6

Estaban en la iglesia, otra vez.

La ultima vez que Séfora estuvo en aquella estructura moderna de grandes ventanales blindados, paredes blancas y un balcón tan grande como para que un dictador diera su discurso matutino no resulto bien, fue la ultima vez que toco frente a una multitud tan ingrata. Su madre le dio el típico discurso de <<Ya estás muy grande, no puedo obligarte a hacerlo>> pero bajo esas palabras las matices de las frases se ocultaban miradas mal intencionadas y reprimendas mentales, toco en el cumpleaños de su madre, un día feriado, Astrid le conto a todos sus amigos que su hija tocaría en la iglesia en esa ocasión por su cumpleaños, más que un regalo Séfora entendió que era una obligación, si no lo hacía al momento de que otras personas tocaran algún instrumento en el escenario Astrid comenzaría a murmurar entre dientes o decir lo agradable que debía ser tener un hijo que dedicara sus talentos a Dios y al llegar a casa le tocaría soportar los comentarios pasivo-agresivos de su madre. Tampoco a la chica le apetecía la idea de soportar la mirada de Astrid mientras alguien más a pasaba al escenario, no sabía si era celos o algo más pero cuando veía esa clase de cosas (sobre todo a otras chicas tocando el violín) una sensación de vacío la invadía. 
En esos momentos deseaba arrancarse los dedos.

Adán fue el siguiente en irse, lo hizo tras percatarse de que no estaba feliz, se suponía que ir a la iglesia debía ser un momento de unión, de felicidad y para estar en comunión con el creador, en su lugar se encontraba con chicos de su edad que pegaban patadas a la silla en donde se sentaba durante el sermón, adultos cuchicheando, mujeres criticándose unas a otras y hombres que iban solo a dormir. Era como un circo en vez de la casa de Dios. Sus padres hicieron de todo para llevarlo del regreso, desde amenazas hasta castigos, pero nada funciono, para Adán era un pecado ir con el alma indispuesta a la casa de Dios, no pecaría para salvar las apariencias y reputación de sus padres.

Mustafá fue el ultimo en tomar la decisión de no regresar a la iglesia. No fue algo espontaneo o influenciado por sus amigos, era algo que llevaba mucho tiempo pensando. Su madre era una viuda acaudalada del circulo intimo de la señora Colleman, cuando se entero de que ya no volvería a la iglesia entro en colera, le grito si quería irse al infierno y no le hablo por una semana. Le pregunto sobre sus motivos para no querer volver, cuando supo que estaba deprimido por algunos comentarios racistas de sus compañeros de clase bíblica decidió dejarlo quedarse en casa los días de ir a la iglesia, pero siempre soltaba indirectas sobre lo decepcionada que estaba de que no fuera fuerte y valiente.

— Bien, si quieren vayan afinando y preparando los atriles — el pastor Colleman guardo las llaves en el bolso negro, los tres adolescentes se dispusieron a prepararse, pero una mano en su hombro detuvo a Séfora — ¿Puedo hablar un momento contigo, querida?

Séfora sintió un repentino entumecimiento. Se le puso la cara rígida al mismo tiempo que se le descuajaban las tripas, hasta tal punto que temió que su rostro revelará su incomodidad. El pastor Colleman ignorante del malestar que provocaba en la chica la tomó del brazo y la guío detrás de una lona, donde nadie pudiera escucharlos.

— No empecemos a tocar todavía — murmuró Mustafá con la vista fija en la lona azul donde se ocultaban el pastor de la congregación y su amiga.

— ¿Por qué? — cuestionó Adán, tocando unos acordes de su guitarra.

— Debemos estar atentos, cualquier ruido sospechoso o lo que sea — Mustafá tomó el atril de Séfora, aflojando una parte, sacando el tubo de metal, dejándolo medio puesto para que fuera más fácil tomarlo —, en caso de ser necesario correr para salvar a Sefo.

Adán lo comprendió. Ambos se sentaron con la vista fija a la lona, afinando sus oídos, analizando cada sonido extraño, listos para correr en auxilio de su amiga.

— ¿De qué quiere hablar, pastor?

— Quisiera saber cuál es tu problema con mi hijo, si no es mucha molestia — Séfora succionó la parte interna de su mejilla, ¿Tan ciego estaba? ¿O era que lo sabía y prefería quedarse en la ignorancia?

— Yo...tengo mis motivos.

— ¿Puedo saber cuáles son esos? — Séfora exhaló profundo, dejando caer sus brazos a su costado, analizó el rostro del hombre y comprendió que no podría decirle la verdad, al menos no toda, el pastor Colleman no permitiría que arruinaran la imagen inmaculada de su hijo.

