Capítulo 7

Bellatrix vivía por y para las clases particulares con Grindelwald y él nunca la decepcionaba. Adoraba su manera de explicar y de guiarla. La tocaba, la acompañaba, la ayudaba en todas las ocasiones... Mientras que Voldemort siempre la había educando mostrándole cómo lo hacía Él y cruciándola hasta que le salía bien. La mejora del método era notable.

Un jueves, cuando Bellatrix ya controlaba la lección, dieron la sesión por terminada. Iban a marcharse cuando recordó que olvidaban a alguien...

-¡Uy, espere! –exclamó ella- Voy a por Antonio, se ha ido a jugar con esos maniquíes.

-No hay manera de librarme de ese bicho –masculló él.

Mientras la chica atrapaba al chupasangre, él contempló la sala y reparó en la estantería con cuchillos que siempre aparecía en un lateral.

-Una pregunta, señorita Black...

-No, profesor, no pienso dejar aquí encerrado a Antonio. No vamos a comprobar si desaparece con la sala, para un amigo que tengo...

El mago disimuló una sonrisa.

-Esa es una batalla en la que temo que ya he claudicado ante usted –suspiró él-. Quería preguntarle por qué siempre que configura la sala aparece esa estantería con dagas y cuchillos.

-Ah, bueno... Es que imagino la sala como cuando vengo a entrenar sola, pero no hay problema: el próximo día lo hace usted y así estará como prefiera.

-No, no me desagrada, mera curiosidad. ¿Los utiliza?

-A veces...

-Son armas muggles.

-¿Y eso le parece mal? –inquirió Bellatrix con suspicacia.

-Me parece curioso, únicamente –respondió él con una sonrisa.

-Es verdad que estas son muggles, pero las mías son mágicas, están malditas con diversos maleficios. Mi padre las coleccionaba y como siempre quiso un niño me enseñó a usarlas de pequeña. Cuando vio que con mis hermanas había más esperanza de que la familia prosperase dejó de prestarme atención, pero yo seguí practicando.

-¿Por qué?

-Ya se me daba muy bien, tengo fuerza y puntería... sería estúpido dejarlo. Además necesitaba alguna ventaja como duelista, por... bueno, por ser mujer –reconoció avergonzada-. Desde pequeña no me tomaban en serio cuando decía que quería ser duelista, así que comprendí que necesitaba ser la mejor con la varita, pero tener también otras armas por si acaso.

A Bellatrix no le gustaba hablar de ese tema, como de tantos otros. Solo con Grindelwald los trataba porque sentía que él no la juzgaba. Aunque quizá se equivocaba, ese hombre era un misterio absoluto. No le confesó que las armas muggles eran uno de sus grandes amores porque era lo único en lo que era mejor que Voldemort, pero sí le contó otras historias personales:

-En los Sagrados Veintiocho desde que los niños tienen seis años se organizan torneos de duelo. Para los niños, claro, para las niñas son clases de baile. Yo... A mí eso me daba mucha rabia. Así que elaboré un plan: me hice amiga de Rodolphus, que odiaba que le obligaran a combatir durante la hora de la merienda y le robé poción multijugos a mi madre. Es una gran pocionista. Me hacía pasar por Rod mientras él se quedaba en la cocina zampándose todo lo que preparaban los elfos. Y así podía practicar.

Hizo una pausa perdida en sus memorias. El mago no la interrumpió así que continuó:

-Toda mi vida fue así. Se burlaban de mí y no podía hacer lo que me gustaba... Practicar con estas armas me tranquilizaba –reconoció haciendo girar un puñal entre sus dedos- porque pensaba: "Os creéis muy poderosos con vuestras varitas..." (Es libre de tomarse esto como una metáfora) –comentó haciendo sonreír al profesor- "Pero el día que quiera os apuñalo y me hago una bufanda con vuestros órganos...". Bueno, yo los apuñalo y Andy me hará la bufanda, las clases de costura también me las salté.

-Muchas de las personas más poderosas que he conocido son brujas. Y estoy seguro de que las habrá mucho más poderosas que yo y que Dumbledore, pero tienen más sentido común y menos ego y no se jactan por ahí como hacemos los hombres. Utilizando su sutil metáfora, digamos que los magos ansiamos demostrar que tenemos la varita más grande –sonrió él-. McGonagall mismamente me da más miedo que Albus: a él puedo manipularlo y apelar a su fe en la bondad humana... pero Minerva me transforma en una tetera y se acabó la tontería.

