Capítulo 72
Una voz femenina seguía hablando y repitiendo su nombre, pero a Grindelwald le costaba entenderla. Abrió los ojos, sin ver nada al principio, hasta que poco a poco fue recobrando sus sentidos.
—No soy Bellatrix, soy Vinda —repitió la bruja con marcado acento francés.
Vinda Rosier, su más firme apoyo desde hacía décadas, estaba arrodillada junto a él y sus ojos verdes mostraban verdadera preocupación. También estaba Antonio, frotándose contra su pecho aliviado de verlo consciente por fin. Vinda le ayudó a incorporarse algo más calmada al ver que parecía encontrarse bien. Él le preguntó desconcertado qué había pasado.
—Estábamos hablando de la comida con el ministro alemán la semana que viene y has entrado en trance, como cuando tienes una visión, pero mucho más fuerte que las veces anteriores. Te has desmayado y has estado así varios minutos. No despertabas y me he asustado, nunca había durado tanto. Pero parece que estás bien, ¿no?
—Sí, no te preocupes —respondió Grindelwald todavía aturdido.
Comprobó que la varita de sauco seguía en su mano, su rostro lucía joven y su cuerpo vigoroso. Miró el periódico del día para estar seguro: noviembre de 1973. Habían pasado poco más de cuatro años desde que trabajó como profesor.
—Seguimos esta tarde. Gracias, Vinda, lamento haberte asustado.
—De acuerdo... Avísame si necesitas algo.
Cuando la bruja se marchó todavía intranquila, Grindelwald extrajo de su bolsillo una medalla de plata con el símbolo de las reliquias de la muerte. Estaba conectada al colgante que le prestó a Bellatrix, se activaría si ella lo llamaba. Y era bidireccional. La contempló durante varios minutos, dispuesto a presionarla y ejecutar el conjuro invocador. Si lo hacía, la joven probablemente volvería a su lado.
Aquella visión había sido tan vivida, tan real, que en ningún momento fue capaz de distinguirla de la realidad. Nunca le había sucedido algo así. El sufrimiento, la tristeza y el dolor que había sentido habían sido completamente reales. Aunque el momento hubiese durado pocos minutos, para Grindelwald había sido como si realmente hubiesen transcurrido muchas décadas.
—¿Qué hago, Antonio?
El chupacabra le miró ladeando la cabeza, pero no hizo ningún otro movimiento. Su dueño chasqueó la lengua con fastidio.
—Era mucho pedir que hicieras algo útil por primera vez en tu vida... —masculló.
Sin embargo, se sentía tan conmovido, que se agachó, cogió a su mascota y murmuró: "No lo decía en serio". Le dio un beso en la cabeza y añadió: "Si cuentas esto, te mato". Con el animal ronroneando feliz entre sus brazos, se marchó a su dormitorio. Se sentó en la cama y abrió el segundo cajón de su mesilla. Estaba repleto de fotografías y cartas. Cogió la más reciente y releyó su contenido:
23 octubre 1973
Bosques Boreales de Canadá
Querido y siempre sexy Gellert:
Perdona que no responda antes, ando escasa de pergaminos y me cuesta encontrar lechuzas que vuelen tan lejos y sean irrastreables... Pero disfruto mucho leyéndote, no dejes de escribirme. Muchas gracias por los mitones de piel de basilisco que me enviaste por mi cumpleaños, me están siendo muy útiles.
Apenas tengo contacto con humanos y soy feliz así. La última vez que conversé con alguien fue hace unos meses, en Creta, investigando la cueva del Minotauro. Era una bruja que trabaja ahí de guía turística, lo que me interesó de ella fue que era húngara y su acento me recordaba al tuyo.
No puedo contarte más por el momento, pero estoy bien, soy feliz y te echo de menos. Dale un beso de mi parte a Antonio (dáselo de verdad).
Te quiero,
Bella.
Bellatrix nunca le indicaba cuál era su ubicación exacta y probablemente desde que escribía la carta hasta que él la recibía, ya se habría movido. Tampoco le contaba gran cosa de sus actividades ni de sus proyectos. Pero era más seguro así.
