Capítulo 74

—Sigues aquí —murmuró Grindelwald adormilado.

—Echaba de menos que dijeras eso cada vez que te despiertas —sonrió Bellatrix apartándole los mechones rubios que le caían por el rostro.

—Mmm... Yo echaba de menos otra cosa.

Ahí fue cuando recuperaron el sexo matutino. Hasta que apareció Antonio y rápidamente Bellatrix obligó a Grindelwald a ducharse y vestirse para evitarle traumas al pequeñín. Desayunaron junto al balcón de la habitación mientras observaban la nieve caer sobre los Alpes. Cuando terminaron, Grindelwald le enseñó las principales estancias de la casa: salas de entrenamiento, biblioteca, salones y la cámara de tortura del sótano en la que solían tener a los invitados que osaban desafiar su misión. En ese trayecto no se cruzaron a nadie, lo cual agradó mucho a Bellatrix.

—Los únicos que vivimos aquí de forma permanente somos Vinda, Abernathy y yo. Con el resto de seguidores de la Alianza nos comunicamos por diversos métodos. Aunque a veces tenemos invitados, ahora está de visita Gizella.

—¿Tú amiga la dueña del restaurante de Budapest? ¿A la que ayudé a traducir al traficante ruso?

—Esa misma.

—Arg, no la soporto.

—Yo tampoco, es bastante insufrible... Pero en eso consiste la amistad, me temo —comentó —. Vamos a saludar, desgraciadamente no podremos evitarlos todo el tiempo.

Bellatrix sabía que tenía razón, aunque no le hacía ninguna ilusión. En el fondo Gizella no le caía mal, era la ex de Gellert, pero desde el primer momento supo valorarla pese a sus bromas. Era su tía lejana Vinda hacia quien más aversión sentía. Pero no lo había comentado con Grindelwald, que murmuró mientras caminaban por los intrincados pasillos:

—Vinda me comentó que la última vez que te vio tenías doce años.

—No me acuerdo.

—Un verano en Francia, durante el carnaval de Niza. Dice que comisteis con tus padres en el palacio de los Rosier.

—Si ella lo dice será verdad.

El mago, que tenía su mano sobre el pomo de una puerta, se detuvo. La miró y le preguntó si había algún problema con su tía. Ella se encogió de hombros y miró hacia otro lado. Grindelwald lo comprendió.

—¿No estarás celosa, verdad?

—Qué tontería.

—Es cierto que Vinda lleva muchísimos años conmigo y en estos últimos cuatro yo me he sentido muy solo y no nos hemos separado... —la provocó él— Además ella siempre ha sabido como...

—Me voy a darle los buenos días a Saiph —le interrumpió Bellatrix dándose media vuelta.

Él la detuvo y abrió la puerta del salón de reuniones. Era una sala amplia, con varias mesas repletas de documentos, estanterías repletas de libros y un sofá de cuero. No obstante, el mobiliario era lo menos sorprendente: Vinda Rosier estaba elegantemente sentada en el sofá con un exquisito vestido de seda. La viva imagen del buen gusto... de no ser porque casi sobre ella estaba Gizella besándola y metiéndole mano con excesiva pasión.

—Mira lo que he tenido que sufrir... —masculló Grindelwald— ¡Como animales! De verdad, Giz, qué falta de clase... ¿Qué te advertí de volver a encontrarme una imagen tan desagradable en uno de mis sofás?

Bellatrix vio como Vinda tragaba saliva asustada; pese a conocer al mago desde hacía décadas, seguía profesándole gran respeto. Por su parte, Gizella, con la melena rubia revuelta y expresión divertida, tuvo la inteligencia de desviar el tema: "¡Nuestra princesa asesina ha vuelto!". Se levantó del sofá y para disgusto de Bellatrix, la abrazó. Y para martirio de Grindelwald, continuó hablando:

—¡No veas qué años nos ha regalado Gelly! ¡Como un condenado al beso del dementor y de peor humor que un colacuerno! La otra noche me vino a informar de que teníamos una reunión para debatir sobre nuestros intereses en Suecia.