Bellatrix se echó a reír y tuvo que estar de acuerdo. Sin atreverse a mirarle porque se sentía muy vulnerable le dio las gracias.

-No se merecen. Lo que sí me agradaría es que me hiciera una pequeña demostración –pidió señalando la daga que ella seguía haciendo girar entre sus dedos de forma inconsciente.

Bellatrix no era modesta ni mucho menos tímida para mostrar sus habilidades, pero con Grindelwald le daba vergüenza.

-Oh, no, ¡no! Tampoco es para tanto, son solo cuchillos, hasta los elfos de la cocina saben usarlos.

-Seguro que no con tanto estilo como usted.

-Bueno, obviamente, mi sangre es mejor, pero lo...

-Insisto. Por favor.

Ese hombre era un manipulador profesional, tenía una capacidad de seducción que Voldemort no poseyó ni en sus mejores años. Bellatrix era consciente de ello y aún así tuvo que complacerlo. Mientras seleccionaba los cuchillos, Grindelwald acercó uno de los maniquíes a unos ocho metros de ellos.

-¿Podrá alcanzarlo a esa distancia?

Con gesto burlón y olvidando la timidez porque se sentía poderosa con el acero entre sus manos, Bellatrix alejó el maniquí varios metros más. Sin apenas segundos entre uno y otro, arrojó dos dagas que se clavaron en los ojos, un puñal que alcanzó el corazón y dos cuchillos que aterrizaron justo donde debería estar el cerebro. Ninguno falló, ninguno se desvió y ninguno se movió de su sitio.

-No está mal –fue lo único que dijo Grindelwald tras un largo silencio.

Bellatrix asintió. No era el cumplido del siglo, pero tampoco un insulto, así que le valía. Sin más dilación, el profesor comentó que era hora de marcharse. Pese a que la propuesta inicial era una hora de clase, casi todas las veces les daba la madrugada en la Sala de Menesteres. Una vez en el pasillo se dieron las buenas noches y Bellatrix se giró para marcharse. Entonces, sintió una mano sobre su hombro.

-¿Sabe qué? Ahora preferiría que McGonagall me convirtiera en una tetera que enfrentarme a usted –susurró Grindelwald en su oído.

Al momento se alejó en dirección contraria. A Bellatrix le pareció el mejor cumplido que le habían hecho... y también lo más erótico que había escuchado jamás. Últimamente tenía ese pensamiento de forma recurrente. Nunca se había comportado como una colegiala nerviosa, jamás se había enamorado: a los quince años tuvo curiosidad e investigó en el plano físico con varias parejas, pero en ninguna ocasión sintió nada en el aspecto emocional. Creyó que no se perdía nada, Voldemort siempre repetía que todo eso era una pérdida de tiempo. No obstante, flirtear con su profesor resultaba profundamente estimulante.

-¿Con quién os vais a asesorar para los ÉXTASIS? –preguntó Dolohov durante la comida.

-¿Cómo? –preguntó Rodolphus desconcertado.

-Si no hubieses estado ocupado intentando comerte una chocolatina sin que McGonagall te pillara lo habrías oído –le regañó Bellatrix.

-Primero escucho a mi estómago, luego ya si eso a los profesores –respondió su amigo-. ¿De qué va eso del asesoramiento?

-El mes que viene tenemos que enviar al Ministerio la solicitud con los ÉXTASIS que haremos a final de curso –le explicó Rose-. Tenemos que acudir a una tutoría para que un profesor nos aconseje cuáles nos van a ir mejor.

-En Hogwarts no les gusta presentar a nadie que suspenda porque baja la media general –comentó Dolohov-. Hay mucha competitividad con el resto de colegios.

-Tienes que elegir a un profesor de la asignatura a la que quieras presentarte. Si piensas hacer más de un examen, el mismo profesor te asesora sobre todas –añadió Bellatrix.

-Yo no sé qué exámenes hacer, si es que decido hacer alguno... -comentó Rodolphus- O sea, sé que hemos elegido las clases a las que se supone que nos presentaremos, pero era porque algo teníamos que hacer para cursar séptimo.

