Capítulo 77
Pese a que empezaba a oscurecer y el bosque más próximo era inmenso, Antonio apareció enseguida: él también había añorado a Bellatrix y acudió a sus llamadas. Se frotó contra su cuello ronroneando de felicidad mientras ella lo acariciaba. Cuando logró que se calmara, comprobó que estaba cubierto de sangre. Eleanor se asustó, pero su amiga le explicó que debía de haber atacado a un yeti y succionado su sangre. Antonio estaba intacto.
—Ven, vamos a casa a bañarte.
Volvieron al castillo y Bellatrix llenó un lavabo de agua caliente. Con un paño fue limpiando al animal, que cerró los ojos disfrutando de los cuidados. Su felicidad duró hasta la hora de la cena.
En el comedor, Grindelwald charlaba con Vinda y Abernathy y dentro de su chaqueta había un sospechoso bulto; un bulto que —a muchos metros de distancia— Antonio fue capaz de detectar que era otro ser vivo. El mago oscuro decidió aprovechar la situación para librarse de un problema histórico: su mascota.
—Sí, Antonio, te estoy siendo infiel. Ahí tienes la chimenea, suicídate.
La criatura emitió una especie de llanto lastimero y se acercó a su amo. Por primera vez en toda la tarde, Grindelwald acarició a Sweeney con una sonrisa cruel. El chupacabra, profundamente dolido, empezó a mirar las llamas con deseo.
—¡No, Antonio, no te suicides! ¡Aún tienes motivos para vivir! —exclamó Bellatrix.
No se le ocurría cuáles, pero propició la venganza perfecta. Antonio cambió de opinión: correteó hacia ella y trepó hasta su regazo. Escaló hasta su cuello y se frotó contra Bellatrix abrazándola con sus dos pares de patas. Después miró de soslayo a Grindelwald como para demostrarle que le había quitado a su persona favorita. El mago fingió indiferencia, pero la chica supo que sentía envidia de su mascota.
—Bien hecho, enanito —susurró en su oreja.
Obviando ese incidente, la cena fue moderadamente bien. Eleanor parloteó incesantemente sobre el proceso de convertir a un muggle en una empanada de carne; Bellatrix la escuchaba divertida, Grindelwald la miraba con escepticismo, Vinda con repulsión y Abernathy babeaba por ella. Aún así, disfrutaron de la comida preparada por el elfo (salvo el mago americano, estaba demasiado ocupado admirando a la pastelera). Cuando terminaron, Eleanor le ofreció ayudarla a envolver sus regalos de Navidad; Abernathy aceptó como si le hubiese propuesto regalarle una escoba nueva. Los otros tres se quedaron en el comedor disfrutando del silencio. Al rato Grindelwald invocó una botella de vino y lo abrió.
—¿Te irás a París, Vinda? — preguntó Grindelwald sirviéndole una copa.
—Prefiero quedarme —respondió la francesa dando un pequeño sorbo—. No tengo ganas de ver a la familia... Estoy aquí mucho más tranquila.
—Brindo por ello —sonrió el mago pasándole otra copa a Bellatrix que seguía jugando con Antonio.
—Además creo que mañana llega Gizella —añadió la francesa en voz baja.
—Y adiós a la tranquilidad —masculló Grindelwald.
Recuperaron el agradable silencio solo roto por los ronroneos de Sweeney y los gruñidos de Antonio. Media hora y dos copas después, la francesa se retiró a sus habitaciones. Grindelwald le preguntó si le apetecía subir a la terraza. Ella aceptó, estaba deseando retomar su costumbre de mirar las estrellas juntos.
—Dame un momento, tengo que librarme de esto... —masculló el mago mirando con rabia al escarbato aferrado a su hombro.
