Epílogo

Astrid caminaba a paso lento, observando todo  a su alrededor, su hija la seguía unos cuantos pasos detrás, con la vista baja, dando pasitos lentos y estorbosos, los pasos frágiles de un venado recién nacido que aún no sabe que para sobrevivir debe correr o simplemente no esta seguro de querer sobrevivir.

— Séfora,  no bajes la cabeza, vas a caerte si no mieras bien por donde caminas — el corazón de Astrid estaba plagado de angustia y temía que su hija se hiciera daño en cualquier momento.

Desde los suicidios de Mustafá y Adán su hija había cambiado por completo, al principio pensó que era por el trauma, pero ni toda la terapia del mundo pareció calmarla, ella solo era distinta, era...tan diferente, como si esa noche ella también hubiera muerto. Astrid siempre quiso una hija obediente, leal, delicada y entregada a la iglesia, pero ahora que la tenía no estaba feliz de tenerla, añoraba recuperar a su hija rebelde, egocéntrica, imprudente pero sobre todo alegre, sabía que está versión de su hija no era feliz.

— Diane — respondió la chica levantando la cabeza —, Moisés dice que suena mejor "Diane Colleman" que "Séfora Colleman" , así que desde ahora puedes llamarme Diane — la joven levanto la cabeza, mirando a su madre con esos ojos profundos y vacíos, negros sin brillo alguno, sus labios rosa pálido se curvaron en una sonrisa gentil carente de emociones —, como tanto quisiste, madre.

Su sonrisa aumento dejando ver sus dientes blancos, su rostro brillaba pero sus ojos seguían tan muertos como si su alma hace mucho hubiera abandonado su cuerpo, la joven miro a su alrededor y con postura erguida, y elegante inspecciono los diversos vestidos de novia en los escaparates, su futura suegra llegaría pronto, aún así quería ver algunos diseños, solo mirarlos, tenía la certeza de que no podría usarlos, no sin la aprobación de su suegra. Astrid contemplo con desconcierto a su hija, <<Como tanto quisiste, madre>> sí, estaba pasando todo aquello que la mujer tanto anhelaba, su hija estaba a punto de casarse con aquél chico que siempre le sugirió, pasaba sus mañanas escudriñando las escrituras, aprendiendo a cocinar y sus tardes enteras se iban en practicar violín hasta la saciedad. Si la mujer era sincera debía admitir que en realidad nunca pensó o siquiera considero que aquello que ansiaba fuera a ser una posibilidad, solo le gustaba molestar a su hija, al fin de cuentas la ultima palabra sería suya y Astrid aceptaría gustosamente a cualquier hombre que su hija quisiera. La mujer en realidad no le agradaba Moisés, lo consideraba como un chico demasiado sonso para ser considerado como una oportunidad para su preciada hija, pero sabía disimular su sentir por ser el hijo del pastor, lo respetaba pero no le agradaba, la mujer no quería nada de eso, no para la chica que inexpresiva tocaba los bordes de una falda blanca esponjada, solo le gustaba molestarla, pero ahora que veía las consecuencias de sus insaciables quejumbres no se sentía nada bien.

Era extraño, solo decía que Moisés era un buen chico para ella para quedar bien con el pastor, mejorar su reputación y porque sabía de la aversión que su hija sentía hacía el chico, le gustaba verla ponerse roja de la rabia, jadear ofendida y dar pataletas furiosa, Astrid no sabía porqué pero de vez en cuando causar malestar en la niña le causaba diversión, tal vez una pequeña venganza por arruinar su vida, lo mismo ocurría con el violín, le gustaba tener el control de convertir algo que la chica amaba en un arma de doble filo, amaba ser conocida como una madre piadosa y benigna, pero le gustaba aún más que hablaran de su buena crianza, acariciaban su ego con dulzura y eso le hacía pensar que algo bueno logro resultar de tan desafortunada situación y de aquél error que seguía tocando un vestido con anhelo.

— ¿Dónde esta nuestra hermosa novia? —  la señora Colleman llego a la boutique sonriente, colgada al brazo de su esposo.

Aunque aún faltarán meses para la boda Astrid podía oler la codicia de los Colleman por unirse a los Cheng y con ello adquirir todo el dinero que su familia poseía.

El pastor Colleman había sido todo un pilar en el proceso de recuperación de su hija y Astrid estaba muy agradecida pero a la vez preocupada, sentía que algo no estaba bien, todos los días el hombre se encerraba con su pequeña en una habitación para orar, a veces escuchaba ruidos extraños, pero siempre que le preguntaba a su hija sobre ello la joven solo respondía con voz firme: <<¡El pastor es un enviado de Dios! ¡Me esta ayudando a sanar mi pecado!>>
La señora Colleman fue al lado de la muchacha comenzando a inspeccionar los vestidos, pronto hizo un gesto de asco al mirar los diseños que habían captado la atención de la chica, haciendo un chasquido con la lengua negó y tomo la mano de la joven, guiándola lejos de aquellos vestidos, observando a su alrededor en busca de algún otro vestido que se ajustara a sus estándares.

