Finlandia: Tom tom tom
FINLANDIA: Tom tom tom - perlsxoxo
La oscuridad envolvía casi toda la habitación. A pesar de que las cortinas estaban corridas para dar paso a la luz de la luna, y así, lograr calmar un poco el retumbante corazón del pequeño, la luz que se colaba por las ventanas creaba sombras tan aterradoras en las paredes que hacía aún más difícil conciliar el tan ansiado sueño. El pequeño se volteó, dándole la espalda a la pared en donde se proyectaban las formas macabras, quedando de frente a la ventana. Cerró los ojos fuertemente y empezó a rezar El Padre Nuestro. Susurraba rápidamente las palabras que recordaba de la última misa a la que fue, ya hace un año aproximadamente. A veces se perdía y no sabía qué seguía después, pero entonces sacaba las palabras desde lo más profundo de su corazón, haciendo así la oración cada vez más sincera y espontánea.
Cuando soltó la última frase: "Y líbranos del mal, amén", un escalofrío recorrió su columna vertebral al escuchar algo deslizarse. Abrió los ojos a la velocidad de la luz y vio que las cortinas se habían corrido hasta quedar juntas nuevamente. En ese momento, la habitación sí que estaba sumida en una total oscuridad. Tomás se levantó y dando traspiés se dirigió a la ventana para correr las cortinas. Temblando, volvió a la cama para acostarse sin entender cómo las cortinas se habían juntado si no había ninguna corriente de aire en el cuarto. Cerró los ojos, otra vez.
Sintió cómo la cama se hundía poco a poco detrás de sí mismo, como si alguien se hubiese acostado junto a él. Su cuerpo se paralizó totalmente y su respiración se atoró en su garganta. Abrió los ojos pero no vio más que oscuridad, aunque sabía que lo que sea que se hubo acostado en la cama estaba detrás de él. Los vellos de su piel se erizaron al sentir un frío aliento en su oreja.
-Tom, Tom, Tom.
Gritó. El grito fue tan desgarrador, que los padres rebotaron de la cama al mismo tiempo mientras se miraban preocupados. Sin mediar palabra alguna, salieron disparados del cuarto para dirigirse hacia donde su pequeño. Cuando abrieron la puerta de su habitación, el niño estaba hecho ovilla en una esquina mientras sollozaba.
-¡Tom! ¿Qué sucedió? -La madre se arrodilló frente a su hijo y trató de abrazarlo pero el niño se desasió de los brazos de su mamá y se reincorporó mientras se limpiaba las lágrimas.
-Nada, nada -Sorbió su nariz y pasándole por el lado a un padre incrédulo y a una madre dolida, volvió a su cama, se echó en ella y se cubrió con la sábana sin decir más.
Lorena miró preocupada a su esposo, quien no sabía qué hacer o decir. Bajo la mirada de su esposa, se decidió y se encaminó a la cama del niño. Se arrodilló frente a él y le quitó la sábana de la cabeza para poder verlo.
-Tomás, ¿por qué gritaste? ¿Algo te asustó?
"No tienes idea", pensó el niño. No lo dijo. En cambio, se volteó y le dio la espalda a su padre. "Si me hago el dormido, se irá".
Así fue.
Los padres salieron del cuarto de su pequeño con una profunda decepción y un desasosiego enorme. Ya en la cama, uno al lado del otro, se dispusieron a conversar acerca de la situación.
-Me preocupa bastante, Matías. Esta no es la primera vez que pasa algo así.
-Lo sé, pero él no parece dispuesto a hablar acerca de ello.
-No. Él no parece dispuesto a hablar nunca -Lorena frunció el ceño mientras resoplaba-. ¿No te das cuenta? No sale a jugar, casi no habla con nosotros, en la escuela tiene problemas con la participación en clases. ¿Recuerdas lo que nos dijo su profesora? ¡Si él se volviera el más parlanchín de la clase, no le molestaría en absoluto! Nos dijo que sería un alivio para ella ver que se relaciona con los otros niños. ¡Pero nunca lo hace!
-Lo he visto hablando solo -repuso él. Seguido de esto, soltó un bostezo y se acurrucó contra su esposa, enterrando su cara en la curvatura de su cuello.
Ella suspiró, y tembló ligeramente. Aún después de nueve años de casados, el marido seguía surtiendo exactamente el mismo efecto en ella que cuando se conocieron. Su tacto, la manera de hablar, la forma en la que se reía; lograba en ella un mar de sensaciones que pensó que iba a desvanecerse con el paso del tiempo y la costumbre. Aquello no había pasado todavía, y ella se sentía de alguna manera agradecida de ver que esto siguiera intacto. Se preguntaba si él sentía lo mismo.
-No pienses más en ello, cariño -Le dio un beso en la frente-. A dormir.
-Es nuestro hijo, Matías. ¿Cómo no me voy a preocupar? -omitió el decirle que sus pensamientos no rondaban alrededor del niño, sino de él.
