Cuando me voy a dormir

Séfora sumergió sus manos en el agua con hielo, casi pudo ver sus dedos echar humo, le sorprendió que siguieran sin derretirse, los tomo con cuidado en ambas manos acunándolos entre sus dedos, notando que esos no eran los mismos hielos que ella había traído, esos eran más grandes y no tenían la forma de corazón del molde que siempre usaba o tal vez si eran los mismos hielos, y ella no lo recordaba. Siguió sumergiendo sus manos el agua fría, frotando los hielos entre sus manos y debajo de sus uñas, sosteniéndolos durante varios segundos, abrió las manos y agarro con las palmas abiertas todos los hielos que pudo, apretándolos hasta que dejo de sentir sus manos, hasta que comenzaron a quemar. Repitió ese ritual por tercera vez, era su forma de calmarse, no solo cuando debía tocar el violín, también en ocasiones estresantes, en ese momento no estaba estresada, pero si confusa, era mejor centrar su mente en los hielos que en lo que estaba pasando, ya que ciertamente nada tenía sentido. 

Giro su cabeza para observar a sus amigos, Adán murmuraba cosas inentendibles contra la pared y Mustafá permanecía acostado en el suelo, sin decir o hacer nada, solo mirando hacía el cielo, de vez en cuando la lucidez volvía a ellos pero cuando Adán regresaba, Séfora y Mustafá se iban, cuando Mustafá retornaba de su extraño estado mental Adán y Séfora se marchaban, cuando Séfora volvía las mentes Mustafá y Adán eran consumidas por sombras confusas. Era como si las visiones se turnaran para aparecer, como si aquellos mundos extraños esperaran pacientemente para adueñarse de su mente, destruir sus cerebros y colapsar sus sueños. La chica siguió frotando los hielos contra su piel, sin percatarse que las palmas de sus manos se estaban quemando, no podía sentir el dolor, no podía sentir nada.

Pecadores.

La chica levantó la cabeza y miró a su alrededor, sin entender de dónde había venido esa voz. Al principio las cosas no parecían ser nada más que sucesos sin sentido pero hasta cierto punto agradables, pero la chica había tenido que contemplar como era forzada a danzar por pequeños duendecillos que quemaban sus pies con diminutas agujas de coser expulsadas del inferior de una fogata, mientras tocaba el violín, pero al no hacerlo perfecto las criaturas se subían sobre su cuerpo y abriendo su estomago en un corte limpio metían sus manitas entre la herida, jalando de cada extremo abriendo el corte hasta su cuello, extrayendo cuatro costillas de su cuerpo, las adorables criaturas de rosadas mejillas y zapatitos de champiñón rodeaban su cuerpo inerte mientras una a una arrancaban las partes de su columna vertebral, uniéndola y usando su caja torácica para crear un violín, el más perfecto violín porque erá parte de ella, quizás de esa forma su madre la podría amar.

— No podemos quedarnos aquí — la cabeza de la chica giro como un resorte, Adán había regresado, pero estaba terrible, tenía los ojos hinchados y enrojecidos, Séfora no lo había notado antes pero se veía más delgado y pálido, incluso una leve capa de barba comenzaba a surgir en su rostro —, las sombras vendrán por nosotros.

— ¿Qué sombras? — pregunto Séfora.

— Las sombras que dicen que obtendré mi merecido, es lo que merezco, me persiguen e intentan llevarme a la oscuridad — respondió.

El pastor sabe lo que es mejor para ti.

— ¿Y qué hacemos? — la joven señaló con su entumecida mano detrás de ella, su cerebro envió una señal a sus dedos para que señalaran, pero sus dedos estaban tan fríos que no había sangre que los hiciera obedecer, entonces señalo con su mano caída en donde debería estar la puerta — ¡No hay salida!

El pastor guia a sus ovejas.

— Debe haber algo que podamos hacer — insistió —, algo raro está pasando.

— ¿También has visto cosas raras? — interrogó Séfora, las cosas que veía no eran normales pero no tan desagradables, no del todo para ella. Adán asintió, temblando al recordar tan vívidas visiones — ¿Qué has visto?

