5

Hubo una vez un joven hombre que deseaba hacer el bien, consideraba que si hacía las cosas bien y era de honrada conciencia la vida más temprano que tarde lo recompensaría, así paso años trabajando honestamente, de exquisitos modales y gráciles pensamientos. Un día vio su recompensa en un par de ojos brillantes y sonrisa encantadora, la pudo divisar con tanta claridad como veía los ceros a la derecha de una jugosa herencia, ¡Era esa! ¡Su dichosa recompensa! Entusiasmado fue en busca de su amado galardón, era más precioso que el oro, que la plata y la madera, no había hombre en la tierra más merecedor que él de aquella buena fortuna, pero para su pesar su buena voluntad y sensatez no sirvieron de nada, su recompensa fue arrebatada frente a sus ojos y tuvo que ver a la distancia como era otro quien se adueñaba de aquello que por trabajo y esfuerzo era suyo, le robaron su derecho a su trofeo, cada día contemplaba con agonía como su preciado tesoro era malgastado por el mal juicio de su rival jurado. Fue así como pensó y pensó en todo lo que fue su vida hasta ese día, era correcto y bueno, ¿Entonces por qué motivo le negaban el fruto de su justa vida? No, no permitiría que le arrebatarán lo suyo por derecho, mucho menos los muchos ceros que acompañaban a su recompensa de ojos y sonrisa encantadora.

— Recogeremos unas cosas y después iremos a la iglesia, si quieren ir al baño o beber algo salgan del auto, en la iglesia solo estará abierta la parte del escenario mientras ensayan, aprovechen — el pastor Colleman bajo del auto y sostuvo la puerta un par de segundos, con los ojos fijos en Séfora, la chica lo ignoró, concentrando toda su atención en el enorme árbol frente al jardín, el hombre suspiro con algo de decepción y cerro la puerta, dejando a los tres adolescentes solos en el auto.

La joven violinista continuo con los ojos fijos en aquel enorme árbol, le resultaba placentero observarlo, casi como si en esa planta el tiempo se negará a pasar, seguía igual de verde e imponente que siempre, verlo era un regalo cálido para su corazón.

— Tengo que ir al baño — murmuró Mustafá, sabiendo que su amiga se enojaría, ella odiaba la casa del pastor Colleman y haría de todo para no volver allá.

— ¡Qué extraño! — exclamó la chica mirando a sus acompañantes a través de sus lentes de sol — ¡Aquí adentro hace un calor de los mil infiernos!

— Es cierto — dijo Adán, percatándose de que la calefacción del vehículo estaba encendida, pero en vez de aire refrescante de las ventilaciones salían lenguas de fuego — ¡Que calor!

— Si me quedo aquí los hielos se van a derretir — Séfora saco la botella con hielos, notando que varios ya habían sucumbido al calor.

— Parece que no hay remedio — pronuncio Mustafá a su pesar, sabiendo que para Séfora sería duro volver a entrar en esa casa donde habitaba la peor de las plagas de Egipto —, debemos entrar.

El sol proyecto diversas sombras sobre la carretera al lado de la casa: un ala, un cuerno, tres pequeños y escuálidos muchachitos, hojas, extremos rectos de algo, el auto y demás, creando un espectáculo que podría haber sido hermoso si Séfora no tuviera tanto miedo por entrar.

Mustafá caminaba como un pato, apretando las piernas y sujetando sus manos alrededor de su vientre inundado de agua.

— ¡No entiendo por qué el pastor nos dio todas esas bebidas! — se quejó el moreno, golpeando la puerta — ¡El segundo diluvio universal ha llegado! — murmuraba el muchacho, temblando de ganas de vaciar el océano que se había formado dentro de su ombligo.

— Fuiste tú el que le aceptó todas esas bebidas — lo reprendió Adán —, ¿A quién se le ocurre beber tres botellas de zumo de uva a la vez? Solo a ti, Mustafá.

— ¡No quería ser maleducado! ¡Además...! — la puerta se abrió y de ella surgieron un par de manos delgadas, y ásperas pertenecientes a Astrid Colleman, la esposa del pastor.

— ¡Niños! Nicky me dijo que ustedes vendrían, ¡Ya me preguntaba donde estaban! ¿Quieren zumo de uva? — Adán le dedicó una mirada juguetona a su amigo, que no dejaba de temblar y retorcer sus piernas unas sobre otras.