—¿Y eso que tiene de malo? —inquirió Bellatrix.

—¡Que no era él! ¡Era un boggart que se había colado en un armario del sótano! Yo tenía terror a las banshees pero ya no, ¡ya no porque Gelly es mucho peor con su depresión por tu ausencia!

—¡Se acabo! —bramó Grindelwald apuntándola con su varita— Abres la boca una vez más y Vinda se tiene que buscar otra amante. No le será difícil encontrar una más sensata.

Gizella siguió mirándole con aspecto burlón, pero no se atrevió a replicar. Vinda, entre incómoda y avergonzada por la escena, se levantó y le tendió la mano a Bellatrix.

—Un placer verte tras tantos años —la saludó con cortesía—, has cambiado mucho. No te pareces a tu madre.

—¡Muchas gracias! —exclamó Bellatrix que consideraba ese el mejor cumplido posible.

—¿Y Abernathy? —inquirió Grindelwald.

—En una conferencia internacional a través de la red flu con nuestro contacto en Moscú, terminará pronto. Hemos estado buscando emplazamientos para el mitin en Rusia, ¿quieres ver los informes? Los tengo en el salón de abajo.

El mago asintió y Vinda se disculpó para ir a buscarlos. "¡Te ayudo!" exclamó Gizella alegremente saliendo con ella. Grindelwald le enseñó a Bellatrix la sala de reuniones, pero a la chica eso no le interesaba mucho:

—¿Vinda es también bisexual?

—No, a ella solo le atraen las mujeres. Confío en que se canse pronto de Giz y nos libremos de ella —masculló.

—Podías habérmelo dicho antes.

—La orientación sexual de mis compañeras solo les atañe a ellas, querida —comentó burlón.

Bellatrix puso los ojos en blanco y se acercó al ventanal para contemplar el paisaje. Grindelwald le pasó un brazo por la cintura y murmuró:

—Por eso es mi lugarteniente ideal: es la única que no va a enamorarse perdidamente de mí, con el resto del mundo tengo ese problema...

—Bah, si no puedes conseguir que alguien se cambie de escoba por ti, es que no eres tan bueno —replicó Bellatrix—. Conocí a un mago belga más gay que las túnicas de Dumbledore y al verme luchar me pidió matrimonio. Lo hizo entre llantos por traicionar sus principios por alguien sin varita entre las piernas, pero...

—Eso tiene solución rápida... Voy y lo mato.

Lo dijo con tal gravedad que Bellatrix se echó a reír. Él le acarició el rostro y la besó. En ese momento, volvieron las dos brujas. Gizella abrió la boca para burlarse por la doble moral respecto a las muestras de afecto en público, pero volvió a cerrarla sin atreverse a hacerlo. A Bellatrix eso le gustaba, le encantaba el poder que emanaba Grindelwald y cómo lo admiraban y respetaban seguidores y enemigos.

Vinda desplegó una serie de planos y fotografías sobre la mesa y ambos se centraron en ello. Mientras, Gizella, menos interesada en las conspiraciones, conversó con Bellatrix. Estaban hablando sobre sus clientes rusos cuando entró un chico a la habitación.

—¡Ah, este es Abernathy! —exclamó Gizella— Ven, te presento a Bella.

El chico de pelo castaño oscuro, piel pálida y mirada inquieta no tendría ni treinta años. Se acercó a ellas con nerviosismo y se presentó a Bellatrix casi con una reverencia. Grindelwald lo miró de reojo sin decir nada. Así que el joven se unió a la conversación de las dos brujas. Bellatrix pronto supo que era americano. Sumó otro acento diferente a la mezcla que ya tenían: Gellert y Gizella eran húngaros, Vinda francesa y ella inglesa. Hablaban en inglés, pero cuando a alguno le fallaba algún concepto, incluía una frase en su idioma natal, así que la mezcla sonora era curiosa.

Bellatrix pronto supo que el joven llegó de América pocos meses antes, trabajaba encubierto en el MACUSA (el Congreso Mágico de América). Y no estaba muy al día de la vida privada de sus compañeros...