Recorrió un par de pasillos hasta llegar a una puerta que solo se abría con su tacto. Se trataba del salón dorado: una sala cuyo mobiliario y los botines que estos almacenaban eran de oro macizo. Acumular oro era una tradición que los Grindelwald conservaban. Solo le había mostrado esa habitación a Bellatrix, pero decidió hacer una excepción con aquel molesto ser: estaba dispuesto a pagar un alto precio por librarse de él. El escarbato quedó tan fascinado por el brillo de aquellos tesoros que hasta sus ojos reflejaron la emoción. Tras unos segundos de negociación, se abalanzó sobre un cofre repleto de oro de duendes y empezó a bucear en él.
—Eso lo entretendrá un rato —murmuró volviendo junto a Bellatrix.
—Pero te robará cosas, ¿no?
—Que robe lo que quiera. Tengo mucho más oro del que un millar de escarbatos podrían almacenar.
—Mm... Eso me pone —murmuró ella besándole—. Oye, ¿dónde está tu chaqueta?
El mago se encogió de hombros como si la cosa no fuese con él. Bellatrix lo comprendió y se partió de risa:
—¡Se la has tenido que dar! ¡Sweeney quería algo que oliese a ti porque te ama! —exclamó divertida— No puedo culparlo...
—Me estoy ablandando y lo detesto.
—Tú siempre hablas en tus discursos de luchar por el amor y todo eso...
—Mera propaganda para engatusar a mentes simples. Pero por tu culpa ahora creo en ello y me disgusta.
—Bueno... Si eso sirve de algo, yo te quiero —susurró Bellatrix con inocencia mitad impostada mitad real.
Sí servía. El mago la acercó a su cuerpo ignorando al enfurecido Antonio y la besó con detenimiento. Minutos después, estaban de nuevo en su balcón favorito contemplando el paisaje nocturno. Acomodada en su regazo, Bellatrix se sentía profundamente feliz.
—Muchas gracias por traer a Nellie, no sé cómo agradecértelo —confesó avergonzada.
—Eres inteligente, seguro que encuentras la forma —comentó él con sorna.
Ella sonrió y coló la mano bajo su camisa. La dejó en su pecho y apoyó la cabeza en su hombro.
—Cuéntame cómo fue con los vampiros. ¿Hubo algún problema?
—Todo son problemas cuando intentas negociar con muertos. Hubo varios momentos de tensión y tuve que matar a un par de ellos... Pero al final salió bien, me apoyarán en la guerra, sobre todo burocráticamente. Esa raza tiene notable influencia en los sectores mágicos.
—¡Descríbeme cómo los mataste!
—Había olvidado por qué me enamoré de ti —sonrió Grindelwald.
—¿Lo habías olvidado? —preguntó ella con expresión triste.
—Malditas seas... Tuve que acostumbrarme a que mi vida siguiera en tu ausencia (lo cual difiere en gran medida de vivir) y ahora que has vuelto... Estos días sin ti creí que me volvía loco.
—Te querría aunque estuvieras loco —aseguró acariciándole el pelo.
—Obviamente. Aun estando loco, seguiría siendo el mago más atractivo del mundo —sonrió él—. Chss, calla, no hace falta que lo confirmes. Deja que te cuente cómo asesiné a dos vampiros milenarios.
Bellatrix cerró los ojos disfrutando de su voz y de las sensaciones de aquella fría noche de diciembre. Cuando terminó el relato, ella le contó sus aventuras con los dragones y sus planes con Eleanor. Después charlaron sobre la Navidad: Grindelwald nunca la celebraba y Bellatrix los años anteriores tampoco hizo nada especial. En esa ocasión tampoco lo harían, solo la cena con los padres de Eleanor. No necesitaban ni deseaban nada más: estar juntos y en paz era todo lo que anhelaban.
Pasada la media noche, Antonio se separó por fin del pecho de Bellatrix y se marchó a cazar. Ellos dos subieron al dormitorio y se pusieron al día también en asuntos de alcoba.