— Yo no, pero Afá se muere de ganas de beber una, ¿Cierto, amigo? — el muchacho le dio una palmada en la espalda a su amigo y este con horror abrió la boca mientras sentía algo mojar sus pantalones.

— Eres el diablo hecho carne, Adán — susurro Mustafá, apartando de un empujón a la señora Colleman de la puerta y corriendo al baño, que para su mala suerte estaba en un segundo piso.

— ¿Qué le sucede a Mustafá? — pregunto la señora Colleman, mirando con consternación a los dos jóvenes restantes.

— Pubertad — respondió Adán entrando a la casa.

— ¿Todavía tiene la ropa vieja de Moisés? — pregunto Séfora, si sus cálculos no fallaban él era un par de tallas más grande que Mustafá pero con un buen cinturón no se notaría la diferencia y podría usar los pantalones del chico sin problema.

— Sí, querida, están en el armario del pasillo.

Séfora entro en la casa y subió las escaleras, fue al armario en medio de la habitación de las dos hijas del pastor y saco un par de pantalones marrones junto a un cinturón negro, llegó al baño y recostándose en la pared contraria tocó la puerta.

— ¿Ya acabaste con los dinosaurios?

— Maldito Adán, ¡Con razón lo expulsaron del paraíso!

— ¿Qué esperabas? Sabes lo vengativo que es y tú le debías una — desde el interior del baño Séfora pudo escuchar el respingo de indignación que dio su amigo.

— ¿Y qué hice yo?

— ¿Te tengo que recordar cuando  le robaste su ropa del vestidor en educación física? Estuvo encerrado cuatro horas desnudo con agua fría secándose sobre su cuerpo, se resfrío, le debías una.

— La venganza nunca es buena — dijo Mustafá mientras abría la puerta y tomaba las prendas —, mata el alma y la envenena.

Al sentir sus manos vacías la joven dio su misión por concluida, se disponía a regresar a la seguridad de la calle cuando Astrid la alcanzó, entregándole en la mano un vaso de limonada.

— Pareces cansada, cielo, eso no es muy atractivo — la mujer lo comentó con sarcasmo, ondeando su vestido rosa —, me alegra que Dios haya tocado tú corazón, sería un sacrilegio que desperdicies tu don en algo banal — Séfora le dio un sorbo al liquido, notando un sabor singular —, tienes suerte que en esta casa todos oramos por ti, para que Dios te guíe por el buen camino — la señora Colleman tomó de los hombros a la joven, con la misma clase de sonrisa que se dedica a alguien que acaba de hacer una tontería —, con la ayuda de Dios y de Nicky pronto volverás al redil, y serás una buena cristiana.

Sin decir más palabra la señora Colleman se retiró, bajando las escaleras de su acaudalada mansión comprada con los diezmos malversados de la iglesia, esos mismos que estaban destinados a ayudar al pobre y desvalido pero los cuales se estaban invirtiendo en horas en la peluquería para mantener su peinado. Astrid Colleman no tenía vida antes de su esposo, era como si hubiera estado en pausa esperando a que el pastor llegará. La señora Colleman era de cara redonda como una torta, el cabello de un marrón chocolate pero actualmente teñido de un rojo cobrizo, con un peinado cardado lleno de gel y fijador para el cabello, su piel era rojiza en el rostro y pálida en el resto del cuerpo, Séfora supuso que usaba maquillaje corporal o alguna clase de crema, era imposible que en menos de un mes de dejar el bronceado en aerosol estuviera así de pálida. La señora Colleman era la clase de mujer que se vestía como una muñeca, con grandes lazos, faldas a cuadros, sombreros a juego, zapatos que convienen y moños de todos los colores. Por alguna razón ella siempre destacaba mientras que sus hijas, Virginia y Tricia, vestían de manera más modesta, mangas largas, faldas tobilleras y prendas en una escala de grises, las dos adolescentes siempre desentonaban de su familia. Séfora tenía la teoría de que la señora Colleman lo hacía con toda la intención del mundo, siendo la clásica madre que ve su pérdida de juventud reflejada en la tersa piel de sus hijas. Celos. Simples y vanos celos.

