El sueño
- ¡Entonces tenemos un acuerdo!- dijo James mientras esperaba con su mano extendida la respuesta del Rey.
- Por mi parte es un rotundo sí- exclamó su Alteza- Solo falta hacer la presentación oficial de los futuros novios.-
-No es necesario que me presenten a la princesa, quiero ser yo personalmente quien la visite en su habitación y le de la buena noticia, no todos los días una mujer recibe tal honor- dijo el príncipe de Gales arreglando su fino traje, y se dispone a caminar hasta la puerta de la habitación de Elizabeth.
El Rey quizo detenerlo y pedirle un poco más de discreción para con su hija, pero las malas condiciones políticas en que se encontraba se lo impidieron.
- Es un joven apuesto- pensó, - seguro que tienen buena química.
El sonido de la puerta despertó a Elizabeth, quien se había quedado dormida, con la almohada empapada en lágrimas, y en igual posición que al acostarse. Se puso de pie al escuchar los golpes, recogió un poco su alborotado cabello rubio, secó sus lágrimas corridas por todo su rostro y fué a ver quién llamaba con tal insistencia. No supo que decir ni qué hacer ante la presencia de un desconocido a punto de entrar a su cuarto, y una mirada lascivia que recogió sus pechos hizo que su corazón galopara agitadamente, y sus manos destilaran sudor.
- ¿Qué hace usted en mi habitación? Si tenía algo que hablar conmigo debió haber esperado a que bajara al salón, o en todo caso mandarme a buscar- dijo ella intentando ser firme.
-¡¿Qué maneras son esas de tratar a tu futuro esposo?!- respondió él con una mezcla de burla y deseo.
- ¿Cómo dice usted? Yo aún no he dado consentimiento alguno de casarme y mucho menos bajo esta presión. Así que por favor váyase de mi habitación o me veré obligada a llamar a los guardias-
- Jajajajaja, soy un invitado de honor en tu ridículo Palacio, tu padre está prácticamente comiendo de mi mano, así que nada vas a hacer, a menos que yo te lo ordene-
Diciendo ésto James empujó a Elizabeth encima de la cama y la besó a la fuerza, sujetando sus manos contra el colchón, fué deslizando su boca hasta su cuello para besarla con violencia, y estuvo a punto de continuar hacia sus pechos que eran su centro de atención, cuando la Princesa logró golpear con su rodilla en los genitales del prepotente James, y separarse por fin de él. Antes de llegar a la puerta para ir corriendo a decirle lo sucedido a sus padres, los guardias, un empleado, o a quien en ese momento se cruzara en los pasillos, sintió la voz amenazante del estúpido Príncipe.
- ¡Ni se te ocurra hacer lo que estás pensando! No solo tengo la posibilidad de salvar la débil posición de tu padre, sinó que también tengo el poder de undirlo en la más infinita miseria- dijo él mientras se acomodaba enderezando su cuerpo aún adolorido por la patada.
- Tengo el concentimiento de los Reyes, y tantos aliados políticos como no eres capaz de imaginar. Puedo comprar lo que se me dé la gana, y tener a la putita que desee, así que ve corriendo a que tus "papis" te defiendan, y hundiré al caduco Rey en la mugre. ¿Me escuchaste?. Así que solo te librarás de mí estando muerta-
Elizabeth se encontraba paralizada en la pared de su habitación, con la respiración detenida, y los ojos como vidrios a punto de romperse. James salió por el largo pasillo, aún con dolor en la zona genital, y con una sonrisa de maldad en su rostro. Las palabras de aquel "cerdo" retumbaban el la mente de la princesa, sobre todo la última oración: "...solo te librarás de mí estando muerta."
Solo tenía dos opciones, aceptar casarse con ese estúpido y ser infeliz por el resto de su vida, o negarse y perjudicar gravemente a su viejo padre. ¿Serían solo esos dos caminos ahora mismo en su cabeza, o quizás habría algún atajo? La palabra "muerta" no dejaba de sonar en su cabeza una y otra vez.
Esa noche Elizabeth no bajó a cenar, mandó a Poppy a avisar que no se encontraba con apetito, y le dolía el estómago. Recostada en la ventana observa las hojas caer en el río, arrastradas por la corriente, y siente de nuevo la paz en su interior.
De repente la abraza un frío en todo su ser, sus brazos se encuentran a todo lo largo de su torso, y su cuerpo, en posición decúbito supino, se encuentra inerte, sin poder hacer movimiento alguno. A su alrededor flores de todos los colores y muchas personas, familiares y conocidos, todos vestidos de negro, y con tristeza en la mirada. Por último descubre que se encuentra en un frío ataúd. Deseaba gritar, salir, correr, pero todo era inútil. Como un último aliento, con todas sus fuerzas intenta el último grito y ... despierta, con la cabeza recostada a su ventana, y toda la piel bañada en sudor.
Elizabeth despertó sumamente asustada, pero en ese instante como una luz en su cabeza, se engendra un ingenioso plan, que tenía demasiados cabos sueltos, pero ella no descansaría hasta llevarlo a cabo.
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