Al día siguiente, la cena de Navidad fue entretenida. Gizella había llegado esa misma mañana; para disgusto de Grindelwald, a quien no dejaba de fastidiar con comentarios sobre su princesa asesina. Por la tarde acudieron Sabrina y Paul para cenar con su hija y con el resto. Hubo bastante armonía. El salón estaba exquisitamente engalanado en tonos negros y dorados gracias al trabajo del elfo y la comida la habían encargado al mejor restaurante de Suiza. Eleanor se había ocupado como experta en supervisar el menú. Aunque no todos lo pudieron disfrutar:
—Antonio, no me dejas comer... —murmuró Bellatrix.
El chupacabra estaba incluso más pegajoso de lo habitual. Sospechaba que no por afecto, sino por despecho hacia su dueño. Grindelwald no manifestaba ninguna emoción, pero su novia sospechaba que las tenía. Sobre todo hacia Sweeney, que seguía enamorado de él.
—Yo creo que es el pelo —caviló Eleanor observando a su escarbato—, como lo tienes rubio y brillante, debe de querer robártelo.
Delante de sus padres, Grindelwald se abstenía de réplicas mordaces, pero ganas no le faltaban.
—Gelly siempre ha tenido buena mano con las criaturas —intervino Gizella—. De jóvenes encontramos unas sirenas en el Danubio y fueron ellas las que se enamoraron y perdieron la cabeza por un humano (y no al revés como sucede siempre).
—Giz, nadie necesita oír tus historias de... —empezó Grindelwald con una sonrisa tensa.
—¡Claro que lo necesitamos! —intervino Eleanor de inmediato.
Para evitar la incomodidad del anfitrión que deseaba causar su hija, Sabrina intervino al punto:
—Hace poco conocí a un par de sirenas en el Cabo Pelore —murmuró Sabrina—. Tenían información sobre el tridente de Poseidón, perdido en el fondo del mar hace siglos...
—Dicen que posee la capacidad de romper todas las maldiciones —intervino Vinda con interés.
—¿Lo encontraste? —inquirió Bellatrix.
—No. Miles de magos y estudiosos lo han buscado sin éxito... pero sigo en ello —comentó Sabrina.
Grindelwald se interesó mucho por su relato (en parte por genuina curiosidad y en parte por desviar la conversación de él), así que siguió conversando con Sabrina. Eleanor, sin embargo, no tenía interés en tesoros que no fueran de oro, así que le preguntó a Gizella sobre su cadena de restaurantes. Su padre se unió y charlaron largo y tendido sobre gastronomía y asesinatos. Abernathy conversó con Vinda sobre el trabajo pendiente. La que no atendió a nadie fue Bellatrix: estaba demasiado ocupada intentando comer con Antonio adherido a su cuello.
Cuando terminaron, pasaron a uno de los espaciosos salones y Armin sirvió a cada uno su licor favorito. Grindelwald ocupó uno de los sillones y Bellatrix se acomodó en su regazo. Le encantaba esa sensación: estar con su novio delante de sus amigos y conocidos y que a nadie le resultase extraño. Todos veían evidente que se adoraban y hacían buena pareja. Aunque Gizella no pudo evitar hacer comentarios (los hacía ya sobria, con que tras dos whiskys poco podía pararla...).
—¿Imaginabas esto cuando era tu alumna, Gelly?
—Al igual que imagino varias veces al día lo gratificante que resultaría torturarte, Giz. Pero me contengo... hasta que deje de hacerlo.
El tono de Grindelwald era suave, pero subyacía siempre una ligera amenaza que a Bellatrix la excitaba sobre manera. Logró incluso silenciar a Gizella. Eleanor aprovechó el silencio:
—¡Ahora mis regalos de Navidad!
Bellatrix no pudo evitar reír al darse cuenta de que no hablaba de regalos en general, sino de los que debían hacerle a ella; el resto que se apañaran como pudieran. Gizella le comentó que la tradición en sus países era entregarlos a la mañana siguiente, pero los padres de la joven —bastante avergonzados— aclararon que a Eleanor no se le daba bien esperar. Cuanto antes se los dieran, antes se calmaría. Así fue. Hasta Gizella (que la había conocido unas horas antes) tenía una elegante capa para ella; sin duda también se habría encargado Vinda.