Sus amigos asintieron, así era. Pensaban unirse a los mortífagos y eso ni siquiera requería especial destreza: lo que Voldemort más buscaba era la fidelidad. A excepción de Rose: su hermano ya era mortífago y confiaba en que eso la exonerara a ella. Su padre era un alto cargo del Ministerio que la colocaría en caso de que deseara trabajar. Aún así la situación era la misma.

-Bueno, yo haré alguno y si suspendo da igual –intervino Mulciber-. Me he apuntado con Flitwick porque es el más calmado, no tengo paciencia para que McGonagall o Grindelwald me miren con frialdad.

Mulciber era el más cobarde de todos. En su fuero interno todos pensaban que no aguantaría una semana como mortífago, pero sus padres lo eran y a él no le quedaría otra que unirse.

-Yo hablaré con Slughorn, es el que mejor comprende nuestra situación como sangre pura –comentó Dolohov.

-Es verdad, es la opción más cómoda... -comentó Rose- Pero nosotras con Mr. Sexy, ¿verdad, Bella?

-No lo dudes –respondió su amiga con una sonrisa.

-¡Rose! –protestó Rodolphus- ¡No vuelvo a compartir mis chocolatinas contigo!

-Tengo que tener opciones para cuando tú te cases con Bella...

-Eh, Mr. Sexy es mío –intervino Bellatrix-. Cuando yo me case con Rod, Rod seguirá siendo tuyo. Pero tendrás que alimentarlo tú.

-Mierda –masculló su amiga-, nunca tendré tanto dinero.

-¿Eh? –preguntó Rodolphus que se había distraído con una nueva bandeja de pavo- ¿Decíais algo?

Esa semana rellenaron las solicitudes y a lo largo de la siguiente Slughorn colgó en la Sala Común de Slytherin los horarios de las tutoría. Bellatrix comprobó que a ella le tocaba la tarde del lunes, justo después de Frank Longbottom. Supuso que él habría elegido al profesor de Defensa porque era la asignatura más importante para ser auror... "Bah, no durará mucho en la profesión" profetizó.

Sus sospechas se confirmaron cuando el día en cuestión llegó al aula de Defensa. Había acudido con bastante antelación, llevaba un libro para estudiar mientras esperaba. Frank estaba todavía fuera, acercándose a la puerta para seguidamente alejarse. "Menudo valor de gryffindor" pensó la chica burlona.

-¿Vas a entrar? –le preguntó - Es tu hora.

Longbottom la miró dudoso y avergonzado de que le hubiese pillado así. Realmente era bueno en Defensa y muy estudioso, pero su carácter tímido, bonachón y nervioso se lo ponía difícil.

-Pues... la verdad es que el profesor Grindelwald me da un poco de miedo y Alice me ha avisado de que está de mal humor... Tenía que haber elegido a McGonagall...

-¿Quieres que entre yo primero? –ofreció ella- Tengo hora la última, después de ti. Quizá así te da tiempo a prepararte mejor...

-¡Sí, por favor! –respondió él de inmediato- Te lo agradecería mucho.

Bellatrix asintió con seriedad, como si el favor se lo estuviera haciendo ella y no al revés. Llamó a la puerta y un desganado "Pase" le dio la entrada. Le bastó esa palabra para confirmar que Grindelwald no tenía un buen día. Empezaba a saber descifrar su estado de ánimo. Sospechó que era porque los primeros cursos estaban ya con los exámenes del primer trimestre y él odiaba tener que prepararlos y corregirlos. Lo consideraba una enorme pérdida de tiempo.

Pese a que estaban a finales de noviembre, el último sol de la tarde se colaba por la ventana y hacía calor en el aula. El profesor ni siquiera levantó la vista cuando entró. Efectivamente estaba corrigiendo de mala gana una pila de exámenes. Llevaba un chaleco oscuro sobre la camisa blanca y se había remangado. Se atusó el cabello rubio platino y chasqueó la lengua con fastidio mientras tachaba con tinta roja varias preguntas de algún desafortunado alumno. A Bellatrix le costó no babear. El mago solo alzó la vista cuando Antonio saltó de su regazo y corrió hacia la recién llegada.

-¡Hombre! -comentó sin poder ocultar su sonrisa- ¿Usted es Longbottom?

-Sí que podría llegar a serlo, es de sangre pura, a mis padres les daría igual que sea estúpido. Bellatrix Longbottom... -meditó la chica sentándose frente a él con Antonio enganchado a su cuello.

Grindelwald se estremeció.

-No bromee con eso, suena abominable.

