Charlotte's

Elizabeth estaba sola, a oscuras. Una tórrida ráfaga de corriente se apoderó de su columna vertebral. Un miedo escalofriante recorría todo su cuerpo como un vendaval. Sus ojos entreabiertos apuntaban en la misma dirección, y la incertidumbre la agitaba como a las hojas una tormenta. Intentó alzar sus brazos, pero no pudo, sus codos no alcanzaron a estirarse lo suficiente. Logró tocar la superficie que la rodeaba. Su tormento era cierto. Estaba de nuevo dentro de un ataúd. No recordaba ningún indicio que la llevaran a pensar el motivo por el cual se encontraba de nuevo en el mismo horrible lugar del que ya había salido.  El corazón se comenzó a agitar demasiado rápido. Y la importancia era tan grande que su cuerpo temblaba de rabia y desesperación. Sintió náuseas y como poco a poco iba perdiendo el conocimiento. Sentía como se iba congelando su sangre en el interior, y entonces, se percató de que estaba muerta. Lo raro era que aún sentía, como un enfermero de catalepsia. De repente sintió como una luz comenzaba a penetrar poco a poco en la caja de madera, y junto a ella un aroma demasiado agradable y dulce. Un hombre joven, y muy apuesto abrió el ataúd, y tomando a Elizabeth por la parte posterior de su cuello la alzó hacia su boca. Acercó su cara a la suya, y puso en sus labios un apasionado beso que la hizo despertar de la misma muerte. Era el joven del río, Daniel Noboa. Y justo en ese momento, sobresaltada y confundida, Elizabeth despertó. Todo había sido un sueño.

- ¿Qué me está pasando?¿Por qué estoy teniendo estos sueños tan extraños? Tengo que quitárme a ese tipo de la cabeza.-

Es ese momento, comenzó a ser consciente de la realidad, y a escuchar unos gritos que provenían de la habitación de Sarah y su marido. En realidad discutían a diario, pero su mala relación se había recrudecido en estos días. El marido, Juan, pasaba poco tiempo en casa, llegaba con aliento etílico, y maltrataba bastante a Sarah. La cual para nada era sumisa, respondía al marido con una valentía impropia de las mujeres de su época. Varias veces Sarah había comentado a Elizabeth, que solo mantenía el matrimonio por el bebé, que poco le importaba el "qué dirán" de la sociedad y el bienestar económico. Elizabeth la apoyaba siempre, pues no simpatizaba nada con Juan, un hombre mezquino y machista, y además consideraba retrógrado el poco acceso a los derechos de la mujer en su época.

Elizabeth sintió una ganas enormes de salir en defensa de Sarah, pero la razón y la paciencia le decían que no debía.

- Ya se está agotando mi paciencia, te lo advierto Juan, no falta mucho para que llegue el día en que te abandone definitivamente. Y además me llevo al niño-

- Que te lo has creído, yo aquí hago lo que me dé la gana, para eso soy el hombre de la casa. Y al niño no te llevas ni soñando. Además, que vas a hacer sin mí, no eres nada sin tu hombre. No seas patética-

- Eres un imbécil. Llegará el día en que las mujeres podamos vivir sin necesidad de un estorbo como tú al lado- le dijo Sarah con mucha rabia.

Juan se abalanzó con violencia hacia su mujer asustada, y la tomó fuerte con sus grotescas manos por sus mejillas, apretando fuertemente su cara.

- Que sea la última vez que me hablas así. Me debes respeto y sumisión, así que cállate yaaa- dijo el marido dándole un empujón.

La pobre Sarah quedó llorando tirada sobre la cama. Apretó un puño y dió un puñetazo en la cama, ese que anelaba darle a su marido y no pudo.

