En el Prostíbulo

La noche había llegado, y con ella, la lujuria. Aquel sitio tan tranquilo, sereno y con ambiente familiar, se fué convirtiendo poco a poco en un antro del vicio, un oasis del pecado. La vestimenta de las chicas, que se basaban en discretos vestidos, se convirtieron en sensuales y escasas telas que mostraban todo su atractivo. La claridad y la luz natural que llenaban las habitaciones, ahora se había esfumado para dar lugar a las luces artificiales de rojo rubí. Era un negocio pequeño, pero sus clientes eran sin duda hombres ricos, de buena posición, y sobre todo buscando la máxima discreción.

El salón principal se había llenado por completo. La penumbra de las luces rojas mezclada con la oscuridad de la noche y el humo que salía de la boca de los clientes, era el ambiente ideal para ser difícilmente reconocido. Un largo tubo metálico en medio del salón resaltaba más que la barra, dónde bailaban alternadamente las chicas, y también a petición de los caballeros. Algunos de ellos solo deseaban deleitarse visualmente, sin solicitar otro servicio más que unos tragos de ron.

Por supuesto, todos los clientes eran hombres, solo una mujer misteriosa frecuentaba el establecimiento, causando asombro en los pocos que lograban percatarse de su género y su presencia, ya que siempre se aparecía con una capucha negra, con su cabeza tapada y la mirada en el suelo. Llegaba, se sentaba en una mesa muy apartada y nadie sabía que rumbo tomaba después de eso. Parecía un verdadero fantasma. Supuestamente nadie conocía a la misteriosa mujer. No pedía nada de tomar, no hablaba con nadie, solo se sentaba apartada y bajo la mirada inquietante de todos de repente desaparecía.

Motivada por la música y el sonido de las voces, Elizabeth sintió deseos de bajar y ser parte de la noche. Pidió a Charlotte un atuendo adecuado y ella misma se arregló. Lucía un delicado vestido blanco con mucho encaje, muy diferente a lo que La Princesa acostumbraba a ponerse en la corte. Sus esculturales piernas estaban prácticamente al descubierto en su totalidad. El escote de la parte superior descubría los hombros y los exquisitos pechos de Elizabeth, algo que no la hacía sentir absolutamente nada incómoda, muy al contrario se sentía hermosa y con ganas de vivir. Su pelo dorado caía en ondas sobre sus anchas caderas, y junto a la estrechez del vestido, hacía que sus curvas se persivieran aún más escandalosas.

Elizabeth bajó las escaleras que desembocaban justo al centro del salón. Los ojos de todos los presentes se posaron en ella, hombres y mujeres. El contoneo de sus caderas era innotizante para el público masculino, un movimiento hasta hoy imperceptible, debido al extremo cambio de estilo. Elizabeth estaba experimentando una sensación hasta ahora desconocida para ella, era muy joven y atractiva, y jamás había podido disfrutar de esas virtudes. Además de ser bastante inteligente como para saber muy bien lo que quería y le convenía; combinada con un pensamiento muy adelantado para su época.

Elizabeth se acercó al grupo de chicas que se encontraban en la barra.

-Oh pensamos que no vendrías! Es maravilloso que te hallas decidido a acompañarnos- dijo Mía invitándola a un trago.

- Gracias- Elizabeth aceptó haciendo una mueca al probar el trago, siendo la primera vez que probaba el alcohol.

Por largo rato charlaron, rieron, disfrutaron de la música, y escucharon algún que otro piropo. También se retiraron e incorporaron algunas chicas debido a las peticiones de los clientes. No faltaron los caballeros que se acercaron pidiendo pasar la noche con Elizabeth al precio que fuese, al darse cuenta que era su primera noche en el Prostíbulo.

- ¡No está en oferta! Ella es solo mi invitada!- respondía Charlotte, que no se apartó ni un minuto de su nueva inquilina.

