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Pasado.

Eugenia llegó a la vida de Séfora cuando la bebé ya tenía un par de meses, en todos sus años cuidando a niños nunca había tenido el infortunio de toparse con un niño tan llorón, la niña de tan solo un par de meses no lloraban como tal, Séfora gritaba hasta perder la voz y las lágrimas e incluso entonces no dejaba de abrir su boca sin dentadura para emitir gritos silenciosos. Eugenia había dedicado toda su vida al cuidado de los niños, en su juventud estudio para maestra de primaria, en su adultez ayudo a cuidar a niños abandonados en una ONG, también fue una de las voluntarias que recibió a los niños desertores de UML, pequeños rescatados durante el denominado "Gran Raptó", un acontecimiento histórico en donde tanto hombres como mujeres de UML unieron fuerzas para sacar a todos los niños posibles y desertar con ellos a otros países, la mayoría huyó en un avión, los pocos desafortunados que subieron al barco destinado a sacarlos del país terminaron en el fondo del mar, el gobernador de Gondwana se negó a permitir que se marcharan y lanzo una bomba hacia el barco, destruyéndolo y acabando con la vida de sus tripulantes. Los niños eran su vida, nunca tuvo hijos propios pero si un centenar de hijos del alma y aunque amaba ese trabajo con su vida tuvo que abandonarlo cuando una carta bomba termino por arrebatarle tres dedos.

La vida desde entonces era demasiado tranquila y algo aburrida, vivía sin lujos y necesidades, en una pequeña pero acogedora casa que el gobierno le entrego junto a un subsidio de por vida por sus contribuciones al país, intento conseguir trabajo ejerciendo su profesión, pero la rechazaron por ser una opositora del régimen de UML, temían que su presencia hiciera que cualquier escuela se convirtiera en uno de los objetivos para futuros ataques terroristas, ahora con 60 años dedicaba sus días a tejer, cocinar, ver televisión y comprar cuanta figurita de porcelana se le cruzara en frente, no fue hasta que una de las antiguas bebés que había cuidado durante su juventud la contacto, diciéndole que una de sus amigas acababa de tener una hija y necesitaba de una niñera. De inmediato Eugenia lustro sus zapatos, perfumo su vestido amarillo y empaco una buena cantidad de golosinas caseras con las cuales malcriaría a la criatura, esperaba que al llegar a la ostentosa casa sería recibida por alguna mujer treintañera, con gran estilo de la moda y poco sentido maternal, los ricos usualmente solo tenían hijos para no donar sus fortunas a la caridad, eran escasos los padres adinerados que deseaban tener hijos y los amaban con la misma intensidad. Cuando llego a la casona de blancos ventanales quien la recibió fue una jovencita que parecía demasiado cansada cargando a una bebé en brazos, la sangre de Eugenia hirvió en sus venas, ¿Por qué los padres tenían la mala costumbre de convertir a sus hijos mayores en cuidadores no remunerados de sus hijos más jovenes?

— No sé qué más puedo hacer ¡No puedo hacer que está cosa deje de llorar! — se quejo la joven chica, meciendo con violencia a la niña.

<<¿Esta cosa?>> la mujer no se sintió del todo horrorizada, entendía que era una niña en camino de convertirse en mujer, aún era joven y le parecía injusto que sus ricachones padres la pusieran al cuidado de su hermana, a penas se encontrara con la madre de ambas niñas le daría la reprimenda de su vida.

— ¿Le ha cambiado el pañal? — no fue como tal una pregunta, Eugenia ya lo sabía, el hedor y el enorme bulto sobresaliendo del vestido de volantes azul del bebé lo confirmaba.

Astrid abrió los ojos sorprendida, impactada porque su joven mente en desarrollo no comprendía que los bebés también hicieran sus necesidades, miró a la niña con inquietud y casi la lanzó a los brazos de Eugenia, moviendo sus manos de un lado a otro asqueada.

— ¡La estaba cargando! — Eugenia reprimió una carcajada y meció con cuidado a la pequeña, a penas se dio la vuelta para llevarla a su habitación y cambiarla Astrid desapareció.