-Tiene razón –corroboró ella-. La verdad es que Bellatrix Lestrange no está mal. O Bellatrix Grindelwald...

-Demasiado largo, ¿no cree?

-Sí... Tendrá que ponerse usted el mío –sonrió ella.

El profesor respondió a su sonrisa con cansancio y seguidamente rebuscó en otra pila de papeles hasta dar con el expediente de Bellatrix.

-Dejemos la asesoría matrimonial para otra ocasión, vamos con esto. ¿A qué exámenes desea presentarse?

-No lo sé... No sé si me presentaré, no pretendo solicitar ningún trabajo, así que igual es solo perder el tiempo...

-Mujer, en todo caso preséntese a Defensa... No necesita estudiar e igual así los examinadores aprenden algo.

Argumentado por él Bellatrix se hubiese presentado hasta a Estudios Muggles. Pero simplemente asintió, le pareció un buen plan.

-¿Y algún otro? Si en alguna otra asignatura va bien... –inquirió él hojeando su expediente- Vaya, qué decepción...

-¿Por qué? –se indignó ella- ¡Mis notas son muy buenas!

-Así es. Extraordinario en todas las asignaturas... Yo creía que era especial para usted, pero veo que es igual con todos –comentó mirándola con fingido dolor.

Bellatrix se echó a reír.

-¡No soy igual! –se defendió- A Slughorn lo desquicio porque en lugar de sus instrucciones sigo las de mi madre (que son mucho mejores) y me dedico a corregirle los libros. La semana pasada en Transformaciones me quedé dormida, tuve una pesadilla muy rara y cuando desperté con una gata gruñéndome sobre la mesa creí que era la señora Norris y le estrujé los mofletes. No era la señora Norris.

-Me toma el pelo –respondió Grindelwald riéndose con ganas.

-Qué va... Nos amenazó a toda la clase con transformarnos en alfileres si lo contamos. Quiso quitarme puntos, pero era la única que había hecho bien la tarea. Y además sería cruel que McGonagall castigara a una amante de los gatos...

-Es usted un fenómeno, señorita Black –aseguró él sacudiendo la cabeza-. Preséntese entonces a Pociones y Transformaciones también. Encantamientos es básico, con su nivel será igual de fácil que Defensa. Y obviamente la alumna que se me presentó alegando que le pusieron su nombre a una estrella va a apuntarse a Astronomía...

-¡Oiga, pare! –exclamó viendo que Grindelwald estaba rellenando las solitudes- ¿Por qué quiere que me presente a tantos?

-Porque se me llevan los dementores ante la idea de que el Certificado de Excelencia del Ministerio se lo den a algún gryffindor de quien Albus y Minerva se sientan orgullosos.

Bellatrix rezongó, era un buen argumento.

-Con eso son cinco... Por lo que he oído presumir al resto de profesores, lo máximo son un ravenclaw y dos gryffindors que se presentarán a seis. Está por ver que los aprueben, pero aún así...

Eso hizo que la bruja se sintiera retada. No podía soportarlo. Su profesor se dio cuenta de que había conseguido su propósito y repasó las optativas.

-¿Qué le parece Estudios Muggles? –preguntó con una sonrisa indescifrable.

-Si me va a dar usted clases privadas le ruego que me apunte –respondió obteniendo otra risa contenida-. Ponga mejor Adivinación, se me da bien.

-¿En serio? –inquirió él frunciendo el ceño- No dudo de sus capacidades, pero esa disciplina (si acaso se la puede llamar así) es una necedad. Todo depende del criterio del lunático que la examine.

-Exacto. ¿Y sabe qué es lo bueno de esos lunáticos? Que están tan centrados en sus paranoias que ni siquiera han oído hablar de la oclumancia.

Grindelwald detuvo la pluma y la miró.

-¿Me está diciendo que se mete en sus mentes y les dice lo que desean oír?

-Oh, sí. Y ni siquiera necesito mirarlos ni concentrarme. Las mentes de quienes creen en los posos de té suelen ser bastante endebles... o quizá es que soy muy buena.

-Se quedaron cortos poniéndole su nombre a una estrella, merece una constelación al menos –aseveró mientras retomaba la solicitud-. Yo manejo bien las artes de la mente, pero nunca he necesitado usarlas de forma activa. Siempre he sabido calar a la gente y no he tenido problemas para deducir qué piensan y qué desean oír.

