Un cambio radical
-Un cambio de vida necesita comenzar con unos arreglitos físicos- pensó Elizabeth al quedarse sola, luego de que su leal sirvienta se dirigiera a Palacio.- A partir de hoy, dejaré de ser la Princesa Elizabeth Rowling de Londres, a partir de ahora solo seré Eliza, una chica común y nadie, absolutamente nadie debe reconocerme- todo esto lo iba pensando en su interior la joven, la cual estaba totalmente decidida a emprender el mayor reto de su vida, a sobrevivir sin las comodidades a las que estaba acostumbrada, y a la relativa protección del Rey, que hasta el maldito día en que apareció ese desgraciado de James, la reconfortaba mucho.
Caminando lo más rápido que pudo, hasta salir completamente de los dominios de Palacio, comenzó a disminuir su paso, sus pies ya no respondían con la misma fuerza, el cansancio y el hambre ya informaban a su cerebro que debía descansar en algún sitio. La noche ya caía sobre sus hombros marchitos, y el miedo a la oscuridad, que siempre la había acompañado, ya comenzaba a hacer estragos.
Elizabeth se sentó en una gran roca que encontró a la orilla del camino, descansó un poco, miró las estrellas sobre su cabeza y por primera vez sintió la inmensidad del universo, y se sintió pequeña, pero libre. Reflexionó un poco sobre todo lo ocurrido hasta el momento, y pensó en su futuro, sin lograr ver imagen alguna en su mente.
Entonces se miró a si misma, miró sus ropas y tocó su cabello, que aún preservaba un peinado con todo el glamour que requería una princesa. Con la poca fuerza que quedaba en sus manos, poco a poco fue rasgando el vestido blanco llevaba puesto, rompió los delicados adornos y las mangas de los hombros, al punto de parecer una simple ropa de plebeya. Sacó los finos zapatos de sus pies, y los arrojó lo más lejos que pudo. Deshizo los moldes de su cabello y lo alborotó de tal forma que se veía suelto y mal peinado, que ahora caía en su espalda sin rizos elegantes, y llegaba a sus caderas. Además del polvo de camino que ya ocupaba todo su cuerpo. Su aspecto ya no era el de una princesa, sinó de una pobre chica perdida en la vida.
La noche ya se hacía vieja, y sintió que no valía la pena seguir caminando sin rumbo, así que decidió recostarse a un árbol de tronco grueso que tenía justo detrás, y como era de esperar, quedó completamente dormida.
El ruido de una carreta con un caballo que se acercaba logró despertarla, después de una incómoda noche a la interperie. Abrió sus ojos verdes, y divisó a lo lejos la causa de aquel sonido. Era una carreta muy sencilla, llevada por un caballo flacucho y malnutrido. Sobre la carreta, y llevando unos sacos de hierba, venía un hombre mayor y desarreglado, con una camisa vieja y sucia.
Elizabeth se puso de pie, y se colocó en el medio del camino, justo por donde debía pasar la carreta.
- Buenos días, buen hombre, me podría decir si falta mucho para llegar al pueblo, es que estoy muy cansada y hambrienta, y me siento un poco perdida- dijo Elizabeth al señor cuando hizo frenar a su caballo al ver a la joven que hacía señales con sus brazos.
-Señorita, no es nada usual encontrar a nadie en estos caminos, salvo alguna diligencia de la casa real, y no creo que sea el caso- Elizabeth hizo rodar sus ojos y apretó sus labios para disimular, dejando ver unos tiernos hoyuelos en sus mejillas- Pero respondiendo a tu pregunta, yo voy camino a una granja, que hay a unos pocos kilómetros de aquí, si quieres te llevo- dijo el hombre sin mostrar ningún grado de simpatía.
- Claro, eso sería de ayuda para mí- y diciendo esto Elizabeth subió a la carreta, ayudada por la mano extendida del aquel hombre, dió las gracias y miró hacia el horizonte, intentando descifrar qué le depararía el destino y disfrutando de una deliciosa brisa silvestre que jamás había sentido.
A pocos minutos del viaje aquel hombre, que era un campesino de del lugar, aún sin mostrar ningún gesto de amabilidad en su rostro, preguntó a Elizabeth con gran curiosidad.
- ¿Y qué hace una jovencita como tú, sola por estos lugares tan desolados, a ésta hora de la mañana? ¿No serás una prófuga de la justicia? ¿No le habrás robado a la casa real o sí? No quiero meterme en ningún lío por relacionarme con una ladrona.
- No señor por Dios, no soy nada de eso.- Elizabeth divagó en su mente por un instante, puesto que no había pensado aún en la falsa historia que contaría a los curiosos que fuera encontrando a su paso- Yo vengo de muy lejos, de una tierra muy lejana, vengo de las Américas, en busca de una nueva vida, ya que toda mi familia murió en un trágico accidente. Yo me sumé a una embarcación que zarpó hace unos meses, y... pues aquí estoy.
El campesino la observó extrañado, y la reparó con la vista de arriba a abajo- Pues no tienes pinta de nativa americana, al contrario, tienes todo el estilo de una dama inglesa, aunque estés desarreglada. Y tu acento mucho menos.-
- Es que mi padre era británico, y mi madre era caribeña, yo heredé los rasgos de mi padre, claramente.- dijo ella con la mirada en el suelo intentando disimular.
- Bueno, está bien, no quiero ser entrometido, es solo que no me gusta relacionarme con extraños- dijo el campesino y ésta vez la miró con el borde de sus ojos.
En todo el camino no se habló una sola palabra más. La falsa historia que se le había ocurrido en el momento, no fue del todo perfecta, pero por lo menos sirvió para saciar la curiosidad de aquel hombre. Y esa sería la misma mentira que contaría a todo el que preguntara, por el resto de su vida.
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