♱Epílogo

Las lágrimas de Frank se deslizaban copiosas por sus mejillas mientras sentía como su corazón era estrujado dentro de su pecho. Este nuevo dolor era más profundo y mucho más agudo que el que sintió cuando perdió a Anthony o a su abuela, sentía como si alguien estuviera tomándolo y colocando en el pequeñas y afiladas agujas.

Estaba tan ensimismado en su sufrimiento que no sintió la mano, que con un movimiento débil y suave se posó sobre su espalda.

—Frankie… —susurró Gerard, con la garganta dolorida al igual que el cuerpo pero sintiéndose tranquilo por saber que Frank estaba ahí con él, a salvo.

—¡Gerard! —exclamó sorprendido y se incorporó. Miró la daga sobre el pecho de Gerard y la tomó rápidamente notando que la plata había dejado una marca rojiza sobre la piel—. ¿Qué? ¿Cómo?

Gerard vio la daga en su mano y muchas cosas piezas calzaron en su mente. Anthony y él no se habían equivocado nunca al estar seguros que la daga no iba a estar en mejores manos que las de Frank. El semidiós era un digno portador de ella.

—La daga de poder es una reliquia muy antigua, Frankie. No hay nadie en la Tierra que conozca todas sus capacidades… —murmuró acariciando las mejillas del más joven, limpiando las lágrimas que por devoción había derramado por él.

Frank realmente ya no quería pensar más, no quería indagar y tampoco quería saber más. Sentía que estar un momento más con aquel objeto lo llevaría a encontrarse con un nuevo enemigo y yaaa no estaba dispuesto a poner a Gerard en más peligro. Si era sincero, deseaba tirarla al fondo del mar donde nadie pudiera buscarla jamás. Sin embargo, no iba a negar que aquella reliquia, la daga de poder, que tanto mal le había causado también le estaba dado una nueva oportunidad más junto a su amor.

Después de unos minutos de largas y suaves caricias, los pensamientos de Frank se aclararon. Estaban demasiado cerca y no podía rendirse ahora.

—Gee, ¿puedes caminar? —preguntó, revisó la herida en el vientre del brujo así como las de sus brazos que ahora solo eran manchas marrones.

—Creo que sí —musitó y trató de incorporarse. Frank lo ayudó, tomándolo de los hombros con cuidado hasta que estuvo sentado.

—Está bien. Buscaremos un lugar seguro para ti y después yo continuaré… —dijo mientras trataba de peinar el cabello blanco. Gerard siempre lo mantenía desenredado y sujeto en media coleta, ahora lo tenía lleno de basura y hojas secas, con múltiples nudos adornando por doquier.

El discurso de Frank fue interrumpido por Lobo. Le tomó la mano derecha y la llevó hasta sus labios.

—No me quedaré en ningún lugar sin ti. No sabes lo difícil que fue haberme tenido que separar de ti, la angustia que sentí no la había experimentado nunca y el solo hecho de pensar en perderte, Frankie, no podría. —Frank sentía que su pecho iba a explotar de la emoción por escuchar esas palabras, dichas de una forma tan dócil y sincera, pura, y que simplemente se acoplaban a lo que él mismo había sentido—. Empezamos esto juntos y lo terminaremos juntos.

La declaración de Gerard hizo que los ojos de Frank se cristalizaran pero no le permitió a sus lágrimas que salieran al mundo. Esa frase él también la había pensado mientras regresaba a luchar por él y eso sólo demostraba que el amor que sentían el uno por él otro, era correspondido en la misma magnitud.

Con pasos lentos pero firmes reanudaron su andar. Gerard se había apoyado de los hombros de Frank, su cuerpo no se había curado por completo pero con el semidiós a su lado, no había ningún tipo de dolor en él. Frank por su parte, lo abrazó con fuerza por la cintura, reconfortándose en la calidez de su cuerpo, más que feliz y agradecido por tenerlo de vuelta.

La lenta caminata duró dos horas aproximadamente, se detuvieron a descansar varias veces y a revisar que nadie los estuviera siguiendo. Para cuando el sol estaba buscando su camino al ocaso llegaron al fin a la cima de lo que suponía ser, la montaña más alta en todo Grecia. 

Las gemas de azulino vibraron dentro de la mochila de Frank apenas sus pies estuvieron dentro de un viejo castillo en escombros. El Lobo Blanco le dio un pequeño asentamiento y Frank las sacó, las dejó caer sobre el suelo y con un movimiento sutil de su muñeca hizo que un suave rocío saliera de sus dedos.