Al abrir el pañal de la bebé Eugenia se quedo horrorizada: tenía mínimo los desechos de tres días, rápidamente busco toallitas húmedas pero no encontró ninguna, menos mal la mujer nunca salía de casa hacía el trabajo sin una pañalera, nunca se sabe qué clase de productos usaban las madres y padres, siempre era bueno tener la mejor opción; cuando limpio a la niña notó que su piel estaba amoratada, casi negra en unas zonas, la carne viva brillaba en su intimidad y con preocupación se pregunto cómo no había muerto la criatura de dolor. Después de llenar toda la intimidad de la niña con pomada busco entre su pañalera un pañal más suave, los que la niña tenía eran de mala calidad, el áspero material friccionaba con la piel y provocaba que se rozara, haciéndola llorar. Eugenia tomo a la bebé rosita y llorona entre sus brazos, juntándola en su cadera, dándole botecitos, para removerle los gases, en pocos minutos la niña se quedo dormida.

Tras dejarla en su cuna Eugenia fue en búsqueda de la hermana de la bebé, la encontró bronceándose junto la piscina, con un manicurista retocando su barniz rojo.

— ¿Tardarán mucho tus padres en llegar? — cuestiono la mujer, ansiosa por devorar a gritos a los irresponsables padres.

— ¿Para qué? 

— Necesito hablar con ellos, por supuesto, establecer el horario, mi sueldo y hacerles saber el trato tan inhumano que esta sufriendo su hija — Astrid tomo aire y miro el agua azul de la piscina, haciéndole una señal al manicurista para que se fuera.

— Gracias, Raúl, terminamos después — Astrid se sentó en el borde de la silla con las piernas flexionadas, entonces Eugenia se percato de una cicatriz en la parte baja del abdomen de la muchacha, oculto bajo el bikini azul, esa cicatriz podría ser de cualquier cosa, pero la mujer nunca confundiría esa clase de marca: era una cicatriz de cesárea; Astrid notó la mirada de Eugenia y al percatarse en donde miraba se cubrió con una toalla —. Supongo que ya lo notaste.

— ¿Qué edad tienes? — pregunto de inmediato Eugenia, debatiéndose si llamar a protección de menores o no.

— Pronto cumpliré 18.

— ¿La bebé...es tuya? — Astrid asintió con el mismo pesar y vergüenza de alguien que ha cometido un sacrilegio, y no puede ocultarlo. Durante sus años de trabajo la mujer se había encontrado con muchas madres adolescentes, siempre su corazón se rompía al ver a niñas criando niñas — Puedo preguntar, ¿Cómo fue? — el deber de todo ciudadano respetable era informar cualquier clase de abuso de que un menor de edad estuviera sufriendo y Eugenia se consideraba incluso más respetable que la mismísima emperatriz.

— Pensé que si lo sacaba antes de terminar nada pasaría, pero como vez no fue así — la forma en la que Astrid hablaba de su situación era de la misma forma en la que un condenado a muerte habla de su condena.

— Pero niña, ¡Deberías haberte cuidado! ¿Qué no te explicaron eso en la escuela? — Astrid negó — ¿Por qué no abortaste? ¡La pobre criatura sufre! Un hijo no deseado viene a este mundo a pasar calamidades, la desgracia marcará su infancia, el aborto es un derecho, además de gratuito, ¿Por qué no lo hiciste? Yo no soy nadie para juzgar, pero una niña de tu edad debería estar haciendo...otras cosas, no te digo que te drogues o inicies en una pandilla, solo que...¡Deberías estar estudiando, con tus amigos y viviendo alguna clase de romance de bachillerato! — la chica apretó sus piernas, luciendo bastante triste y resignada a la situación.

— Quise hacerlo, pero mis padres amenazaron con el repudio, curiosamente me abandonaron durante todo el embarazo y no se acercaron a nosotras hasta que Diane tenía una cuantas semanas.

— ¿Qué la niña no se llamaba Séfora?

— Ese fue el horrible nombre que lo puso Chris, se aprovechó que estaba bajo los efectos de la anestesia y me reto a un juego de piedra, papel o tijeras. Nuevamente perdí.