—Si acabas de llegar puedo enseñarte el castillo, Bella —le ofreció con ojos brillantes—, yo las primeras semanas me perdía a todas horas.

A la joven le molestó que acortara su nombre nada más conocerla, no le había dado permiso para tomarse esa libertad. La hizo sentir incómoda, porque no sabía si podía mandarlo directamente a besar a un troll o debía ser amable por su labor para la Alianza. Grindelwald le ahorró la molestia de decidir:

—No se preocupe, Abernathy, puede estar seguro de que Bella no se perderá —aseguró pasándole un brazo por la espalda a su novia.

Por si le quedaba alguna duda, Bellatrix apoyó la cabeza en el hombro de Grindelwald y después se puso de puntillas y le besó. Ahí el chico lo comprendió. "¡Oh, no no! ¡Claro!" balbuceó. A la bruja se le escapó una sonrisa al ver cómo su rostro tornaba colorado y sus manos empezaban a temblar. Sin duda temía a Grindelwald y él no lo conocía desde hacía décadas como las otras dos brujas; no tenía confianza para conversar abiertamente con él y menos aún para intentar ligarse a su novia.

—Voy a... los prisioneros... alimentar... bajar— murmuró mientras se alejaba andando hacia atrás para no darles la espalda.

Bellatrix se introdujo en la mente de Grindelwald y pensó:

Había olvidado cuánto me excita que amenaces a gente por mí.

Eso tiene solución fácil.

Grindelwald volvió junto a Vinda, que seguía revisando los documentos de su investigación, y le indicó qué lugar de los seleccionados debía reservar para su mitin. Seguidamente, le preguntó si le requería para algo más. La bruja negó con la cabeza.

—Buen trabajo, Vinda.

Bellatrix y él salieron de la habitación mientras Gizella exclamaba: "¡Me ha gustado volver a verte, princesita asesina!". La joven no respondió porque estaba ocupada besando a Grindelwald y enroscando las piernas en su cintura. Después de volver a amarse durante un par de horas, el mago le mostró su despacho. Era otra habitación imponente con paredes de madera oscura y librerías hasta el techo. Había fotos de Bellatrix en casi todas las superficies. Contaba con un balcón en el que dormitaban un par de males acechadores. Sobre el regio escritorio había una pila de revistas de moda y catálogos de boutiques.

—Ah, sí, los ha traído Armin —murmuró Grindelwald pasándole las revistas a Bellatrix—. Elige la ropa que quieras, mándalo a la dirección que indica y mañana la tendrás aquí. Si prefieres ir en persona, el pueblo más cercano está a cinco horas. Tenemos escobas para...

—Nah, me da pereza salir, quiero descansar unos días —comentó Bellatrix hojeando las revistas de alta costura con interés.

—Muy bien, yo tengo que enviar varias cartas y preparar algún discurso... Quédate y así me ayudas.

—Claro, ¿en qué necesitas ayuda? —inquirió ella.

—En nada, lo que me ayuda es verte.

Bellatrix sacudió la cabeza, pero no pudo evitar sonreír. Se sentaron cada uno a un lado del amplio escritorio y se ocuparon de sus respectivas tareas.

—En realidad sí que podrías ayudarme... Tengo el encuentro con mis seguidores en Moscú dentro de dos semanas, ¿podrías enseñarme un par de frases en ruso? Lo justo para quedar bien, esas tonterías siempre les emocionan.

—Claro. ¿Todos los que asisten son miembros de la Alianza o...?

—Algunos son miembros, otros amigos a los que invitan y unos pocos dudosos de si unirse o no (al final todos se unen). Hacemos controles a la entrada para evitar aurores y espías.

—¿Y Dumbledore y los diversos Ministerios no se han enterado?

—Albus está demasiado ocupado con Voldemort... Aún así algo sospechará, pero finge por carta que no sabe nada, probablemente para que me confíe y le revele algo... O quizá quiere confiar en que he cambiado, no lo sé. Los Ministerios no se atreven a actuar contra mí, no pueden hacer nada con la carta de inmunidad. Además, reunirse con gente es perfectamente legal, no hacemos nada malo.

