Capítulo 75

La vida en Nurmengard era agradable para Bellatrix. Le gustaba el clima frío, la inmensa fortaleza que siempre tenía nuevos rincones por explorar, la soledad del paraje en el que no corría el riesgo de encontrarse con nadie... Y sobre todo la compañía de Grindelwald. No lo veía mucho, solía estar reunido para tramar sus planes; a Bellatrix le interesaba poco la organización, ella era más de acción. Pero cada mañana desayunaban y cenaban juntos. Además siempre tenía detalles con ella: le había preparado su propio despacho para que pudiese escribir, estudiar o lo que deseara; le regalaba ropa, joyas y todo tipo de cosas; le buscaba en la biblioteca los libros que pudieran resultarle más interesantes... Tenía todo tipo de gestos, grandes y pequeños, que no fallaban en hacerla sentir especial.

—Me he escabullido una hora mientras Vinda y Abernathy ultiman los preparativos del viaje, ¿aceptaría un duelo, Madame?

—Siempre —respondió Bellatrix sonriente abandonando su libro.

Se encerraron en una habitación con techos y paredes de piedra donde podían practicar magia sin riesgos y ahí disfrutaron. Sus habilidades como duelistas estaban ya muy parejas, ninguno se esforzó y ninguno logró derrotar al otro. Hubieran podido seguir durante horas.

—Lo tuyo es inhumano, Bellatrix, lo que has mejorado en estos años... —comentaba Grindelwald fascinado— No tengo duda de que podrías matar a Albus.

—Lo haré si intenta tocarte —respondió ella con indiferencia.

—Aunque no me toque, te repito que me vendría bien.

Bellatrix rio. Con su tía Vinda también tenía buena relación: no pasaban mucho tiempo juntas, pero se entendían bien y compartían puntos de vista. Ambas eran guerreras, despiadadas y no les interesaba la idea tradicional de la familia. Así que se ayudaban con los diferentes planes.

—Aquí la tienes, es de una muggle a la que nadie conoce, no habrá problema —comentó Vinda tendiéndole un frasco de poción multijugos.

Bellatrix puso una mueca de asco ante la idea de transformarse en una muggle. Antes de que protestara, Vinda se adelantó:

—Lo sé, es repugnante. Pero es lo más seguro y Gellert me ha advertido que no es negociable.

Al final Bellatrix cedió, era el requisito necesario para viajar con ellos a Moscú.

Mereció la pena transformarse en una muggle anodina: el mitin de Grindelwald para sus seguidores rusos le resultó fascinante. Sintió casi la misma emoción que la primera vez que le dio clase: aquel hombre tenía tal don con las palabras, un carisma tan sobresaliente y emanaba tanto poder que hubiese podido convencer a Bellatrix de ser una muggle para siempre. Durante todo el discurso la miró de reojo y le dedicó sonrisas cómplices.

Bellatrix no solo disfrutó viendo como todo el mundo adoraba y vitoreaba a su novio, también formó parte activa del reclutamiento:

—Disculpe, ¿Madame Black? —la saludó en ruso un mago de unos cuarenta años.

El encuentro había terminado exitosamente hacía media hora. Los asistentes se habían marchado, solo los más destacados se habían quedado para presentarle sus respetos a Grindelwald y poner sus activos a su servicio. El mago los atendía con sonrisa encantadora y grandes palabras. Bellatrix se había quedado en un lateral observándolo de lejos.

—Seguramente no me recordará, mi nombre es Alejandro Skósyrev y...

La chica lo reconoció: era el traficante de plantas al que tradujo para Gizella aquella noche en su restaurante de Budapest.

—Claro que lo recuerdo —aseguró Bellatrix en ruso— Pero, ¿quién le ha dicho que soy yo?

Dudaba mucho que hubiese sido Grindelwald, debía ser cosa de Vinda, aunque no entendía que la hicieran tragar poción multijugos para luego desvelar que era ella... Su interlocutor respondió:

—Nadie. Pero por la forma en que la mira Grindelwald... Es un hombre muy frío, dudo mucho que mire así a más de una persona.

Eso hizo feliz a Bellatrix y asintió satisfecha. Le preguntó qué tal le iban las cosas y el mago respondió que estupendamente: su negocio se había expandido por todo el mundo y era el máximo exportador del mercado mundial de plantas de alihotsy. La bruja le felicitó y no le dio tiempo a más porque Grindelwald apareció a su lado y le pasó un brazo por la espalda. Él también lo había reconocido.

—Señor Grindelwald —le saludó Alejandro en un inglés rudimentario—, gustarme su discurso. Muy bueno.