— ¿Chris? ¿Así se llama el padre de la niña? — Astrid asintió — ¿Dónde está? ¡Él debería estar aquí ayudando con la niña! O por lo menos a aprender a cambiarle el pañal.

— Pero para eso estás tú, ¿Verdad?

— No siempre estaré aquí, señorita, usted también debe saber estas cosas — Astrid bajo las piernas y bufo como una niña pequeña.

— ¿Tengo que? ¿No puedes enseñarle ir al baño sola? — Eugenia se llevo las manos a su inexistente cintura, mirando con reproche a su joven jefa.

— La bebé ni siquiera sabe caminar — Eugenia respiró hondo, llenándose de paciencia y comprendiendo que en vez de cuidar a una bebé estaría cuidado a dos —. Por lo menos llame a sus padres, así la ayudarán con la niña en las noches, si ellos la obligaron a tenerla que se hagan responsables.

— Mamá y papá no pueden venir — explico la chica, poniéndose de pie y acercándose a la piscina, y hundiendo la punta de su dedo gordo en el agua, dejando que el húmedo barniz se diluyera —, viven a 20 minutos pero solo me visitan los fines de semana.

— ¿Vive usted sola?

— ¡Claro que no! Aquí también esta el cocinero, Raúl, el personal de limpieza y la jardinera.

— ¿Viven aquí?

— Nop — Astrid regreso a la silla, aplicando más bronceador sobre su cuerpo —, pero están aquí todos los días, nueve horas al día, somos como una familia.

— ¿Y usted planea llamar al cocinero para que le cambié el pañal a su hija en las noches? ¿O al jardinero para que le saque los gases? ¿O a Raúl para que la bañe? — los ojos de la chica brillaron, era una idea maravillosa.

— Tal vez...

— ¡No! — la reprendió Eugenia — ¡Usted no puede obligar a esa pobre gente que haga más trabajo! Ya están ocupados todo el día en sus quehaceres, es muy desconsiderado agregarles más. Por lo menos dígame que el padre de la niña vive con usted.

— Claro que sí — Astrid miró sus pies descontenta —, viene a dormir todas las noches.

— ¿Y qué hace durante el día? — Astrid se encogió de hombros.

— ¿Yo que sé? Nunca me lo dice y yo tampoco pregunto, ya es demasiado malo que nos hayamos casado, no puedo hostigarlo con más preguntas — pronto Eugenia entendió que no había forma de convencer a esa niña que se convirtiera en madre, el cuidado de la bebé recaería 100% sobre sus hombros.

— Llamaré a sus padres, es tan injusto que le pongan toda esa carga sola.

— ¡No! ¡Mis padres no pueden saber que contraté una niñera! — gritó Astrid alterada, haciendo que Eugenia regresará sus manos a su inexistente cintura.

— ¿Qué quiere decir?

— No les voy a decir a mis padres, nadie más que los empleados y yo podemos saberlo — comentó Astrid, abriendo mucho sus ojos marrones, demostrando así el temor que le tenía a sus padres.

— ¿Por qué?

— Necesito que ellos piensen que puedo cuidar de Diane sola, ellos pagaron esta casa y al personal con la condición de cuidará a la bebé, que dedicara todo mi tiempo a ella, ¡Sí se enteran se enojaran y podrían quitarme la casa! ¡O aún peor! ¡Podrían evitar que contraté a Raúl! — el mencionado saludo a la distancia, limpiando sus productos para las uñas — ¡No puedo perder a Raúl! Mis uñas son delicadas, necesitan cuidado constante.

— Si ellos son los que la mantienen, ¿No creerá que se le hará raro un aumento en el dinero que le dan? Porque piensa pagarme, ¿Verdad? — Astrid bajo la mirada — ¿Verdad?

— Mi amiga dijo que tenías un subsidio del gobierno, por lo tanto pensaba que tal vez no te importaría vivir un tiempo sin sueldo, ¡Solo hasta que mis padres me autoricen contratar un niñera!

— ¿Y eso cuanto tiempo será?

— Muy poquito — la chica jugueteó con sus manos, todavía sin mirar a Eugenia a los ojos —, un año o dos, ¡Pero te prometo que de cinco años no pasa!

