7
Hubo una serie de acontecimientos por los cuales Séfora se gano el repudio del pastor Nick Colleman y la ferviente creencia que aquella joven de tan hermoso semblante y sonrisa deslumbrante era descendiente de la mismísima Herodías, y cuya alma era la reencarnación de la propia Jezabel, su actitud también le hacia creer al hombre que Séfora era poseedora de los 7 demonios de María Magdalena. Uno de dichos acontecimientos fue la gran humillación que sufrió su único hijo varón, Moisés, al declarar públicamente ante la congregación su gran amor por la ególatra muchacha, su respuesta fue por lo menos sincera, pero excesivamente cruel en su opinión, en vez de tomar a su hijo y llevarlo a algún lugar apartado para rechazarlo frente a la congregación la chica juro, y perjuro cuanto lo odiaba e incluso asqueaba siquiera pensar en estar con él, destrozo las flores que tan gentilmente su hijo escogió para ella e ignoro los regalos que preparo por semanas.
La belleza empírica de Séfora la hacía de las criaturas más perversas que el pastor hubiera conocido, no solo ella estaba consciente de su don, también estaba consciente de que, cual sirena, podía atraer a los pobres hombres a su perdición. Su hijo no fue la excepción.
No podía esperar a que su hijo la hiciera mujer, para que en su tiempo a solas él le pudiera enseñar cómo hacer las cosas bien y ser una mujer de correcto pensar, y actuar. Él le enseñaría a ser una mujer según la biblia, sumisa callada y sonriente, una esclava del amor, aprovecharía cada oportunidad en la que su hijo no estuviera cerca para educar a su nuera y que ella se sometiera a él, siendo su suegro la máxima autoridad de lo que sería su nuevo hogar. No tenía dudas de que algún día ella estaría a su completa disposición, lo sabía bien, ya tenía a la madre de Séfora convencida de que no habría mejor varón en el mundo para su hija que Moisés, solo era cuestión de tiempo para que, por presión o aburrimiento ella se dejara llevar.
Debía admitir que pensaba mucho en la muchacha, sobre todo en lo que pudo ser. Desde siempre supo que se casaría con alguna mujer de orgulloso proceder, fue por eso que no pudo evitar posar su vista en Astrid Cheng y en todos esos ceros a la derecha que acompañaban su apellido, además de lo hermosa que de por si era la mujer, él a penas era un estudiante de teología de 22 años cuando conoció y se enamoro perdidamente de Astrid Cheng de 15 años, lastima que resulto ser una ramera que en contra de los deseos de sus padres entrego su pureza a un jardinero sin valor. Debía admitir que agradecía no ser el padre de Séfora, la chica estaba dotada con buenos senos, algo que ni siquiera el mejor de los padres podría resistir. Aún así resulto por lo menos desalentador descubrir que la vida que tenía planeada al lado de Astrid se arruino por la lujuria de la mujer, tenía tantos planes, tantos sueños por cumplir, Astrid sería su maravillosa esposa, una mujer digna de ser portadora del titulo "la esposa del pastor", tendrían tantos hijos como el cuerpo de la mujer lo permitiera y cuando ya la fabrica fuera demasiado vieja el pastor Colleman podría posar sus ojos en fabricas recién inauguradas, no planeaba ser abierto con ese tema, sería un secreto, pero todas las mujeres lo sabían, por algo cambiaban su aspecto tan a menudo, sabían que tarde o temprano el hombre se cansaba de lo mismo, ¿Para qué limitarse a comer el mismo postre por el resto de su vida cuando habían tantos manjares que probar? Por lo tanto se daría la libertad de degustar cuantas delicias deseara, pero lo haría a escondidas para que el insípido y viejo postre no se percatara de ello, pero lo que más ilusión le causaba era el entender que los patriarcas Cheng ya estaban viejos, no vivirían para siempre y como el esposo de su hija, y pastor de su iglesia podría convencerlos de poner a su nombre todo el jugoso patrimonio familiar. Su vida sería un sueño, lleno de riquezas y con una gran familia según las sagradas escrituras, esa era su recompensa, una recompensa digna de años de sacrificios, pero su tesoro, su preciada recompensa le fue arrebatada frente a sus ojos.