Séfora se sentó a la mitad de las escaleras, sosteniendo el vaso de limonada con ambas manos, veía todo a la distancia, sintiéndose demasiado ajena a la situación, no quería estar allí, tampoco debería estarlo, justo a su lado había una gran ventana, a través de ella vio el mismo árbol que tanto había capturado su atención: solía jugar en ese árbol cuando era más joven, le encantaba subir allí y descansar bajo su sombra, pero lo que más le gustaba era que Moisés no sabía trepar, era su lugar seguro; la muchacha termino la bebida de un sorbo y dejó el vaso sobre el escalón, poniéndose de pie, acarició el desgastado marco blanco de la ventana, con una legión de termitas comenzando a corroer la madera, algunas astillas se clavaron en sus dedos, pero Séfora sólo aumento la presión, una de ellas termino por levantar la uña de la carne, fue en ese instante cuando apartó la mano y se llevó el dedo a la boca adolorida, bebiendo su propia sangre, inclinándose un poco miró debajo de la ventana, al césped artificial, dió un paso al frente, luego dos y finalmente se montó sobre el marco, sacando su dedo de la boca abrió el cristal de la ventana y de inmediato una brisa fresca revolvió su cabello, la chica libero una sonrisa y salto de la ventana.

— ¿Soñando despierta, Diane? — era él, el chico de sus pesadillas que a fuerzas quería ser el de sus sueños, sin decir palabra alguna se puso de pie, tomó el vaso vacío y comenzó a bajar las escaleras — ¿No me vas a saludar? — Moisés sonreía con dichosidad, su sonrisa siempre era cálida, amigable y benigna, pero con Séfora era algo más,  esa sonrisa de jovialidad solo la mostraba cuando estaba con ella.

— Hola, Moisés — su voz fue un leve susurro, de inmediato intento apartarse, el chico intento sacar un tema de conversación pero ella ya se había ido.

Con algo de lastima miró hacía la ventana, no comprendía porqué ella no lo quería, peor aún, lo odiaba, desde que tenía memoria siempre fueron él y ella, todos decían que se casarían, llamaban cariñosamente a Séfora <<la esposa del pastorcito>>, cada canto de la iglesia, cada evento caritativo todo lo hacía pensando en ella, en sus ojos, su sonrisa maravillosa, ella era su sueño, su recompensa. Sintiéndose algo tonto por no poder hablar bajo las escaleras, rogándole a Dios que su pena se apartara y pudiera hablar con la chica sin tartamudear u olvidar como respirar.

Séfora llego a la vez que Mustafá y Adán comenzaban a pelear, ambos chicos aprovecharon que la señora Colleman se encontraba en otra habitación para intentar ajustar cuentas.

— ¡Ya, ya! ¡Esperen a la salida para derramar sangre! — la chica puso sus manos en la cabezas de ambos chicos, apartándolos evitando que siguieran empujándose.

— ¡Eres un monstruo sin corazón! — grito Mustafá intentando llegar a Adán — ¡Odio la ropa de Moisés! ¡Siento que en cualquier momento me iré al infierno al estar en contacto con algo santo!

— ¡Eso te pasa por dejarme solo en los vestidores del colegio! — lo reprendió Adán, manteniéndose a distancia de su amigo, pero pronto Mustafá desistió de sus intentos de venganza cuando Moisés llego —. hablando del que suda agua bendita.

— ¿Me hablas? — a Mustafá y Adán les molestaba muchísimas cosas de Moisés, algunas menos que otras, pero algo que les ponía a hervir la sangre era ver su aparente "inocencia", todo el mundo con tres neuronas sabía que ese chico dedicado, amable y que casi volaba de lo perfecto que era no existía, pero lo que más los molestaba era las constantes comparaciones de sus madres con él: <<¿Por qué no eres como Moisés? ¡A él le va bien en clases!>> <<Moisés es un chico devoto, aprende de él>>, <<Ojala fueras más como Moisés>>, todas esas comparaciones eran dolorosas, no hay nada peor para un hijo que saber que es una decepción para sus progenitores.

— No, hablaba solo, es bueno para la salud mental — respondió con sarcasmo, pero Moisés no pareció notarlo, sus ojos estaban fijos en Séfora, en la bella Séfora, cada gesto de ella le resultaba poesía visual, pero la imagen estaba manchada, por algo rojo que goteaba.

— ¡Estás herida! — exclamó el muchacho con preocupación.

Séfora se apretó los labios ocultando su mano detrás de la su falda. Moisés salió disparado hacia la cocina y de allí regreso con un botiquín de primeros auxilios.

— Déjame ayudarte — Séfora vaciló un poco pero al tener tanto público no tuvo más remedio que sentarse y extender su mano.

Moisés la tomó y con delicadeza sus dedos palparon el algodón con alcohol en la herida, Séfora hizo una mueca por el ardor, Moisés presiono más, ella intento apartar la mano pero él sujeto su muñeca con firmeza, presionando el algodón con tanta fuerza que el dedo comenzó a sangrar otra vez.