— Por Dios y todos los santos — Eugenia se dio la vuelta para irse, era cierto, no necesitaba el dinero, pero aún así resultaba muy irrespetuoso que esa chiquilla pensará que ella haría todo ese trabajo por la bondad de su corazón.

— ¡Por favor! ¡Necesito una niñera! — Eugenia meditó unos segundos, si se iba lo más probable fuera que la niña muriera en manos de su incompetente madre y la mujer no podría lidiar con su conciencia sabiendo que dejó a una inocente criatura en manos de tan caótica chica.

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Eugenia trabajaba cinco días a la semana en la casa de los Cheng, trabajaba 10 horas al día, cuidando a la niña y cocinando para ella, en todo ese tiempo sólo había visto un par de veces al señor Chris y una de ellas fue cuando lo descubrió comiéndose la compota casera de durazno que preparó para la bebé, el resto del tiempo el hombre se iba a quién sabe dónde y cuándo se encontraba con Astrid por los pasillos ambos actuaban como si no se conocieran.

En contraste con Astrid, Chris al menos si hizo el intento de aprender a cambiar el pañal de su hija, se desmayó tres veces pero la intención es lo que contaba. Él era un niño, un par de años mayor a Astrid pero un niño al fin de cuentas. Gracias a las múltiples peleas entre ambos jóvenes padres Eugenia se enteró que Astrid había mentido a Chris haciéndole creer que era mayor de edad y Chris la culpaba por lo que ambos habían hecho, era obvio que no estaban felices, ni siquiera se agradaban.

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Cuando Séfora cumplió un año aprendió a caminar y a penas lo hizo comenzó a ser la sombra de Eugenia, se la pasaba detrás de ella, sujetando su falda y exigiendo a todas horas su atención, zapateando y berreando como una profesional. A la hora de irse Eugenia siempre intentaba dejar a la bebé dormida, pero como un reloj comenzaba a llorar a todo pulmón cuando escuchaba la puerta a abrirse, con el tiempo dejó de dormir a esa hora, se arrastraba por los suelos y gritaba para que no se fuera, pero para una mujer como Eugenia tener que correr detrás de una bebé era agotador, satisfactorio pero agotador.

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Con un año y tres meses la calva de Séfora comenzaba a desaparecer, comenzaba a tener pequeños mechones lacios de cabello castaño, unos ojazos marrones y unas mejillas tan grandes que si Eugenia la pierde de vista un segundo la niña saldrá flotando. Aunque Astrid quisiera negarlo ambas se parecían mucho, sobre todo en ese gesto que hacían cuando se enfurruñan: sacar la punta de la lengua entre los labios apretados; algo poco usual pero adorable en la pequeña.

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Cada vez que el viernes se acercaba Eugenia cocinaba una gran cantidad de compota para que la niña no pasará hambre durante el fin de semana, de melocotón, manzana, fresa y pera, no le preocupaba lo que pasará los sábados o domingos, los padres de Astrid estarían en la casa y ella fingiría con una sonrisa que era la madre del año, pero durante las horas del viernes en la noche y la mañana del sábado nadie aseguraba que la pequeña se alimentaba, encontraba los embaces de compota casera vacíos pero en más de una ocasión pillo a Astrid y a Chris comiendo lo que preparaba para la pequeña, siempre prometían que no lo volvería a hacer.

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Astrid pasaba sus días tranquila, nunca estaba ocupada con nada, no había nada que pudiera hacer, tenía un chef personal que con solo una indicación podía preparar cuanta delicia culinaria quisiera: pollo frito, rosbif, empanada de pollo, costillas de cordero, jamón de pavo asado, tomates fritos, puré de patatas y ensaladas. Tampoco se debía preocupar por la limpieza, de eso se encargaba el personal de servicio, su única ocupación era tumbarse al lado de la piscina a dejarse quemar por el sol, el señor Chris estaba incluso más ausente que ella, parecía ser que la llegada de Eugenia había dado un pase libre para que la pareja olvidara por completo la existencia de su hija. De vez en cuando Eugenia tomaba de rehenes a ambos niños y los llevaba hasta el cuarto de la bebé, intentaba enseñarles como alimentarla, cambiarla, sacarle los gases o hacer que se durmiera, Astrid prestaba atención y a penas terminaba la lección, salía corriendo para volver a tumbarse al lado de la piscina o a leer revistas. De hecho las únicas veces que Astrid caminaba más de cinco metros era cuando Eugenia la tomaba de rehén, incluso la comida la llevaban a su cama. El señor Chris, en su afán de verse mejor padre, tomaba a la bebé en brazos y la cargaba, pero lo hacía de forma incorrecta, a sabiendas que se pondría a llorar, la pobre anciana comenzaba a sospechar que era apropósito, casi podía ver una sonrisa en el rostro del hombre cuando regresaba  a la niña a los brazos de su nana.

