Dos sorpresas
- ¡Maldito! ¡Mil veces seas maldito!- susurra para sí Elizabeth mientras corre por los pasillos del Prostíbulo, con una mezcla de desconcierto y rabia.
El rostro de aquel misterioso y poderoso cliente tan esperado por todos, le pertenecía a la persona que más odiaba en su vida, el cerdo miserable causante de sus mayores pesadillas; James de Gales.
- ¡Asqueroso mujeriego! ¡Putero de mier...!-
Charlotte la interrumpió.
- ¿Sabes el gran problema en que nos has metido? ¿Tienes idea de quién es ese hombre que acabas de dejar solo en la habitación? Te había dicho que de la complacencia de ese señor dependería el futuro de éste lugar. ¡Y lo has arruinado! ¿Por qué no me dijiste que no serías capaz de hacerlo? Te habría entendido y habría buscado a otra de las chicas. Ahora iremos de cabeza a la ruina. ¡A la ruina me oyes!- gritaba Charlotte mientras caminaba de un lado al otro de la habitación y gesticulando demasiado, demostrando una tensión enorme.
James había salido hace un momento por la puerta principal con el rostro de quién acaba de ver al demonio, y prometiendo cerrar el local. Pero lo más importante era que ni soñando había logrado reconocer el rostro de la joven. Además de que la creía bien muerta y enterrada.
Los ojos de Elizabeth estaban rebozantes de lágrimas. Las palabras de Charlotte se encajaban en su pecho como puñales. Pero su corazón se iba fortaleciendo con cada grieta, con cada herida. Así que en vez de tirarse al suelo y resignarse a seguir mintiendo, le habló de frente y sin miedo.
- Ya me cansé de fingir. Me cansé de sufrir y callar. Ahora vas a saber toda mi verdad y luego de que te cuente toda mi historia me iré. Solo lamento no haberlo hecho antes-
Elizabeth le contó con lujo de detalles, sin callarse nada. Todo el camino recorrido para llegar hasta allí. Incluso le contó de asuntos previos a toda su tragedia. Lloró tanto y tan fuerte que al llegar al final de sus palabras sus ojos estaban secos, ya no lloraba, se fortalecía por minutos.
Charlotte la miraba con la boca entreabierta, con los puños cerrados y tensos y la cabeza en shock. La escuchaba completamente cayada sin creer lo que estaba escuchando. Con los ojos sin apartarlos ni un segundo de su boca en movimiento.
- ¡Eres la Princesa! ¡La Princesa Elizabeth Rowling, no puede ser! Todos en el Reino te creen muerta. Yo misma sentí una pena inmensa el día que anunciaron tu muerte. ¡No puede ser, por Dios! ¡La Princesa de Inglaterra en mi casa!-
- ¡Ahora me voy! No quiero causar más problemas de los que ya he causado. Espero de todo corazón que ese estúpido no cumpla su vengativa promesa- dijo Elizabeth mientras se disponía a caminar a su habitación para para luego marcharse.
Charlotte la contemplaba atónita. Sin decir nada más. Toda la información que había recibido en tan poco tiempo daba vueltas una y otra vez en su cabeza. Vió como Elizabeth salía por la puerta únicamente con la ropa que traía el día en que llegó. Con rostro ya no de niña asustada, sinó de mujer valiente.
- ¡Espera! ¡No te marches! Si lo que quieres es venganza, aquí me tienes- le dijo Charlotte con entereza.
La Princesa se volteó suavemente y la miró con asombro - ¿Estás segura? Ésta no es una simple venganza, es una guerra-
Charlotte le tomó las manos - En ésta guerra, yo seré tu aliada-
Elizabeth la abrazó fuertemente, sin decir decir palabra alguna.
Esa noche no se abrió el local. No hubo fiesta, ni se recibieron clientes. Las chicas no sabían el porqué, pero una orden de Charlotte era sagrada.
Elizabeth había perdido el sueño. Todo lo que estaba sucediendo en su vida le sacudía la cabeza en las noches. Hacía una calor horrible y decidió salir a tomar un poco de agua y sentir aire fresco; así que luego de pasar por la cocina se dirigió al patio trasero de la casa. Disfrutó de la brisa nocturna y de la majestuosidad del firmamento. Cuando se disponía a regresar a la cama, escuchó un ruido de las hojas secas en el suelo, como si alguien las hubiese pisado. Sintió miedo, pero al dejar de escuchar el ruido pensó que había sido su imaginación, así que caminó unos pasos para comprobarlo. Al inclinar un poco la cabeza pudo ver a pesar de la oscuridad la silueta de una persona. Se trataba claramente de una mujer, pues a pesar de llevar una larga capa, sobresalía un largo cabello rojizo que rozaba sus caderas por fuera de la capa. Obviamente esperaba o vigilaba a alguien.¿Pero a quién?
Desde el lugar donde se encontraba Elizabeth no podía ser vista, así que aguardó tranquila en su sitio para descubrir de qué se trataba.
Pasaron unos diez minutos cuando vió aparecer en escena a otra persona, al parecer la que esperaba la misteriosa mujer. El recién llegado también llevaba una capa, pero con la diferencia de no dejar reconocer su género, pues la vestimenta era ancha y cubría todo el cuerpo. Las dos personas hablaron por un rato y luego se alejaron, después de acercarse demasiado como para besarse. Debía ser una pareja de enamorados según el razonamiento de Elizabeth, no tenía nada de extraño, salvo el lugar y la hora que habían escogido para verse. Ella decidió volver a la cama tranquilamente. Cuando estaba frente a su puerta, vió que alguien se acercaba por el pasillo. Era Mía.
- Mmmm, no pensé que hubiese alguien a éstas horas aún despierta- dijo Mía y se mostró un poco nerviosa.
- Pues sí, me desvelé un poco y decidí caminar- le contestó Elizabeth
- ¡¿Caminar!?- dijo Mía y su rostro empalideció un poco. -Bueno, voy a la cama, yo también estaba sin sueño. Hasta mañana Elizabeth-
Mía siguió caminando, y algo además de su actitud le llamó la atención a la Princesa; un bulto negro asomaba por debajo del vestido, Elizabeth fijó un poco la vista y se sorprendió mucho al ver que se trataba de una capa negra.
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