Acarició aquellas frases con una débil sonrisa como si se tratase de la piel de quien las escribió. Ya contestó a esa misiva en un tono similar: sin revelarle nada, bromeando y reiterándole su afecto. No sabía si recibiría alguna otra antes de Navidad, tampoco tenía ni idea de cuándo volverían a verse. Bellatrix nunca lo mencionaba y él no se lo preguntaba para no importunarla. Hasta ese momento lo sobrellevaba bien, se centraba en su trabajo y en quienes le acompañaban y solo por las noches, las horas en que esperaba a que el sueño le llevara, se permitía pensar en ella. Pero ese día se sentía más vulnerable.
Hizo girar entre sus dedos el símbolo de las reliquias, pero finalmente lo guardó. No quería molestarla y estropear sus planes. Aún así, se sentiría más tranquilo confirmando que estaba bien. Se sentó al escritorio y redactó otra carta:
Querida Bella:
Sé que te escribí recientemente, pero tengo algo de tiempo y debo invertirlo en algo. No hay novedades: Antonio me resulta tan insoportable como de costumbre. Anoche salí a cenar con unos amigos, él se coló en mi bolsillo e insistía en probar el vodka. Le sumergí en una copa con la clara intención de matarlo. Fracasé y descubrí que mi insufrible mascota es alcohólica.
Le escribió varios párrafos más contándole boberías similares para hacerla sonreír. Y para, de alguna forma, seguir presente en su vida. Cuando terminó, selló el sobre y lo protegió con los maleficios habituales. Se lo entregó a un mal acechador que usaba exclusivamente para comunicarse con Bellatrix y observó como la siniestra criatura se perdía entre las montañas. Después, ya que tenía los útiles preparados, le escribió también a Dumbledore. El director creía (o Grindelwald esperaba que lo creyese) que se estaba dedicando a sus negocios —inversiones en la Bolsa Mágica y compra-venta de inmuebles— y a seguir profundizando en la magia. No era mentira, también dedicaba ratos a ello y de eso le hablaba en sus cartas.
No obstante, procuraba ser parco en los datos sobre su vida y preguntarle más por él y por Hogwarts. El director siempre le respondía con prontitud y amabilidad. A Grindelwald no le interesaba en absoluto, solo quería mantenerlo calmado y alejado de sus asuntos. Ayudaba en ese menester el hecho de que Albus cada vez se mostraba más preocupado por los avances de Voldemort: el Señor Oscuro ya no se ocultaba tanto, sus seguidores aumentaban entre diversas especies y empezaba a haber desapariciones y secuestros sospechosos.
—Mejor —murmuró Grindelwald introduciendo la carta en un sobre—, mientras se preocupa por ese genocida, a mí me deja tranquilo.
Sonrió ante su hipocresía y envió esa misiva también. Recibió la contestación de Dumbledore una semana después, pero de Bellatrix no tuvo noticias. Tampoco contaba con ello, solía costarle un tiempo. Así que se centró en sus labores.
Se reunía con sus colaboradores principales en uno de los salones del castillo de Nurmengard una vez por semana. Cada uno le contaba cómo iba con sus misiones y él daba nuevas directrices. En esa ocasión, Vinda y el joven Abernathy estaban refiriendo sus planes de contactar con los gigantes para tantearlos. Les escuchó con atención hasta que sintió que uno de los conjuros de seguridad se activaba. Frunció el ceño al comprobar con un hechizo que era uno de la planta superior. Ese castillo era prácticamente inexpugnable, perdido en medio de los Alpes, a muchas horas del pueblo más cercano, nadie conocía su existencia. Solo sus partidarios más fieles que vivían con él.
—¿Sucede algo, Gelly? —preguntó su amiga Gizella, que estaba de visita.
—Ha debido llegar alguna lechuza —murmuró quitándole importancia con un gesto de la mano—. Podemos dar la reunión por terminada, ya sabéis qué hacer. Por el bien mayor, compañeros.
Dio por finalizado el encuentro y se levantó con agilidad. Subió a la cuarta planta, en la que había saltado el conjuro de seguridad. Caminó presuroso por el pasillo varita en mano; no sería nada, pero mejor prevenir. Le sorprendió comprobar que se trataba de su propia habitación. La puerta seguía cerrada con llave, como él la había dejado. Abrió y le recibió una ráfaga de aire helado: el balcón estaba abierto. Sobre la barandilla de piedra había una chica sentada con las piernas cruzadas; como si se tratase de un trono y no estuviese a milímetros de una caída al vacío. Grindelwald sintió como su corazón (y prácticamente todos sus órganos) rebotaba en su pecho.