— Escogeremos algo propio, modesto para que no evoques miradas lujuriosas más allá de las de tu marido, no querrás que todos piensen que eres una mujerzuela, ¿verdad? La biblia dice que la mujer debe vestirse con modestia, el día de tu boda no será la excepción — la señora Colleman fijo su mirada en un grupo de vestidos en una esquina inferior de la boutique, ladeando la cabeza se acerco, inspeccionando minuciosamente cada vestido. No era solo la boda de su hijo, era una enseñanza, una reafirmación, "El pastor Colleman es un enviado de Dios, capaz de regresar y reformar a la rebelde oveja al redil", la unión de la joven rebelde descarriada con el hijo del pastor era eso, una reafirmación, para que cualquiera que dudará del pastor Nick Colleman no fuese escuchado —, además como esposa del futuro pastor Moisés tu deber es dar el ejemplo, una mujer virtuosa no se deja llevar por diamantes falsos o vestidos cortos, la modestia — la señora Colleman saco uno de los vestidos, totalmente cubierto, sin escote o decoración alguna, blanco y vacío, carente de alegría, como Diane — será tu mejor amiga desde ahora.

Astrid apretó los labios en una sonrisa, la señora Colleman era famosamente conocida por sus extravagantes y carísimos vestidos, ¿Quién era ella para decidir qué es modestia o no? ¿Acaso no era Dios el único con el derecho y capacidad de juzgar?

— Sí, como desee suegra — respondió la joven con esa sonrisa silenciosa e insulsa.  

De inmediato la joven se aparto, alejándose tanto de los vestidos como de la multitud, mirando hacía el suelo, sentada en una silla, una solitaria muñeca en una repisa a la espera de que sus dueños escogieran el vestido con el que querían jugar con ella. Un juguete silencioso y gentil. Astrid arrugo la nariz incomoda por la escena que veía, como toda madre hubo un momento en que soñó con la boda de su pequeña, pero ahora que estaba pasando se dio cuenta que nada era como ella lo soñaba, esa escena no era normal: su hija estaba apartada, no miraba nada con entusiasmo o daba su opinión, solo miraba sus dedos a la espera de que alguien más tomará la decisión por ella; Astrid quería ver a su hija feliz, observando con detalle cada vestido y adorno, que se volviera loca con los invitados y decoración, que su pastel de bodas fueran de 24 pisos de betune y chocolate o mejor aún, de manzana, pero en su lugar ella solo caminaba un par de pasos por detrás con la mirada baja y la boca sellada por una sonrisa prefabricada. 

Astrid hizo una mueca al ver el vestido que sostenía el pastor Colleman: era un vestido blanco largo y liso, sin curvas o adornos más allá de un disimulado encaje de flores en el pecho, de cuello largo y mangas hasta las muñecas con unos trazos de tela cayendo hacía el suelo, una falda esponjada de velo y una hilera de botones plateados en el pecho; más que un vestido de novia parecía algo que fácilmente se encontraría en el armario de una monja.

— Este vestido será perfecto, ¿no crees, Diane? — la chica ni siquiera miro el vestido, solo observo al pastor y asintió sonriendo.

— Lo que mi suegro decida estará bien para mí — sin soportarlo más Astrid se puso de pie, deseosa por escuchar de la voz de su hija alguna clase de opinión, ¿Dónde estaba esa niña rebelde que siempre decía lo que pensaba? ¿Dónde?

— ¿Tú qué opinas, Séfora?

— ¿"Séfora"? — la señora Colleman abrió los ojos sorprendida, sosteniendo dos tipos de velos, miró con desconcierto a la chica luciendo una incomoda sonrisa —. Creí que ibas a deshacerte de ese nombre cuando tomaras el apellido de mi hijo, así le darás al mundo la noticia de que la rebelde e imprudente chiquilla ha muerto y en su lugar una prudente, amable y digna mujer ha nacido.

—  Séfora aún es muy joven para ser considerada mujer — intervino Astrid.

—  Pero va a casarse en unos meses, un año cuanto mucho, es hora de que te tomes enserio tu papel como esposa, no querrás arruinar tu matrimonio antes de siquiera empezarlo, ¿verdad? — Astrid tuvo que hacer un esfuerzo sobre humano para no gritar, el tono de voz condescendiente de la esposa del pastor la estaba matando, pero antes de que pudiera abrir la boca la mano de su hija la detuvo.

— Sí, señora Colleman — Diane sostuvo la mano de su madre con cariño, acariciando sus dedos con cuidado, dándole breves apretones para tranquilizarla, un gesto que Eugenia le había enseñado aunque ella no lo recodara. 

— Llamame "Astrid", de todas formas tu pronto serás la nueva señora Colleman — la esposa del pastor regreso toda su atención a los velos, debatiéndose entre uno sencillo y otro más transparente con pequeñas mariposas bordadas a lo largo de la traslucida tela blanca —, pronto seré tu madre política y es mejor dejar las formalidades a un lado — la mujer termino decidiéndose por el velo traslucido con las mariposas, le dedico una mirada arrogante a la madre de su nuera y salto de alegría cuando una de las trabajadoras de la tienda llego con una serie de coronas para completar el conjunto de la novia, nuevamente Astrid intento intervenir pero el agarre de su hija la detuvo, la mujer se tranquilizo un poco al ver la sonrisa de su hija, pero seguía presa por la inquietud —, que bonitas — la esposa del pastor sostuvo con cuidado cada una de las coronas y diademas, buscando alguna que brillará, pero no demasiado como para opacarla a ella con su fabuloso vestido azul que hacía juego con sus ojos.