— No...no puedo decirlo — el poco color en el rostro de Adán desapareció, abrió la boca como si fuera a vomitar, cayendo al suelo y expulsando un liquido amarillento de su boca.

— ¡Adán! — la joven corrío en auxilio de su amigo, coloco sus manos dobladas hacia adentro en la espalda de su amigo, intentando aliviar su malestar, pero con cada nuevo roce el joven se retorcía vomitando más y más de ese liquido amarillo, pronto una masa de color rosa pálido mancho el liquido verde, haciendo temblar al chico que no paraba de vomitar — ¡Por favor, ayudame! — suplico Adán sin poder dejar de vomitar, la chica no sabía qué podía hacer pero comenzó a alejarse al notar algo viscoso que se movía entre el verdoso fluido.

— ¿Esos son...? ¿Son...? — Séfora se subió a una de las sillas del escenario, contemplando con horror esas criaturas de gris rojizo, retorciéndose por el suelo de la iglesia, nadando en esa mezcla de acuosidad — ¿Gusanos?

— ¿De qué hablas? — grito Adán, cayendo sobre su propio vomito, sin fuerzas como para mantenerse de pie, coloco sus brazos detrás de su espalda e intento empujarse para enderezarse, fue incapaz de apoyar los brazos, miraba a su alrededor, sin notar ninguna clase de movimiento más allá del propio intentando levantarse y calmar sus lamentos  — ¡No hay ningún gusano! — la masa rosa pálido que su cuerpo había expulsado comenzó a temblar, abriéndose por la mitad, Adán dejo de respirar al contemplar el globo ocular que lo observaba curioso desde el interior de la masa, la deforme criatura hecha de manzana triturada y viscosa movió su único ojo, mirando de un lado a otro, regresando la inmensidad vacía de su mirada a los ojos del dueño del estomago del cual había salido — ¡SÉFORA! ¡SACAME DE AQUÍ! — gritaba el muchacho, temiendo ser alcanzado por la masa de un solo ojo, la chica por su parte no comprendía el motivo por el cual su amigo se retorcía asustado por el vomito sin nada en especial en vez de los gusanos que se removían a su lado — ¡SÉFORA! — asqueada por los gusanos bajo de la silla y levanto a su amigo, agradeciendo que no hubiera caído del todo sobre su vomito, solo una parte de su chaqueta estaba sucia y con gusanos rompiendo la cuerina para entrar en el interior de la piel.

Sin perder el tiempo la muchacha arrastro a su amigo hasta encima del escenario, pesaba pero sus entumecidas manos fueron capaces de subirlo sin muchos problemas, dejando la parte dura para sus piernas, Séfora dio un tiró de Adán para terminar de subirlo a la plataforma, sintió como si algo en su interior se desgarrara por la fuerza aplicada y cayo moribunda sobre la alfombra rojiza que recubría el suelo del escenario, haciendo juego con las cortinas rojas. La chica respiraba de forma pesada, exhausta y completamente segura de haberse roto algo al aplicar tanta fuerza, tras unos segundos se enderezó, con Adán jadeando sobre su pecho, lo empujo con su mano a un lado, enderezándose más y sacando su cintura de debajo de la espalda de su amigo, colocando sus manos ya no tan entumecidas debajo de la nuca de Adán deposito su cabeza con cuidado sobre el suelo, hizo un ultimo esfuerzo y empujo más el cuerpo de su amigo sobre la plataforma, deseando alejarlo lo más posible de tan repugnantes y seseantes parasitos. Agotada cayo al suelo y se arrastro a cuatro patas por el escenario y aún más confusa vio que no había rastro alguno de gusanos en aquella viscosidad verde.

— Ya no están — susurro, mirando a todas partes, se agacho más sobre la plataforma para mirar debajo de las sillas frente a ella, tal vez los gusanos se habrían arrastrado debajo de ellas, ocultando su asquerosidad en la oscuridad, pero no vio nada.

— ¿Dónde esta Afá? — pregunto Adán sin aliento, creía que en cualquier momento iba a desvanecerse. 

