Capítulo 68
El domingo por la mañana remolonearon en la cama durante varias horas. Grindelwald dormitaba abrazado a Bellatrix mientras ella fantaseaba con el viaje a Italia que harían al día siguiente. Estudió el idioma de pequeña porque en su familia debían dominarse al menos tres lenguas, pero nunca llegó a utilizarlo. Esos días lo estaba repasando para poder emplearlo por fin.
—Gellert, tengo hambre, quiero desayunar.
La respuesta fue un gruñido y el agarre sobre su cintura se hizo más fuerte.
—No hace falta que bajes conmigo, me vale con que me liberes... —murmuró ella intentando escabullirse.
Grindelwald no parecía por la labor. Últimamente estaba más dependiente que de costumbre... Pero finalmente, dos minutos después, se levantó y bajaron a desayunar. Mientras el mago comprobaba el correo, la chica supo el motivo de su necesidad de estar juntos a cada minuto:
—Bella —murmuró tras leer una carta de Vinda—, estar contigo alegra lo que me queda de alma, es lo que más feliz me hace, pero...
—Tienes que volver, ¿verdad? —completó ella intentando no sonar triste.
Él asintió con pesar. Le explicó que Vinda llevaba ya un año haciéndose cargo de casi todo y era una bruja excepcional, pero la cara visible era él y sus aliados exigían su presencia. Bellatrix sabía que así era, ya se había retrasado mucho más de lo previsto. Y tampoco deseaba que fuese de otra forma, no querría que se quedase con ella y renunciase a sus planes: eran vitales para el mundo mágico. Y así se lo hizo saber:
—Lo sé y lo comprendo. Es tu visión, tu causa, llevas toda la vida luchando por mejorar el mundo. No puedes retirarte tras tantos años de trabajo. No me habría enamorado de ti si no fueras un dictador supremo y el mago oscuro más poderoso y sexy del mundo.
Él sonrió con gratitud y respondió burlón:
—Supongo que yo debería decir que estoy orgulloso de ti, de lo fuerte e inteligente que eres y de que luches por crear tu propio camino... Pero mejor diré que si no vienes a visitarme de vez en cuando, moriré de angustia —aseguró Grindelwald poniendo una mueca triste.
Bellatrix sonrió y le prometió que lo haría.
—Cuando controle Europa ya estará —murmuró Grindelwald—, podré delegar en mis colaboradores más fieles y tendré más tiempo para estar contigo.
—¿Cuántos años crees que te llevará?
—No lo sé... Todo depende de cuánto tarde el entrometido de Albus en enterarse e intentar frenarme...
Bellatrix asintió lentamente. Sin poder contenerse, le soltó la pregunta que llevaba las últimas semanas haciéndose:
—¿No te sientes un poco mal por traicionar a Dumbledore? Sé que sus ideas de amor e igualdad son estúpidas y que se aprovechó de lo que le contaste cuando eráis jóvenes. Pero te salvó la vida y te ha protegido de quienes te querían juzgar...
—Yo también le he protegido a él.
—¿De qué? —inquirió la chica.
—De la verdad. Créeme que Albus preferiría enfrentarse a un basilisco que a la verdad.
—¿A qué te refieres?
—¿Hay algún pensadero en esta casa?
—Sí, en el despacho de mi padre. Pero si quieres mostrarme algo puedo meterme en tu mente.
Él negó con la cabeza y alegó que necesitaría ver bien todos los ángulos. Así que se levantaron y entraron al despacho de Cygnus. Era una sala grande, de maderas oscuras y sin ninguna ventana que permitiera entrar la luz. Había estanterías repletas de documentos y fotografías, ninguna familiar, todas de Cygnus con personalidades importantes.
—¡Arg, qué asco! —exclamó Bellatrix cuando una bandada de doxys se arrojó contra ellos.