Astrid apretó los dientes mientras seguía diligentemente a su hija hacía los probadores, sostuvo con delicadeza la diadema de flores y hojas plateadas que la esposa del pastor había escogido, la miró con intranquilidad, nada de eso era algo que su hija, SU Séfora escogería, ella se habría vuelto loca buscando un vestido estilo sirena lleno de diamantes y con flores hasta en la sombra, sin mangas o con mangas cortas para soportar mejor el calor, sin velo y una corona tan grande, y hermosa que la misma reina Esther quedaría maravillada por su belleza o directamente escogería algún vestido hermoso pero barato para casarse por lo civil, y disfrutar de una luna de miel sin fin. Nada de eso era lo que Séfora habría escogido. La esposa del pastor sostuvo el velo al lado de la puerta del vestidor, como un guardia asegurándose de que el prisionero no escapara.

— Date prisa, querida, deseamos verte vestida de blanco — la esposa del pastor notó la mirada agrietada de Astrid hacía ella, la mujer estaba segura de que el odio que la madre de su nuera sentía por ella era debido a que le había logrado quitar al pastor Colleman, apostaba que Astrid Cheng deseaba con todo su corazón ser ella quien portara el titulo de "esposa del pastor", debía estarse muriendo de celos por verla a ella en "su lugar", pero lo que no sabía Astrid Colleman era que Astrid Cheng ni siquiera pensaba en su marido, solo en su angustiada hija que sonreía como si estuviera viviendo una maravilla aunque para la vieja Séfora fuera una pesadilla.

Diane salió del vestidor portando aquél vestido tan simplón y aunque en ella se veía bonito no era algo de su estilo, la joven se veía tan ajena a todo, tan alejada, una pieza que se forzaba a si misma a caber en el rompecabezas.

— ¡Perfecta! ¡Te vez encantadora! ¿No crees que se ve hermosa, señora Cheng?

— Llámeme Astrid y por favor déjeme a solas con mi hija.

— Bueno, pero la opinión de la suegra es muy importante, conozco muy bien a mi hijo y sé lo que a él le gusta o no, además...

— Gracias, espérenos afuera — la esposa del pastor la miró indignada pero tragándose su malestar se limito a sonreír retirándose del lugar entre murmullos enfadosos—. Si no quieres llevar ese vestido puedes escoger otro — Astrid esperaba que su hija suspirara aliviada y se alejará en busca de algún vestido que ella quisiera, pero solo se limito a parase sobre la pequeña plataforma y observar su reflejo en el inmenso espejo.

—  No, esta bien, las mangas son lindas y me gusta mucho la diadema.

La joven admiro su reflejo en el espejo, parecía una especie de fantasma, totalmente blanquecina, el vestido no era armonioso, no con ese montón de tul, si no fuera por su altura posiblemente se vería ahogada entre tanto tul blanco, no parecía ni se sentía como una novia pero lo atribuyo a los nervios mientras peinaba con sus dedos su largo cabello negro, se pregunto si le permitirían llevarlo suelto, le gustaba como se veía suelto pero conociendo  a su suegra no lo permitiría.

—  ¿Segura? No es nada — Astrid hizo una pausa mirando de arriba a bajo a la chica, no parecía su hija, era su hija, tenía su rostro, su voz pero su mirada desafiante y alegre no estaba, su brillo de felicidad había desaparecido por completo de su rostro, era su hija pero a la vez no — tu estilo.

— ¿Desde cuando te importa lo que yo quiero? — por un momento su hija regreso, volvió a ser su chica rebelde, pero solo fue un momento que ese brillo de tenacidad que tanto la caracterizaba regreso y con la misma velocidad que apareció desapareció — Perdón, madre, me altere.

—  Veo en tus ojos que no quieres casarte — Astrid tomo de la mano a su hija haciéndola bajar de la plataforma y mirándola cara a cara —, podemos irnos, acabar con todo esto, ¡Aún hay tiempo para detener la boda!

— Pero...todo ya esta pagado...la comida y...

Diane solo pudo pensar en sus orgullosos abuelos, en cómo estaban tan felices cuando se enteraron de su relación con Moisés y como sus rostros brillaban de jubilo cuando se comprometieron, todo en menos de un año.

— Todo ese dinero se puede recuperar, tus abuelos lo entenderán.

— Pero ¿Qué dirá la gente? El pastor se va a decepcionar...

— ¡No importa! — y como primer acto de amor maternal hacía su hija Astrid estaba más que dispuesta a soportar el escarmiento publico con tal de no verla infelizmente casada — No importa lo que las personas digan, si no te quieres casar nadie te puede obligar. 

La vista de Diane comenzó a nublarse hasta que pequeñas lagrimas indiscretas fluyeron por sus mejillas, pero con cada gota de dolor una sonrisa más grande se formaba en esos labios tan parecidos a los de la mujer frente a ella que le rogaba que no se casara. 