Charlotte sentía por Elizabeth un sentimiento de protección, a pesar del poco tiempo que tenía de conocerla. No entendía muy bien la razón de ese sentimiento, pero aún así intentaba protegerla.

- Cualquier cosa que necesites no dudes en pedírmelo- le decía a menudo. A lo que Elizabeth respondía con una sonrisa de agradecimiento.

De repente y sin detenerse entraron de forma agresiva unos guardias por la puerta.

- ¿Dónde podemos encontrar a la dueña del local?- preguntó uno de ellos en alta voz.

-Su servidora- respondió Charlotte con elegancia.

- Necesitamos interrogarla, estamos investigando un asesinato-

- ¿Y qué tengo yo que ver con ese asesinato?- replicó la madame

- La investigación nos a arrojado directamente a éste sitio, ya que la víctima lo frecuentaba-

- Aún no sé de quién me hablan, pero acompañenme arriba, allí hablaremos con más tranquilidad-

Charlotte subió con los guardias y Elizabeth sintió como los latidos de su corazón se iban acelerando. Conocía mejor que nadie como había sucedido ese crimen, aunque en defensa propia, no tenía ni un solo testigo. Los treinta minutos que estuvieron interrogando a la dueña del Prostíbulo, resultaron siglos para ella. La ansiedad y la intriga de no saber en qué pararía todo aquello, le provocó náuseas. Intentó disimular pero sus manos comenzaron a sudar frío y las chicas lo notaron, aunque no dijeron nada.

Rato después bajaron Charlotte y los guardias, con expresión de tranquilidad, nada preocupante. Pero para Elizabeth cada segundo sin saber lo que se había hablado en aquella habitación le cortaba la respiración.

Los guardias se retiraron y Charlotte se acercó al grupo de chicas que esperaban ansiosas para saber los detalles del interrogatorio.

- ¡Tranquilas! Todo aclarado. Se trata del dueño de una granja, no era de nuestros clientes más importantes, pero venía a menudo. Resulta que alguien lo ha asesinado, al parecer en una pelea, pero los guardias argumentaron que están casi seguros de que fué su esposa, que minutos después se largó. Solo venían a confirmar que era nuestro cliente-

Elizabeth se sintió peor aún con ésta respuesta, ahora todos pensaban que había sido la pobre Sarah quien mató a su marido. -Quizás los guardias la encontrarían y acabarían apresandola- -¡Dios! Tengo que hacer algo-

-¿Elizabeth, puedes venir un momento?- le dijo Charlotte y la tomó de la mano llevándola a su habitación y sentándola en la cama.

- ¡Lo sé todo!-

- ¡¿Qué!? ¡¿Yooo...¡? Lo siento much...!-

- Tranquila. Poco a poco me he dado cuenta de todo. Tú llegaste hasta aquí persiguiendo a un hombre, ese hombre era Juan. Pero yo lo conocía muy bien, al igual que a su esposa, y sé lo miserable y repugnante que era. Apuesto mi vida a que intentó abusar de tí, y al defenderte lo mataste. ¿No fué así?-

Elizabeth estalló en llanto.

- Además ese día fue el que llegaste sin aliento, como si hubieses visto a un fantasma. Supe desde el inicio que algo terrible te había sucedido. Así que decidí asegurarle a los guardias que su mujer lo amenazaba con matarle, y así confirmar sus falsas sospechas-

Elizabeth no dejaba de llorar. Temía que ahora que la habían descubierto la hecharan, y también por la seguridad de Sarah y del bebé.

- Pero no te preocupes por nada, nadie por estos rumbos sabe dónde está Sarah, no la encontrarán ni en mil años. Y yo te voy a ayudar en todo. Aquí estás a salvo-

Elizabeth se quedó muda. No tenía palabras para expresar su agradecimiento. Solo sabía que una larga etapa de su vida la esperaba en éste sitio, dónde se sentía segura.

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