Con un par de movimientos bien coordinados, mataron a las diminutas hadas mordedoras. Bellatrix abrió un armario y levitó un pensadero hasta el escritorio. Grindelwald colocó su varita en su sien y tras unos segundos de insistir, una hebra plateada se desprendió de su mente. Vertió el recuerdo en la vasija y le indicó a Bellatrix que se sumergiese.
—Yo me quedo fuera, uno de los dos debe estar alerta por si algo más nos ataca...
—Sí, en esta casa es mejor así —suspiró ella—. ¿Qué voy a ver?
—Algo que ya viste, pero desde otra perspectiva.
Su misterioso novio no le dio más pistas y Bellatrix no le permitió hacerse el interesante: sin más, metió la cabeza en el pensadero.
Los contornos de una casa de dibujaron ante ella. Estaba en un dormitorio sobrio en mobiliario, pero repleto de libros y cuadernos por todas partes. Dos chicos jóvenes y muy atractivos escribían juntos sobre un pergamino.
—Tendremos que dejar claro que es por el bien mayor —aseguraba un joven Dumbledore—, por el propio bien de los muggles. Tenemos derecho a gobernar y también la responsabilidad de buscar lo que más les convenga.
—Por supuesto, Albus, así lo haremos —aseguraba un Grindelwald de dieciocho años con una sonrisa encantadora.
Bellatrix reconoció la escena. Estaban en el valle de Godric, en la casa de los Dumbledore, el día en que ocurrió la tragedia. El director ya le mostró ese recuerdo, pero el suyo estaba mucho más borroso y descolorido: el de Grindelwald tenía más matices y podía moverse por el espacio con más libertad. Contempló de cerca a quien ahora era su novio, comprobando que si bien de joven ya era irresistible, a ella le atraía más de adulto. Estaba tan entretenida con eso, que el grito de Aberforth la pilló por sorpresa:
—¡Otra vez con este, otra vez con vuestras tonterías! —bramó Aberforth mirando a Grindelwald con desprecio.
—Disculpa si siento la necesidad de elevar el nivel de la compañía que se ve obligado a soportar tu hermano —le espetó Grindelwald.
Cuando empezó el enfrentamiento a tres bandas, Bellatrix supo de lo que tenía que estar pendiente. Se acercó a la puerta y observó como un minuto después, por el pasillo se acercaba una niña rubia de catorce años. No parecía asustada, su mirada permanecía ausente, pero aún así los gritos la atrajeron. En cuanto puso un pie en la habitación, Bellatrix buscó el mejor ángulo para presenciar lo que ya sabía que sucedería. Y así fue: al segundo siguiente, un hechizo impactó en el pecho de Ariana y la chica cayó muerta.
Solo que esta vez, en el recuerdo rico en detalles de Grindelwald, supo de quién había sido el maleficio fatal. Salió del pensadero y vio a Grindelwald curioseando los libros de su padre. Se giró hacia ella al momento y supo que había sido capaz de distinguirlo.
—Él lo hizo, él... Dumbledore mató a su hermana —murmuró Bellatrix.
El mago oscuro asintió.
—¿Él lo sabe?
—No, Albus no supo de quién fue el hechizo. Hace unas semanas, cuando ya confiaba en mí plenamente, se atrevió a preguntarme si yo lo sabía.
—¿Se lo dijiste?
—Le dije que no, todo sucedió muy rápido y que no me enteré... Pero que sospecho que fui yo. Y que lo sentía y fue un accidente terrible. Verdaderamente la chica no merecía morir, ojalá hubiese sido Aberforth.
—¿Por qué le mentiste? ¡Te odiará más si cree que la mataste tú!
—No, Bella, lo que sintió fue alivio. Necesitaba un villano y mucho mejor yo que él o su hermano, que aunque se odien, es toda la familia que le queda.
—Entonces te creyó...
—No sé si me creyó o quiso creerme, no hemos vuelto a hablar del tema. Por mucho que desee acabar con él, que me vendría mucho mejor que Albus desapareciera del mapa... esa es una carga que no deseo entregarle. Es mi forma de mostrarle gratitud por interceder por mí.