— ¿Eh? — la chica miro a su amigo confusa al darse cuenta de que su otro amigo no estaba por ninguna parte, se puso de pie de un solo salto lo que la hizo tambalearse y casi caer, pero agitando sus brazos por los aires logró recuperar la compostura unos segundos, segundos suficientes para escanear la habitación y comprobar que no había señal alguna del moreno.

Séfora cayo sentada en el escenario, con su cabeza girando como una antena para todas partes intentando captar señal. Mirara por donde mirara no había señal alguna de Mustafá.

— Los gusanos se lo comieron — comprendió la chica.

— Maldita sea, Séfora, ¡NO HABÍAN GUSANOS! — Adán logró recuperar el aliento, mirando enfurecido a su amiga, ¿por qué decía cosas que en realidad no estaban sucediendo? — ¡Solo estaba esa cosa con un solo ojo!

— ¡Mentiroso! — lo reprendió Séfora girándose hacía él — ¡No digas tonterías! ¡El vomito no tiene ojos! — la chica miro confundida a su amiga, ladeando la cabeza — ¿Tenías puesta una camisa azul? — Adán miro su cuerpo y se sentó de un solo movimiento contemplando su vestimenta, no era la que llevaba puesta cuando llego y no había rastro alguno de la chaqueta.

Anonadado el joven intento recordar en qué momento se había cambiado de ropa, pero su confusión aumento al notar que su amiga llevaba puesta una blusa rosada de manga larga, una falda a cuadros también rosada y unos botines, ya no tenía medias y lo más raro aún: llevaba rosa; a Séfora no le gustaba el rosa.

— ¿Llevabas puesta esa ropa? — inquieta la chica miró su cuerpo sin comprender dónde estaba su vestido rojo.

— No...— sintiéndose insegura la muchacha se abrazo a si misma, observo angustiada a su amigo, buscando en él consuelo —, Adán, ¿Qué esta pasando?

Pecadores. 

Volvió a escuchar Séfora, nuevamente sin saber de dónde venían esas voces.

— ¿Oíste eso?

— ¿Oír qué? — la joven negó, resignándose a que Adán no viera lo mismo que ella. La fémina se levanto, extendiendo sus manos a su débil acompañante, no había notado las mejillas rosadas y lo guapo que estaba —. Busquemos a Mustafá y vámonos de aquí.

Pecadores.

Respirando de forma pesada Séfora jalo el cuerpo de su amigo, haciendo que él la usara como apoyo, las piernas de la chica se doblaron y casi cayo con todo, y Adán, pero sacando fuerzas de donde no tenía logró mantenerse de pie. 
Poco a poco Adán recupero su movilidad, logrando dar pequeños pasos, sin necesitar tanto de la chica como soporte. Caminaron entre los luminosos pasillos de la iglesia, la luces de las bombillas blancas quemaban sus ojos y provocaban que vieran pequeñas motas de colores flotar de un lado a otro, encontraron a Mustafá al lado de unas cajas tiradas en el suelo, cajas que contenían cientos de periódicos, el muchacho estaba inmóvil mirando a la nada, con un periódico colgando de su mano derecha.

— ¡Mustafá! — Séfora recargo el cuerpo de Adán sobre una pared y fue en busca de su amigo, tomándolo de los hombros para intentar llevárselo — ¡Vamos! ¡Mustafá! Tenemos que irnos — el muchacho cayo desplomado, apretando confuso su cabellera negra y rizada, con los ojos tan abiertos que se volvían visibles las venas rojas.

— ¿A dónde? — pregunto en un hilo de voz.

— A la salida.

— No hay salida — susurro entre sollozos —, no hay salida.

— ¡Encontraremos una forma de irnos! — insistió la joven, tirando de la mano de su amigo, pero él solo atino a lanzarle uno de los periódicos a la cara.

— ¡No hay salida! ¡Nos condenamos y ahora estamos atrapados! — confusa Séfora tomo el periódico.