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Séfora tenía un año y seis mese cuando hablo por primera vez, como muchos niños su primera palabra fue <<Mamá>> pero no lo dijo cuando Astrid estaba cerca, lo hizo cuando descansaba en el regazo de Eugenia, mientras la mujer se dedicaba a pelar el mango para darle la pulpa la niña levanto la cabeza, entrecerró los ojos y como si supiera lo que estaba a punto de hacer, y sus consecuencias dijo la temida palabra, pero se lo dijo a la mujer equivocada. Astrid explotaría en colera si se enteraba, por eso Eugenia envolvió a la pequeña en brazos mirando hacía todas partes, temerosa de haber sido escuchada, cuando se asesoro que nadie la miraba abrazo a la bebé, lo correcto sería decirle "No, Séfora, no soy tu mamá, pero siempre te querré como una" en su lugar meció a la niña, felicitándola por haber dicho su primera palabra.

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Finalmente los padres de Astrid le dieron autorización para contratar una niñera, era un regalo por haberse esforzado tanto y demostrado su valor. Al recibir su primer pago Eugenia comprendió que Astrid no volvería a cargar a su hija y así fue, como ahora podía trabajar los fines de semana la niña quedaba totalmente a su cargo, Astrid se excusaba con su madre diciendo que estaba muy cansada y no podía más, solo quería relajarse en el día Santo, nada más, entonces la señora Cheng abrazaba y consolaba a su hija, diciendo que entendía los problemas de la maternidad, Astrid se retorcía entre halagos y autocompasión, pero no volvió a tener en brazos a su hija, ni siquiera con sus padres cerca.

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Para evadir sus responsabilidades maternales Astrid comenzó a usar la carta de <<Para eso te pago>> cada vez que Eugenia intentaba educarla sobre cómo cuidar a su hija, la mujer fantaseaba con meter a la niña en una maleta y llevársela a su casa, sabía que la señora Astrid tardaría algunos meses en darse cuenta, primero llegaba Cristo por segunda vez antes de que notará la ausencia de la criatura, incluso pensaba en ofrecerle adoptar a la niña y llevarla a la casa cada vez que fuera necesario para seguir el teatro frente a los señores Cheng. La joven se había vuelto una pesadilla, ya ni siquiera debía hablarle, solo dedicarse a la niña y referirse a ella como <<Señora Astrid>>, ganas no le faltaban a Eugenia de echarle en cara sus meses de trabajo gratuito y recordarle que podría exponerla a sus padres pero eso no le convenia, al menos no a Séfora. Ya era demasiado malo que la ignorara, si revelaba ese secreto sería despedida y no habría nadie que cuidara a la niña.

 —¡Ma-má! ¡Ma-má! —gritaba Séfora, intentando trepar a las rodillas de la señora Astrid.

 —No, Diane — la señora Astrid tiro de la falda de su vestido para empujar a la pequeña, impidiendo que se subiera—. Mamá está hablando por teléfono. Deja a mamá hablar tranquila.

—Ma-má, diba — Séfora lloriqueaba, agitando sus brazos, rogando que su existencia fuera reconocida, aunque fuera una vez — ¡Diba! ¡Adiba! ¡Adiba! ¡Sube a Sefo!