-Sí, eso tiene que estar bien... A mí se me da muy mal entender a la gente, con legilimancia es mucho más cómodo.

-Está bien, así al menos le sirve para Adivinación.

Bellatrix rió entre dientes. Grindelwald la miró enarcando una ceja. Confesar cuál era su método de estudio ante un profesor no era muy inteligente... pero le admiraba tanto que deseaba que él también la admirara. Y le prestase atención y la escuchase, la mirase y la considerase inteligente... Él pareció entender sus dudas.

-Lo que me cuente no saldrá de aquí, señorita Black, y a estas alturas, sinceramente, me ofende que dude de mí.

-¡Oiga, no haga eso! –protestó ella.

-¿El qué?

-Manipularme con su don de conocer a la gente y seducirlos con sus palabras. Yo no distingo si bromea o lo dice en serio.

Él la miró con una ligera sonrisa. Seguramente le parecía adorable su ineptitud en las habilidades sociales... o pensaba que así era más fácil manipularla.

-Está bien. Cuénteme lo que sea, estoy de su parte.

Ella asintió optando por creerlo y confesó:

-Existen dos formas de sacar buenas notas: o estudio todos los rollos que manda cada profesor y nunca utilizaré... O aprendo legilimancia y me meto en la mente de cualquier compañero durante el examen. Para los prácticos no sirve, pero soy muy buena bruja y solo lo utilizo en las que la teoría es demasiado tediosa: Historia de la Magia, Estudio de runas, Aritmancia...

Grindelwald la contemplaba sin pestañear mientras Antonio ronroneaba. Ella intentó justificarse:

-No lo considero hacer trampas, en las normas no está prohibido.

-Porque nadie concibe que un alumno pueda hacerlo.

-Exacto. Si me obligaron a estudiar legilimancia desde los diez años mientras el resto de niños jugaban al quidditch y hacían amigos... tengo derecho a usarlo. Si el resto saben, que lo usen también –comentó encogiéndose de hombros.

Aquel silencio fue todavía más largo, pero al final Grindelwald sentenció:

-Se lo dije una vez y se lo repito: usted no necesita amigos, necesita dominar el mundo. Y me aseguraré de ayudarla –declaró con solemnidad-. Hasta entonces y al albor de esta nueva información... Vamos a añadir Historia de la Magia, Estudio de Runas... Y realmente también podría aprobar Estudios Muggles.

-Creo que llamaría la atención.

-Sí, tiene razón... Veo que estudia Alquimia, ¿se le da bien?

-Sí –suspiró-. A mí... a un amigo le interesa mucho la Alquimia y en esa sí que me esfuerzo.

-¿A quién no le interesaría lograr la inmortalidad? –comentó Grindelwald mientras añadía esa solicitud- ¿Y Cuidado de Criaturas? Sé que no la cursa, pero por como la quiere Antonio (que hasta ahora solo me adoraba a mí), diría que tiene buena mano.

-No lo sé... Antonio es adorable, pero si cualquier bicho me da asco lo asesino... ¿Qué criaturas entran en la parte práctica?

-Las más habituales son las serpientes (sin veneno, por supuesto), caballos abraxam o algún demonio de agua... Aunque hay un truco que sospecho que a usted le servirá: si indica que puede ver a los thestrals es casi seguro que se lo adjudiquen.

- Tenemos una pareja en nuestra mansión, puedo verlos.

-Estupendo –declaró él sin hacer preguntas-. Vamos a ver, tenemos: Defensa, Transformaciones, Pociones, Encantamientos, Astronomía, Adivinación, Historia de la Magia, Estudios de Runas, Criaturas y Alquimia. Diez... Creo que con diez vamos bien.

-Yo creo que es una barbaridad. ¿A cuántas se presentó usted?

-Yo no tuve tiempo para exámenes –respondió con desinterés-. Pero creo de verdad que no le costará sacarlas todas con la mejor calificación. La magia que hay en usted es excepcional y no entiende de asignaturas. Con legilimancia o sin ella las sacará igual.

-Bueno... De acuerdo, si usted lo dice... -cedió ella- Pero prométame que si me ponen mala nota en alguna me ayudará a matar a los examinadores.

-No puedo prometerle eso... -razonó él- Ese tipo de cosas no se prometen, simplemente se hacen.