— Ya que insiste — la muchacha se inclinó más cerca del pastor, acunó sus manos alrededor de su boca para hacer eco y dijo: — con su hijo no podré tener la clase de vida que quiero — esperaba que esa respuesta fuera más que suficiente, pero conociendo al testarudo pastor como lo hacía dudaba que el hombre diera por concluido el asunto.

— ¿Y cual es esa clase de vida que tanto anhelas? — cuestionó el hombre con el ceño fruncido — ¿Una libertina? ¿Llena de excesos y felicidad pasajera?

— No, quiero una vida honesta, agradable y linda. Con su hijo qué me espera, ¿Embarazos y esclavitud doméstica? Él busca una ama de casa típica, tener tantos hijos como sean posibles y ser atendido como el rey del mundo. Eso no es nada de lo que yo quiero, ni en una pareja ni en la vida — la joven expresó aquel desmentido con excesiva ímpetu, tal vez así le quedaría claro al pastor.

— No tiene nada de malo que un hombre quiera una esposa servicial y devota — el hombre suavizo el tono, como si frente a él tuviera a una niña pequeña que no entiende porqué no puede comer por las orejas —, es algo natural, querer a alguien complementario.

— Sí, es cierto, no tiene nada de malo — Séfora dio unos pasos al frente, quedando muy cerca del pastor —, lo que si es malo es lo que usted hace.

— ¿Lo que yo hago? — pregunto confundido.

— Claro, usted y sus compinches no han dejado de acosarme para que acepté al clérigo de su hijo. Lo he dicho mil veces y lo diré otra vez: NO.

— Sólo quiero que mi único hijo sea feliz — dijo el pastor con tono afable.

— ¿Y mi felicidad? ¿Esa no importa?

— No estaría hablando contigo si no supiera que mi hijo podría hacerte feliz — cansada de la situación la chica se cruzó de brazos y puso distancia entre los dos.

— Dígame, le ruego que me explique — el tono teatral de la voz de la chica hizo al pastor enojar — ¿Cómo? — continuó — ¿Cómo puede hacerme feliz un hombre cuyos objetivos de vida son tan distintos a los míos?

— ¿No quieres casarte?

— Aún no lo sé, pero no quiero llenarme de hijos, no trabajar y...— Séfora paso saliva, conteniendo las lágrimas de impotencia que deseaban surcar sus mejillas como Colón en busca de arruinar vidas — entienda, esa es mi peor pesadilla, terminar así, como su esposa y ama de casa, teniendo vidas humanas a mi cargo, ¡Es mi peor temor! — agobiada por la situación Séfora se echó a llorar.

Sus familiares, sus conocidos y algunos amigos, todos parecían conspirar en su contra, ¿Por qué no podían entender? ¿Era tan difícil comprender que ella era una persona con deseos y sueños propios? Tampoco parecían entender que el pastor Colleman era un hombre, no un ángel enviado por Dios.
El pastor Colleman quiso consolar a la joven, hacerle entender que el matrimonio y la maternidad era lo que esperaba Dios de todas las mujeres, debía rendirse a su destino bíblico, servir y cuidar, entendía que para una mente joven y manipulable del actual siglo resultará aburrido o aterrador una vida así, pero Dios había hecho a la mujer para complacer al hombre, entre más rápido lo entendiera mejor. El pastor Colleman estaba a punto de tomar a la chica de los hombros cuando Mustafá y Adán irrumpieron en su escondite improvisado.

— ¡Sefo! ¿Estás bien? — Mustafá llevaba en sus manos el atril desarmado de su amiga, sus ojos escudriñaron la escena, enfocándose en los pantalones del pastor, no podía asegurar si estaban desabrochados pero presentía que sí.

— ¿Por qué llora? — interrogó Adán con su guitarra en alto, listo para despedazarla cual cantante de metal sobre la espalda del pastor.

— Nada — Séfora se alejó del pastor y sin mediar palabra se acurrucó en los brazos de Mustafá, quién la envolvió de inmediato, fue en ese momento que Adán se colocó frente a sus amigos, creando así una barrera humana que mantenía a Séfora sana y salva en su interior —, no quiero estar aquí — su voz fue un hilo acuoso y lamentero, no quería estar allí, la chica realmente no quería estar allí pero nadie podía entenderlo, nadie más que ella misma y sus amigos.

El pastor Colleman se le descuajaron las tripas al entender el motivo de la postura amenazante de los dos varones. Conteniendo su rabia e indignación sonrió, tomando la mochila negra y comenzando a retirarse.

— Tienen dos horas para ensayar, vendré por ustedes a las seis en punto — dijo el pastor Colleman con breve dolor en el pecho, disimulando su malestar con el tono afectuoso que usualmente usaba en sus predicaciones —, recuerden poner sus dones al servicio de Dios, esto no es por sus madres o familiares, es para Jesús.

