La noticia
Más veloz corre un comentario que un leopardo en la savana. No importa el tiempo, ni la época, durante toda la historia de la humanidad, ha sido casi imposible esconder un secreto entre cielo y tierra.
Es por ello que Elizabeth dejó caer su taza de té al escuchar a modo de comentario una noticia, sin confirmación pero ya muy difundida.
- ¿Saben lo que me contó ésta madrugada el comerciante con él que pasé la noche?- dijo Akira a un grupo de chicas que desayunaba en la larga mesa de la cocina, entre las que se encontraba Elizabeth. - Se comenta por los lugares más recónditos del reino que La reina tiene un amante; nada menos que el Príncipe James de Gales. Y que...-
El comentario no se terminaba ahí, pero un pitido como un trueno se instaló en los oídos de la Princesa, dejándola sorda momentáneamente; y las partes de la taza fracturada contra el suelo saltaron por los aires.
- ¡Elizabeth, que pasa!- preguntó Charlotte que lo había observado todo desde la puerta de la cocina.
- ¡Elizabeth! ¡Reacciona!-
Pero el sonido de las voces llamándola eran lo último que ella escuchaba. Su boca entreabierta y sus ojos fijos hacia un punto vacío en la pared denotaban la gran conmoción que causó la noticia. Al pasar unos minutos y percatarse de que todas la observaban se puso de pié rápidamente a pesar del dolor que aún sentía en el tobillo y la inflamación que persistía; y salió corriendo del lugar, solo quería estar sola.
- ¡Discúlpeme!- dijo mientras se levantaba de su silla.
Corrió olvidando el recomendado reposo para su pié y torciendo su cuerpo cada vez que lo apoyaba, hasta salir del Prostíbulo, pero poco a poco fué disminuyendo su paso porque ya no estaba paralizada su mente; sinó que comenzó a pensar y a darle vueltas a la horrible imagen que le venía una y otra vez a su cabeza. Su viejo y enfermo padre, su arrogante y engreída madre a quien siempre trató con todas su fuerzas de amar, pero el amargo rechacho a la maternidad de parte de la Reina no lo permitieron. El terrible destino al que intentaron arrojarla. Elevaba las manos a su cabeza y agarraba fuerte su cabello como una loca. En estos momentos se cuestionaba su idea de olvidarlo todo; su familia, su pasado, su lugar en la corte, olvidar quien era; porque su padre estaba siendo vilmente traicionado. Cualquiera diría que Elizabeth estaba creyendo ciegamente en algo que no había visto con sus propios ojos, pero la realidad era que ella conocía más que nadie a La Reina, y desgraciadamente también le había tocado conocer la desfachatez de James, así que los creía totalmente capaces.
Caminó con su tobillo torcido por largo rato, sin rumbo, con su mente llena de fantasmas y la mirada perdida, y llegó sin darse cuenta al mismo lugar donde hacia poco tiempo se había sentido tan libre; al hermoso río cerca de la granja. Pero ésta vez se invirtió la escena; un fornido joven sin ropa en la parte superior refrescaba a su caballo negro. Cada músculo marcado en la espalda del jinete era una pluma en las alas de la imaginación de cualquier mujer. Ese Adonis no podía ser otro que Daniel, ese hombre tan irritante e impertinente que confundía su cabeza.
Lo miró por un momento y al intentar darse la vuelta sin llamar la atención de Daniel, pisó una rama en la hierba que se fracturó haciendo ruido y develando su presencia.
- ¡Valla valla! ¡No soy el único mirón aquí heeeee!-
- No sabía que estabas aquí, ya me iba-
- ¿No eres muy obediente, verdad?- le dijo el doctor mirando su tobillo. - Te dije "reposo", no "sal a correr por el mundo"-
- Lo sé, es que...- no supo como terminar su frase, no tenía ánimo de dar explicaciones, y menos a él.
- Si quieres te llevo a caballo, no deberías seguir jugando con tu lesión, se puede empeorar-
- No es necesario, quiero estar un rato a solas, en un lugar como éste, sin el bullicio en mis oídos-
- ¿No decías que ya te ibas? Tranquila soy inofensivo. La exhibicionista peligrosa eres tú?-
- ¡Ja! ¡No te creo!-
- Pues deberías, soy más tranquilo que las aguas de éste río. Además, el destino me puso hoy en éste lugar para ayudarte con tu problema-
- ¿Como sabes que tengo un problema?-
- Los médicos somos también un poco psicólogos, tu carita no miente nena-
- Pues sí, lo tengo, pero no me puedes ayudar y no me digas nena-
- Cómo digas, "princesa'-
¿Princesa? ¿Por qué la llamó así? ¿Sospecha algo o fué solo una expresión? No había forma de saberlo. Solo debía disimular y no darle importancia.
- Mi vida está de cabeza, pretendí olvidar todo de mi pasado, pero ha sucedido algo que...me hace dudar. Me gustaría arreglarlo y no sé cómo-
- Mi vida ha estado de cabeza siempre, desde que viví mis primeros recuerdos. Hay algo en mí que no me deja tener paz conmigo mismo y no logro encajar la pieza que le falta bastante mi rompecabezas- dijo Daniel mientras se sentaba a la orilla del río.
- Escuché a Charlotte comentar su historia con las chicas. Lo siento mucho- dijo Elizabeth sentándose junto a él.
- Entonces me ahorras los preliminares. Ese fatídico día en que murió mi familia producto al incendio, yo era muy niño, pero recuerdo muy bien ver a un hombre desconocido salir de la casa un segundo antes de incendiarse, se marchó muy de prisa, pero su rostro no lo olvido. Estoy seguro de que el accidente fué provocado y mandado a ejecutar por alguien. ¿Pero quién?-
- ¿Llevas toda tu vida buscando respuestas?-
- Sí, no deja de atormentarme la idea de que alguien quiso asesinar a toda mi familia, y ese alguien no sabe que hubo sobrevivientes; y testigo. Reconocería ese rostro trás haber pasado tantos años-
- Te entiendo, yo también tengo mi historia, con la diferencia de que no me puedo desahogar con nadie-
- En mi puedes confiar, te lo juro-
- No puedo contarte nada, es más impresionante de lo que piensas. Ni siquiera me creerías-
- Un día sabré todo acerca de tí, te lo prometo-
- ¡Petulante! ¡Llévame en tu "noble corcel" anda!- le dijo Elizabeth con una amplia sonrisa.
Daniel la cargó sentándola en su caballo, y galoparon juntos sin miedo a la velocidad.
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