-¿Crees que necesitemos ayuda?
-¿A qué te refieres? -Ella se apartó un poco de él para poder mirarlo.
-Me refiero a que...-Hizo una pequeña pausa para pensar bien en lo que iba a decir- Tomás no siempre fue de esa manera. ¿Recuerdas cuando era un bebé enérgico y feliz? Fue alrededor de los seis años que empezó a cambiar drásticamente. Piensa un poco, ¿qué lo puso así?
Lorena meditó varios segundos las palabras del marido. Y concluyó en que tenía razón. Tomás pasó de ser un niño alegre y vivo a uno sumamente callado y conservador.
-¿Entonces dices que necesitamos ayuda especial?
-Estoy firmemente convencido de que sí.
Las primeras sesiones con su psicólogo no dieron resultados. El niño no parecía dispuesto a cooperar. Jonathan West, especialista en el comportamiento humano y sus conductas, utilizó sus métodos más efectivos en el paciente que le acababa de llegar.
Tomás.
El psicólogo trató de ser amable con él en las dos horas al día que tenía con el niño.
Lunes, martes y miércoles pasó. El niño no había soltado ni un "hola". Siempre salía del consultorio rápidamente, segundos después de sonar la pequeña alarma que indicaba que la sesión había finalizado.
El jueves, el especialista trató de usar un método distinto del que usaba. En lugar de recibir al niño con una agradable y amplia sonrisa como llevaba haciendo desde el primer día al inicio de sus consultas, cuando el niño entró al consultorio bajo la mirada atenta de su madre y cerraba la puerta detrás de sí, arqueó las cejas ligeramente al ver que su psicólogo lo miraba con un semblante serio. Por dentro, el hombre sintió una pequeña llamarada de satisfacción al ver que su cambio causó una reacción en el niño.
Tomás tomó asiento en su habitual silla frente al escritorio de Jonathan. Le mantuvo la mirada firmemente, cosa que desconcertó por completo al especialista, ya que las veces en las que Tomás había estado sentado en esa silla, jamás lo miraba a los ojos. Se disponía a permanecer con la vista clavada en el suelo, o en cualquier otra área del cuarto mientras hacía oídos sordos a las preguntas que le hacía su psicólogo.
-Hola Tomás -Mantuvo su voz neutra. El niño apartó la mirada, un poco abochornado por la intensidad con la que lo miraba su asesor.
Como era de esperarse, Tomás ignoró el saludo y clavó la vista en el suelo.
-He decidido que me rendiré. No voy a malgastar mi voz hablándole a un niño que permanece callado todo el tiempo y no se atreve siquiera a asentir o a negar con su cabeza para saber si está de acuerdo conmigo o no. Lo mejor será que me quede todas las sesiones restantes callado también, de igual manera, tus padres me están pagando bien. Yo solo trataba de ayudarte, pero como es obvio que tú no necesitas mi ayuda y puedes lidiar tú solito con el problema al que te enfrentas, pues no haré más nada. Así es mejor para ambos, tú te encargas de lo tuyo sin que yo te moleste más, y yo cobro el dinero que tus padres desperdician en ti sin hacer nada. Nada más perfecto.
El pequeño frunció el ceño, pero lo hizo tan rápido que Jonathan se preguntó si no lo había imaginado. El hombre tomó una pila de papeles, encontradas en una esquina de su escritorio. Eran unos documentos que tenía que firmar. Empezó a hacer esa tarea mientras el niño permanecía en su habitual silencio sepulcral.
Pasó una hora con cuarenta y cinco minutos, cuando por primera vez, Tomás habló.
-Me tortura todas las noches.
El especialista dejó caer el bolígrafo que sostenía debido al desconcierto que sentía al escuchar al niño hablar por primera vez. Mientras recogía el objeto del suelo, luchó por ocultar su asombro.
-¿Qué es lo que te tortura? -preguntó con una calma fingida.
-Ella -El niño seguía mirando hacia el suelo, temeroso de mirar al hombre y que su mirada indiferente lo hiciera llorar. "Si tan solo supiera" pensó con amargura.
-¿Quién es ella?
-Dice que soy su hijo. Dice que me quiere cuidar. Pero no es cierto, ella miente. Sólo ha arruinado mi vida desde que apareció.
El especialista, lleno de euforia y sorpresa por toda la información dada, tomó el bolígrafo nuevamente y una hoja blanca de papel y empezó a escribir las palabras del niño.
-¿Es alguien a quien ves muy a menudo? ¿Tienes pesadillas con esa persona? ¿Con aquella mujer?
-¡No es una mujer! ¡Es un monstruo! -Gritó mientras saltaba disparado de la silla.
El hombre escribió las últimas palabras y seguido de esto, soltó el bolígrafo para tratar de calmar al muchacho.
-Entiendo. Siéntate, por favor. Y cuéntame más.
