La granja
Elizabeth y el campesino, llegaron a una granja muy llamativa, rodeada por una cerca de árboles frutales que se veían deliciosos. También se podían observar de lejos el ganado que pastaba tranquilamente. La joven nunca había visto nada igual, la granja no tenía los lujos del Palacio que fué su hogar por tanto tiempo, pero brindaba una sensación mucho más tranquila, y un aire fresco de campo que invitaba a la meditación.
El campesino bajó de la carreta y ayudó a Elizabeth a hacerlo. Enseguida llamó con una voz ronca y dando muestras de confianza.
-¡Sarah, ya estoy aquí!¡Ven, que tienes visita!-
A los pocos minutos, salió de la casa, por la puerta trasera, una mujer de aspecto un tanto desarreglado, que aparentaba unos 45 años, y con un bebé en brazos.
-¿Por qué tardaste tanto? Hace una hora que he estado esperando para que me ayudes con los animales. Debes ordeñar a las vacas de inmediato- dijo la mujer, con un tono de ansiedad, y miró de reojo a Elizabeth.
- ¿Quién es ésta jovencita? ¿Acaso es la ayudante que te pedí? La veo demasiado joven.- dijo la señora mirando fijamente a la chica.
-Pues no, realmente no me acordaba de tu recado, de buscar una ayudante para la casa, pero ésta joven quizá valga para el trabajo.-
- Bueno, ven niña, vamos a ver si me sirves para algo. Y tú, ve a tu trabajo, que ya has tardado bastante.¡Anda!-
Elizabeth estaba un poco nerviosa, no sabía para que realmente la necesitaba aquella desconocida, pero tenía mucha hambre, y su cuerpo ya comenzaba a sentir la necesidad de una cama, o por lo menos un mueble. Así que caminó al lado de la mujer sin decir palabra alguna.
Al llegar a la casa, la señora la invitó a sentarse en una humilde silla de madera que estaba en medio de la cocina. Elizabeth se sentó con sus manos puestas suavemente sobre sus rodillas, como una niña pequeña a la que acaban de regañar. La mujer miró con desdén los pies descalzos y sucios de la joven y le dijo:
-Mira niña, como puedes observar, esta es una casa muy grande, además de toda la granja. Tengo a mi servicio a una cocinera, y a varios hombres que trabajan con mi marido en el campo, pero te darás cuenta de que acabo de dar a luz, por lo que necesito una ayuda con la limpieza de la casa y el cuidado del bebé. Pero te seré sincera, no sé si eres la persona indicada, pues además de ser muy joven, no pareces tener conocimiento de tareas domésticas.¿O me equivoco?-
- Yo...- comenzó a decir Elizabeth cuando la mujer la interrumpió de golpe.
- A ver, creo que he empezado mal. ¿Cuéntame de ti, tu nombre, tu familia, de dónde vienes? Yo soy Sarah, y aquí vivimos hace algunos años mi marido y yo. Y ahora nuestro bebé-
- Mmmm, me llamo Elizabeth señora, vengo de las Américas.- entonces volvió a contar la misma historia un poco más perfeccionada- es cierto que no tengo mucha experiencia en las labores domésticas, pero si me lo permite puedo aprender muy rápido, y ayudar con su hermoso bebé, además no necesito ser grandemente remunerada, me conformo con alojamiento, comida y algo de ropa. Además le puedo asegurar que tengo una estupenda educación y sé idiomas Deme una oportunidad y le prometo que no se arrepentirá-
Sarah quedó complacida con la respuesta de Elizabeth, y más que complacida, asombrada.
-¿Y cómo es que una chica cómo tú, tan educada y fina a la hora de hablar, anda como una callejera por la vida?-le preguntó Sarah
- Las cosas de la vida señora, es una triste historia, pero le juro que no soy una ladrona, ni problemática-
- Está bien, estás a prueba éstos días. Ahora ve al baño y te pones ropa limpia que te llevaré enseguida. Luego vienes para que comas y bebas algo-
-Muchas gracias señora, por su hospitalidad-
-Ah eso sí, no me llames señora que ya bastante vieja me hace sentir mi marido, llámame Sarah- dijo con un tono de tristeza
- Como quiera señ..., Sarah-
Elizabeth tomó un baño con agua caliente, a pesar de ser en un baño humilde, el más deseado de su vida, incomparable con los baños de espuma en su tina de oro y porcelana en el Palacio, pero mucho más reconfortante.
Se vistió de sirvienta, con la ropa que le llevó Sarah, y unos zapatos muy sencillos, pero cómodos. Y fué a desayunar leche y pan como si comiera los manjares más deliciosos. Pasó el resto del día cuidando al recién nacido, al igual que su querida Poppy había hecho antes con ella, y sus ojos por un momento se llenaron de lágrimas, que supo contener.
En la noche al poner su cabeza en la cama, en la habitación de invitados, solo pudo pensar en su padre, en su salud luego de "su muerte". Y entonces decidió que un día, iba a volver a recuperar su lugar, no sabía cómo ni cuándo, pero de algo estaba segura, nadie más la iba a utilizar o manipular nunca.
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