Bellatrix le miraba burlona, completamente calmada, como si aquello fuese lo más normal. Él se acercó lentamente y colocó sus brazos tras la espalda. Mirándola con arrogancia, comentó:
—Esto es allanamiento de morada y aquí no nos gustan los intrusos.
—Entonces debería haber puesto alguna protección, es insultantemente fácil colarse... —respondió ella.
No era cierto. Por mucho que las capacidades mágicas de Bellatrix fuesen sobresalientes, no se le ocurría cómo podía haberse colado. Ni siquiera Dumbledore podría. Aun conociendo la ubicación (cosa que ella podía lograr con el chivatoscopio), la única forma de entrar era la puerta principal. Ni mediante aparición, ni con trasladores, ni escobas, ni thestrals, ni hipogrifos, ni caballos voladores, ni un mago que supiera volar solo, ni de ninguna otra forma que a él se le ocurriera podía haber llegado a su balcón. Pero ahí estaba, genuinamente feliz e insultantemente hermosa.
—Lo tendré en cuenta —respondió él manteniendo el tono altivo—. ¿Y tendrá la amabilidad de explicarme qué hace aquí?
—Me habían dicho que era el dormitorio de un mago que está tremendo y tenía la absoluta intención de meterme en su cama. Pero de momento no lo he visto, ¿me lo podría presentar? —preguntó con su carita de cachorrito inocente.
Hasta ahí aguantó Grindelwald el teatro. Recorrió en tres zancadas los metros que los separaban y la abrazó. Bellatrix se aferró a su cuerpo con todas sus fuerzas, hundiendo el rostro en su cuello para aspirar su olor. El mago le frotó la espalda con afecto y también para transmitirle su calor puesto que estaba helada. Se separaron solo ligeramente, Grindelwald mantuvo un brazo rodeando su cintura (principalmente por miedo a que se cayera) y con la otra le acarició la mejilla. La miró fijamente a los ojos, como tantas noches había soñado con volver a hacer.
A Bellatrix ese gesto volvió a ponerla nerviosa como cuando era una estudiante intentando ligar con su profesor. Aún así sonrió y mantuvo la mirada para mostrarle que estaba bien, que era ella de verdad. Sin poder resistirse más, hizo amago de besarle, pero él apartó el rostro ligeramente. Aquello hizo dudar a Bellatrix:
—¿Estás... estás con alguien? —preguntó intentando esconder el temor.
—Eh... La verdad es que yo... Han sido más de cuatro años, Bella, me he sentido muy solo... Y Vinda... —balbuceó el mago— Vinda estaba aquí... Bueno, somos prácticamente un matrimonio, dormimos juntos, ya sabes...
—¿Estás con mi tía?
La bruja intentó sonar natural, pero el universo acababa de abrirse bajo sus pies. Sintió unas tremendas ganas de llorar y desaparecer. Aunque previó que aquello pudiera pasar, el dolor era inconmensurable. Había transcurrido demasiado tiempo, ella nunca fue a visitarle ni le dijo cuándo pensaba volver. Además le hizo prometer que no se cerraría a otras opciones si se sentía solo... Eso no suavizaba el hecho de que si Grindelwald estaba con otra mujer, todo lo que ella deseaba era dejarse caer por el balcón y morir ahí en medio de los Alpes.
—¿Con Vinda? —preguntó Grindelwald alzando una ceja— No, me refería a que Vinda habla en esos términos de mi relación con...
El mago introdujo la mano en su chaqueta y un muy alterado Antonio se abalanzó sobre Bellatrix gimoteando de la emoción. Grindelwald la sujetó con fuerza para evitar que se cayera mientras el chupacabra le lamía el rostro. Si bien a la chica le hacía ilusión el reencuentro, la rabia también fue visible en sus ojos. El mago la miraba burlón y ella supo que le había hecho pasar el mal rato como venganza por su burla de lo poco que le había costado colarse en el castillo. Pero eso no disminuyó su enfado.
—¡Serás cabrón, Gellert! ¡Te juro que...!
Le fue imposible terminar porque él la besó por fin. A ella ni se le ocurrió poner trabas, lo había añorado con todo su ser. Le costó contener las lágrimas de emoción y sospechó que a él también (incluso a Antonio, atrapado entre ambos y disfrutando del abrazo). Después de recorrer sus bocas intentando memorizar el sabor perdido, él se separó con suavidad. La contempló de nuevo con ojos brillantes.