—Eso es verdad —sonrió Bellatrix.

La bruja pasó un rato entretenido eligiendo ropa y el mago intentó centrarse en su trabajo. Cuando ambos terminaron y mandaron sus respectivas cartas, Bellatrix le estuvo enseñando algunas frases básicas en ruso. Le fascinó lo rápido que aprendía el mago, la facilidad que tenía para mejorar en todo.

—Es porque se trata de ti, recuerdo siempre cada palabra que sale de tu boca —explicó Grindelwald—. En este caso es práctico, pero si me estuvieras hablando del método de reproducción de los elfos domésticos, atesoraría la información de igual forma.

—¡Por Morgana, qué asco! Aunque por lo que me cuenta Nellie, Duler y Didi siguen estrechando su relación...

Estuvieron tantas horas entretenidos con fabulaciones, clases de ruso y planes de conquista que se les pasó por completo la hora de comer.

—¿Se puede salir del castillo o la montaña es demasiado abrupta? —preguntó Bellatrix por la tarde asomada a uno de los balcones.

—No es recomendable intentarlo, efectivamente son rocas muy empinadas y apenas hay camino —le explicó Grindelwald.

—¿Entonces no salís nunca?

—La verdad es que no. Pasamos el día centrados en el trabajo y estamos acostumbrados a vivir en el castillo, salvo cuando viajamos por algún compromiso. Pero ven, no quiero tenerte recluida. Lo óptimo sería hacerlo con escobas, pero puedo enseñarte un camino en el que si llevas tu varita no tendrás mucho problema.

Salieron de la fortaleza y caminaron entre las escarpadas rocas hasta un bosque cercano. Bellatrix se movía con gran soltura, fruto de sus años con los dragones, Grindelwald caminaba también con seguridad y elegancia innatas. A esa altura hacía muchísimo frío, pero él se ocupó de los conjuros de calor para protegerlos. Cuando ya anochecía, Bellatrix descubrió a su compañero volando en las proximidades:

—¡Mira, es Saiph!

El wiseshadow planeó sobre ellos hasta aterrizar lo más cerca posible. Bellatrix se acercó a él y estuvo un rato contándole cosas que el animal parecía escuchar con atención. Grindelwald los contemplaba fascinado. Acudieron un par de dragones más y otros tantos sobrevolaron la zona. Se habían adaptado bien al nuevo hábitat y habían elegido sus refugios en cuevas y bosques. Tenían caza de sobra con las diferentes criaturas que poblaban la zona; la carne de yeti les resultaba especialmente sabrosa. Bellatrix estuvo charlando con ellos y observándolos durante horas.

Cuando la noche se cerró por completo y solo la luna y sus varitas iluminaban la escena, se despidió de Saiph. Grindelwald, que había permanecido a su lado, la tomó de la mano y emprendieron el camino de vuelta.

—Esto también lo echaba de menos, cuando en nuestros viajes a Budapest me dabas la mano para que no me pasara nada.

—Te la daba para tener una excusa para tocarte y tenerte cerca, pero me agrada tu explicación.

—Bueno, ahora estamos muy cerca —comentó Bellatrix sonriente.

El mago se giró hacia ella, la tomó de la cintura y la miró a los ojos. "Parece mentira, si alguien me lo hubiese dicho..." murmuró él. Bellatrix supo que él también estaba rememorando aquellas primeras citas cuando ambos sabían que sus caminos se separarían y creían que la vida los alejaría para siempre. Era emocionante comprobar que no había sido así, que habían podido reencontrarse y ninguno de los dos deseaba renunciar al otro.

—¿Estarás a mi lado, Bellatrix? —le preguntó en la oscuridad de la noche.

Cuando Grindelwald le preguntaba eso a sus seguidores era un acto de sumisión hacia un líder, pero preguntárselo a ella suponía una confesión de la vulnerabilidad y desolación que experimentaba en su ausencia. Bellatrix sonrió y respondió:

—Hasta el final, Gellert.