El rosetón floreció cuando el agua cristalina de Frank les tocó. Poco a poco les envolvió una capa espesa de humo, tenía un embriagante aroma, dejándoles una sensación de paz única. Cerraron sus ojos un instante sin alejarse en lo absoluto.

Un viaje corto que les transportó a un lugar casi irreal que Frank nunca imaginó conocer. Entre densas nubes estaban frente a ellos un par de puertas enormes hechas de oro.

—Frank, hijo de Poseidón, eres bienvenido —murmuró una voz en algún lugar y las puertas se abrieron.

Frank apretó su agarre en torno a la cintura de Gerard y juntos caminaron por un largo pasillo. Un par de escoltas con arcos sobre sus hombros les esperaban a mitad de camino, saludaron con un asentimiento de cabeza y en silencio les llevaron hasta un palacio con paredes relucientes. Un enorme rayo brillaba sobre la cúspide, estaban en el hogar de Zeus.

Entraron en silencio y en ese mismo silencio se dirigieron a la habitación donde el Dios estaba sumergido en su sueño. Se tuvieron que deshacer de su abrazo unos pocos segundos, solo para que Frank pudiera buscar la daga y la colocara sobre el pecho de Zeus.

El despertar fue rápido, la nebulosa que lo rodeaba desapareció tan pronto sus dedos se movieron. El brujo y el semidiós fueron testigos de cómo la vitalidad volvió a él, los rayos que flotaron a su alrededor hasta hacerse un sólo con él y finalmente estaba ahí, frente a ellos, viéndoles con el ceño apretado y un porte elegante de hombros rectos.

—Hijo de Poseidón —pronunció Zeus con su voz fuerte—. Gracias por haber traído hasta aquí la daga de poder. Y a ti, brujo, último descendiente de los Way, eres tan poderoso como tus ancestros —musitó y lo apuntó con la daga. 

Frank se tensó ante los movimientos de Zeus pero permitió que Gerard se alejara de él y diera unos cuantos pasos hacia adelante. El hombre frente a ellos le había visto de forma casi suplicante pero tan pronto como él semidiós se relajó la expresión seria volvió.

Zeus no dijo nada más, solo murmuró y un suave rayo de sol brillante se extendió desde la punta de la daga hasta el cuerpo de Gerard. La luz le envolvió por completo y Frank se maravilló al ver cómo su piel renacía, siendo pálida como siempre y sin rastros de haber sido profanada en aquella batalla.

—Y a ti —mencionó ahora señalando al castaño—. Te otorgo el poder absoluto sobre los mares.

Dicho aquello, una suave onda golpeó a Frank. Una corriente eléctrica, muy familiar, invadió su cuerpo y por sus ojos pasó un destello de luz celeste.

—Por último, gracias a sus actos tienen nuestra eterna gratitud. Protegeremos el lugar donde decidan vivir… ¿Hay algún lugar donde deseen estar? —preguntó condescendiente.

Gerard se volvió a Frank y mientras lo envolvía entre sus brazos recordó la feliz vida que tenía su aldea, con su gente, protegiéndolos y viviendo ahí, sin todas las complicaciones de estar en la ciudad. Únicamente le hacía falta alguien que lo complementara y ese alguien ya estaba a su lado.

—En el Páramo —dijo Gerard con voz firme, viendo directamente los ojos de Frank.

El joven semidiós sonrió satisfecho al escuchar su propuesta pues no existía ningún otro lugar en el que deseara estar, siempre que fuese entre la calidez de esos fuertes brazos.

—Y, ¿tú, Frank?

—Dónde sea que esté junto a Gerard, feliz y seguro —respondió sin vacilar.

Zeus asintió y envió debajo de ellos una poderosa nube que los llevaría desde el Olimpo hasta el Páramo, el lugar que habían escogido para compartir sus vidas.

Frank estaba seguro que nunca más volvería a estar solo, gracias a salvar el mundo había encontrado el lugar al que pertenecía.

Mientras descendían del Olimpo, al fin sintiendo que sus corazones estaban en completa paz. El mundo había vuelto a ser un lugar seguro y ya nada les impedía amarse sin fronteras.

—Te amo, mi protector —confesó Frank antes de besar los labios de Gerard.

FIN.
   
   

Finalizada el 31 de diciembre de 2022.

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