—¿Cómo estás, Bellatrix?
La bruja parecía mayor, no tanto físicamente, que apenas había cambiado, sino que la fuerza y la determinación que transmitía parecían haberse duplicado. Aun con la varita guardada, notaba que era una con su magia, plenamente consciente y capaz de canalizar todo su poder.
—Estoy muy bien —respondió incapaz de borrar la sonrisa—, he estado bien. He visitado un montón de sitios, he conocido a unas pocas personas que merecen la pena e incluso he reclutado aliados para tu causa, como poco dos docenas, aunque seguro que vendrán más.
Grindelwald sonrió y volvió a besarla. Dos docenas no era nada si pretendían conquistar Europa, pero viniendo de Bellatrix cualquier cosa le hacía feliz.
—¿Quieres que te los presente? —preguntó ella.
—¿Cómo? ¿Han venido contigo? —replicó el mago desconcertado.
Era imposible que se hubiese colado más gente en el castillo... Bellatrix asintió. Entonces, a espaldas de ella, ascendió una descomunal figura oscura. Sus escamas negras brillantes refulgían bajo el sol y sus ojos azules como zafiros se mostraban altivos y amenazantes; era un dragón de los más grandes que Grindelwald había visto. Sin haber superado el estupor, el mago oscuro distinguió a lo lejos numerosas siluetas de dragones que sobrevolaban la zona y desaparecían entre las montañas. Si no retrocedió fue únicamente porque seguía sujetando a Bellatrix para que no se cayera.
—¿Te acuerdas de Saiph? —preguntó divertida.
—¿El... el dragón ese enano que... liberamos? —balbuceó el mago.
—Sí, ¡mi pequeño Saiphito! —exclamó ella con tono amoroso acariciando al animal. Su mano resultaba diminuta en el imponente rostro dragoniano, pero aún así él parecía disfrutar de las caricias. —Aquí lo tienes. Es el beta, ¿sabes? Ellos son su tribu, su familia —comentó señalando a los animales que sobrevolaban la zona.
—¿Quién es el alfa? —preguntó el mago.
—Yo soy el alfa.
Grindelwald la miraba con la boca abierta sin saber qué decir. Tras ella, el dragón le observaba fijamente. Mostraba en sus ojos y en su actitud una inteligencia fuera de lo común, exclusiva de los wiseshadows. Esa raza podía rastrear lo irrastreable, tanto lugares como personas. Y Bellatrix se lo confirmó:
—Te recuerda —murmuró—, recuerda que lo liberamos. No existe una criatura (e incluyo por supuesto a los humanos) más inteligente que estos dragones. Y por supuesto es muy poderoso, ¿verdad, Saiph?
El dragón rugió abriendo unas fauces con dientes como sables. Seguidamente se giró y lanzó hacia el vacío una llamarada que nada tenía que envidiar a un fiendfyre. La nieve de las montañas más próximas de derritió y varias rocas se desmoronaron. Bellatrix lo felicitó orgullosa como si fuese el cachorro que frotó el morro contra su rostro. Seguidamente le indicó que se marchara con su familia a elegir hogar entre las hermosas montañas de los Alpes. Saiph rugió de nuevo y se alejó volando.
—Has... Así es como has venido... —susurró Grindelwald cuando al fin recuperó el habla— Montada en esa bestia...
—Saiph —le corrigió de inmediato—. Ahora son mi familia, Gellert, he vivido con ellos más de dos años. Ni se te ocurra llamarlos bestias.
—Mis disculpas, no lo decía en sentido peyorativo. Son sin duda criaturas magníficas, llamarlos animales me resulta insultante. Incluso la palabra 'dragón' se queda pequeña para Saiph...
La bruja asintió recuperando la sonrisa.
—¿Cómo los buscaste? ¿Cómo sabes que es el mismo? —inquirió él.
—No los busqué, simplemente los encontré; cuando llegó el momento en que debía suceder, nos reencontramos. Tenías razón, tengo un don —reconoció Bellatrix recordando aquel debate—: siento una gran afinidad con los dragones y ellos me respetan (lo cual es mucho para esas criaturas). Viajé por muchos países, visité decenas de lugares mágicos y misteriosos, la mayoría aconsejados por Sabrina. Un chamán mexicano me habló de los Bosques Infinitos de Serbia y en cuanto oí el nombre, supe que tenía que visitarlos. Ahí encontré a Saiph y a su tribu.