— Llevas toda la vida diciéndome que Moisés es el mejor hombre del mundo, ¿Qué ha cambiado?

— Tú, tú has cambiado, ya no sonríes, ya no haces chistes, siempre estás callada y pasas horas tocando el violín, esta no eres tu, esa no eres tu — la mujer señalo el reflejo de su hija en el espejo y la propia Diane se sorprendió por lo que veía, realmente no era ella — ¿Es por la muerte de tus amigos? Sabes que no tuviste la culpa de que fueran adictos, ¿verdad?

Diane permaneció en silencio reflexionando, pero no sabía muy bien qué era en lo que debía reflexionar, pensaba que sería su madre la más dichosa con su cambio de actitud pero en su lugar la miraba preocupada sin prestarle atención a mantener impecable su reputación, un hecho que siempre la había mantenido alerta, pero ahora parecía que no le interesaba ni nada ni nadie, solo ella, solo su hija. La muchacha no sabía qué sentir, era la primera vez que se sentía una prioridad para su madre y le resultaba bochornoso que fuera por esa clase de motivos.

— Lo sé, cada uno carga con sus respectivos pecados.

— ¿Pecados? Séfora...

— Diane, desde ahora prefiero que llames Diane, por favor — la chica tomo aire y se limpio las lagrimas entrando de regreso al vestidor el cual también poseía un espejo de cuerpo completo innegablemente grande —, agradezco tu preocupación, madre, pero solo estoy nerviosa — la chica observo su reflejo en el espejo, acariciando su cabello mientras daba pequeños giros intentando encontrarle alguna clase de gracia a tan insulsa prenda —, antes era una chica rebelde sin escrúpulos, ahora sé que estaba portándome mal, el pastor Nick Colleman me ayudo a cambiar.

— Pero hija...

— ¡Ahí estás! Lamento interrumpir este momento madre e hija,  pero no le coloque el velo a la novia y mi esposo nos esta esperando para verte, no podemos hacer esperar a tu futuro suegro, ¿verdad Diane? — dijo la esposa del pastor irrumpiendo en los vestidores con el traslucido velo en sus manos, haciendo caso omiso a la presencia de Astrid la señora Colleman se abrió paso hasta llegar a la escuálida muchacha que no dejaba de temblar llena de desconfianza y añoranza, con un movimiento tomo el cabello de la chica, atándolo en una coleta alta y deposito con fineza el velo que se deslizo como mantequilla derretida sobre el cuerpo de la silenciosa doncella, que solo podía ver su reflejo, solo mirar porque las tercas palabras se negaban a salir de su boca en busca de la libertad — Mi esposo dijo que te iba a quedar perfecto y nadie discute con el pastor, ¿verdad? — aquello ultimo lo dijo mientras una carcajada abonaba sus labios, Diane abrió los ojos y observo su reflejo sin contener el aliento. 

El velo cubría a la perfección todo su cuerpo, haciéndola parecer algo delicado, algo que debía ser cuidado, protegido en una caja de cristal para ser olvidado en lo más profundo de un viejo ático, la joven se sentía de una manera que no lograba comprender, como si estuviera traicionando algo importante que no lograba o no quería entender. En su primer acto de rebeldía en más de un año Diane metió sus manos entre el velo y jalo la horquilla que la señora Colleman había usado para sujetar su cabello, liberando de nuevo aquella cascada negra que era su melena, observo sus pies carentes de calzado unos segundos y camino hacia las afueras del probador, para mostrarle a su suegro lo que él había escogido, todo bajo la mirada angustiosa de su madre.

— Eres la novia más hermosa que he visto — pronuncio sin borrar la sonrisa de sus labios, por el rabillo del ojo Diane pudo ver como la señora Colleman hacía una mueca, bastante disgustada que su esposo tuviera la osadía de decirle hermosa a otra mujer que no fuera ella, pero lo disimulo bajo forzosos buenos deseos de dientes apretados —, solo faltan unas zapatillas y estarás lista para unirte a mi hijo, ¿Astrid? — ambas Astrid, suegra y madre dieron un paso al frente, lanzándose lascivas miradas por parte de Astrid Colleman y preocupados miramientos por parte de Astrid Cheng — Busca un par de zapatos cómodos, que sean lindos pero lo suficientemente cómodos para que nuestra hermosa novia pueda usarlos sin lastimarse, no queremos que suceda lo mismo de nuestra boda, ¿O sí? — la mujer del pastor se llevo las manos a las mejillas y negó con un rubor de penura que envolvió la totalidad de su rostro, haciendo memoria del estrepitoso y bochornoso espectáculo que protagonizo el día de su boda al caerse por el tamaño de sus altísimos tacones.

— ¡Claro que no! Enseguida buscaré algo apropiado para nuestra nueva integrante a la familia.

— ¿No sería mejor que Séfora los escogiera? — Astrid dio un paso al frente mirando con recelo al hombre que tanto admiro alguna vez, no le gustaba para nada como él y su esposa tomaban decisiones por su hija — Ya que no ha podido escoger sobre su vestido o accesorios que escoja los zapatos que llevará ese día.