—Estos meses estoy muy ocupado con los planes, resulta altamente tedioso y...

—Lo sé, tienes que seguir con ello, cada vez queda menos. Yo puedo entretenerme con los dragones y explorando la zona. Y por la noche, bueno... tendrás que compensar todas las horas que no pases conmigo.

Grindelwald sonrió con gratitud y prometió hacerlo. La mañana siguiente también se la tomó libre para enseñarle los pueblos cercanos. Le explicó que él nunca acudía para que nadie le reconociera y evitar pistas sobre su base secreta, así que ambos alteraron su aspecto antes de visitarlo. Le mostró a Bellatrix los tres pueblos austriacos en los que podía aparecerse sin riesgo desde Nurmengard y a la chica le gustaron mucho. El resto del día lo pasaron en la cama.

La siguiente jornada Grindelwald tuvo que volver al trabajo. Bellatrix acudía de vez en cuando y se besuqueaban un rato, eso siempre mejoraba su humor. Además Grindelwald le pedía opinión y ayuda sobre diferentes aspectos. Aún así, la mayor parte del tiempo Bellatrix la pasaba explorando los Alpes sola o con Saiph. Por las noches, siempre cumplían con su cita y subía con Grindelwald a la terraza de la última planta de la fortaleza. Se sentaban juntos y hablaban sobre sus planes y deseos mientras contemplaban las estrellas y a los dragones que salían a cazar. Era la parte favorita de la jornada de ambos.

—¿Querrás venir a Rusia, al mitin de la semana que viene? —preguntó Grindelwald acariciándole el pelo.

Como cada noche, Bellatrix se había acomodado en su regazo con la cabeza sobre su hombro mientras distinguía en la lejanía las llamaradas de sus amigos.

—Sí —murmuró—. Me pone muy cachonda cuando tantas personas te admiran y babean por ti.

—Para eso no hace falta ir a Moscú, me sucede hasta en las tiendas de escobas.

—Eres un idiota arrogante.

—Nadie me lo había comentado nunca —respondió él con su sonrisa burlona—. En cualquier caso, tomarás poción multijugos. Igual valdría con alterar tu pelo y tus ojos, pero no voy a correr riesgos contigo.

—Pero todo el mundo sabe que estamos juntos, ¿no? Es más, tanto mi familia como Dumbledore creen que lo hemos estado todo este tiempo...

—Sí, pero no te han visto participando en nada ilegal, no te podrían acusar de nada. Huelga decir que propiciar un encuentro con nuestros seguidores no contraviene ninguna ley, pero toda precaución es poca. Además, si alguien deseara hacerme daño... mi único punto débil eres tú.

—¡Ja! —rio Bellatrix— Me encantará ver cómo lo intentan.

—No dudo que Saiph carbonice a quien intente acercarse a ti, pero no va a poder estar siempre...

—¿Saiph? —repitió extrañada— No había pensando en los dragones. Había pensando que hace mucho que no torturo a nadie y sin embargo he mejorado muchísimo, así que ganas no me faltan.

Grindelwald la miró con curiosidad y comentó que haría un hueco en su jornada para volver a practicar duelo juntos, lo echaba de menos. A Bellatrix le encantó la idea.

—Y en cualquier caso, si deseas desahogarte... Siempre hay prisioneros en las mazmorras del castillo con los que practicar, siéntete libre de disfrutar cuanto gustes.

—¿Pero son muggles? Eso es poco emocionante...

—No, son principalmente magos u hombres-lobo (a estos últimos les cuesta ser razonables). Personalidades importantes que han intentando oponerse a mí o han osado actuar en contra de mis seguidores. Yo protejo a mi gente y no puedo tolerarlo.

—Muy bien. Yo hice purgas en varios Santuarios de Dragones para asegurarme de que nadie los maltrata.

—Estoy tan orgulloso, Bella... Somos el futuro del mundo mágico.

Bellatrix asintió, estaba completamente de acuerdo.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top