Capítulo 2
Crecer como lo hice en mi familia me enseñó a ser agradecido. Mis padres formaban una pareja un tanto mayor, ya he nacido cuando los años habían pasado apresurados por ellos. Luego de muchos intentos tuvieron la dicha de recibir la noticia de que al fin llegaba a sus vidas el hijo tan esperado por ellos.
Su Guillermo, su sueño hecho realidad, así solía llamarme mi madre. Mi padre trabajó durante toda su vida como conductor de autobuses, a pesar del cansancio nunca renegaba ya que decía que le satisfacía el conocer y hablar a diario con las personas que el se encargaba de llevar de un lugar a otro.
Mi madre trabajó hasta que nací, luego se dedicó por completo a mi crianza y cuidado. Sin dejar nada libre al azar, todo lo hacía por y para su pequeña familia.
Me presumían en cada ocasión, cumpleaños, reuniones, cenas, en cada suceso hacían de mí el mejor niño de todos. O al menos eso ellos creían, era un niño, no creo haber sido tan perfecto, de seguro mis berrinches y ratos malos habré hecho pasar a mis padres, pero para ellos siempre he sido su mayor tesoro.
A veces pienso que es por ese motivo que veo colores donde los demás quizás se vuelven daltónicos, ya saben, personas que ven en dos colores, blanco y negro. Yo me rehuso a verlo así, alguna solución debe de haber a cada situación que se nos presente, sea del tamaño que sea el problema, o tal vez esté equivocado y no deba ser tan optimista pero al fin y al cabo, está en mis genes.
Igualmente, todo esto que creo tiene su motivo y es porque atravesado situaciones difíciles que han dejado mi mente en blanco, en un completo jaque mate. La primera de ellas cuando mi padre fue diagnosticado de cáncer hepático, y allí me pregunté ¿Cómo alguien que jamás bebió alcohol, se cuidaba en las comidas, hacía ejercicio y era un hombre bueno podía pasar por algo así?
En efecto, pasó por ese trago muy amargo convirtiendo cada momento en único y especial, decía que nos dejaría la felicidad suficiente para que cuando llegase su momento de partir el sufrimiento y el dolor no nos tomaratan débiles. Y así fue, su diagnóstico tan sorpresivo como definitivo y sin lugar a réplicas decía que nada más seis meses era todo lo que le quedaba de vida.
Mi madre era asombrosa, realmente fue mi ejemplo de fortaleza y amor por su pareja. Sin dejar que la vea caer, reía a su lado, lo acompañaba, disfrutaba cada momento a su lado, aún más antes de que todo explotara. La oía llorar por las noches, cuando papá dormía o ella creía eso. Mi trabajo era acompañarla y apoyarla, consolarla estar a su lado a cada momento, ser su pilar y prepararme para cuando el desenlace sea inevitable.
Aún así nunca llegué a decaer ni volverme pesimista diciendo que todo era blanco y negro, para mí siempre había una salida, ese era el legado de mi padre y no lo dejaría morir jamás.
El llanto y los gritos desesperados de mi madre me despertaron una madrugada y supe que mi padre había iniciado su eterno descanso, fue el único momento en el que vi a mi madre realmente romperse en mil pedazos, al ver al amor de su vida partir de su lado para siempre.
De eso ya han pasado cinco años, mi madre aprendió a vivir con su ausencia, no quita que más de una noche la haya tenido que consolar y acompañar para no perderla a ella también. Los estudios de la escuela secundaria a veces se veían postergados al igual que las salidas con amigos y una que otra relación con algunas mujeres que no podían sobrellevar mi vida dedicada a mi madre.
-Ya deberías dejar de cuidarme Guille- repetía a diario.
-No vuelvas con lo mismo mamá, te amo y no pretendo ocupar el lugar de papá pero si voy a cuidarte siempre-
-Quiero verte feliz hijo, cumpliendo tus sueños, convertirte en aquello que tu padre deseaba-
-Soy feliz como estoy ahora, tengo mucha vida para cumplir aquello que dices-
-Pero mi vida se pasa y quiero al menos tener a tu pequeño niño en brazos- soltó con un suspiro soñador.
-Aún no encuentro la mujer que cumpla con mis expectativas, has dejado la banderilla muy en alto- dije dejando un sonoro beso en su mejilla.