La señora Colleman rápidamente intervino notando lo aturdido que estaba su marido por el actuar de una de sus seguidoras más devotas.

— Las jovenes suelen ser imprudentes, escogen lo más llamativo y menos apropiado, se dejan llevar por las apariencias, creo poder saber que es lo mejor para ella, a veces es bueno escuchar a la voz de la experiencia.

— Que ella decida, es mi hija la que se casa, no tú — murmuro la mujer con aspereza de que por fin su hija se revelara pero para su horror la chica estaba más preocupada por aplacar la indignación que carcomía a su futura suegra que por pelear por su felicidad.

— ¿Te estás divirtiendo preparando tu boda, zorra? — grito una mujer adentrándose furiosa a la boutique — ¡Preparando tu boda mientras mi hijo se pudre en una caja! — Serena, la madre adoptiva de Mustafa encestó una bofetada en el rostro de la joven novia que se tambaleo producto del abrupto golpe.

Diane cayó sobre uno de los muebles blancos y acolchados de la boutique, su cabello negro se envolvió en su rostro, pegándose a su mejilla recién golpeada como si quisiera amortiguar un posible segundo golpe.

—  ¡Serena! — rápidamente el pastor Colleman tomo a la mujer poniendo distancia entre su nuera y ella, para evitar que la chica fuera blanco de otro golpe — Sé que la vida sin Mustafá ha sido un martirio, pero la chica no es responsable por...— pero la mujer no escuchaba razones, solo gritaba y lanzaba chillidos, y lamentos siendo presa de grandes dolores que carcomían su cuerpo, y corazón, perder a su hijo la había destrozado, pero más era su dolor al haber comprendido que ella no había sido una buena madre para él.

— ¡Claro que tuvo algo que ver! ¿De dónde más pudieron haber salido las drogas? ¡Ella se las debió haber dado!  

— ¡Eso es mentira! ¡Mi hija no consume drogas! — grito Astrid ayudando a su hija a ponerse de pie, le quito el velo de un movimiento e inspecciono sus mejillas, notando el estampado de dedos enrojecidos que comenzaban a adornar el rostro de la niña.

— ¡Mi hijo tampoco! ¿Cómo explicas que tu hija se haya salvado? ¡Ella se las dio! ¡Maldita perra, te pudrirás en el infierno! — escupió ella molesta.

Astrid estaba lista para devolverle el golpe a la mujer cuando la mano de su hija la detuvo, con todo el sosiego del mundo la joven se puso frente a la afligida madre, la Séfora anterior le habría de vuelto el golpe o le habría dicho todas sus falencias en la crianza de Mustafá que llevaron al joven a ser infeliz, pero en su lugar ella solo le sonrió ofreciéndole su otra mejilla.

— Le ruego perdón, no le entregue ninguna droga a su hijo, pero soy culpable al no haber prestado atención, pido perdón por no haber podido salvar a Mustafá. 

La mujer observo consternada a la chica, levanto su mano para darle en la mejilla que ofrecía pero al final solo termino murmurando maldiciones.

— Te quemaras en el infierno por lo que le hiciste a mi hijo, perra — la mujer se fue, afligida por no tener a Mustafá con ella, con vida, quería pedirle perdón, de haber sabido que lo perdería tan pronto jamás lo hubiera tratado con tanta crueldad e indiferencia como ella lo había hecho, pero era más fácil para ella culpar a una adolescente que a si misma, se negaba aceptar su culpa, todos los días se repetía que su hijo tomaba drogas era por la mala influencia de sus amigos, no por su abrumadora madre que lo insultaba al menos siete veces al día y estaba segura que se había suicidado por una mala ingesta de medicamentos, no porque ella lo hubiera abrumado hasta hacerlo desear morir solo para poder librarse de sus maltratos, solo para descansar de ella, aunque fuera un rato.

— Lo sé — susurro la joven dándose la vuelta y recogiendo el velo que había caído al suelo. La chica trato de tranquilizar a su madre pidiéndole que le buscará algunos zapatos con la señora Colleman mientras ella iba y se cambiaba, la mujer acepto, sin querer dejarla sola pero complaciendo sus deseos.

Diane regreso al vestidor y doblo con delicadeza el velo guardándolo en una caja junto a la diadema, intento ignorar los comentarios y las miradas extrañas que le dedicaban los demás compradores ante tal espectáculo, se sintió aliviada al percatarse que el vestidor estaba vacío se tomo la libertad de dejar su recién comprados velo y diadema en una de las sillas, y entro al vestidor para quitarse el vestido que comenzaba a pegarse con su piel, era bastante pesado y la sofocaba pero ¿Qué se podía hacer? Como bien había dicho la señora Colleman nadie le decía que no a un pastor, mucho más si era el gran Nick Colleman, fiel creyente y humilde servidor que rescataba a los jovenes descarriados de las garras del mal.

La chica estaba luchando con la hilera de botones cuando escucho como abrían la puerta del vestidor, de inmediato levanto la cabeza asustada pero se tranquilizo al ver por el reflejo del espejo que era el pastor.