— ¡Auch!

— Perdóname, no quería ser tan brusco — Moisés relajo su agarre sobre la muñeca de la chica, sus labios rosados se posaron sobre la palma de la mano y subieron hasta su herida — ¿Mejor? Los besos mágicos suelen arreglarlo todo.

— Sí, está mejor, gracias — el muchacho colocó una bandita en el dedo de la joven, palpando su mano con pulcritud, la chica no lo sabía pero el muchacho añoraba ver en esa pequeña y delgada mano un anillo que hiciera juego con aquél que portaba entre sus dedos.

— Que bien que se animaron a entrar — el pastor Colleman llevaba una gran maleta negra entre sus manos, misma que deposito junto a la mesa, colocándose al lado de su hijo, una mini copia exacta de él pero con ojos azules, mismo cabello marrón oscuro, misma nariz griega, misma pasión por la iglesia y mismo nivel de santidad, si estuvieran en la época de Jesús sin duda alguna serían sus fieles apóstoles —. Moisés esta muy emocionado por verlos tocar, ¿verdad, hijo?

— Sí, es hermoso el don musical que tienen, Dios los bendijo con un regalo especial, es bueno verlos utilizar ese regalo para él.

— Mi hijo extrañaba escucharte tocar, Séfora — la mencionada paso saliva de manera disimulada, toda esa situación la ponía incomoda —, de seguro ahora tocara más seguido, ¿cierto, Séfora?

— Con la ayuda de Dios no será así, pastor — respondió la chica evitando la mirada del hombre.

— ¿Por qué?

— No me gusta tocar frente a multitudes, me da miedo — se excuso, una verdad a medias, no diría, al menos no frente al pastor, que su verdadero motivo era el temor de comenzar a odiar su amado violín, cuando te obligan a hacer algo que amas inevitablemente comienzas a odiarlo, más si lo haces frente apersonas que no lo aprecian.

— Es una lastima, tienes un don inigualable — el hombre parecía genuinamente decepcionado, tratando de disimular su pesar miró su reloj y luego al grupo de adolescentes —, Mustafá, Adán, vengan conmigo, estamos en temporada de limones y quisiera que les llevaran algunos a sus madres — los muchachos asintieron, siguiendo al pastor hacía al jardín con algunas cestas de plástico.

Séfora jugueteo unos segundos con la bandita que le acababa de poner Moisés en su dedo, a veces se preguntaba si Dios realmente la amaba o ella era el anticristo y todavía no lo sabía, siempre terminaba en horribles situaciones que deseaba con toda su alma evitar, una de ellas era quedarse a solas con Moisés. 

— Es una pena que tengas miedo a las multitudes, tu don es hermoso — comento, deseando tener esa mano lastimada entre las suyas, para así poder reconfortarla y evitar que se volviera a dañar —, al igual que tú.

— Gracias, supongo.

— La modestia es buena, pero también es bueno saber aceptar un cumplido — Moisés estiro su mano y con la punta de sus dedos rozo el cabello de la chica, era suave, casi como una brisa fresca, ella se encogió en su lugar clavando sus uñas sobre la herida, completamente tensa —, debes aprender a aceptar los cumplidos, de la misma manera en la que me gustaría que me aceptaras — Séfora negó con la cabeza, apartando la mano del chico —, lo lamento, no debí tocarte sin tu permiso.

— No lo entiendo, puedes tener a cualquier chica, ¡Literalmente todas las chicas se mueren por ti! ¡Sobre todo las de la iglesia! — nadie negaría el encanto natural del joven, muchas chicas cristianas tienen el sueño de casarse con el pastor y juntos formar una familia según la palabra de Dios, pero Séfora no, su peor temor a parte de odiar su violín era casarse con un pastor, era siempre lo mismo: mujeres brillantes, con estudios y carreras importantes, seguras de si mismas y con grandes sueños por cumplir, quedaban reducidas a ser "la esposa del pastor"; muchas de ellas abandonaban su profesión a los pocos años de casarse, a veces a los meses, se dedicaban al hogar y en menos de lo que esperaban ya estaban descalzas, y embarazadas, caminando a un paso atrás de su esposo, mudándose cada cierto tiempo, lidiando con cada evento y dejando de ser ellas mismas para cumplir el arquetipo de esposa perfecta —, de todas esas chicas, ¿me quieres a mí? — era algo incomprensible, tenía a cientos de admiradoras, era gentil y sin duda el futuro pastor más hermoso de todos, su sonrisa era intoxicante, todos querían una parte de él, pero tan brillante joven solo tenía ojos para ella.

