La terraza de la fuente

Como un espectro se apareció Elizabeth en la puerta semi abierta de la habitación de Charlotte, provocando que ésta, sobresaltada diera un salto hacia atrás con la mano en el pecho. La respiración agitada y las innumerables gotas de sudor en su cara y ropa, delataban que algo terrible había sucedido hace instantes.

- Me has dado un susto de muerte niña. ¿Te ha sucedido algo?-

Pero Elizabeth no pudo pronunciar palabra alguna. Sus cuerdas vocales estaban paralizadas a tal punto, que aunque intentó pedir ayuda, no salía el sonido de su boca. Su corazón latía a un ritmo desorbitado, como nunca antes. Comenzó a sentir como el oxígeno que respiraba no le era suficiente en ese momento, y de repente sintió una fatiga tan grande que perdió momentáneamente la visión y cayó en el piso desplomada.

Rápidamente Charlotte corrió a socorrerla, y comenzó a llamar a las chicas, las cuales al escuchar los gritos acudieron de inmediato, preguntando que hacía sucedido y quién era esa muchacha desconocida y desmayada en aquella habitación.

- Traigan una sustancia con aroma fuerte y algo para abanicarla. ¡Rápido!-

Las chicas con gran destreza hicieron lo que la madame les pidió.

A los pocos minutos Elizabeth recuperó el sentido, pero aún estaba muy mareada. Los recuerdos tormentos de la tragedia que había acabado de vivir la amenazaban.

Charlotte le pidió que no se esforzara en intentar dar ninguna explicación todavía, que ahora debía descansar. La llegó a una habitación muy acogedora, y la invitó a acostarse un rato. Elizabeth accedió y ella dió la orden de que nadie la molestara.

El sol se había comenzado a esconder, y aún la chica continuaba dormida. Todo lo que había vivido en la mañana la dejó molida. Entonces Charlotte, infringiendo su propia orden, fué a llevarle un tazón de leche.

- ¡Holaaa! ¡Despiertaaa!- le susurró con voz gentil para no asustarla.

Como una adicta a las drogas Elizabeth abrió los ojos. Las pestañas le pesaban como si fueran de hierro. Ninguna de las terribles cosas que le habían sucedido hasta ese momento, le parecía tan aterrador como haber asesinado a un hombre. Aunque estaba convencida de que había sido en defensa propia, en su cabeza no era un aliciente. Se sentía muy culpable, y sobre todo: sucia.

- Disculpa mi importuno sueño, es que mi cuerpo no respondía hasta ahora-

- No pasa nada, yo he pasado por muchas cosas en mi vida, y sé reconocer muy bien cuando alguien está mal, y tú lo estás- dijo Charlotte mirando a la chica y acercando el tazón de leche - Intento conservarme físicamente lo mejor posible, pero son muchos los años que llevo encima: 50 primaveras-

- Pues quien lo diría, no los representas para nada, y no es un cumplido- respondió Elizabeth con admiración.

- Pues agradecida estoy por el "no cumplido"- murmuró con una sonrisa y ambas rieron por un momento.

- Te dije la primera vez que te ví que aquí serías la estrella de la noche y lo mantengo, eres muy hermosa y voluptuosa, pero no obligo a nadie, mucho menos deseo aprovecharme de una chica que esté pasando por dificultades. Pero la vida es muy dura, y así como yo aquí todas vinieron buscando una oportunidad, y ninguna ha querido marcharse hasta hoy. Pero es tu decisión-

- Perdón, pero...no sé si estoy preparada para ésto, yo...-

- No te preocupes, si no deseas trabajar puedes quedarte un tiempo, quizás ayudar en la cocina, o arreglando a las chicas, hasta que gustes. Ésta es una vida difícil-

- Te agradezco mucho. Solo necesito aclarar un poco mi mente y descansar. Luego veré lo que hago con mi vida-

- Ven, quiero mostrarte algo -

Elizabeth asintió con la cabeza y le dirigió una sonrisa amigable. Salieron de la habitación con los brazos entrelazados, y atravesaron un pasillo hasta llegar a una pequeña terraza en la parte superior del lugar, dónde se hallaba una encantadora fuente, y plantas colgantes que brindaban un ambiente mágico. En las paredes letreros pintados con labial. Al rededor de la fuente todas las chicas se encontraban sentadas, y casi todas, tomando té.

- ¡Hola chicas! Les presento a Elizabeth. Pasará un tiempo con nosotras así que háganla sentir como en casa, ¿está bien?-

- ¿Te encuentras mejor?, Hace un momento te desmayaste. Luego te vimos dormida como un bebé- le habló una chica pelirroja.

-Ven, siéntate con nosotras. ¿Quieres té?- le preguntó una de ellas, una chica muy alta y delgada, de cabello negro y lacio y de rasgos asiáticos.

Elizabeth había acabado de tomar leche, pero no quizo rechazar el té, y dijo con cortesía que sí. Después de todo, si alguien sabía de cortesía era ella.

Se sorprendió mucho al ver la diversidad étnica de todas las mujeres, se veían tan distintas, que parecía un abanico de colores.

- Yo me llamo Akira, soy japonesa, le dijo la chica asiática.
Y así, señalando a cada chica, fué presentándolas una por una.

-Ella es Giselle, alemana-

-Ella es Mia, de Argentina-

-Ella es Amalia, la española- - Oleee-

-Tatianna, nuestra rusa-

-Denisse, que es griega-

-Nina, la italiana-

-Alejandra, de México-

-Leila, de Arabia-

-Telma, de Portugal-

-Y Sáhara, de Sudáfrica-

Once chicas, todas increíblemente hermosas, cada una con su historia, su pasado, su origen, y su raza. La vida y la casualidad las había hecho coincidir en el mismo lugar y en el mismo camino, en el mismo momento. Y ahora todas hablaban un mismo idioma, el de una familia de amigos. Y como en todas las familias, no faltaba el cariño y la alegría, pero sobre todo, algún que otro secreto oculto.

Elizabeth por un momento sintió mucha afinidad con todas las chicas, pues ciertamente, eran muy jóvenes, y agradables, además de una notable inteligencia. Lo que aún no entendía era como habían parado todas en éste lugar que cada vez la sorprendía más, lleno de sorpresas, siendo cada una, de diversos rincones del mundo.

- Bueno, ahora te toca a tí, dinos, ¿de dónde eres?- preguntó Denisse.

- Soy de Cuba, la mayor de las islas del caribe- respondió Elizabeth.

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