—¡Un perfume con mi nombre! —exclamó entusiasmada— ¡Muchas gracias, Aby, eres genial!
Abernathy se ruborizó visiblemente, incluso amaba el apodo del que al resto les costó disimular la carcajada. La joven fue recibiendo el resto de regalos con desbordante emoción: un cuaderno con tapas de oro de Grindelwald, una escoba nueva de su madre, un libro con mil recetas para cocinar muggles de su padre... Dejó el último el de Bellatrix y le emocionó ver que se trataba de ropa. Había varias prendas y todas ellas estaban por duplicado: una para ella y otra para su escarbato.
—Así podéis ir a juego —comentó Bellatrix divertida.
—¡El segundo mejor regalo del mundo! —exclamó Eleanor abrazándola.
—El primero sigue siendo la corona que obliga a todo el mundo a arrodillarse ante ti, ¿verdad? —inquirió Sabrina.
—Correcto —respondió su hija sonriente—. ¡Ven, Sweeney, vamos a probarnos esto!
Ante la promesa de regalos, el escarbato abandonó por fin a Grindelwald. Mientras Eleanor se entretenía con eso, el resto continuaron el intercambio de presentes. Bellatrix recibió tanto libros como objetos de artes oscuras y un collar para envenenar al prójimo que le regaló Grindelwald. Ese último le encantó, se lo puso de inmediato: era de tanzanitas, una piedra preciosa mil veces más codiciada que el diamante. Cada pieza albergaba un poderoso veneno de belladona que Bellatrix podía liberar presionándola de la forma adecuada.
—Es impresionante... —murmuró emocionada— Ahora me siento mal, yo no te he comprado nada, pensé que no celebrábamos estas cosas...
—Estás aquí, Bella, no vas a poder irte nunca, es lo único que deseo.
—Hombre, lo de no poder irme...
—Nunca, Bella, nunca —repitió él con una sonrisa entre burlona y posesiva.
La chica sacudió la cabeza y sonrió.
—Aún así te hice algo... —murmuró.
Se trataba de su propio cuaderno de viajes muy similar al que Sabrina le regaló en su graduación. Bellatrix había detallado su experiencia durante esos años, la gente a la que había conocido, los conjuros que había inventado... Tomó notas durante todos sus viajes y ahora que había tenido tiempo, lo había pasado a limpio incluyendo fotografías e ilustraciones. Lo había escrito a mano (seguía sin manejar la vuelapluma) y redactado dos copias —también quería darle uno a Sabrina— personalizando cada una. A Sabrina le emocionó mucho, sabía que un trabajo semejante llevaba semanas. A Grindelwald también le encantó.
—¿De verdad te gusta? —preguntó la chica con timidez— Igual hubieras preferido que te comprara...
—Puedo comprarme el mundo entero si lo deseo —la interrumpió él—. Valoro más obtener algo que tú misma has creado y con lo que sin duda aprenderé.
—Bueno, tampoco creo que aprendas nada, tú ya lo sabes todo...
Lo dijo completamente en serio. Que su antiguo profesor fuese ahora su novio no quería decir que dejase de ser uno de los magos a los que más admiraba. La sola idea de enseñarle algo ella la hacía casi ruborizarse.
—No lo sé todo en absoluto —continuó él— Por ejemplo, no sé cómo derrotar a Dumbledore, ni tampoco cómo sobreviví toda mi vida sin ti... Y ahórrate el comentario de que no habías nacido, traidora.
Bellatrix se echó a reír por lo bien que la conocía. Mientras ellos seguían con sus bromas, Gizella se había encargado de poner música. Aprovechando que aquel inmenso salón era muy semejante a una sala de baile, Eleanor arrastró Abernathy al centro y para júbilo y nerviosismo del joven exclamó:
—¡Vamos a bailar!