— Me apena mucho haber presenciado esa discusión — musito el hombre en tono severo, la misma clase de tono que empleaba para sus sermones sobre el apocalipsis y el fin de los tiempos.

— Lo lamento — dijo la chica consiguiendo por fin desabrochar los rebeldes botones.

El hombre se recostó contra la puerta, admirando a la jovencita que inocentemente se quitaba el vestido, lo colgaba en un gancho y comenzaba a ponerse su ropa habitual, pero antes de que la camisa azul opacara la vista de su sostén blanco hablo.

— Ya va siendo hora de que cambies esa cara, por tu culpa tu madre piensa que te estamos obligando o algo — y entonces el pastor Colleman poso su mano sobre el pecho izquierdo de su nuera, su boca se hizo agua mientras saboreaba la firmeza de aquellos senos virgenes con los que su hijo tendría la dicha de jugar —, dime, Diane, ¿Te estamos obligando? — la chica negó, jugueteando nerviosamente con su pantalón —, entonces actúa como una novia normal: dichosa, nerviosa no como una loca sin sentimientos — el hombre uso su mano libre para bajar el sostén de la chica, dejando libres sus senos, su mano volvió a plantarse sobre aquél pecho y los estrujo con codicia, anhelando tocarla como lo hacía en sus clases de lectura bíblica, sus dedos encontraron el pezón y sin dudarlo pellizco, la chica hizo un gesto de dolor mientras apretaba con más fuerza su pantalón.

El pastor Colleman termino de bajar por completo el sostén de la chica y la inmovilizo contra el espejo, mientras con su otra mano bajaba la cremallera de su pantalón.

— Como padre es mi deber asegurarme que seas el mejor partido para mi hijo, por eso ya es siendo hora de que te acostumbres a ver uno de estos — el hombre sostuvo su intimidad entre sus manos, comenzando a frotarla entre las piernas de la chica —, pronto tendrás uno de estos dentro tuyo, así que es mejor que te prepare — la muchacha estaba aterrada y parecía querer irse, pero el hombre la abrazo y le susurro las palabras que sabía que la convencerían de obedecerla ciegamente como debía ser —, esta es la voluntad del señor.

De inmediato la chica se tranquilizo y dejo su cuerpo a merced del pastor para que el cumpliera la "voluntad" de Dios.



¿Por qué crees en Dios?

¿Por temor o por amor?

¿Por presión familiar?

¿Por costumbre?

¿Siquiera crees realmente en Él?

Diane usualmente soñaba que se rompía los dedos, se los arrancaba, a veces con sus blancos dientes, otras se arrancaba los dedos con sus propios dedos, soñar ya no era suficiente, no lo era, tenía pecados que expiar y perdón que ganar. Con animosidad contemplo la iglesia en donde sus dos mejores amigos habían perecido y en donde en unos meses contraería nupcias. Observo con sorpresa a la cantidad considerable de hermanos de iglesia, que haciendo uso de herramientas comenzaban a desmontar pieza por pieza del templo, con las mujeres preparando jarra tras jarra de limonada y bocadillos, guardando algunos objetos en un una pila de cajas frente a la iglesia que poco a poco comenzaba a ser destrozada.

— Mirá, están sacando las cosas viejas de la iglesia — Astrid apoyo su cabeza sobre el hombro de su hija sorprendida como poco a poco aquél maravilloso templo comenzaba a desaparecer.

— ¿Qué harán con ellas?

— Donarlas, probablemente.

— ¡Hola! ¿Cómo están el día de hoy? — la señora Colleman llego con dos sándwiches en mano dando saltitos en el verde pasto que comenzaba a llenarse de escombros —. Gracias Diane por venir a apoyar a los trabajadores de nuestra iglesia.

— Es mi deber, algún día esta será la iglesia de Moisés.

— Y también la de tu hijo — Astrid se horrorizo por aquello, cualquiera que conociera a Séfora sabría sobre su aversión al embarazo, pero su hija solo siguió sonriendo y cortando limones para preparar más limonada mientras la iglesia era derrumbada frente a ellas — Si quieres puedes escoger algo.

— ¿Escoger? — pregunto sorprendida mirando el cumulo de aparatos, mesas, sillas y demás objetos que alguna vez estuvieron dentro del templo.

— Sí, a lo mejor y encuentras algo que te guste, la remodelación será total, no quedará ni una sola piedra original, todo será cambiado, todo nuevo — la señora Colleman levanto la mirada, observando angustiado el templo —, así comenzaremos de nuevo y podremos olvidar los viejos recuerdos. Una nueva iglesia desde cero. Dice mi esposo que es lo mejor.

— ¿Y de dónde saldrá el dinero para la absoluta remodelación de la iglesia? ¿Será acaso de los diezmos? — inquirió Astrid, desde hacia un tiempo había comenzado a notar irregularidades en el manejo del diezmo de la iglesia, ¿De dónde sacaba tanto dinero la señora Colleman para sus lujosas fiestas, vestidos y regalos? ¿De dónde sacaban tanto dinero para una mansión y cinco autos? 

La señora Colleman palideceo, mirando horrorizada a la mujer.

— Disculpen, tengo que irme, se esta acabando el hielo para las bebidas de nuestros fieles trabajadores.