Conoció y se caso con su esposa Astrid al poco tiempo de que Astrid Cheng resultara embarazada, la otra Astrid, le pareció un chiste de mal gusto pero un remplazo aceptable, su antiguo destino y su esposa, las dos Astrid. Su esposa era una mujer insípida de una familia ejemplar pero sin tantos ceros a la derecha como los Cheng. Debía admitir que su único motivo para casarse con ella fueron las promesas de una modesta fortuna y varias propiedades, a parte de que la chica venía de una familia fértil, la mayoría de mujeres de su familia daban a luz varones, una que otra a una niña, él deseaba muchos hijos, tantos como la arena del mar, sentía que su semilla era demasiado valiosa como para no reproducirse y tenía la necesidad de mezclar su sangre entre la elite acaudalada de la ciudad, lo necesitaba más que nada, sus hijos debían ser procedentes de grandes familias, no solo por su parte, también por la de su madre y era su deber asegurar que su apellido se perpetuara de la mejor manera. La señora Colleman resulto ser un gran fiasco, sus dos primeros bebés fueron niñas y el pastor Colleman contemplo con angustia como su apellido se desvanecía por hijas que podían, y serían vendidas, la habría dejado hace muchos años acusándola de infidelidad si no fuera por que los negocios de su padre estaban yendo de maravilla, lo que significaba más dinero para él. Lo merecía, años de servicio debían ser recompensados. Paso por el cortejo de devotas jovencitas que ansiaban comprender los planes de Dios en las clases bíblicas de los domingos, ninguna lo rechazo, por el contrario, les honraba el poder ser llevas por un pastor a su cama, un hombre iluminado por la verdad. Una parte de su recompensa finalmente llego, dos años después del nacimiento de la criatura que le arrebato su destino, lo llamo Moisés, le pareció apropiado marcar territorio sobre la bebé, que ella supiera que de una u otra forma los Cheng se unirían a su familia y de inmediato le hizo saber a la familia Cheng sus intenciones de casar a la niña con su hijo, ellos lo aceptaron complacidos, después de todo nadie rechaza a "un hombre de Dios", endulzo la mente de su hijo con la promesa de una familia perfecta y una esposa bonita que besaría el suelo por donde pisará, todo mientras la señora Colleman se sumergía en la angustia de ver su juventud desvanecerse en sus dos hijas. El nacimiento de su hijo fue una autentica bendición, estaba agradecido por tenerlo pero aún más de no tener que intimar con su esposa nunca más.
Con orgullo ato la corbata alrededor de su cuello, entiendo que ese era el momento, ese día, en el concierto reafirmaría ser un enviado de Dios al traer de vuelta a las tres ovejas que iniciaron la rebelión. Decidió terminar de practicar su discurso en la calidez de la cocina, con un delicioso vaso de chocolate, una forma de relajarse pero también de pasar tiempo con sus hijos. Al llegar a la sala, Francisca, la empleada lo esperaba mientras su mujer no dejaba de darle miradas enfadosas y comentarios sarcásticos por no remojar la ropa de iglesia de su esposo antes de echarla en la lavadora, y por no planchar de una manera especifica sus vestidos. Al terminar el regaño, la señora Colleman despidió a la empleada, ordenándole hacer mejor las cosas o no habría próxima vez y se fue a la cocina, donde comenzó a preparar algunos bocadillos y el chocolate de su marido, la señora Colleman se negaba a permitir que otras mujeres sirvieran a su esposo, era su deber no hacer pecar a su marido y ser la mejor esposa posible.
— Los chicos que ahora no saben qué inventar — Moisés suspiro decepcionado, apagando el televisor y caminando hacía su madre, quien vertía una mezcla en moldes para horno, preparando algunos bocadillos para ser vendidos en el concierto.
— ¿Por qué lo dices, hijo? — pregunto la mujer, dejando a un lado lo que hacía para enfocar toda su atención a su mayor orgullo.
— Acabo de ver un reportaje en televisión, una nueva droga psicodélica se ha hecho famosa en la juventud de la ciudad.
— ¿Qué droga? — pregunto la señora Colleman con interés, teniendo en mente utilizar dicha sustancia en sus charlas con las otras damas de la iglesia en sus días de lectura bíblica, siendo la esposa del pastor su deber como buena cristiana era informar de los peligros que los niños de Dios podían sufrir en un mundo pagano.
