♱01: Escapando a nuestro destino
Las luces verdes parpadeantes del semáforo le indicaban que podía continuar su marcha sin detenerse. La calma en la que la ciudad permanecía a esas horas era, en ese instante, un completo suplicio para la poca cordura que le quedaba. Él preferiría escuchar las bocinas resonando por doquier y el murmullo de las personas al dirigirse a sus trabajos, la algarabía de los niños yendo a sus escuelas y el júbilo de los negocios al abrir sus puertas para un nuevo día.
Sin embargo en ese preciso momento a pesar de añorar todo aquello, la desesperación que inundaba todo su ser no le permitía pensar en nada más que llegar a su casa para proteger y poner a salvo a su pequeña familia, lo único que le quedaba en el mundo.
Las llantas de su vehículo rechinaban sobre el asfalto y al girar en cada esquina los rastros de los frenos quedaban registrados en el, al igual que las marcas de sus dedos sobre el volante. Le desesperaba alzar su vista al retrovisor y ver sus ojos marrones, llorosos y presos de pánico.
—¡Maldición! —exclamó molesto al saberse tan cerca de su hogar y saber que no era un lugar seguro.
Podía escuchar a lo lejos en el silbido del viento, el rugir de las bestias hambrientas que corrían desesperadas detrás de él. La velocidad de su coche le había dado unos minutos de tregua pero era inevitable que en el algún punto ellos iban a alcanzarlo.
Apenas divisó la estructura antigua de su casa, su corazón latió con un poco de alegría pues ver el lugar intacto significaba que su hermano aún estaba sano y salvo. No apagó el auto y se lanzó de el apenas estuvo frente a su hogar, dejó la puerta abierta y corrió con mucha prisa.
Miró a ambos lados de la calle mientras golpeaba la puerta de madera con desesperación.
—¡Rápido! ¡Abre la puerta! —gritó y continuó golpeando, pero pocos minutos después ésta fue abierta—. ¡Rápido, recoge tus cosas!
—¿Qué? ¿Porqué? Acabo de terminar de preparar la cena, hice tus ravioles favoritos —mencionó su hermano menor, siguiéndole el paso hasta su habitación—. ¿Qué pasa, Anthony?
—No hay tiempo para explicaciones. Toma lo más importante, debemos irnos ya.
—Pero...
—Ya, Frank. Nada más importa en este momento.
—¿Qué hiciste?
—Por favor... —pidió pero el menor de los Iero se mantuvo quieto en su lugar—. En el camino te cuento, pero por favor haz lo que te pido.
No muy convencido, Frank tomó una mochila y comenzó a echar las cosas que consideraba realmente de valor. Vació una pequeña caja de madera que guardaba con recelo desde muy pequeño y llevó consigo la medalla de había heredado de su abuela materna, el único recuerdo de la familia que alguna vez habían tenido. Un poco de ropa y una vieja fotografía de ellos dos un par de años atrás. Definitivamente Anthony lucía más cuerdo, cuando no se escapaba largas temporadas de casa y se perdía sin dar explicaciones, o cuando no aparecía con esas innumerables heridas misteriosas.
Frank terminó de guardar sus pertenencias y con la mirada buscó a su hermano por toda la habitación, sorprendiéndose de que no estaba. Salió de la habitación con cautela y al instante pudo divisar a Anthony saliendo de la capilla abandonada que estaba al fondo de la vivienda. Le llamó la atención ya que ni en los tiempos más buenos de aquel lugar, nunca lo habían visitado. Estuvo a punto de preguntar cuando sintió que lo tomaban de la muñeca y comenzaban a correr hacia la puerta.
—¡Corre, Frank! —gritó Anthony.
Fueron los tres minutos más agonizantes en la vida de Frank, tan cortos pero tan lentos a la misma vez. Una criatura con largas uñas de lobo y piel de serpiente se abalanzó sobre ellos apenas salieron de la casa, Anthony forcejeo contra ella mientras Frank solamente podía abrazarse a sí mismo y caminar sobre sus pasos hasta toparse con el auto a sus espaldas. En un rápido parpadeo Anthony sacó una daga larga con empuñadura de plata y de un corte certero acabó con la vida de la criatura.
La sangre había salpicado la ropa de Anthony pero era lo menos importante. La adrenalina recorría cada centímetro de su cuerpo y la piel de sus antebrazos ardía como el infierno pero no podía detenerse a pensar en ello, tenía que cruzar un largo camino.
—Lo siento —musitó unos minutos u horas después de emprender la marcha, ninguno de los dos sabía con exactitud cuanto tiempo había pasado, solo podían mantenerse alerta sobre el cristal de los espejos a la espera de un nuevo ataque.
El menor observó el paisaje sin decir nada, no sabía como sentirse. Quizás molesto, engañado o confundido, también estaba preocupado y lleno de miedo, y las disculpas vacías de Anthony no servían en lo absoluto. Frank necesitaba respuestas y muchas, todas las que le habían sido ocultadas en el paso de los años.
—¿A dónde vamos? —preguntó y su garganta ardió, sentía que necesitaba un trago de agua pero no se atrevía a pedirle a Anthony que se detuviera.
—Frankie...
—Frankie nada —interrumpió serio—. Quiero la maldita verdad. ¿Qué fue esa puta cosa de hace rato? Y no te atrevas a mentirme, no soy un tonto para no saber que eso no era algo mundano. ¡Estamos huyendo! De un enemigo que para mí hasta este momento es desconocido, incluso te desconozco a ti. No es justo que me sigas ocultando...
