Una tragedia

Elizabeth cometió un grave error. La discreción que había mantenido durante todo el camino, inevitablemente la había descuidado un poco dentro del local. Por lo que al salir de la habitación donde se encontraba charlando con la dueña, Juan logró verla desde el extremo del pasillo, donde salía de la habitación con una chica. El hombre se quedó asombrado al ver a la dulce joven que trabajaba en su casa en el Prostíbulo, y enseguida pensó en algo erróneamente. Aseguraba en su mente que Elizabeth quería cambiar de trabajo a escondidas de su mujer. Solo que, obviamente, ésto no podía comentarlo con Sarah, o descubriría su infidelidad. Así que él dejó que la chica se fuera primero. Ésta vez era él, el viajero incógnito. Elizabeth solo apresuró su paso para no ser vista, según ella.

Al llegar a la granja, la chica con gran pesar, corrió a contarle la desagradable noticia a Sarah. Quien no dijo palabra alguna, pues su intuición femenina ya hacía algún tiempo entendía lo que pasaba por la cabeza de su marido. Solo miró fijamente a Elizabeth, le dió un abrazo y le dió las más sinceras gracias. Comenzó a hacer las maletas y a alistar a su pequeño hijo, mientras derramaba una que otra lágrima.

- Pero Sarah, ¿Qué será ahora de mí?¿Qué hago con mi vida? Llévame contigo- le suplicó Elizabeth al ver que la mujer se marchaba lejos.

- Lo siento mi niña, pero no puedo llevarte conmigo. Mi hermana es una mujer insoportable, gruñona y amargada. Es mucho mayor que yo, pero está sola. Es por esa razón la frialdad de su carácter, porque se quedó solterona. Pero es mi única familia, así que con ella me voy. No te preocupes, eres trabajadora y muy gentil, no tendrás problema alguno para encontrar otro empleo-

- Pero en lo que encuentro un techo, a dónde voy. No tengo a nadie- respondió Elizabeth mirando al suelo.

- Te deseo toda la suerte de éste mundo. Pero no puedo ayudarte. Créeme, no querrás conocer a mí hermana. Es mejor dormir en la calle-

Y diciendo ésto, y habiendo terminado de preparar sus maletas, cogió una carreta y un caballo viejo que tenía en el granero. Tomó al pequeño en brazos, y partió rápidamente para no ser interceptada por su marido.

Obviamente, Elizabeth no se quedaría en casa con Juan, al que no dirigía una palabra, así que también se dispuso a salir para siempre de allí, solo que unos minutos antes de hacerlo, algo la detuvo.

- ¡Así que he estado viviendo todo este tiempo con una zorra en casa!- le murmuró Juan, que recién llegaba, cuando ya Elizabeth se encontraba de espaldas.

Elizabeth tragó saliva por un momento, se volteó suavemente.

- No sé de qué me está hablando señor-

- Claro que lo sabes, eres una prostituta- le dijo con una sonrisa macabra en los labios que escondía por debajo del bigote.

Elizabeth no supo que decir, aunque supuso que ya Sarah se encontraba lo suficientemente avanzada en su camino como para no crearle ningún problema.

- Yo solo estaba ayudando a una amiga. No piense mal de mí señor-

- Es claro que mi 'querida mujer' no está en casa, si no ya estuviera aquí cuando escuchó mi voz, debe estar por algún lugar de la granja. Así podemos conversar tú y yo tranquilamente-

- Ya iba de salida, si me perm...- le respondió Elizabeth cuando fué interrumpida por Juan, quien la sujetó bruscamente por el brazo, dejándole una hematoma en la piel.

- Tu no vas a ningún sitio chiquilla, que guardadito te lo tenías- le dijo él con una mirada lasciva que recorrió todo su cuerpo, y provocó náuseas a Elizabeth. - ¿Por qué no me avisaste de esa profesión tuya? Hubieras tenido a un cliente seguro sin salir de casa-

-Me estás faltando al respeto. Suéltame por favor que me estás haciendo daño, me duele el brazo-

-¿Tú eres de esas que fingen ser niñas buenas y luego son las más salvajes en la cama verdad?-

-¿Pero qué dices imbécil? Suéltame ya, tengo que irme-

-¿Cuánto cobrás por un completo putita?- dijo con una sucia mueca que dibujaba una sonrisa en su cara de cavernícola, mientras acercó su repugnante bigote al rostro de Elizabeth.

La chica asestó una mano en el rostro de Juan con toda la fuerza de su brazo, dejándolo con el cuello torcido hacia un lado. Automáticamente "el cerdo" se abalanzó sobre ella sujetándole las muñecas para forzarla contra la pared. Elizabeth comenzó a gritar pero los trabajadores de la granja se encontraban descansando y comiendo algo, por lo que no alcanzaban a escucharla. Juan la empujó haciendo que ella cayera encima de la mesa. Él se inclinó con violencia sobre su esbelta figura e intentó separar sus piernas con su grotesco cuerpo, hasta que lo logró. Comenzó a romper la parte superior de la ropa de Elizabeth para enterrar su cabeza entre sus senos. Elizabeth luchaba con todas sus fuerzas, pero el tosco Juan era mucho más rudo de lo que parecía. Entonces él soltó una de las muñecas de la chica para acomodar su sucio pantalón. Con la mano libre ella comenzó a buscar algún objeto a su alrededor que la ayudara a liberarse de ese mounstro que intenta poseerla a la fuerza, cuando coincidió su dedo índice con algo duro y grueso, sin saber de qué objetivo se trataba lo agarró fuertemente y lo estampó en la cabeza de Juan, haciendo que parara por completo todos sus movimientos. Lo había dejado sin sentido y sangraba demasiado. Elizabeth lo levantó como pudo al mismo tiempo que se arreglaba la ropa. Juan cayó al suelo manchando todo a su alrededor de sangre.

La chica se turbó por un momento, estaba tan nerviosa que no sabía qué hacer, se encontraba totalmente inmóvil. Cuando recobró la respiración, se agachó para observar de cerca el golpe en la cabeza del hombre, y se asustó más aún, era una herida enorme. Miró el objeto con el que lo había golpeado, y se percató de que era el candelabro de plata de Sarah, reliquia de su familia, el que también se encontraba ensangrentado.

Entonces solo quedaba una cosa por hacer, chequear sus signos vitales.  Intentó tomar su pulso, pero no sintió nada.

- ¡Dios mío, lo he matado, soy una asesina!-

Elizabeth comenzó a llorar, sus manos temblaban sin control, no quería irse y dejar el cuerpo de Juan ahí tirado en el suelo, y asesinado por ella. Pero también estaba convencida de que no había vuelta atrás, y de que si alguien llegaba y la encontraba allí en esas condiciones, iría a la cárcel y seguramente allí la reconocerían como la Princesa.

Entonces comenzó a correr, sin saber hacia donde se dirigía, solo necesitaba alejarse lo más posible del lugar del crimen. Sin tener en su mente ningún lugar como objetivo, su cerebro recordaba el camino que había recorrido siguiendo a ese hombre repugnante, un camino que ya había cursado dos veces. Por lo que sin fuerzas para seguir y con llagas en los pies, de pronto se encontró justo frente al Charlotte's de nuevo, y como un acto reflejo o un instinto primario de salvación, entró sin pensarlo al Prostíbulo, directo a la habitación de Charlotte Sellers.














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