—Chist —la reprimió la señora Astrid, haciendo una señal a Eugenia para que le quite de encima a la molesta peste —, estoy hablando con tu tía Victoria, silencio — obedeciendo las ordenes de su despiadada patrona tomo a la niña en brazos y la llevo a la cocina, con toda la intención de sobornarla con un bocadillo, pero ella seguía estirando el cuello, llamando a su madre entre suspiros suplicantes, intentando atraer su atención —. Te seré sincera, no me importa que Chris salga con otras mujeres, ¿acaso crees que Raúl solo pinta mis uñas? Con tal de que este presente durante las visitas de mis padres todo estará bien — explicaba la señora Astrid al teléfono, bebiendo tranquilamente una taza de chocolate, sonriendo casi como si le encantara la vida sin su hija —, mientras tanto puede fornicar un perro si quiere, no me importa.

— Vamos, lindurita, te daré un poco de mango, ¿Quieres mango, pequeñina? — usualmente la mera mención del mango eran suficientes para hacer a la niña calmar y esperar la entrega de su fruta favorita, pero en esa ocasión no dejaba de revolverse. La nana tomo el cuchillo e intento pelar la fruta con la pequeña aferrada a su cintura, pero se retorcía sin parar. Consiguió deslizarse de los brazos de su cuidadora, escapando hacia su madre. La niña levanto los brazos y correo extendiéndolos hacía su mamá, pero en el camino se tropezó con una alfombra, cayendo de cara sobre la pierna de la señora Astrid, haciéndola soltar su costoso teléfono al suelo del susto.

— ¡Séfora! — grito Eugenia corriendo a ver cómo estaba la niña, la señora Astrid se agacho y la tomo en brazos, la anciana pensó que la consolaría como toda madre lo haría, pero solo la miró con los labios fruncidos y una temible sonrisa. La giro como si de una muñeca se tratará y con su mano abierta nalgeo a la niña en la parte trasera de los muslos con tanta fuerza que el sonido de la palmada resonó por toda la mansión, un sonido sordo y seco, en poco tiempo la piel de Séfora comenzó a tornarse de un color rojo, todo por las palmadas que le daba su madre, todo mientras le gritaba y sacudía con rabia.

—¡Pequeña rata, no se te ocurra volver a tocar este teléfono! ¿Entiendes Diane? — la mirada iracunda de Astrid cayo sobre el arrugado cuerpo de su empleada, todavía en shock por lo que pasaba — ¿Qué haces ahí parada como una tonta? ¡Llévatela! ¡Haz tu trabajo y cuida de ella!

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Era una mañana de iglesia el día en que todo se descontrolo, era el día de la madre y todos estaban muy emocionados, los niños más pequeños habían hecho tarjetones de corazones y purpurina, declarando su amor por su progenitora. Séfora estaba parada con los demás niños, sosteniendo su tarjeta grande de color celeste con un corazón fucsia enfrente, la niña ya tenía dos años y miraba al publico con cara de pánico, la niña parecía a punto de llorar, el corazón de Eugenia se estrujo al ver la mirada de miedo absoluto en los ojos de la criatura, pero ni su madre o abuela parecían notarlo, solo tomaban fotografías y charlaban con otras madres, ajenas al temor de la niña, exhibiéndola como una muñeca con vestido rosa ante la iglesia, un accesorio para que dijeran lo linda que era.

— Muy bien, ¡Mamitas al frente! Ahora sus hijitos les darán las tarjetas.

Las madres se levantaron de sus asientos para que sus hijos las reconozcan, uno a uno los niños bajan corriendo del escenario, saltando a las piernas de sus madres y entregando sus tarjetas, pero Séfora no corría en busca de su madre, miraba con preocupación al publico, a punto de llorar.

— Ve al frente, Astrid, la niña no te ve — ordeno la señora Cheng y su hija obedeció.

Se puso frente a la niña y estiró los brazos con una sonrisa, los ojos de la niña se iluminaron al ver aquél rostro tan conocido, echándose a correr tan rápido como puedo, ondeando su tarjeta que comenzaba a perder la purpurina y alza sus bracitos para ser recibida por la mujer.

— ¡Ma-má! — grito Séfora ante toda la congregación, entregando en las manos de Eugenia la tarjeta.