—¡Cállate! No te hagas la víctima, Frank. Todos estos años lo que he estado haciendo es tratar de protegerte.
—¡Con una mierda! Eso es una maldita mentira. Si hay alguien que nunca se ha aventurado a vagar por el mundo, ese soy yo. ¿Y sabes porqué? Por temor a que algo suceda y dejarte solo en el maldito mundo. Me preocupa salir y que en ese momento tu vuelvas y no haya nadie en casa, esperándote. Pero claro, todo este tiempo tu has rodado por el mundo en busca de mi protección.
—Aunque no lo creas...
—Patrañas —dijo y se giró hacia la ventana, cruzando los brazos sobre su pecho.
Anthony suspiró con fuerza y continuó manejando. Quería decir tantas cosas, explicar tantas verdades y borrar tantas mentiras pero simplemente no podía, no encontraba su voz y su corazón estaba dividido. Por una parte se negaba a hablar y herir a su hermano, y por otro lado sino le decía todo Frank iba a sufrir de igual manera.
—Vamos a Grecia...
—¿Qué? —ladró Frank ante la voz susurrante de Anthony. Estaba luchando por controlarse pero se sentía tan enfermo de ira que no pensaba con claridad—. Estamos aquí.
—No a la Grecia común. Vamos a la montaña, aquella cuya altura no tiene comparación y donde el elixir de la vida emana de la tierra.
—Que maravilla —dijo sarcástico.
—Esto es serio. Ese es nuestro destino, quieras o no.
—¿Y que hay de todo lo que me ibas a contar? —desafió.
—Es más complicado de lo que parece, pero te prometo que todo es verdad, absolutamente la verdad.
—De acuerdo, entonces te escuchó. Tenemos suficiente tiempo antes de llegar a tu montaña de ensueño.
—No conocimos a nuestros padres por que ellos fueron asesinados —comenzó mientras reducía la marcha por haber entrado a terreno de tierra—. Su historia nació años antes de nuestros nacimientos y su amor era prohibido porque... ella era humana y él... era un Dios.
—¿Qué?
—Si, ellos no podían estar juntos porque la Ley de los hombres y la de los dioses se los prohibía. Se ocultaron y se amaron con cada fibra de su ser, hasta que yo nací. Mi padre estaba tan feliz y agradecido con nuestra madre que le entregó el tesoro más preciado de todo el Olimpo, dicen que está hecho de oro y su empuñadura contiene rubíes, y su poder es tal que puede acabar con la vida de un Dios.
—Pero son inmortales... —recordó Frank, de las historias que estudió en su secundaria. En tiempos tan modernos no era tan difícil de aceptar todo aquello, pero procesarlo no era sencillo, no cuando era la historia de su familia.
—No contra ese tesoro, que no solo acaba con la vida sino que es capaz de crear nueva, dando dones excepcionales y riquezas a quienes la posean.
—¿Pero, porqué la tenía nuestro padre?
—Él la robo, de Hades.
—¿Qué? —exclamó sorprendido.
—Es el tesoro de Hades y por ello todas sus bestias están detrás de nosotros.
—¿Porqué? Acaso... tu...
El auto frenó de golpe cuando impactó contra la enorme figura de una criatura de ojos rojos y dientes afilados. Frank golpeó su cabeza con la ventana y en medio de un mareo pudo ver como el cuerpo de Anthony era jalado de su lado con fuerza y lanzado sobre el camino de tierra y rocas.
Frank salió del auto, mareado y débil. Había tanta oscuridad y silencio; y el rugido de la bestia sobre el cuerpo de su hermano era tan agresivo. Ver el rostro cubierto de sangre de Anthony lo obligó a salir de su estupor.
Estiró sus manos hacia adelante y después de sentir un escalofrío recorrer su cuerpo, una corriente de agua salió de ellas, impactando con tanta fuerza que derribó por los aires a la bestia. No se detuvo a pensar lo sucedido, se dejó caer de rodillas a un lado de Anthony y con cuidado levantó su cabeza.
—Anthony... yo... —dijo con voz temblorosa.
—Shu... no digas nada... solo vete... —murmuró con dificultad. Un aleteo estridente se escuchó a poca distancia—. Huye, sigue el sendero hasta encontrar el bosque... no estás muy lejos pero ellos no te seguirán.
—No te dejaré aquí. Vamos, por favor, te ayudaré a levantarte, vamos.
—No Frankie... tienes que irte y luchar. Busca... —Una fuerte tos lo azotó y el dolor se pintó en sus facciones, las lágrimas se deslizaron por las mejillas de Frank—. Busca al Lobo Blanco... él va a ser tu guía en este viaje... a lo desconocido...
—Anthony...
—Vete Frank, rápido.
—Te amo, hermano.
—Yo te amo más... nunca lo olvides.
Frank depositó un beso en la frente de Anthony y con todo el dolor quemando en su pecho y el arrepentimiento de sus últimas acciones, se levantó y dejó a Anthony sobre la tierra fría y en medio de la oscuridad. El aleteo cada vez se escuchaba más fuerte y sabía que su hermano se estaba sacrificando por él, era inevitable que ellos iban a acabar con su vida.
Él no podía arruinar el último sacrificio de Anthony. Impulsó sus piernas a correr con toda la fuerza que tenía dentro de sí y sin voltear a ver atrás, avanzó hasta ver el borde del bosque alzarse ante sus ojos.
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