—Supongo que es justo... —murmuró Bellatrix.
Se quedaron en silencio mientras la joven le contemplaba fijamente. Eso hizo dudar al mago, que temía que la imagen que tenía de él se hubiese deteriorado en vista de aquello. Así que le preguntó si estaba disconforme con algo. Bellatrix tardó un poco en contestar, pero al final sacudió la cabeza y comentó:
—No, simplemente constataba que estás mucho mejor ahora que a los dieciocho.
—¡Era sumamente atractivo! —protestó él.
—Yo no me hubiera fijado en ti... Demasiado joven.
—Yo hubiese babeado por ti —aseguró el atrayéndola por la cintura—. Me cuesta controlarme ahora con muchos más años y experiencia...
Bellatrix sonrió y se besaron. Al final, lo miró con una sonrisa triste al recordar que debían separarse ya y murmuró:
—No vamos a poder ir a Italia, ¿verdad?
—Te lo prometí y vamos a ir. Ya he reservado los mejores hoteles y restaurantes —aseguró Grindelwald—. Si te parece bien, estaremos hasta el viernes. De ahí, yo me iré a Austria y tú tendrás que volver porque el lunes siguiente Eleanor se marcha a Hogwarts y querrás despedirte.
La joven asintió más animada, le gustaba que pensase en todos los detalles y la perspectiva de otro viaje juntos. Tras besuquearse otro rato, Grindelwald se marchó a su habitación para responder a las cartas y Bellatrix decidió leer un rato. Eligió el cuaderno que le regaló la madre de Eleanor con sus aventuras, era de sus favoritos. Estaba tan sumergida en sus historias que ni siquiera escuchó al mago oscuro cuando entró al salón. La contempló en silencio durante unos minutos y al final se acercó a ella.
—Echo de menos cuando me lo leías en el hospital —murmuró él—. Esa mujer es fascinante, si no tuviese la hija que tiene...
—Nellie es lo mejor de Sabrina —aseguró Bellatrix—, pero es verdad que es increíble, me encantaría haber vivido todo esto... La parte del encuentro con el ave del trueno en las Rocosas me pone la piel de punta cada vez que lo leo.
Grindelwald asintió y le indicó que se vistiera para invitarla a comer a algún sitio. La chica asintió y él la contempló en silencio apoyado en el marco de la puerta. Cuando Bellatrix se estaba atando las botas, él dijo repentinamente:
—Hazlo tú.
—¿Eh? ¿El qué?
—El viaje a las Rocosas. Todos los viajes de ese cuaderno y los tuyos propios. Es lo que hice yo, lo que hacen los grandes magos y brujas.
Bellatrix le miró pensativa. Obviamente esa idea transitaba con frecuencia por su mente, pero le daba cierto temor.
—Solo tengo dieciocho años, diecinueve en una semana... ¿Cómo voy a irme sola por el mundo?
—¿Preferirías hacerlo acompañada?
—No... Supongo que no, es algo que debería hacer sola. Pero me refiero a qué pasa si me pierdo o me quedo sin dinero. Tengo ahorros, pero no tanto como para recorrer el mundo. Y mis padres se cabrearían bastante...
—¿Cuánto dinero necesitas?
—No es eso, Gellert, no se trata de que me lo des... Te lo agradezco de corazón, pero no podría...
—Sé que tu orgullo te impediría aceptarlo, no sería un regalo. Tendrías que... ganártelo —murmuró él con una sonrisa ladina.
—¿¡Me estás ofreciendo dinero a cambio de sexo!? —exclamó Bellatrix intentando sonar indignada.
—¡Pero si es lo que querías!
—¡Eres un maldito pervertido! —exclamó ella dándole un puñetazo en el pecho.