El mago no era tan buen bailarín como la pastelera y además estaba muy nervioso, pero aún así mantuvo el tipo. Sabrina guardó el cuaderno de Bellatrix que había estado hojeando fascinada e imitó a su hija. Su marido también era muy buen bailarín, debía de ser cosa de familia. Vinda rechazó con cortesía a Gizella varias veces, pero fue en vano: al final tuvo que ceder ante la insistente húngara. La pareja que faltaba prefirió volver a su sillón con sendos whiskys. Entonces reapareció Antonio, que había partido hacía un rato, y soltó delante de Bellatrix lo que parecían dos piernas gigantes cubiertas de largo y espeso pelo blanco. La chica abrió los ojos como bludgers sin comprender qué era aquello. Grindelwald se lo aclaró:
—Es su regalo para ti. Le ha cortado las piernas a un yeti, esa piel es muy valiosa, puedes transfigurarlas en unas botas.
—¡Hala! —exclamó— Muchas gracias, Antonio, eres un amor. Yo te he comprado tus vasitos de sangre favoritos.
El chupasangre ronroneó satisfecho y empezó a sorber la sangre sin dejar de mirar de reojo a su dueño. El rostro de Grindelwald estaba ligeramente más serio que unos minutos antes. Bellatrix le preguntó que le pasaba y él masculló:
—Hasta ahora siempre me hacía el regalo a mí...
—¿Estás celoso? —preguntó divertida— Creía que lo odiabas por ser tan...
—Por supuesto que lo odio. Es demasiado necesitado y molesto... y traidor —replicó altivo.
Como si le entendiese, Antonio giró la cabeza con desprecio y continuó con su bebida.
—Sois demasiado arrogantes los dos... —suspiró Bellatrix— Pero os morirías sin el otro. Además, vi en tu armario que tenías un regalo para él.
—Eso es mentira —masculló Grindelwald apartando la vista—. ¿Y qué hacías revolviendo en mi armario?
—Buscar un jersey que oliera a ti para echar la siesta.
La respuesta del mago fue un gruñido. Antonio, que parecía haber entendido que en algún lugar existía un regalo para él, salió corriendo de la habitación. Volvió a los pocos minutos arrastrando algo muy pesado.
—¡Arg, qué asco! ¡Qué es eso! —exclamó Abernathy.
Lo que el chupacabra portaba orgulloso era la enorme cabeza de un yeti. Lo había matado y decapitado él mismo y había guardado el trofeo para regalárselo a su dueño.
A la mayoría les dio repelús, pero Bellatrix exclamó que era adorable y Sabrina comentó que las cabezas de yeti traían buena suerte en muchas culturas. Así que fingiendo indiferencia, Grindelwald lo aceptó y murmuró que la colocaría en la sala de trofeos junto al resto de obsequios que su mascota le había regalado con los años. Después, con un gesto de su varita apareció un paquete alargado que se detuvo ante Antonio. El chupacabra se abalanzó sobre él, pero estaba tan nervioso que no lograba abrirlo.
—Espera, te ayudo —murmuró Bellatrix.
Quitó el papel de regalo y abrió la caja. Contenía una pequeña alfombra de apenas medio metro. La joven no lo entendió. Miró a Grindelwald y le preguntó:
—¿Le has comprado una minialfombra? ¿Qué pretendes que...?
No terminó la pregunta porque Antonio sí que había descubierto la función de su regalo: en cuanto se subió a la alfombra, esta alzó el vuelo y empezó a sobrevolar la habitación a gran velocidad.
—Creo que le va a costar aprender a manejarla —murmuró Gizella cuando casi se estampó contra el aparato de luz.