Tomás obedeció y respiró profundamente. Duró cinco minutos callado. La desesperanza de que el niño no volviera a hablar embargó por completo a Jonathan West. Pero justo cuando pensó que ya no iba a recibir más información, el pequeño habló.
-Empezó cuando nos mudamos a aquella casa. Al principio solo aparecía una vez cada tres o cuatro meses, pero cuando pasaron los años se volvió peor.
-¿Dices que es una presencia? ¿Como un tipo de fantasma?
-No sé lo que es, solo sé que dice que me va a llevar. Y repite mi nombre. Siempre.
-¿Ha dicho adónde te va a llevar?
-A la oscuridad -Tomás clavó su mirada en el hombre, y lo que el psicólogo vio en ella lo hizo estremecer. Desesperación, temor, impotencia.
Sonó la alarma que indicaba que la sesión había terminado y el niño salió disparado hacia la puerta sin despedirse.
Aquella noche, el psicólogo no pudo dormir pensando en Tomás. Sentía lástima por el niño, y pensó seriamente si esto no sobrepasaba sus conocimientos. "Tal vez necesite un psiquiatra". Sin ánimos de seguir pensando, cayendo en un profundo sueño, se dejó llevar por la oscuridad.
En otro lugar, en otra habitación, se encontraban Lorena y Matías, cada vez más preocupados por el comportamiento de su hijo, sin ver mejora alguna en él.
-¿Crees que deberíamos darnos por vencidos?
-Jamás -sentenció la mujer-. Nunca, jamás, debemos abandonar la lucha por el bienestar de nuestro bebé.
-Ya no es un bebé, Lorena. Es un niño... o más o menos.
La esposa, cargada de ira, se levantó de la cama y encaró al esposo -¿A qué te refieres con que "más o menos"? ¡Es un niño, Matías! ¡Es nuestro hijo!
-¡Lorena, solo hay que mirarlo! ¡No actúa como un niño, no habla como un niño, no juega como un niño!
-¿Qué clase de padre eres? ¡Es solamente un pequeño que tiene pesadillas y está asustado!
-¿Sólo eso? ¿Estás segura? -Las voces se elevaban cada vez más, logrando enardecerlos hasta el punto de casi estallar.
-¡Sí! ¡Más que segura!
-Lo siento, pero él es un bicho raro. Nuestro hijo murió hace tres años.
Las palabras cortaron como un arma de doble filo en el corazón de la esposa, quien se echó a llorar. El esposo se arrepintió inmediatamente de sus palabras, regañándose a sí mismo por ser un ser tan insensible y cruel. Se arrodilló junto a su esposa y la abrazó, mientras le suplicaba entre susurros y besos que lo perdonara, que era un tonto, un inhumano, que no debió decir semejante atrocidad. La mujer se calmó un poco, lo suficiente para devolverle el abrazo al marido y regresar a la cama con él.
Abrazados, se negaron a seguir discutiendo, y se dejaron llevar por la oscuridad.
En la habitación contigua, se encontraba Tomás, quien había escuchado toda la pelea. Pensó en acabar con su vida, y se dijo a sí mismo que a sus padres no les importaría. Que estarían mejor sin él. Que él solo le causaba problemas a todo el mundo. Que era una carga.
Se decidió, finalmente. Las lágrimas se deslizaban por la mejilla del pequeño. Lloraba en silencio. Cerró los ojos, pero no para tratar de dormir, sino aguardando su destino.
Dentro de poco, sintió el peso detrás de él, como si alguien se hubiese acostado a su lado. Escuchó un silbido feliz proveniente de la cosa acostada en la cama consigo. Empezó a llorar cada vez más. Una voz melodiosa recorrió la habitación, la mujer cantaba.
-Tom, Tom, Tom.
El niño soltó un sollozo mientras la mujer volvía a repetir su nombre.
-Tom, Tom, Tom. Toda la noche, deprisa y corriendo, en esa densa red que tejemos. Que los demás suspiren y se preocupen, yo guardo un corazón bajo la manga.
El niño se congeló por completo al ver una mano arrugada y con uñas negras y horrorosamente largas, posarse en su muñeca justo encima de la manga de su pijama.
Tomás no aguantó y se volteó, las lágrimas nublándole la visión. Lo que vio, lo escandalizó por completo. Estaba en lo cierto, aquella cosa era un monstruo, un demonio, una cosa maligna, un fenómeno. La cosa le dedicó una sonrisa enorme que hizo que el niño propinara el grito más desgarrador de toda su corta vida.
Se dejó llevar por la oscuridad.
Nadie supo nunca qué le pasó a Tomás. A la mañana siguiente, sus padres encontraron su cama vacía. Se inició una búsqueda por todo el pueblo, pero no hubo rastro de él.
Tom, se perdió en el olvido.
Tom, se perdió en la oscuridad.
Tom, se perdió del mundo, y no apareció jamás.
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