—Tenga cuidado señorita Black —le advirtió él sujetándola de las muñecas—. Soy un caballero siempre dispuesto a ayudar a una dama, pero no me gusta que me traten mal.
Bellatrix le miró desafiante (porque lo que es liberarse, no lo consiguió). Él le sostuvo la mirada con un gesto despectivo. Al final la soltó y se echó a reír. Bellatrix le miró ligeramente enfurruñada y profundamente cachonda.
—Lo que en realidad pretendía, Bella, era recordarte que todavía tienes el trozo que seccionaste de la piedra filosofal.
—Sí... ¿y? —inquirió ella desconcertada por el giro de la conversación.
—Que hasta donde yo recuerdo, tiene el poder de convertir cualquier sustancia en oro. No sé si lo llegaste a probar, pero este sería un buen momento para hacerlo.
Bellatrix abrió los ojos sorprendida.
—¡Es verdad! ¡Sí que lo probé, transformé varias piedras en pepitas de oro!
—Con una docena podrías pagar cualquier viaje —sonrió él.
—¡Cómo no me acordaba! ¡Qué me está pasando! Me estoy volviendo estúpida... —susurró con temor.
—Llevas unas semanas arduas que muy pocos hubiesen resistido. Entre exámenes, derrotar a Dumbledore y luego a Voldemort, matar a la serpiente, discutir con tus padres, lo de tu exhermana Andrómeda, salvarme la vida... Lo extraño sería que te preocuparas por recordar una piedrecita... Aunque sea una piedrecita que te garantiza la inmortalidad y la fortuna.
La joven suspiró y reconoció que tenía razón. Su angustia se disipó y se dio cuenta de que entonces tendría más facilidades para realizar su viaje. Además, en el cuaderno de Sabrina había indicaciones sobre alojamientos, contactos que a ella la ayudaron y todo tipo de trucos para no sufrir estrecheces. La idea cada vez la ilusionaba más.
—Lo mejor será que hables con ella, seguro que te puede orientar mejor —le aconsejó Grindelwald.
—Sí, tienes razón —respondió Bellatrix—. Hablaré con ella, a ver si considera que puedo hacerlo.
—Estupendo. ¿Vamos a comer entonces?
La joven se daba cuenta de que Grindelwald la apoyaba plenamente. Sin duda él también le había dado vueltas a esa idea y por eso contaba incluso con las soluciones a los problemas que ella se planteaba. Pero no era su opción favorita: Grindelwald preferiría que se uniese a él y le acompañase a su castillo para planear juntos la conquista del mundo mágico. Y sin embargo, evitó el egoísmo para pensar en el plan que más feliz la hiciese a ella. Bellatrix se sintió inmensamente afortunada por tener a alguien así en su vida.
—Sabes... —murmuró acercándose a él lentamente— Ya no me apetece. Prefiero quedarme aquí porque... soy una gran bruja que necesita dinero y tú eres un mago muy poderoso que se ha ofrecido a ayudarme...
Grindelwald mostró su sonrisa burlona y colocó las manos sobre su cintura.
—El más poderoso —la corrigió—. Y, aunque no lo merezca, supongo que podemos llegar a un acuerdo...
Por supuesto no fueron al restaurante, ni siquiera bajaron al comedor: no salieron de la cama durante horas. Cuando terminaron, pese a que su frenética actividad les abrió el apetito, ninguno de los dos fue capaz de moverse. Después de una agradable siesta, con Bellatrix apoyada sobre su pecho, Grindelwald murmuró:
—Menos mal que no tengo que pagarte, porque ni en mil años reuniría el dinero que mereces.
—¡Eh, cómo que no! —protestó ella— He estado haciendo el tonto todos estos meses pudiéndote cobrar... pero más vale tarde que nunca.
—Lo dices como si tú no hubieses disfrutado, querida —se burló él.
—Amo mi trabajo, no es culpa mía —respondió con gran seriedad—. Pero puedo hacerte descuento en la próxima.
