Cita por accidente

Varios días con sus noches pasaron sin mayor novedad que algún que otro cliente pasado de copas. La Princesa continuaba perfeccionándose en su vida nocturna  y había hecho una excelente relación con todas las chicas y sobre todo con Charlotte; a quien había estado más de una vez a punto de contarle toda la verdad de su vida, pero la prudencia la enmudecía.

Como cada tarde las chicas se encontraban reunidas en la terraza, al rededor de la fuente. Entonces Elizabeth sintió de repente un poco de vértigo, sus ojos se nublaron y sintió su cabeza más pesada que nunca. Las chicas lo notaron y no tardaron en acercarse a sujetarla. Sáhara colocó su dedo pulgar en el surco nasolabial, para intentar disminuir su malestar. Cuando se sintió un poco recuperada, Mía y Alejandra la acompañaron a la habitación, y fué entonces cuando el tobillo izquierdo de Elizabeth se torció debido a la fragilidad causada aún por el vértigo, cayendo cuatro escalones hacia abajo y quedando en el suelo toda adolorida.

- ¡Oh por Dios! ¡Llamen a un médico, rápido! ¡Debe haberse fracturado el pie!- gritó Alejandra

- ¡Rápido, pídele a Charlotte que mande a avisar a su sobrino, que su consulta no se encuentra muy lejos de aquí!- gritó Mía

Rápidamente Charlotte; que sintió gran preocupación por la chica, pidió a un granjero que frecuentemente traía frutas y verduras para ellas, que tomara su caballo y corriera hacia la consulta en busca de su sobrino.

El chico no tardó más de quince minutos en llegar con su botiquín y su pequeña maleta preparada. Charlotte le besó en la frente y le explicó de qué se trataba. Lo llevó a la habitación de Elizabeth que se encontraba sentada en la cama, sin poder mover el pié y haciendo terribles muecas de dolor, acompañada por tres de las muchachas, que eran las que cabían en el cuarto.

Cuando atravesó la puerta y vió a su paciente no pudo creer lo que estaba viendo. - ¡Bendita casualidad!-

Cuando Elizabeth elevó su cabeza para mirar a su doctor, desapareció de su rostro la expresión de dolor, y se instaló una arruga en su entrecejo y una boca semiabierta. - ¡No puede ser!-

El sobrino de Charlotte no era otro que Daniel Noboa, el atrevido chico del río, que se aferraba secretamente a cada sueño de la Princesa.

- ¡Parece que el destino no me va a dejar sin saber tu nombre!- le susurró él mientras se sentaba frente a ella para observar su pie.

- ¿Es usted médico? Creí que los médicos eran personas más educadas- respondió Elizabeth intentando recordarle el "interesante" suceso del río.

- ¡Pues sí! Y créame señorita me encantaría poder decir que lamento haberte visto desnuda pero no soy un mentiroso-

Las chicas quedaron con la boca abierta al escuchar las palabras: "visto desnuda" y no repararon en comenzar las típicas miradas y risitas insinuantes; más Elizabeth les interrumpió

- ¡No piensen para nada en lo que jamás pasó! Solo fué un desagradable incidente lo que sucedió entre este caballero y yo-

- Por mi parte tengo tres cosas que aclararte señorita- dijo Daniel con una mirada seductora - Una: si continúas tratándome de "usted", daré media vuelta aún faltando a mi ética médica y no te atenderé. Dos: ese "incidente" no me pareció el tan "desagradable". Y tres: aún no me dices tu nombre-

- Me llamo Elizabeth- dijo ella con un suspiro

- Elizabeth... ¿qué más?-

- Creo que con mi nombre es suficiente- dijo ella agachando la mirada.

Daniel notó una reacción extraña al ver la respuesta de la joven cuando él preguntó por su apellido, pero era demasiado perspicaz para insistirle. En toda la conversación no había dejado de examinar su tobillo, como para persivir por sus síntomas que no era nada grave.

- No te preocupes, fué solo un esguince. Solo deberás hacer reposo y ponerte compresas frías. En unos días estarás bien. Solo que ahora no podrás nadar desnuda en los ríos- dijo con una sonrisa que hizo sonrojar a Elizabeth.

- Fué solo una vez. No es necesario que me lo recuerde...digo recuerdes...tan a menudo-

- Lo siento pero es imposible no recordarlo-

Elizabeth rodó los ojos haciendo un gesto irónico.

Daniel se disponía a salir por la puerta, sin más excusas para quedarse, con su cabeza nublada por la tensión emocional que le provocaba la Princesa, cuando se volteó rápidamente. Las demás chicas ya se habían marchado dejando al doctor a solas con su paciente.

- ¡Espera! ¿Tú...trabajas aquí? ¿Eres...?-

- No- le interrumpió ella, que ya sabía en lo que terminaría la frase. - Llegué hace pocos días. Cuando me viste en el río aún no vivía aquí. Solo bailo por las noches, pero pronto debo dejar de abusar de la hospitalidad de Charlotte, así que...-

Daniel enmudeció por un momento ante las palabras de Elizabeth, le estaba confesando que pronto comenzaría a ejercer el trabajo más antiguo del mundo.

- Entonces ya sé la forma de volver a ver a la ninfa de las aguas- dijo para romper un poco la tensión y mirando a sus hermosos ojos verdes.

- ¡Lárgate! No me verás desnuda nuevamente por pago. ¡Jamás!-

- Tienes razón, tal vez será por placer- le respondió él con la sensualidad que desprendía su sonrisa sin el menor esfuerzo.

Elizabeth le arrojó un cojín al que él logró esquivar y salió de la habitación mordiéndose el labio inferior. Ella quedó pensando que sentía rabia por la atrevida actitud de aquel irritante hombre que por segunda vez lograba sonrojarla; pero ésta vez su última frase le provocó algo más que unas mejillas enrojecidas y un extraño sueño nocturno.






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