La ninfa de las aguas
Pasaron los días y la paz reinaba en el nuevo hogar de Elizabeth. No podía aún hablar de felicidad, pero si de tranquilidad. Tampoco se podría hablar de una amistad entre ella y Sarah, pero por lo menos la trataba bien y le daba su espacio. También había hecho buenas relaciones con los trabajadores de la granja, a pesar de los innumerables intentos de casi todos por seducirla.
Había aprendido bastante rápido las labores domésticas, incluso ya sabía cocinar, y lo hacía con supremo arte y dedicación. Pero sobre todo había tomado mucho cariño al bebé, quien ocupaba la mayor parte del tiempo en casa, pero Elizabeth amaba cuidar de él, y arrullarlo en sus brazos.
Se había convertido en una amante de la naturaleza, algo que tampoco había podido disfrutar hasta el día de hoy. Bastaba solo con caminar unos pocos metros para deleitarse con un maravilloso paisaje campestre, que ella llamaba "el paraíso". Y no era solo una exageración inocente, era la pura realidad, una escena diga de ser perpetrada en un cuadro famoso.
Elizabeth corrió hacia el final de la cerca de frutales, y cruzó más allá. Caminó descalza por la fina hierba, y sus pies se enamoraron de tanta sensación de libertad. Sintió el aire fresco en todo su juvenil cuerpo. Volaba su cabello indómito por la inmensidad de tan delicioso ambiente. Llegó a un riachuelo que pasaba suavemente acariciando las piedras del fondo. Era un agua tan cristalina que parecía brotada de un manantial. Elizabeth se despojó de sus ropas y se introdujo en las aguas. Jugando entre la tranquila corriente entró completamente y salió totalmente mojada. La sensación de esa libertad tan anhelada, era sublime, Elizabeth me sintió tan felíz que comenzó a reír a carcajadas.
Estaba tan absorta en su jugueteo en el río, que no se percató de que a sus espaldas se acercaba un muchacho a caballo. Venía despacio, por lo que casi no se escuchaban los pasos del animal. El jóven ya había divisado a Elizabeth, que se encontraba completamente desnuda, y parecía una "ninfa de las aguas". El chico venía sediento, ya conocía la ubicación del río, y se disponía a beber un poco de agua fresca. Cuando estaba lo suficientemente cerca como para percatarse de que no estaba viendo un espejismo, no pudo contenerse a contemplar a la mujer más hermosa que había visto en su vida. La observó por unos minutos, y se dió cuenta de que la chica estaba viviendo un momento felíz. Fué para él como un sueño increíble.
- Pensé que no existían las ninfas del bosque, pero he aquí a la más bella de todas- le dijo en voz alta y con una sonrisa de picardía cuando por fin recuperó el aliento.
Elizabeth se volteó con gran velocidad a la vez que se introdujo hasta el cuello en el agua, aún sin recuperarse del susto. Miraba al muchacho con sus grandes ojos de esmeralda llenos de asombro, nunca se imaginó encontrar a otra persona por allí, y mucho menos a un hombre. Sintió de repente gran vergüenza a la vez que enojo, ya que se sentía indefensa, a merced de un extraño, y sobre todo; desnuda.
- ¿Que quiere?- le contestó fingiendo firmeza, aunque en realidad se sentía muy asustada - Por favor váyase, ¿no ve que estoy desnuda?-
- ¡Valla que si lo ví! ¿Pero no es común que las ninfas vallan desnudas?- le responde él con un tono de risa.
- No se haga el tonto, no soy una ninfa, ni es usted comedidante, así que deje la bromita de una vez- dijo ella aumentando su enfado.
- Entonces debo estar soñando, debe de ser éste el mejor sueño que tenido en meses- continuó con tono jocoso, dándose cuenta de su enojo.
- Le exijo que se dé media vuelta de una maldita vez- dijo Elizabeth en voz alta olvidando que ya no pertenecía a la casa real.
- Está bien, no miro más- diciendo esto hizo que volteara dando tiempo a que la chica saliera rápidamente y se vistiera. - Pero le pido que me aclare una duda.¿Que hace una mujer tan linda, sola por este lugar tan alejado del pueblo? Te advierto que "cualquier cosa" me puede haber pasado por la cabeza en el momento en que te ví. Suerte la tuya, que no soy un bandido
-Me es suficiente saber que ha estado usted espiándome, para pensar mal de su persona. Yo soy una dama, y usted está en la obligación de respetarme-
- Si algo he hecho desde que llegué es "ver" que eres toda una dama- dijo él pasándose a propósito de la raya para irritarla aún más.
- Ya he escuchado suficiente, es usted un gran atrevido, y además un mirón- exclamó Elizabeth con sus mejillas rojas de rabia.
- Con ese rubor tan sensual, pareces más bien una musa, de las que inspiran-
- ¡Ya está bien de sus groserías, me largo, no quiero volver a verlo en mi vida!- dijo ella y comenzó a alejarse.
- Espera, si aún no sabes mi nombre, ni yo el tuyo. Me llamo Daniel Noboa. Pero...no te vayas, aún no sé tú nombre. Espera te llevo a casa- dijo él mientras galopaba detrás de ella que no paraba de caminar.
- No me sigas, me tengo que ir-
- A sido un placer conocerte- gritó Daniel estando ya un poco lejos.
- Para mí no- gritó ella sin parar de correr. Aunque esto no era nada cierto. Daniel era un hombre demasiado atractivo, y su innegable buen físico lo acompañaba su picardía al hablar. Elizabeth no sacó un minuto más su imagen de la memoria. Sin mencionar a Daniel Noboa, que no pudo entender cómo dejó escapar a esa chica que no dejó de dar vueltas en su imaginación.
Elizabeth por fin llegó a la casa, donde la esperaba Sarah, como siempre sola, por la ausencia injustificada de su marido. Llegó completamente húmeda. Dió las debidas explicaciones y escuchó la merecida reprimenda. Pero ese irritante desconocido, alimentó las fantasías de "la Princesa oculta", por los próximos momentos a solas de sus pensamientos.
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