Entre más leía más se horrorizaba, era la noticia sobre el descubrimiento de tres cadáveres humanos fusionados, flotando en el espacio. Leyó con atención cada parte de la noticia, atemorizada por los diversos relatos de familias y personas aleatorias sobre el caso, todos estaban aterrados. Cuando llego al penúltimo relato su corazón se detuvo al leer que la familia dueña de aquella anécdota no era nada más ni nada menos que la del pastor Colleman, Séfora tuvo que sentarse para poder leerla y procesar el significado de tales letras, con horror comprendió las palabras de Mustafá, la agonía invadió cada rincón de su ser a la vez que su cerebro se contorsionaba en repulsión mientras intentaba procesar las letras del periódico.

— ¡No es posible! — grito Adán levantando del suelo otro periódico que contenía las fotos de tres jovenes desaparecidos y recompensas por cualquier información que se pudiera dar sobre su paradero a las autoridades — ¡NO ES CIERTO! — Séfora miró hacía al frente y sus ojos se encontraron con la verdad: allí, justo al frente de la pila bautismal estaba el pulpito del pastor, descansando al lado de una biblia hecha de mármol con el salmo 23 escrito en ella estaban tres fotografías, con tres ataúdes vacíos.

— En memoria de Séfora Cheng, Mustafá Carroway y Adán Jones, que Dios los tenga en su gloria — leyó en voz alta la joven, intento levantarse e ir hacía el pulpito para contemplar su destino, al apoyar su pie sintió algo haciendo presión al bajar la mirada se encontró con un par de tacones en lugar de sus botas.

Sin saber qué más hacer corrío hasta el baño de mujeres y contemplo su reflejo: ya no había botas, vestido rosa o falda, solo un vestido negro, completamente negro; la muchacha miro a sus compañeros y vio que ellos también estaban completamente vestidos de negro, al mirar al frente ya no estaba el espejo, solo una pared blanca. Anonadada Séfora intento ir con sus amigos, que pronunciaban sollozos a gran clamor, sin entender lo que pasaba, la chica sintió algo que se doblaba debajo del tacón y al revisar vio un papel enrollado, con cansancio se quito un tacón, luego el otro, sin dejar de ver a sus amigos, temiendo que al  perderlos de vista al igual que el espejo desaparecieran. Fue del segundo zapato, el derecho que vio el pedazo de papel atravesado por el tacón, dejo de ver a sus amigos unos segundos y tomo entre sus dedos en trozo arrugado de papel, inspeccionando su contenido y al hacerlo cayo sin aliento al suelo.

<<Los recordaremos con cariño.

Mustafá Carroway, Adán Jones y Séfora Cheng.

Por ser siempre honestos, amables y fieles seguidores de Dios, nos veremos en el cielo, en el paraíso.

Funeral simbólico, viernes 3:33 de la tarde.>> 

La chica sacudió sus manos en su cintura, sintiendo un bulto en un costado, sabiendo que era lo apretó en sus dedos y lanzó el dinero que su mamá le había dado para comer un helado, se negó a mirarlo, solo quería volver a casa.

El infierno es tu destino.

No hay más opción.

La chica se limpio las lagrimas que nublaban su vista revelando frente a ella un campo morado de negrosas sombras que consumían toda flor, toda luz y toda virtud. El campo de lavanda ondeaba sus flores con cariño mientras una a una se apartaba dejando un lote vacío, del cual surgió un castillo hecho de tierra y cenizas, con angustia la chica se contemplo a si misma entre los brazos de sus padres, brazos que se aferraban a ella mientras sollozaban incapaces de detener lo inevitable. Del interior del castillo dos figuras luminosas surgieron, no tocaban el suelo pero se movían hacía ellos, la chica se vio a si misma negando y suplicando, con su pecho temblando tanto que parecía estar a punto de ceder, las dos figuras llegaron frente a ellos, Astrid grito y Chris negó cuando la criatura hecha de luz extendió su mano señalando a la chica en medio de los dos, pero el ser hecho de claridad no se inmuto. No fueron necesarias las palabras, ni siquiera un gesto, pero la joven lo supo: ella había hecho algo malo, algo muy malo, algo tan horrible que nunca podría ser perdonado, la única opción era pagar por sus pecados.

Séfora contempló como los dos ángeles la arrastraban a la entrada del infierno, sus padres la miraban con lágrimas en los ojos, sobre todo su padre que al final sonrió porque entendía con mucho pesar que eso era lo que ella merecía, el infierno.

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