♱09: El inicio del viaje

—¡Hey! —saludó Frank con una de sus manos mientras se acercaba a la morena—. ¿Cómo estás?

Nathalie le miró por unos instantes, primero molesta y luego confundida. Frank le vio apretar el ceño y tensar la mandíbula y para cuando creyó que ella le iba a ignorar, le respondió.

—Bien, gracias por preguntar. ¿Se te ofrece algo?

—Me gustaría hablar contigo —dijo encogiéndose de hombros.

—Ya estamos hablando...

—Pensé que ibas a ignorarme y pasarías de largo.

—Quise hacerlo pero ayer estuve hablando con la abuela, y ella me explicó que eres uno de los nuestros...

—Si... —estuvo de acuerdo Frank y bajó la mirada por un instante—. Sé que no me conocen y aún así me han recibido con los brazos abiertos. Quizás mis palabras no te parezcan suficiente pero, te prometo que de ahora en adelante haré lo que sea posible para proteger este lugar.

Frank alzó la vista y le regaló una suave sonrisa a la joven. Se aproximó unos pasos más hacia ella y con su mano izquierda le tomó las manos mientras con la derecha sacaba la cadena con el dije de su cuello. No había pensado en absolutamente nada de eso, solo estaba actuando como su corazón le indicaba.

—Me gustaría que tu conserves esto —dijo y le colocó en las manos el dije de La Daga y La Rosa—. Tal vez no sea mucho pero sé que para ti tiene un gran significado, mucho más que para mí. Pero espero que a partir de ahora ese significado sea nuevo, distinto y mucho más bueno...

—Frank... —mencionó ella y los ojos se le llenaron de lágrimas. Apretó el dije en su palma derecha, comprendiendo lo que Frank estaba haciendo por ella y considerándolo como uno de los actos más nobles que había presenciado—. Gracias —musitó con sinceridad y lo abrazó por los hombros.

Frank correspondió el abrazo y se sintió reconfortado de una nueva manera, comprendido y liberado por algo que ni siquiera sabía que lo tenía retenido. Los recuerdos de su querida abuela iban a seguir vivos en un lugar especial de su mente y su corazón pero sentía que el lugar al que ese dije pertenecía correctamente era con Nathalie, dentro del páramo. Sentía además que entregando, la que probablemente era la última pieza de recuerdo de Las Priccolo, ponía un punto final a todo aquel daño que ellas habían causado tiempo atrás.

—Creo que te mereces una buena taza de café —dijo ella con más confianza y una sonrisa sincera cuando se apartaron.

—Excelente.

—Vamos a la casa de la abuela. Mikey estará ocupado ahí adentro toda la mañana, así aprovechamos y te muestro un poco más del lugar.

—¿Qué está haciendo? —preguntó con curiosidad, refiriéndose a Mikey y recordando lo poco que había visto momentos antes.

—Pociones.

—¿Pociones?

—Si, para Lobo.

—Oh entiendo. Me parece bien que vayamos pero primero iré a avisarles. No quiero desaparecer así por así.

—De acuerdo.

Frank asintió y rápidamente se devolvió a la casa de Gerard. Entró por la puerta trasera y pasó a la cocina encontrando sólo a Mikey, le dio los buenos días y le avisó que iba a desayunar en casa de la abuela de Nathalie y que probablemente iba a estar un par de horas fuera. Mikey se alegró por verlo de buen humor y también por saber que estaba intentando integrarse con los demás.

Antes de que Frank pudiera reaccionar, al girarse se topó con un fuerte pecho fornido que estaba detrás de él. Primeramente se quedó estático al sentir el suave aroma que desprendía de Gerard y segundo, por la calidez que parecía salir de su cuerpo. Bajo la atenta y firme mirada del brujo Frank se obligó a dar un par de pasos hacia atrás.

—Ve con cuidado —dijo—. Antes de que el alba caiga tú y yo vamos a emprender nuestro viaje.

—¿Hoy? ¿Tan pronto?

—Si —respondió sin más y pasó a un lado de Frank.

Frank se encogió de hombros tratando de restarle importancia, más que todo para no ponerse nervioso, y se dirigió con pasos rápidos hasta donde su nueva amiga le esperaba.
  
 
En el camino de regreso a la casa del Lobo Blanco, cada persona con la que Frank se encontraba alzaba la mano y le saludaba. Durante la mañana los había conocido casi a todos y había sido recibido con mucho confort y cariño, podía sentirlo. Para la tarde no solo el corazón de Frank estaba más tranquilo, también su estómago estaba lleno por que en más de tres casas lo habían invitado a comer e incluso había guardado panecillos recién hechos para el inicio del viaje.