— No alcance a ver el nombre real, pero causa alucinaciones tanto sensoriales, visuales y aditivas, la llaman coloquialmente como: "el purgatorio en una botella"; muchos chicos han muerto no por la ingesta de la droga como tal, las alucinaciones han llevado a más de uno a quitarse la vida por accidente — el joven miro con preocupación a sus hermanas, rogándole a Dios que ninguna fuera victima de dicha sustancia —, una chica salto de un edificio bajo los efectos de esa droga.
— ¡Dios mío! — exclamo la mujer exaltada —, no entiendo por qué las personas se arruinan las vidas así, ¿qué necesidad tienen de arruinar sus vidas por un momento de diversión?
— Eso es lo peor, los padres de la chica aseguran que nunca consumía drogas, la policía cree que tal vez la ingirió sin saberlo, se descubrió que los camuflan con caramelos y cosas dulces, una panadería fue cerrada por ello, usaban la droga para poner somnolientos a sus clientes y robarles todo su dinero, no hubo forma de probar que la panadería era la culpable de los robos hasta que un policía retirado probo un pastelillo con azúcar glas y despertó con la cuenta bancaria vacía. Nadie sospecharía de una panadería, era la coartada perfecta — el muchacho busco en su teléfono cualquier información de la noticia y con preocupación se lo enseño a su madre.
— Parece que fue su primera y ultima vez — la señora Colleman doblo un limpión, con un gesto de orgullo en su redonda cara —, por eso nuestro deber como madres es dedicar toda la atención posible a los hijos, ¡Yo nunca permitiría algo así! Mis hijos son personas correctas, dignos niños de Dios, puros, obedientes, inteligentes y muy educados, las madres de hoy en día prefieren trabajar, ir de fiesta o fornicar, cuando su único trabajo es cuidar de sus bendiciones, ¡Por eso tantos niños se van de la iglesia! Sus irresponsables madres no les prestan la atención y cuidado adecuado, un niño necesita de la valerosa enseñanza de su madre, en ningún momento debería descuidar a sus niños, pero como siempre el mundo llama malo a lo que es bueno y bueno a lo que es malo. Ojala dejaran de pintar a las mujeres casadas con hijos que trabajan como "guerreras", solo son unas irresponsables — la señora Colleman extendió su mano y tomo con suavidad la de su hijo, con una sonrisa de comercial en su cara —, te seré sincera, hijo querido, Séfora no me agrada, al menos no como tu esposa, es rebelde y una sinvergüenza, no tengo duda de que no cumpliría su labor como esposa y madre, al menos no de forma correcta.
— ¡Pero yo la amo! — la señora Colleman se llevo las manos al pecho, en un gesto de disgusto disfrazado de comprensión.
— Lo sé, lo sé, pero dime, ¿Enserio quieres perder valioso tiempo que podrías dedicar al cortejo de una buena chica cristiana con una joven que ni siquiera va a la iglesia? Séfora no es una buena chica cristiana, se viste con esa ropa reveladora, esas camisas sin manga, dice no querer tener hijos o casarse, rechazando el plan de Dios para toda mujer, tener hijos es parte de la realización de una joven, sin marido e hijos una nunca estará completa, ese es el objetivo de vida de toda buena cristiana.
— Yo puedo cambiarla, Séfora es joven, se deja influenciar por el mundo, pero yo sé que si persevero lograré guiarla por el camino del bien.
— Dios te oiga, hijo mío, Dios te oiga, odiaría que te casaras con ella y terminaras decepcionado — la señora Colleman regreso a su atención a los bocadillos, no permitiría que las otras mujeres de la iglesia opacaran su comida, sus postres serían los mejores del concierto y los más vendidos, como siempre.
La hija mayor de los Colleman, Virginia, llego a la cocina junto a su familia, vistiendo su clásico ropaje gris y desgastado, un intento desesperado de su madre por verse mejor que ella.
— Mamá, no hay azúcar.
— Busca bien, Virginia, tu padre compro un kilo hace un par de semanas.
— Ya busque y no hay.
