanecía con cada nueva ventisca hasta quedar reducidas a la nada misma.
Las muchachas de grácil apariencia de todas las razas, tribus y lenguas seguían danzando y cantando a través del bosque. Séfora las siguió. La tierra se retorcía de alegría con cada cantico entonado y las doncellas levantaban sus manos hacia el cielo alabando, giraban sobre si mismas con las flores cayendo de su cabello y enterrándose en la tierra, formándose al instante otro árbol que contaba la misma historia pero de diferente manera. Finalmente las doncellas detuvieron sus canticos al llegar frente a cuatro arboles con milenios de existencia unidos entre si por una misma corteza, las ramas tocaban la corteza y esta se abría a si misma, mostrando dos puertas, una ancha y otra estrecha, las doncellas saltaron con fervor mientras corrían a través de la entrada estrecha, Séfora quiso seguirlas pero al llegar la puerta ya no estaba, en su lugar había un armario que al abrirse revelaba su contenido: montañas tan verdes como el mismo verde, campos con trigales hechos de oro y cielos azules como si el mundo estuviera lleno de hombres justos.
Sal de ahí, el purgatorio no es un lugar para ti.
Séfora cruzo el armario y al hacerlo el suelo desapareció, cayendo hacía el vacío. Al abrir los ojos la chica se dio cuenta de que estaba en la pila bautismal y aunque no veía el agua podía sentir su humedad, intento salir pero al hacerlo el mundo entero de giro y la joven se golpeo contra la pared del despacho del pastor, a dos pisos de distancia de la pileta bautismal.
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