Sí, el chupacabra parecía ligeramente asustado... pero sobretodo eufórico por su nuevo sistema de transporte. Se aferró a los flecos de la parte delantera de la alfombra y dio vueltas y vueltas emitiendo gruñidos de felicidad. Como no conseguía aterrizar pues no sabía cómo frenarla, se tiró en marcha sobre Grindelwald. Se aferró a su cuello y ronroneó con verdadero amor (nadie creería que un chupacabra pudiese expresar sentimientos, pero aquel lo hacía sin problema). Grindelwald fingió desagrado, pero Bellatrix vio como le besaba disimuladamente la cabecita.
—¿De dónde la ha sacado? —inquirió Eleanor— Sweeney quiere una.
El escarbato miraba con fascinación el nuevo obsequito que permitía volar a su rival. Grindelwald explicó que tenía "negocios" con una pareja tratante de antigüedades persas y solían mandarle obsequios similares. Al momento Eleanor le pidió a su madre que le consiguiera una.
—Son muy raras, Nellie, no tengo ninguna —murmuró Sabrina sirviéndose más champán— y estos meses tengo muchos compromisos. Tendrás que ir tú misma a Irán.
Su hija frunció el ceño, no le apetecía, prefería estar tranquila en su pastelería. Así que buscó un plan alternativo:
—No te preocupes, Sweeney, te compraré tu propio porteador que te lleve en escoba. Un esclavo siempre es mejor que una alfombra.
El escarbato pareció satisfecho, pero aún así siguió vigilando a Antonio que había montado de nuevo y planeaba sobre la inmensa sala de baile. Bellatrix sonrió y se sentó de nuevo en el regazo de Grindelwald. El resto retomaron sus bailes. Aprovechando que con la música y el jolgorio ya nadie los escuchaba, Bellatrix le preguntó a Grindelwald:
—¿Es verdad lo que ha dicho Gizella antes? ¿Lo de que imaginabas estar así conmigo cuando nos dabas clase? —preguntó con una sonrisa pícara.
—Nada reseñable —aseguró Grindelwald quitándole importancia—, también lo imaginé con Longbottom.
—¡Imbécil! —protestó Bellatrix entre risas dándole un manotazo.
El sonrió y bebieron en silencio mientras contemplaban a los danzantes. Al rato el mago murmuró:
—Me arrepentí de ofrecerte las clases particulares en cuanto tuvimos la primera. Sospeché que andaba sobre arenas movedizas, que acabaría obsesionándome con esa alumna tan inteligente y misteriosa que se sentaba en primera fila para mirarme el trasero.
—¡Yo no...! Bah, sí que lo hacía —reconoció Bellatrix pues aquello era innegable—. Sigue con lo de que te obsesionaste conmigo.
—Sí... Sí que me obsesioné... Y rápido además. Nunca había tenido tanto interés por conocer a alguien... sin dobles motivos, me refiero, sin el deseo de recabar información para manipularlos u obtener beneficios. Cada vez que me contabas algún detalle sobre tu vida lo atesoraba como tu amiga atesora sus regalos brillantes. Me obligaba a pensar que lo hacía para reclutarte, porque eras buena bruja, pero... no te quería en mi ejército, te quería en mi vida.
—Ambas ofertas son muy tentadoras... ¿Por eso me llevabas de excursión? La primera vez que fuimos al pub del Lago Ness me emocionó mucho.
—Pasé semanas decidiendo si hacerlo, si sería todavía más pernicioso salir del colegio... Al final no pude resistirlo. También fue especial para mí, actuar como si fuese algo más que tu profesor, era una fantasía que se me antojaba irrealizable.
Bellatrix le besó emocionada. Se terminó el whisky de un trago, se levantó y le ofreció su mano: "Baila conmigo". Fueron las dos palabras que usó él la primera vez que bailaron juntos durante una fiesta de Navidad de los Malfoy. Entonces eran profesor y alumna y Bellatrix le acababa de salvar de que Nagini le asfixiara; pareciera que fue en otra vida... Pero era el pasado de un futuro que se dibujaba altamente emocionante. Grindelwald tomó su mano y la guió hasta la pista de baile uniéndose al resto de parejas. Así, celebraron juntos la mejor Navidad de sus vidas.
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