— Hemos sido amigos desde niños, siempre te vi como...un sueño — confeso pensativo.

— ¿Un sueño? — pregunto Séfora confundida.

— Sí, un sueño — Moisés asintió, mirándola fijamente a los ojos —, algo tan hermoso, tan singular y genuino que no puedo describirlo de otra forma que no sea un sueño — Séfora se cruzo de brazos, bufando molesta, actuaba como si fuera algo bueno — y luego vino el sueño — la mirada de Moisés cambio por completo: el azul de sus ojos se volvió más intenso, brillante y vivaz, era como si estuviera en otro mundo —, una noche le pedí a Dios que me diera el sueño más hermoso del mundo, llevaba mucho tiempo sin dormir bien, sentía que el enemigo me agobiaba y quería atacarme, le rogué a Dios que me diera el mejor de los sueños, uno en el cual pensar en tiempos de necesidad — la mirada blanquina de Moisés se poso sobre la chica, admirando esa obra de arte en forma de mujer hecha por el Creador del mundo — y soñé contigo — el chico se enderezo, relamiéndome los labios y respirando con lentitud, saboreando cada parte de ese ritual sagrado de revelar su sueño más preciado: — estábamos en un jardín, tan hermoso como el Edén, llevabas un vestido blanco y tu cabello lleno de flores, tomabas mi mano y frente al mundo entero me declarabas tu amor — Moisés bajo la mirada riéndose —, todo el mundo fue a felicitarnos, personas de todas las naciones llegaron para desear nuestra felicidad, incluso María venía, ¡La madre de Jesús! Colocaba un velo sobre tu cabeza y decía que eras descendiente de su estirpe, y que yo estaba destinado a ti, corríamos por el jardín, danzando tomados de la mano, flores llovían del cielo y se transformaban en diamantes al caer al suelo. Nos recostamos en el césped y acinaste mi rostro con tus manos de artista, me mirabas a los ojos, no eran necesarias las palabras para saber que me amabas, tus ojos lo decían todo — el joven levanto la mirada, observando con detenimiento el vientre plano de la joven —, teníamos hijos, tantos como Dios quiso, niños hermosos y fuertes, criados bajo la palabra del Señor, éramos felices — el muchacho levanto su mano y tomo la de Séfora —, éramos felices, miraba tu rostro luminoso y por alguna razón sabía que todo estaría bien, todo estará bien, lo estará si estamos juntos — Séfora aparto su mano, haciendo una mueca.

— Que pesadilla — dijo, provocando en Moisés una mirada confusa, el chico parecía a punto de replicar cuando regreso el pastor Colleman con Adán y Mustafá.

— Beban un poco de limonada — el hombre dejo los limones en una bolsa y de la nevera saco un frasco con el liquido verde agua, sirviéndolo en diversos vasos —, como ya dije, es temporada y no quiero desperdiciar los regalos de Dios

— ¡Ugh! ¡Esta muy agría! — Adán hizo un gesto de asco, dejando el vaso a un lado.

— Disculpen, olvide el azúcar — de un frasco saco un polvo blanco y lo vertió en cada uno de los vasos, menos en el de Moisés, el chico miraba a la muchacha desesperado ignorando por completo el vaso frente a él —. Terminen de beber y nos vamos — Séfora, Mustafá y Adán terminaron las bebidas en pocos segundos, anhelando terminar con todo lo antes posible.

— Gracias, pastor, estaba rica la limonada.

— Sí, refrescante — dijeron los jovenes yendo hacía el auto, pero justo cuando Séfora iba a salir de la casa el hijo del pastor la intercepto, tomándola del brazo.

— Te lo imploro, Séfora, intenta considerarlo, sin ti...¡Sin ti los planes de Dios para mi vida no estarán completos! — el pastor Colleman apretó los puños, estaba cansado de ver a su hijo sufrir por una chica sin corazón, fría y voraz, cruel como ninguna otra. Moisés tomo la mano de la muchacha, apretando levemente la herida —. He estado enamorado de ti por mucho tiempo, mi corazón duele de saber que de ti solo tengo desprecio, ten piedad y al menos piénsalo — Séfora lo miró con una sonrisa.

— Lo haré — dijo para soltarse de él.


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