—Alabo su generosidad, señorita Black, pero la próxima tendrá que esperar. Resultaría peculiar que el mago y la bruja más poderosos del mundo murieran por exceso de actividad carnal... —murmuró él acariciándole el pelo— Además, tengo planes para esta tarde.
—Ah... ¿Tienes que ir a algún sitio? —preguntó ella apoyando la barbilla en su pecho.
—Sí, contigo. Tenemos entradas para la final de la Liga de Duelo.
—¡La liga de duelo! —exclamó Bellatrix sorprendida de nuevo— ¿¡Es hoy!?
— Esta tarde en Cardiff.
—¡Pero de cuántas cosas me he olvidado!
—De nada importante —sonrió él.
—¿Quiénes compiten?
Grindelwald ejecutó un accio y el periódico voló a su mano abierto por la sección deportiva. Las noticias de la Liga de Duelo de Reino Unido ocupaban tres páginas: ese día se disputaba la final con los cuatro duelistas con más puntos de la clasificación. Se batían entre sí por parejas y finalmente se enfrentarían los dos ganadores. Serían tres duelos largos e intensos. "¡Sabía que Grinilda llegaría a la final!" exclamó Bellatrix recordando la conversación con Slughorn en la comida en el Ministerio durante los ÉXTASIS.
—Las entradas están agotadas desde hace semanas —murmuró—. ¿Quién te las ha conseguido? Ni siquiera nuestras familias pueden conseguirlas una vez agotadas, hay que pedirlas con antelación.
—Las reservé el día que comiste con nosotros en el Ministerio y supe que te gustaría ir.
Bellatrix le miró agradecida y susurró: "Te quiero". Se besaron un rato más, pero se separaron pronto porque no estaban para más sexo... al menos durante media hora.
—Seguro que mis padres van con los Malfoy, están veraneando juntos en Gales... —barruntó la bruja.
—¿No quieres verlos? ¿O el problema es que nos vean juntos?
—Nah, que se jodan, me apetece mucho ir. Y si me ven contigo mucho mejor, que rabien de envidia.
—Oh, eso ya le sucede a todo el que nos ve—se jactó él.
Bellatrix sonrió y le revolvió el cabello rubio cortado a cepillo milimétricamente.
—Sigo pensando que estarías más sexy con el pelo más largo.
—Lo sé y también me sugeriste que me hiciera un tatuaje. Fue durante nuestra primera cita fuera de Hogwarts, en el pub del Lago Ness.
—¡Pero cómo tienes tanta memoria!
—Es sencillo: dices cualquier tontería y mi cerebro lo retiene —explicó con su sonrisa burlona.
Ella le contempló en silencio, acariciando su rostro con suavidad y perdiéndose en esos ojos azules que nadie más sabía descifrar.
—Me moriré sin ti —susurró—, eres la persona a la que más quiero del mundo.
Grindelwald sonrió de nuevo, no respondió porque ambos sabían que no era cierto. Era el primer amor de una chica de dieciocho años, algo que la marcaría para el resto de su vida... pero podría seguir sin él. Y quizá tuviera que hacerlo. Los dos seguían recordando sus visiones, los presagios de una derrota ante de Dumbledore y de un futuro gris.
—No es verdad, Bella. Me quieres y nunca podré expresar lo afortunado que me siento por ello. Pero la persona a la que más quieres, a quien más has querido siempre, es a ti. Eso es lo más importante y no dejes que nunca cambie.
—Te querré aún así. Aunque no estemos juntos, yo te seguiré queriendo. Te querré eternamente.
—Me parece bien —sonrió él estrechándola junto a su pecho.
Como aún quedaba una hora para salir hacia Cardiff, se quedaron abrazados en la cama, atesorando ese momento como si fuese el primero. Pronto llegó Antonio, saltó sobre ellos, hizo protestar a Grindelwald y reír a Bellatrix y completó la estampa idílica.
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