Cuando Juan salió por la puerta. Sarah llamó a Elizabeth. Cuando estuvieron las dos solas y en silencio, Sarah dijo:

- Eliza, tengo una fuerte sospecha acerca de mi marido. No voy a soportar más humillaciones de su parte. Nunca está en casa, y cuando está me maltrata. Yo sé que se ha estado acostando con otras mujeres, y eso no lo voy a tolerar-

- Desearía tanto poder ayudarte, pero lo único que puedo hacer es darte apoyo emocional y consuelo-

-¡No! Hay algo que quiero que hagas por mí. Un favor muy especial que tengo que pedirte.-

- Entonces dímelo, en qué puedo ayudarte-

- Se que te parecerá extraño y hasta peligroso, pero tienes que ir en busca del paradero de mi marido. Necesito saber dónde se mete todo el día. Así que quiero que la próxima vez que salga de aquí, vayas detrás de él con mucha cautela-

-Pero Sarah, por Dios, no sé si pueda hacer algo así. Él me va a descubrir, y las va a pagar conmigo-

-Elizabeth por favor, eres en quien único puedo confiar. Ayúdame- y diciendo esto puso sus manos en oración, a lo que la chica no se pudo resistir-

- Está bien Sarah, lo haré por tí y por todo lo que me ayudaste cuando llegué aquí-

Entonces se dieron un fuerte abrazo y Sarah le dió las gracias, pidiendo absoluta discreción.

- Confío en tí, no me falles- le dijo con lágrimas en los ojos.

La noche llegó rápido y también la mañana siguiente. Todo estaba preparado. El plan estaba diseñado a medida. Nada podía fallar. Esperaron a que Juan se alistara para salir, y al hacerlo, Elizabeth se encontraba detrás del portón trasero de la casa aguardando la señal de Sarah.

Juan salió por la puerta delantera y la esposa corrió a avisar a Elizabeth su salida. La chica rodeó la casa, y llegó al punto exacto para seguir su rastro. Y así lo hizo. Lo siguió por un largo camino. Por aproximadamente 30 minutos. Y llegó al lugar sin ser vista. Era un sitio muy extraño y llamativo, aunque bastante apartado de todo, incluso más que la granja. Tenía un bonito cartel el la puerta que decía: "Charlotte's".

Juan entró al local. Lo recibió una chica muy bonita y arreglada en la puerta, con una familiaridad, dando a entender a Elizabeth que el hombre frecuentaba este sitio.

La chica esperó un tiempo prudencial fuera, pero la curiosidad comenzó a crecer en su audaz cabeza, y se percató de que fuera no sería capaz de descubrir a qué venía Juan a éste extraño local.

Entonces decidió entrar. Así lo hizo y al pasar por la puerta principal, se acercó a recibirla la misma chica que había visto anteriormente.

- Hola, soy Denisse, un gusto recibirte. Charlotte te está esperando  arriba-

- ¿Cómo?-dijo Elizabeth asombrada

- No no, yo solo...- intentó explicar a la chica el motivo de su presencia pero fué inútil

Desirée la llevó hacia arriba, dónde sé encontraba una mujer, que aparentaba unos 50 pero muy bien conservada para su edad. Cuando vió a Elizabeth le dijo muy amablemente:

- ¿Eres la chica nueva? Me hablaron muy bien de tí. Eres bella, no te será difícil el trabajo. Me llamo Charlotte Sellers. Soy la dueña- dijo deslizando sus ojos de arriba a abajo por el cuerpo de Elizabeth.

- No señora, debe de haber un error, yo solo he venido siguiendo a un hombre-

- ¡Como todas! Aunque algunas vienen huyendo de un hombre.- dijo Charlotte con un tono irónico

Elizabeth no entendía nada.

- No, creo que no me ha entendido usted, yo no vengo por el trabajo, sinó siguiendo los pasos de un hombre que acaba de entrar aquí-

- ¿Ahhh no eres la nueva? Pues es una lástima, aquí serías la estrella de la noche-

- Espere, ¿qué es éste lugar exactamente?

- Prostíbulo Charlotte's- dijo la mujer con un gesto de espectáculo

Elizabeth se sorprendió, su vida en el Palacio había sido tan tranquila, casi nunca salía, y cuando lo hacía era escoltada por personas de la corte, y cerca de Palacio. Todo esto era una nueva experiencia para ella, que hasta ahora había sido tan pura e inocente.

Ahora debía regresar a la granja y contarle la triste realidad a Sarah.

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