Hasta ahí llegaban sus conocimientos, el resto del discurso lo continuó en ruso y Bellatrix lo tradujo:

—Gracias a sus plantaciones de alihotsy, Alejandro ha criado su propio ejército de lisoviks: unos monstruos con forma de anciano y cuernos de macho cabrío que viven ocultos bajo la tierra. Pueden provocar tormentas, arrancar árboles, endemoniar a pueblos enteros... Viven en los árboles y los controla con alihotsy, que es su alimento predilecto.

—¿La planta con la que trafica? —se interesó Grindelwald.

—Así es. Suministrada a esos monstruos somete su espíritu y los hace muy dependientes. Puede convocarlos a voluntad y está dispuesto a apoyarte.

—¿A cambio de qué? —inquirió Grindelwald.

—De que cuando llegues al poder mantengas las ventajas fiscales para los "magos de negocios" internacionales como él. Cree en tu causa, le ha convencido tu discurso.

Y también le había convencido ella, pero eso mejor no añadirlo ante su posesivo novio.

—En ese caso... —murmuró Grindelwald lentamente— Dale las gracias...

—Claro, no te preocupes. Ocúpate del resto, yo hablo con él.

Grindelwald seguía dudoso de dejarla a solas con el ruso, pero Alejandro, volviendo al inglés intervino:

—Bellatrix muy guapa, pero demasiado peligrosa, mejor ella con usted.

El mago oscuro no supo como tomarse eso, pero como realmente era cierto, asintió. Estrechó la mano de Alejandro y volvió con el grupo con el que charlaba antes. Cuando se quedaron solos, Bellatrix le preguntó a Alejandro con curiosidad por qué había dicho eso.

—¿Qué ha oído de mí para tener la opinión de que soy peligrosa? —inquirió.

—Lo que he oído es lo de menos. Los espíritus de mi familia siempre me acompañan y en usted notan una oscuridad y un poder que me aconsejan no poner en mi contra...

Bellatrix había leído sobre mitología rusa y sabía que creían firmemente en los espíritus protectores, así que no replicó. Prefirió no ahondar en el tema. Se quedó con la duda de si era un comentario azaroso o realmente había notado a Morgana en ella.

—Sabe, tengo ideas de lo que podríamos hacer con sus lisoviks —comentó Bellatrix bajando el tono—. Pero sería mejor que quedara entre nosotros dos...

—Tiene toda mi atención —respondió Alejandro.

Estuvieron debatiendo sobre el asunto durante varios minutos, hasta que la bruja sintió que los efectos de la poción empezaban a desvanecerse. Se subió la capucha de la capa, se despidió del ruso y le hizo un gesto a Vinda para indicarle que se marchaba. Ya de vuelta en Nurmengard, Grindelwald le preguntó si había ido todo bien. Ella asintió sonriente.

— Alejandro nos será útil, estoy segura.

—Estupendo. Yo he trabado amistad con varios miembros del máximo órgano del Gobierno Mágico de Rusia, apoyarán mis planes.

—¿A cuántos Ministerios te has ganado ya?

—Mmm... —murmuró Grindelwald— Más o menos a la mitad de Ministerios de Magia europeos y a unos pocos del resto del mundo. Pero necesito más. Necesito estar completamente seguro de que podré establecer mi reinado de forma permanente y estable, sin oposición ni conspiraciones. En un par de semanas viajaré a Suecia a conversar con los vampiros que conocimos en el Fangtasia, ¿te acuerdas?

Bellatrix asintió. Sí, recordaba la última noche que quedaron con Eleanor y Julia en el club de vampiros. Sonrió ensimismada al recordar sus bailes y sus bromas con Grindelwald. A él debió sucederle similar porque comentó:

—Basta de trabajo. ¿Qué te apetece hacer?

—Podemos practicar duelo... O pasear, me encanta pasear por el bosque... Y tener sexo como animales, eso también se nos da maravillosamente —exclamó la bruja—. ¡Podemos hacerlo todo a la vez, así innovamos!

—Por muy excitante que resulte, no vamos a hacerlo en el bosque, Bellatrix: hace unos veinte grados bajo cero.

—A esa temperatura follan los pingüinos, pero aquí el señor Grindelwald tiene miedo a resfriarse...

El mago se echó a reír. "Te quiero porque estás profundamente trastornada" susurró abrazándola. Bellatrix sonrió y dio gracias porque supiese apreciar lo que todo el mundo trataba de reprimir en ella.

—¿Duelo y sexo entonces? —sugirió la bruja— Así servirá para algo el suelo acolchado de la sala de entrenamiento...

—Como desee, Madame —respondió él con una sonrisa.