—¿Lo reconociste?
—Al momento. En primer lugar, ahora que he visto a más de un centenar de dragones, te puedo asegurar que ninguno tiene unos ojos ni remotamente similares. Pero además, algo dentro de mí reaccionó ante él, como si fuese un viejo conocido al que mi alma añoraba. Él tampoco tuvo dudas.
—¿Pero te comunicas con ellos, hablas con ellos?
—No, no funciona así, no es como el parsel. Esto es mucho más complejo y hermoso. Sé interpretar sus sentimientos y emociones, pueden incluso transmitirme la sabiduría ancestral que poseen, no con palabras, sino de una forma mística, guiándome en mi camino. Saiph es muy joven, pero he conocido a dragones de más de quinientos años. Ellos estaban en la tierra mucho antes que nosotros, son el equilibrio en la fuerza, la esencia de toda la magia. Es algo adictivo, ¿sabes? Como usar crucio o como besarte, por eso me quedé con ellos.
Grindelwald estaba extasiado, la forma en que Bellatrix hablaba de los dragones le erizaba el vello de la emoción. Cuando comentó que lo único comparable a aprender de ellos era besarle, estuvo a punto de interrumpirla para pedirle matrimonio. Pero se contuvo para seguir escuchándola.
—Hice algún viaje más, ayudé a Sabrina con un par de misiones... pero ya no pasé más de dos semanas alejada de ellos. No estuvimos siempre en los Bosques Infinitos: viajé y me establecí con ellos. Vivía entre ellos sin molestarlos, pero poco a poco me incluyeron en sus rutinas, pude presenciar sus rituales, ayudarlos cuando se herían o cuando tenían cachorros... El día en que Saiph me ofreció volar con él (no hay constancia de que ningún dragón lo haya hecho jamás), lloré durante horas.
Grindelwald la abrazó, fue la mejor forma de transmitirle su emoción y su felicidad por saber que había vivido algo tan sublime. Cuando se separaron, ella le acarició el rostro y murmuró:
—No me olvidé de ti, en ningún momento. Les hablaba de ti y les leía tus cartas, aunque no me entiendan (bueno, Saiph sí, estoy segura de que él comprende hasta mis palabras), pero a la vez no podía alejarme de ellos. Eran la familia que (antes de ti) nunca tuve de verdad.
—Lo comprendo... Pero, ¿por qué has venido ahora?
—Empecé a sentir que era el momento, ya dominaba mi magia y cuando el otro día leí tu carta, sentí que había pasado algo y me preocupé.
—Era una carta como las demás, no te conté que sucediera nada.
—Lo sé, pero sentí que sí sucedía. No estaba segura de si eran paranoias mías por llevar tanto tiempo alejada de los humanos, no sabía qué hacer... Anoche Saiph me indicó que subiera a su lomo porque nos mudábamos de campamento. Él abrió la marcha, el resto de dragones le siguieron... y aquí estamos.
—¿Él ha encontrado el camino, te ha traído aquí?
—Sí. No he rastreado tu chivatoscopio, no me ha hecho falta.
Grindelwald sacudió la cabeza, cada vez más admirado. Al final, la tomó de las manos e hizo una pregunta mucho más mundana, pero que representaba su verdadero temor:
—¿Te marcharás otra vez?
—No sin ti —respondió ella sonriendo.
—Te quiero... Ya te quería y admiraba antes de que fueses la persona más poderosa del mundo, pero... Simplemente te quiero.
—Yo también te quiero, Gellert, nada habría sido posible sin ti.
Él la abrazó de nuevo y así se quedaron largos minutos, deseando que ya nada les obligase a separase.
* * *
Aclaración: Creo que el capítulo anterior hubiera sido un buen final, tenía sentido y conectaba todo. Pero no tuve el valor de dejarlo así porque, tras aguantar setenta capítulos, me pareció demasiado desolador. Por eso incluí las dos líneas del final, para no dejar a nadie triste. Tampoco quería eliminar esa escena, me gusta mucho como quedó y el sentido que tiene, por eso lo introduje como una visión. Espero que os esté gustando, ya quedan pocos capítulos, ¡gracias por seguir conmigo, os adoro!
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