— ¡Dios! ¿Por qué tengo que hacer todo yo? ¿Qué pecado estaré pagando para tener una hija tan incompetente? — la señora Colleman abrió el gabinete, con sus manos empujo algunos frascos, perpleja coloco sus manos en las puertas del gabinete, notando que el frasco rojo no estaba —, que raro, lo use para hacer limonada.
— ¿Qué limonada? — interrogo el pastor Colleman, dejando a un lado el discurso.
— La de los niños cielo, Séfora, Adán y Mustafá estaban chorreando en sudor, les prepare tres vasos de limonada.
— ¿Les diste limonada? — el pastor Colleman sintió su cuerpo entumecerse, no, eso no podía estar pasando, ellos no estaban en peligro, solo...
— Sí, ¿Dónde esta el azúcar? No tuve tiempo de probarla, ¿Es de una nueva marca? — angustiado el hombre se puso de pie y clavo sus dedos en los hombros de su mujer, haciéndola temblar asustada mientras la sacudía gritando, observando a sus dos hijos presentes con preocupación.
— ¡Astrid! ¿Le diste de esa azúcar a los niños?
— No...ya te dije que no tuve oportunidad de probarla, quería preparar algunos buñuelos dulces para la venta de hoy en el concierto, pero...no hay azúcar para usar.
— ¿Le diste limonada solo a Séfora, Mustafá y Adán?
— Sí...
— ¡¿Cuántos vasos?!
— Solo...solo uno a cada uno...
El hombre empujo a su esposa a un lado, corriendo hacía el auto, miro con angustia su reloj y dedujo que ya era demasiado tarde, probablemente ya habrían llegado los diáconos y el personal de decoración. Eso no debía ser así, nada malo debía pasar, nada malo...
El pastor Colleman paso saliva y piso el acelerador tan fuerte que no temío quedarse sin frenos. Ese ultimo mes había sido una maravilla, los tenía a su completa disposición y no hacía falta mucho para asustarlos, de haber sabido que su mujer les había dado más de la cuenta les habría prestado más atención, por lo menos no los habría dejado solos.
Cuando llego suspiro aliviado al no ver ninguna patrulla o ambulancia cercana, supuso que aún no habían llegado a esa parte de la iglesia. Entro tranquilo, saludando con cariño a toda alma que se interponía en su camino, acelero el paso cuando llego cerca a la pileta bautismal y comenzó a correr al dejar atrás el escenario donde tres ataúdes vacíos descansaban, con un enorme cartel que decía <<He vuelto a nacer>> haciendo alusión a la temática del concierto: dejar morir el pecado y renacer en Cristo; el propósito del concierto era que Séfora, Adán y Mustafá dejaran atrás su vida pecaminosa, se suponía que los chicos regresarían a la iglesia, dejando morir a su "yo" pecador y aceptando seguir los pasos ordenados por el pastor, pero para cumplir su cometido el pastor Colleman necesito de algunas ayudas, convenció a los padres de los tres muchachos de que ellos querían quedarse todo el mes previo al concierto en la iglesia para poder estrechar lazos con el Creador, constantemente Astrid enviaba un pastel de manzana, el favorito de su hija, alimentarlos fue fácil, reproducía sus palabras gracias a los parlantes de la iglesia en bucle, cerrar la iglesia por todo un mes fue más difícil, pero las termitas fueron una gran excusa. Verlos en ese estado lo hizo feliz, estaban tan débiles que no podían moverse, congelados por los terrores alucinativos que padecían, estaban pagando por sus pecados. El pastor Colleman llego al escenario y contemplo soslayo a la joven Cheng sentada en un rincón sobre su propia sangre, con las rodillas ausentas de piel y golpeando su cabeza contra la pared.
— Ruego misericordia, me arrepiento...
— ¡Séfora! — el pastor Colleman la reviso asustado y con más horror vio la cuerda colgada en la parte trasera del escenario.
Como pudo tomo a la chica y la llevo hacía al baño donde la limpio, y haciendo uso de sus dedos la obligo a vomitar, tras ello vertió en la garganta de la chica jugo de limón disuelto en agua y con cascara de limón rayada, roció su rostro con alcohol clínico, limpio sus heridas y la dejo semiconsciente en el baño, pero cuando quiso repetir las mismas acciones con los demás muchachos solo pudo orar para que nadie notara los cadáveres.
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