Bellatrix sonrió y acabó de convencerse. Grindelwald terminó de rellenar los documentos, ella los firmó y él preparó el sobre para mandarlo al Ministerio. Después miró el reloj, no sentía el deseo de asesorar a nadie más:

-Solo faltan quince minutos para que termine mi horario de tutorías, ¿cree que quedará alguien fuera?

-Sí, mi futuro marido –ironizó Bellatrix segura de que Longbottom seguiría temblequeando.

-He dicho fuera, no dentro.

Esa fue la primera ocasión en que consiguió que su alumna se ruborizase, aunque no la miró porque había retomado la corrección de exámenes. Bellatrix no supo qué contestar mientras chillaba emocionada por dentro. Grindelwald se adelantó:

-¿Le importaría esperar aquí hasta que termine el horario? Así no tengo que atender a nadie más.

-Claro que no –respondió la bruja.

Él asintió y continuó con su trabajo. Bellatrix se entretuvo haciéndole cosquillas en la tripa a Antonio mientras repasaba lo que acababa de ocurrir. Ojalá ser la esposa de Gellert Grindelwald... Es más: ojalá Grindelwald siendo el esposo de Bellatrix Black... Le encantaban esos comentarios pícaros disfrazados de rigidez y caballerosidad. ¿Cómo podía esperar cualquier chico de dieciocho años compararse con aquel hombre? Sería ridículo. Y además era encantador y la ayudaba mucho... Bellatrix se sentía absurdamente feliz. Y eso le recordó algo. Un tema que entraba en los exámenes y aún no habían estudiado.

-¿Cuál es su patronus, profesor? -preguntó con curiosidad.

-Un lobo –murmuró distraído.

Bellatrix abrió los ojos sorprendida y le pidió si podía mostrárselo. Sin levantar la vista ni la pluma de los trabajos, con la mano que le quedaba libre Grindelwald agitó su varita. De ella salió al galope un inmenso lobo plateado.

-¡Vaya! –exclamó Bellatrix fascinada- ¡Es un lobo de la Tundra! Una de las subespecies más grandes del lobo gris.

-No me diga que también sabe de animales –comentó él con desinterés.

-No, solo de lobos porque me documenté –respondió la bruja.

"Ajá" murmuró Grindelwald sin apenas escucharla. Sin embargo, tuvo que levantar la vista cuando vio que a su patronus se le unía otro. Una loba de la misma especie y subespecie sobrevolaba la habitación. Pronto se encontraron y se pusieron a jugar y a perseguirse juntos por el aula. Bellatrix los contemplaba divertida por la coincidencia, Antonio daba saltos intentando atraparlos y Grindelwald los miraba sin parpadear con una expresión indescifrable. Pasaron varios minutos así.

-Profesor... ¡Profesor! –gritó Bellatrix para sacarlo de su ensimismamiento- Está manchado el trabajo.

El mago reaccionó por fin y se dio cuenta de que había dejado que la pluma goteara tinta roja sobre el examen que estaba corrigiendo. Arregló el pergamino con un gesto distraído de varita. Después, con voz calmada le preguntó a su alumna si habían estudiado ese encantamiento en clase. Bellatrix negó con la cabeza. La profesora que tuvieron en quinto empezó a enseñárselo, pero casi ninguno lo consiguió y cambiaron de tema enseguida y el profesor de sexto alegó que ya lo estudiarían al curso siguiente.

-La verdad es que yo tampoco lo he estudiado en profundidad, solo lo justo para saber hacerlo –confesó ella-. Es una magia tan pura, tan alejada de las artes oscuras que... bueno, no me resulta demasiado interesante. Además me costó años encontrar un recuerdo que funcionara.

Fue el recuerdo del primer crucio que lanzó con éxito, pero eso no lo compartió con Grindelwald. El profesor asintió. Respondió vagamente que a él tampoco le resultaba estimulante, pero tendrían que estudiarlo en algún momento. Ella asintió.

-Bueno, no la entretengo más, seguro que Longbottom ya ha huido, puede marcharse.

-De acuerdo, muchas gracias por su ayuda –respondió con una sonrisa-. Vamos, Antonio, ¡suéltate! No te puedo llevar al banquete, no sirven sangre ¿sabes?

El profesor extendió su brazo y finalmente el chupacabra volvió con él. Cuando Bellatrix salió, ambos patronus se desvanecieron. El profesor ya no logró volver a concentrarse en los trabajos. 

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