La pequeña mujer se apresuro a desaparecer, aunque aún quedaban kilos de hielo para las bebidas.

— Creo que tenías razón, hija, el pastor Colleman hace mal uso de los diezmos y ofrendas.

— No digas eso, mamá — Diane continuo vertiendo azúcar en la jarra, para hacer más limonada —, el pastor Colleman es un enviado de Dios y sabe lo que es mejor.

— Pero hija, ¡Están destruyendo una iglesia por deporte! Y quienes trabajan son los mismos miembros, no hay forma de que no se usen los diezmos para la renovación.

Pero Diane no escuchaba, sus ojos estaban fijos en una de las tantas cajas que sacaban de la iglesia, una que contenía un periódico que hablaba sobre una masa de carne encontrada flotando en el espacio.


Por fin la iglesia había sido remodelada, ahora era más grande y más hermosa que nunca. Parecía un palacio. La entrada al paraíso, decía el pastor Colleman y como primer acto de inauguración de la iglesia el pastor celebraría la boda de su único hijo con la oveja descarriada que regresaba alegremente al redil. 

Las sillas estaban decoradas con listones blancos, los pilares de la iglesia adornados por flores de cientos de colores y olores, el pulpito cristalino estaba lleno de blancura y cual lluvia pequeños pétalos de rosas blancas caían del cielo siendo alegremente lanzados por los miembros más jovenes de la iglesia, quienes sonreirían mientras dedicaban alabanzas y deseos de buena voluntad para la nueva pareja. Diane contuvo la respiración mientras le eran abotonados la hilera de botones plateados de su vestido, dos hermanas de la iglesia frotaban con fragancias perfumadas sus manos y cuello, mientras otras dos le acomodaban bien el vestido, rebajaron bastante el tul de la falda y agregaron más pedrería lo que sin duda había mejorado la simple prenda. Colocaron los zapatos en sus pies y adornaron con modesto maquillaje su rostro. Las hermanas de Moisés trajeron la caja que contenía la diadema y el velo, su madre les ordeno que las dejarán a un lado mientras ella comenzaba a trenzar el cabello de Diane para finalmente adornarlo con un hermoso tocado blanco que hacía juego con la diadema.

— Quisiera llevar suelto el cabello, por favor — pidió la novia, sintiendo que era muy exagerado llevar una diadema y un tocado en su peinado, pero, como siempre su petición fue ignorada.

—  ¿Y que se desordene para las fotos? ¡Ni hablar! Trenzado y sujeto por esta horquilla se vera fenomenal.

Terminaron de arreglarla y la dejaron a solas, a la espera de que su futuro esposo llegará y poder bajar para unirse en matrimonio ante la congregación como testigos de su amor. Diane admiro su reflejo, nunca pensó verse así, pero si esa era la voluntad del Creador la aceptaba gustosa, eso decía el pastor Colleman y él era un enviado de Dios, observo con desanimo su violín — la señora Colleman le ordeno tocar para su propia boda, un pequeño especial para demostrar su buena voluntad para con la congregación y la obra —  y se pregunto si alguna vez podría volver a mirarlo con amor, no entendía porque sentía tanta aversión por él, pero así era. Se levanto del tocador y acaricio el estuche áspero, con cuidado lo abrió y sujeto el instrumento entre sus brazos, acunándolo contra su pecho. La suite de preparación nupcial era una habitación individual donde el pastor podría practicar sus sermones, una gran y hermosa oficina, con un balcón mucho más grande que el anterior para poder predicarle a los fieles. Con sus pegajosos dedos producto de la loción toco las cuerdas, apretó como si fuera una espada su arco y lo levanto, llevando el violín a su posición, comenzando a tocar.

Las cuerdas vibraban mientras entonaban con gran entusiasmo jugosas melodías que Diane había aprendido a despreciar, cada sonido, cada tonada era una puñalada, una tortura. Odiaba el violín, lo odiaba, quería partirlo o lanzarlo desde el balcón, odiaba como habían convertido en algo que amaba en una obligación <<Debes usar tus talentos para Dios>> ¿Usar sus talentos no debía ser algo voluntario? Odiaba el violín y se odiaba a si misma por no haber muerto junto a sus amigos. Ir al infierno, eso era lo que merecía. Las cuerdas rogaron piedad mientras Diane las estrujaba hasta la saciedad, golpeando su arco contra el violín, haciendo desgarrar el crin del arco, clavo sus dedos en la cuerda hasta que no los sintió más, golpeo el arco castigando a su instrumento hasta que no pudo tocar más.

Séfora dejo su violín a un lado y caminando rápidamente, salto por el mismo balcón por el cual el pastor Colleman predicaba, rompiendo así sus dedos como tanto lo deseaba.

— Diane — dijo la señora Colleman desde la puerta haciéndola despertar de su ensimismamiento —, es hora.

Observo su reflejo una ultima vez y se puso de pie para cumplir la voluntad de otros, no suya, no de Dios, sino la del pastor.

Su fantasmal figura resaltaba entre la multitud, no solo por ser la novia, también por lo frágil que se veía, tan pequeña, joven e inocente y ya estaba a punto de casarse. Espero al fondo del pasillo a que comenzará a sonar la clásica marcha nupcial para poder caminar y encontrarse con aquél joven que añoraba convertirse pronto en su marido.