Cuando se trataba de ellos, ambos conceptos solían mezclarse y fundirse; el placer que les producían devorarse y combatir no era comparable a nada más. Grindelwald pasó la semana escabulléndose de reuniones que él mismo presidía para repetir ese plan. Aun con eso y por mucho que Bellatrix insistiera en que no era así, se sentía culpable por el tiempo que tenía que pasar sola. Ella le repetía una y otra vez que adoraba estar sola y no debía preocuparse (mejor que se centrara en sus planes para dominar el mundo). Una noche de principios de diciembre, estaban teniendo la misma conversación en su balcón favorito cuando empezó a nevar.

—Vaya, vamos a tener que entrar... —murmuró Bellatrix contrariada.

Le molestaba cuando el clima era adverso, porque acurrucarse junto a Grindelwald mientras contemplaban las estrellas sobre las montañas era su lugar en el mundo. No le importaba la lluvia, pero tampoco era tan imprudente como para arriesgarse a morir de hipotermia en los Alpes. Con un gesto de su varita, Grindelwald creó una cúpula de aire caliente sobre ellos que repelía por completo los elementos. Bellatrix lo contempló fascinada. Debía haber combinado unos cinco hechizos con suma potencia para lograr ese resultado.

—¿Cómo eres capaz de hacer eso?

—Práctica —respondió simplemente Grindelwald—. Sé que a ti solo te interesan el duelo y las artes oscuras, pero la magia climatológica también puede resultar interesante.

—Es verdad que me he centrado en estudiar eso... —murmuró Bellatrix pensativa—. Igual debería ampliar más mis campos de interés.

—Tienes toda la vida para hacerlo —respondió él acariciándole el pelo.

Bellatrix ronroneó satisfecha.

—El martes tengo el viaje a Suecia para negociar con los vampiros —comentó Grindelwald al rato—. A este no me puedes acompañar. Los tengo bajo control, pero prefiero que no te juntes con esa gente, aquí estás más segura.

—Sabes que yo no...

—Sé que podrías asesinar a la raza entera si lo desearas —la interrumpió Grindelwald—. Pero ¿a las negociaciones te interesa venir?

—¿Horas y horas debatiendo sobre estrategias geopolíticas y porcentajes económicos? No, gracias. Eso se te da muy bien a ti.

—Exacto. Tú presencia ahí solo me distraería —sonrió él.

—Tienes razón, mejor me quedo... Además Merlina y Lancelot están a punto de ser padres, quiero estar aquí para verlo.

—¿Los vipertooth peruanos? —preguntó Grindelwald que ya empezaba a familiarizarse con los dragones favoritos de Bellatrix.

—Sí. Me encanta ver cómo salen del huevo, es precioso.

—Tú sí que eres preciosa.

—Sería estúpido negar eso.

Grindelwald sonrió y la besó.

—Pero volverás para Navidad, ¿verdad? —preguntó Bellatrix.

—Sí, por supuesto... Confío en que sí... —respondió él con poca seguridad— No sé cuánto tiempo me llevará, los vampiros son más inteligentes que los magos (al menos los viejos), pero espero estar aquí...

Bellatrix asintió y se reacomodó entre sus brazos. "Nunca hemos celebrado juntos la Navidad" comentó al rato. Solo durante su curso en Hogwarts coincidieron en la fiesta de los Malfoy y bailaron juntos por primera vez, pero eso fue todo. Al año siguiente se separaron antes de noviembre y los años siguientes se felicitaron por carta. Grindelwald asintió sin decir nada, era consciente de ello. Esa idea reavivó sus angustias.

—Márchate si quieres, Bella —susurró al fin intentando sonar firme—, vuelve a Inglaterra, es tu hogar. Tus amigos y tu familia están ahí... Sé que la relación con tus padres no es formidable, pero siguen siendo tu sangre y les agradará verte.

Grindelwald llevaba semanas dándole vueltas a eso. Había pensando en ir con ella a Londres, pero incluso cancelando sus múltiples reuniones, estaba el problema de la seguridad. Nadie sabía dónde se encontraba ni cómo localizarlo, había una especie de calma tensa en relación a su nombre. No tenía duda de que Dumbledore intentaba localizarlo pese a que se había asegurado de resultar irrastreable. Pero en cuanto pusiera un pie en Inglaterra, se enteraría. En sus cartas, el director simulaba tranquilidad, pero estaba seguro de que en el fondo era consciente de que estaba haciendo movimientos por proseguir con su causa. Por eso no podía acompañar a Bellatrix.

—No. Yo quiero estar contigo —murmuró ella hundiendo la cabeza en su cuello.

—Lo sé —aseguró él acariciándole la espalda—. No hay mayor placer para mí que tenerte a mi lado... Pero vivir encerrado en esta fortaleza sería un castigo para cualquiera y más para alguien tan libre y salvaje como tú. No quiero que esto se convierta en una prisión que tengas que soportar solo por mí.

—Hay pocas cosas que no soportaría por ti, Gellert.