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— ¡Jamás me habían humillado tanto en la vida! — gritaba la señora Cheng, ignorando los intentos de su nieta por dormir — ¡Será mejor que arregles las cosas, Astrid! ¿Viste cómo nos miraron? ¿Los murmullos? ¡Ahora todos han de creer que la niñera es quien cuida a la bebé mientras tu no haces nada! Es inadmisible que piensen eso, ¡O peor! ¡Que yo consentí ese comportamiento! — Astrid mantuvo la cabeza baja en todo momento, actuando como la niña que era, aguantando las lagrimas que la reprimenda de su madre le provocaba —. Tienes que arreglar esto, Astrid, has que la niña te diga mamá en publico, remedía la situación, es tu culpa — la señora Cheng coloco su bolso en su muñeca, mirando con desprecio a Eugenia —. Solo existe una manera de que la niña te vuelva a considerar su madre, ya sabes que hacer.

A penas la señora Cheng se fue de la habitación Astrid comenzó a llorar a todo pulmón, arruinando el impecable maquillaje de su rostro, Eugenia la abrazo y le dio palmaditas en la espalda, de la misma forma en la que calmaba a Séfora y funciono, en poco tiempo la muchacha dejo de llorar.

— Creo que...que tienes que irte, Eugenia — la joven madre se enderezo, cubriendo su boca con sus manos, todavía alterada por lo que había pasado.

— Claro, volveré mañana una hora antes para cuidar a la bebé — la mujer supuso que Astrid estaría tan deprimida que no podría levantarse de la cama ni siquiera para verificar que la niña estaba limpia, además de querer asegurarse de que no cometiera suicidio a causa de las palabras tan crueles de su madre.

— No, Eugenia, tienes que irte, pero no regresar.

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Actualidad.

Con casi 75 años Eugenia era nuevamente invocada por Astrid, pero como siempre nadie podía saber que ella estaba ahí. Acepto el trato con tal de poder saber qué era de la vida de aquella berrinchuda niña, no había mejorado pero de milagro seguía viva.

— Necesito que me enseñes a hacer ese pastel de manzana que tanto Diane ama.

— ¿Qué le enseñe o que lo haga mientras usted finge prestar atención? — Astrid sonrió, sentándose cerca de la estufa y leyendo una revista.

— ¿Dónde está la niña? — pregunto Eugenia comenzando a pelar las manzanas.

— Con el pastor Nick y sus amigos ensayando para el concierto cristiano del próximo mes — la señora dejo a un lado el cuchillo y la fruta, mirando con desprecio a la mujer que un día fue su jefa.

— ¿Usted dejo que una niña quedará en manos de un hombre adulto? Peor aún, ¿Tres niños?

— No me gusta ese tono, recuerda que él es pastor.

— ¿Y qué? Los pastores son humanos, no santos, comenten pecados igual que cualquier otro, algunos peores.

— No quiero hablar del tema — la señora dejo libre una carcajada, Astrid le hablaba con la misma condescendencia que cuando era su empleada.

— ¿Por lo menos en esta ocasión la niña acepto? Recuerde como lloró la última vez que usted la obligó a tocar su violín para esas personas — Eugenia negó con la cabeza regresando a pelar la fruta, fue a la iglesia ese día y la vio derrumbarse a la mitad de su interpretación, no era nada lindo de ver —, a ella no le gustan las grandes multitudes y sabe bien que será juzgada independientemente del cómo intérprete la melodía.

— Bueno, nunca dijo que no — se excuso Astrid, sonriendo como una niña traviesa.

— ¡Porque sabe que usted nunca la escucha! — Astrid coloco la silla en su sitio y se puso de pie, dejando unos cuantos billetes en la isla de la cocina.

— No es necesario que dejes todo limpio cuando te vayas, solo deja la tarta en un lugar cálido, así estará caliente cuando mi hija llegue — la joven madre se dispuso a marcharse, ganándose una mirada de reproche por parte de su antigua empleada, esa mujer nunca escuchaba, antes de irse Astrid se detuvo, mirando de forma inexpresiva a su antigua empleada —. Sé que piensas que soy una perra, pero te haría bien disimular, aunque sea un poco.

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