— Te estás salvando del infierno y la condenación, Diane, esta es la voluntad de Dios — dijo el pastor Colleman al llegar a su lado — ¿Lo entiendes?

— Lo entiendo.

— Como tu suegro y cabeza del hogar seguiremos teniendo clases bíblicas privadas.

— ¿Incluso ahora que esté casada? — pregunto sorprendida recordando todas las veces que el pastor Colleman oraba con sus manos en su intimidad para que fuera fértil y diera muchos hijos.

— Incluso ahora — el hombre deslizo sus manos por la cintura de la chica, bajando hasta tocar más abajo de la espalda, acaricio los redondos glúteos de la novia ocultos bajo una no tan inflada falda de tul —, solo no se lo digas a mi hijo, recuerda que yo soy un fiel discípulo del señor — el hombre le dio una nalgada y con gran orgullo, y regocijo camino hasta el pulpito.

Pronto la marcha nupcial comenzó a sonar y a pasos lentos Diane camino por el interminable pasillo que sellaría su destino. Mientras caminaba hacía el altar Diane solo podía escuchar la armoniosa voz de una soprano a la cual se le unieron muchas más voces exaltando el nombre de Dios y bendiciendo su unión, las voces eran cálidas, llenas de gentileza y dicha, era como si Dios realmente estuviera ahí, en los aires, saliendo de tan gloriosas melodías. Él estaba ahí, no en las nuevas cristaleras, no en la cruz de metal sobre el escenario, estaba ahí en cada sonrisa y palpito de jubilo que los presentes entonaban, estaba alrededor de sus fieles de buena voluntad, en el aire que entraba en sus pulmones y en la sangre caliente de su nervioso corazón. Por fin llegó frente a su marido que la esperaba con una mano extendida y una sonrisa.

— Y Dios dijo no es bueno que el hombre este solo, le haré una compañera idónea y con todo tu deseo será para tu marido, y él tendrá dominio sobre ti.  

La muchacha escucho en silencio las palabras de santidad que sellaban su unión en sagrado matrimonio. A Moisés le incitaron a ser protector, fiel, un buen líder del hogar y a proteger el corazón de la chica a su lado. A Diane le absortaron a la obediencia, a vivir el amor, a someterse a su marido y a dar cuantos hijos le fueran posibles para criarlos según el ministerio.

— Una vez dijiste que nunca te casarías conmigo — susurro Moisés lleno de orgullo —, henos aquí.

— Di tus votos, hijo mío — ordeno el pastor Colleman brillando de orgullo.

— Yo, Moisés Colleman — el joven miro los ojos de aquella despiada chica que tanto le había negado el amor, ahora por fin sería suya, como siempre debió ser — te recibo a ti, Diane, como mi esposa y acepto humildemente mi designio como tu marido, estaré a tu lado en la prosperidad y en la adversidad, en la felicidad o en las penurias, nunca te dejaré, estaré a tus lados todos los días de nuestras vidas y prometo amarte hasta el final de mis días.

— Ahora tu, Diane — reitero el pastor. La chica observo el altar, específicamente a la cruz de metal, Moisés había dicho esas palabras con tanta seguridad que no había duda alguna que eran sinceras, pero ella no sentía lo mismo, al menos no en su totalidad, rogaba que Dios la perdonara por mentir, pero se esforzaría por amar a su esposo, lo haría con todas las fuerzas de su afligido corazón. 

— Yo, Diane Cheng, me entrego a ti como esposa y te recibo con gozo como mi marido. Prometo respetarte y obedecerte, en la felicidad o en la tristeza y así amarte todos los días de mi vida.

— ¡Que lo que Dios une el hombre no lo separe! Moisés, ¿Tomas a esta mujer como tu esposa?

— Acepto — respondió el sin dudar, elevando sus manos hacía la chica y levantando el velo para descubrir su rostro, Diane vio en sus ojos amor y calidez, se sintió mal por entender que él llevaba mucho tiempo añorándola en secreto y ahora por fin abría los ojos y aceptaba sus sentimientos.

— Y tu, Diane, ¿Aceptas a este hombre como tu esposo?

La muchacha levanto la mirada observando al cielo.

¿Es este tu propósito para mí?

Pensó en sus amigos, en su familia, en su violín, en las muñecas que le quitaban los dedos y en lo que podría haber sido. Llego a la conclusión de que no había ningún "podría", ese era su destino y lo aceptaba humildemente para salvarse de las llamas infernales de la perdición. Moisés sostuvo con cariños sus manos, esperando ansioso que ella dijera el "Sí, acepto", debía hacerle entender a su corazón que ella no lo amaba, al menos no con la misma pasión que él lo hacía, aún así añoraba que algún día ella pudiera mirarlo de la misma forma en la que ella a él. Diane bajo la mirada y contemplo a los ojos al chico que por tanto tiempo había rechazado pero ahora se obligaría a amarlo.

— Acepto — susurro la chica con una gran sonrisa, mientras apretaba el brazo de su ahora esposo.

FIN.

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