Entró por la puerta de la sala, ya entendiendo porque las casas en el páramo no tenían tanta seguridad como en la ciudad. Ahí nadie estaba dispuesto a dañar a los demás, todos eran hermanos y se cuidaban entre sí. Frank se sorprendió al ver todo el lugar despejado y una enorme sombra oscuro captó su atención.

Recordó de pronto a aquellas bestias y su corazón se disparó. Se acercó temeroso pero al estar a unos pocos pasos de distancia estalló en risas. Era solo el Lobo Blanco debajo de una enorme capa de viaje negra, su cabello estaba escondido debajo de la capucha.

—¿Disculpa? —dijo sin voltear a verlo.

—Lo s-siento... es solo que m-me asustaste... —comentó Frank entre risas aún.

Gerard enarcó una ceja y le dedicó una corta mirada. Sus ojos casi amarillos le escudriñaron y terminó negando, se volvió a su labor de guardar con cuidado los pequeños frascos en su bolsa de cuero. Sintió como Frank se acercaba más para observar que hacía, se compuso la garganta y le dijo;

—Tú también deberías empacar tus cosas, Frank. —El brujo había descubierto que cuando lo llamaba por su nombre ya no se sentía tan molesto, pero sobretodo eso había sucedido después de hablar con Mikey. Se sentía mejor y tranquilo—. En unos minutos comenzaré y sino estás aquí, te quedas...

—No, no, no. Vuelvo en un segundo.

Gerard vio de reojo mientras Frank corría hacia el pasillo y hacía tanta bulla como podía. Suspiró, iba a ser un viaje bastante extraño, ya podía presentirlo.

Al finalizar de empacar sus cosas, el brujo echó su morral de cuero al hombro y ajustó su espada afilada de plata a su cintura, tenía además varios dictamos en los compartimientos de su cinturón y un par de dagas sujetas en sus botas.

Alzó sus manos, una al nivel del pecho y la otra hacia adelante con dos dedos extendidos. Cerró sus ojos y movió su mano libre en movimientos circulares, murmuró un par de palabras, una y otra vez hasta que hilos de color azul eléctrico comenzaron a formar un enorme círculo delante de él.

—¿Q-qué mierda es eso? —preguntó de pronto la voz de Frank a su lado.

Gerard alzó las cejas y reprimió una sonrisa. Agradeció que Mikey apareció en la sala y simplemente fue hasta él y le dio un abrazo. El brujo odiaba las despedidas y su hermano lo sabía. Sin embargo en ese momento lo que más le reconfortaba era pensar que cuando volvieran Mikey iba a estar ahí, esperándole.

—Cuídate mucho, Gee. Y cuida de Frank también —fue lo único que dijo. Gerard asintió y Mikey se acercó a Frank, lo abrazó por los hombros también—. Tú haz lo mismo, cuida a mi hermano. Estoy seguro que todo va a salir bien.

—No sé cómo, pero yo también estoy seguro. Volveremos pronto —respondió Frank correspondiendo el abrazo de Mikey.

Gerard le pidió que se acercara a él y le dejó pasar adelante, colocándose justo en frente del círculo.

—Eso es un portal... y créeme, de todo lo que he vivido, es de las cosas que más odio. Pero con el llegaremos más rápido.

—¿Porqué lo odias?

Frank juró haber visto una sonrisa socarrona en los labios delgados del brujo pero no tuvo tiempo para confirmarlo. Una mano firme hizo presión en su espalda y pronto se encontró dentro de aquel círculo, todo su mundo comenzó a girar de cabeza mientras era abstraído. Frank se sintió mareado en cuestión de segundos y un apretón permanente en su estómago le revolvió todo lo que había comido. Se sentía asfixiado y desesperado por no poder sostenerse a nada, ni siquiera podía tocar las correas de su mochila para asegurarse que estaba ahí.

Le parecía que habían pasado horas pero solo eran segundos y para cuando cayó sobre sus manos y rodillas en el suelo, su mundo siguió girando y las arcadas comenzaron a azotarlo, provocando que vaciara su estómago en el pasto.

A duras penas pudo levantar el rostro cuando sintió unos pasos a su lado. Gerard tenía el ceño apretado, como de costumbre, y lucía más pálido, pero en comparación con el estado de Frank él se miraba en excelentes condiciones.

—Por eso es que los odio —murmuró el de cabello de plata mientras comenzaba a caminar en sentido contrario por donde se ocultaba el horizonte.


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