El pastor Colleman se fue, dejándolos solos a los tres. Tras un rato llorando en los brazos de Mustafá la chica lo soltó, se limpió las lágrimas y fue en busca de su mochila, tomando el tarro con hielos y vertiendo los pocos hielos sobrevivientes al calor en una taza, sumergiendo sus dedos en el agua helada, preparándose para tocar.

— ¿Qué haces? — pregunto Adán, dejando a un lado su guitarra.

— Lo que siempre hago antes de tocar — respondió.

— ¿Enserio vas a tocar? — Séfora levantó la cabeza sorprendida, dejando de frotar los hielos contra sus dedos.

— Vámonos, Sefo, tú no quieres esto, yo tampoco y Tinkerbell menos.

— Es cierto — Adán tomó otra vez su guitarra, guardando el instrumento en su estuche —, Dios lo entenderá.

— Por algo nos dio el libre albedrío — concordó Mustafá —, para poder elegir.

— Pero, nuestros padres...— Mustafá la interrumpió.

— ¿Qué importa lo que ellos piensen? Nunca les hemos importado — Mustafá dejó el pedazo del atril en el suelo, sentándose en el borde del escenario —. Seamos sinceros, chicos, ninguno de nosotros es un hijo amado — el muchacho se sorprendió por la serenidad de su voz, era un pensamiento que siempre estuvo ahí, revoloteando cada cierto tiempo en su cerebro, pero nunca le había prestado atención, mucho menos dicho en voz alta —, Sefo, tu madre te odia, nunca te quiso y si hubiera podido abortar sin duda alguna lo hubiera hecho — la chica asintió, era algo que sabía, pero le avergonzaba entender que otras personas también lo sabían, a veces, no, constantemente Séfora pensaba que hubiera sido mejor ser abortada, ¿Acaso valía la pena vivir en un mundo donde no tenía voz ni voto? ¿Dónde sus deseos eran ignorados y sus necesidades pisoteados? No valía la pena vivir así, sabiendo que tú madre te odia, te odia y te mataría si tuviera la valentía de hacerlo —, y tú, Adán — el mencionado bajo la mirada, sabía lo que iba a decir —, tus padres te tuvieron porque <<se supone que es lo que se debe hacer>>, nunca te han querido y se la pasan criticando hasta como respiras, ¿Recuerdan lo que pasó con Meritamón? ¡Fue horrible! — todos dieron un resopló de pena al recordar a ese periquito verde adorable, mismo que los padres de Adán encerraron en el sótano como castigo por una mala nota de su hijo y cuando removieron el castigo solo quedaban las plumas del animal —, tú padre siempre hace promesas que no cumple, te dijo que si tocabas en la iglesia durante un año te daría un auto, ¿Y qué te dió? Un auto de juguete a control remoto, paso semanas haciendo bromas al respecto.

— Y a ti tu madre no te quiere porque la maternidad no era lo que ella soñaba — dijo Adán, recordando como la madre de Mustafá había hecho hasta la saciedad para poder adoptarlo y cuando descubrió que la maternidad era más que poner trajecitos lindos, y jugar con el bebé su mundo se derrumbó —, ahora ni siquiera te habla más allá de tres palabras al día, hace lo mínimo por ti.

— Exacto — Mustafá se puso de pie y miró con decepción su clarinete —, si les soy sincero odió mi clarinete, también el saxofón, mamá paso años obligándome ir a esas clases, soy una decepción para mi raza a los ojos de ella — Mustafá tomó el estuche y lo subió a su espalda —, no soy nada musical, no como según ella son mis ancestros, como si por ser negro debería ser un maestro en la música.

— Es una mujer blanca de ojos azules, ¿Qué esperabas?

— Lo sé, pero esperaba que los estereotipos no la cegaran, no entiendo para qué me adoptó si solo quería una máquina de música perfecta — el moreno levantó la mano y acarició su nuca cansado —, ya no haré esto, no me importa si no me vuelve a hablar nunca, ya no seré más su marioneta,  estoy cansado de mendigar amor, me voy — Mustafá se dió la vuelta y comenzó a caminar hacia la salida — ¿Vienen conmigo?

Séfora y Adán se miraron unos segundos, Mustafá tenía razón, sus padres se habían limitado a hacer lo mínimo, ellos también lo harían: buenas notas en el colegio y no causar problemas; basta de suplicar por migajas de amor.

Entusiasmados y riéndose por liberarse de aquella carga los tres amigos tomaron sus instrumentos, y caminaron a la puerta pero al abrirla en vez de encontrar un pasillo oscuro que diera a la salida trasera se encontraron con la sorpresa de que ya no había puerta.

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