Grindelwald tomó su rostro entre sus manos y la miró con ojos brillantes. Aquella frase no era algo inédito para él, les sucedía a muchos de sus seguidores que quedaban deslumbrados por su encanto y su poder en cuanto lo conocían. Pero con Bellatrix era diferente. Ella tenía un sentido de la fidelidad extremo, así como un deseo de proteger y defender las causas en las que creía. El mago oscuro había conocido a miles de personas a lo largo de su vida, pero ninguna con una fortaleza y decisión semejantes a las de Bellatrix.

—Te quiero, Bella.

—Lo sé —respondió ella sonriente—. De todas formas no estaremos aquí para siempre, ¿no? Cuando ganemos la guerra podremos ir a donde queramos, ¿verdad?

—Por supuesto, a donde tú quieras.

—¿Y crees que falta mucho para eso? —preguntó intentando no sonar ansiosa.

—Yo... Yo creo que no, Bella —respondió Grindelwald dubitativo—. Llevamos décadas de completa dedicación y minuciosidad, como te he dicho contamos con extraordinarios aliados... Pero no quiero que por precipitarnos al final propiciemos nuestra caída.

—No, claro —respondió Bellatrix al momento—. El tiempo que haga falta, lo importante es hacerlo bien. Yo estoy contenta aquí, me gusta el castillo, me encanta el paisaje y lo paso muy bien con los dragones. Además gracias a tus males acechadores puedo escribirle a Nellie, aunque tarden mucho en llegarle las cartas. Tengo todo lo necesario para ser feliz. Solo quiero estar contigo en Navidad, ¿vale?

—Te lo prometo —aseguró él con firmeza.

El martes cuando Bellatrix despertó estaba sola en la cama. Le agobió la idea de que Grindelwald se hubiese ido sin despedirse, quizá no había querido despertarla... Por suerte dos minutos después apareció para coger su maleta.

—No me iría sin decirte adiós —sonrió abrazándola.

—Pero me he despertado sola, eso es muy triste —respondió ella con su cara de cachorrito.

—Tenía un asunto que gestionar. Ven, acompáñame abajo—murmuró—. Te quedas con Abernathy y Vinda, pero tú estás al mando. Igual Giz viene de visita por Navidad, pero supongo que aún tardará unos días... Y en cualquier caso, ya sabes que no necesitas saludar a nadie, aquí cada uno hace su vida.

Bellatrix asintió, le parecía un buen plan. Ya en la puerta del castillo se volvieron a besar y él le prometió que volvería lo antes posible. Entonces alguien asomó en el bolsillo de su abrigo para despedirse y Bellatrix lo tomó entre sus brazos con cariño.

—¡Adiós, Antonio! Cuida de tu amo, ya sabes que es un desastre y no sabe sobrevivir sin ti.

El chupacabra profirió un gruñido de aquiescencia y Grindelwald puso los ojos en blanco. Recuperó a su mascota que se reacomodó en su bolsillo.

—Te he dejado un regalo en tu despacho.

La bruja le dio las gracias sonriente. Al principio insistió en que no necesitaba obsequios, pero no sirvió de nada: a Grindelwald le hacía feliz regalarle ropa, joyas, libros y artefactos mágicos y no iba a permitir que Bellatrix le privase de ese placer. Así que ella se resignó y dejó de protestar.

—Te quiero —murmuró Bellatrix cuando él se separó para aparecerse.

—¿Y quién no? —respondió el burlón.

Le guiñó el ojo con su sonrisa especial solo para ella y desapareció. Bellatrix cerró la puerta tras él. "Maldito bastardo, ya lo echo de menos" pensó con rabia.

Caminó lentamente hasta su despacho preguntándose qué regalo le habría dejado esta vez. Sus favoritos eran los diarios escritos por el propio Grindelwald, databan de su juventud y adoraba conocerlo así. Aunque los vestidos carísimos que la hacían sentirse la reina del mundo también eran estupendos. O la escoba último modelo con climatización automática... No obstante, cuando entró a la habitación que él le adecuó como despacho no vio nada sobre la mesa ni sobre el sofá. Todo estaba como lo dejó ella el día anterior. Excepto...

—¡Qué diablos...! —exclamó al ver algo columpiándose en la lámpara dorada a varios metros sobre ella.

Alzó su varita pero no se atrevió a atacar a la criatura. "No ha podido regalarme un animal", pensó, "Si no soporta a Antonio dudo mucho que quiera otro...". Aunque igual era para que se sintiera menos sola; cosa absurda porque contaba con una tribu de dragones... Descubrió que se trataba de un escarbato negro y peludo y no era uno cualquiera:

—¡¿Sweeney?! —exclamó al reconocer el remolino de pelo blanco en su coronilla.

—Su alteza real el príncipe Sweeney Selwyn —la corrigió una voz altiva.

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