-Deja de halagarme y sal con tus amigos y aquella chica simpática- dijo moviendo sus manos restando importancia al resto.
-Estoy cansado mamá, mañana debo cubrir a un compañero que fue papá hoy- tarde me arrepentí de haber dicho aquello.
-Oh, ¿Y cuántos años tiene?-
-Recién nació mamá- dije tratando desviar su atención.
-No te hagas tonto, sabes bien a lo que me refiero- inquirió fingiendo enojo.
- Veintiséis años mamá -
- Ves que no estoy tan equivocada al pedirte un nieto - sus brazos en jarra eran un mal augurio.
- Mamá por favor - suspiré cansado de la misma charla motivacional.
- Mamá nada y suspiros tampoco, sabes que tengo razón, mi reloj biológico se ha vuelto a activar en espera de nietos - dijo riendo.
- Pues es lo que te tocó y te aguantas - dije saliendo de allí guiñando el ojo.
Partí rumbo a mi habitación escuchando sus quejas disfrazadas, comencé a quitar una a una las prendas de mi cuerpo mientras inconscientemente pensaba en lo dicho por mi madre y tenía razón, muchas veces en mis veintiocho años me vi en la encrucijada de comprender a mi novia de turno con sus quejas sobre cuidar a mi madre o respetar y valorar a quien tanto hizo por mí. No es que mi madre sea alguien desagradable o insoportable, es sólo que el verla sola y pensar que en lugar de estar haciéndola reír está llorando mientras yo ando feliz por allí me pesa en el alma.
- El problema soy yo mamá, no tú - dije viendo mi reflejo.
Cerré los ojos dejándome caer en la cama cuando sin avisar llegaron esos ojos asustados y tímidos a mi mente. Una risa pícara se formó y no quise abrir los ojos temiendo que se desvanezca para siempre, suspiré abriendo los ojos poniéndome de pie.
- Esto ya pasó antes Guille, alguien aparece, te parece bonita y luego la desilusión e incomprensión, basta Guille - dije entrando al baño deseando relajarme y descansar.
Pero era imposible negar que a pesar de lo sexy de la situación, he pasado el día entero recordando sus pechos suaves y ese suave perfume que se coló en un instante y no pude dejar ir.
- Ah - me vi gritando frustrado mientras una parte de mi anatomía despertaba.
No puede ser, me niego a creerlo, esto es nuevo. Opté por cambiar el agua caliente por fría para apartar de mi mente su imagen, pero cada vez se instalaba más y más fuerte. Es que debo aceptarlo y esa primer impresión sería difícil de borrar.
Una vez que pude tranquilizarme abandoné el baño y tras colocarme el pijama salí en busca de algo para cenar ya que entre charla y charla con mi madre no había probado bocado. Un pequeño sollozo llegó hasta mí y me preparé mentalmente para consolar a mi madre, pocas noches pasaba en vela pero creo que fue nuestra charla lo que la dejó un poco triste.
- Pero es que a veces eres tan insistente mamá - susurré antes de entrar a su habitación.
- No finjas que duermes que ya te oí - dije subiendo a la cama para abrazarla.
- Es que no lo entiendes hijo, es una preocupación el saber que quedarás sólo el día que yo no...-
- No te atrevas, no mamá -
- Hijo soy mayor, ya he pasado mi cuarto de hora hace años, y tú, querido mío estás dejando tu vida pasar en vano - terminó diciendo acariciando mi mejilla.
- Pero mamá, haré mi vida, es sólo que, necesito una compañera madre no como la mayoría que he conocido que la única opción que me daban era elegir entre ellas o tú - comenté frustrado por primera vez.
- Hijo - añadió suavemente - Ya he cumplido con mi función y el amor que te tengo será al igual que el de tu padre, eterno, pero ya debes dejarme ir, por favor -
Tomé sus manos y una leve sonrisa se dibujó en sus labios. No quería dejarla ir, ella era mi primer amor, la mujer de mi vida, pero, al pensar en eso nuevamente su imagen se coló en mi mente, sus pequeños ojos marrones y sus labios carnosos me hicieron suspirar.
-¿Hijo?- preguntó confundida.
- Creo que podré darte lo que deseas, llevará un tiempo pero...-
- Si tan sólo pensarla te ha hecho suspirar hijo, creo que será una verdadera aventura para ti -
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