Capítulo 62
Tras su encuentro con Rita Skeeter y todas las intrigas de ese día, Bellatrix se apareció en San Mungo. Era ya de noche y había dejado de llover, la ciudad estaba en calma. Disponía de un permiso especial que Wendy le había conseguido para entrar a cualquier hora. Dentro del edificio se escuchaba algún grito de dolor, pero más apagados que por el día: las pociones para dormir hacían su efecto. Todo estaba oscuro y el olor a enfermedad emanaba bajo las puertas de algunas habitaciones. Bellatrix subió a la cuarta planta con rapidez y llegó a la habitación de Grindelwald. Entró procurando no hacer ruido, supuso que estaría ya dormido.
—Me alegra comprobar que estás bien.
Se había equivocado. El mago tenía expresión somnolienta (a causa de las pociones) pero se mantenía despierto leyendo un libro. El que sí roncaba era Antonio, que se había acomodado en un sillón y dormía a pata suelta.
—Todo ha ido perfectamente —aseguró Bellatrix saludándole con un beso.
Se puso el pijama y se acostó junto a él. El mago dejó el libro, apagó la luz y le pasó un brazo por la cintura cuando ella se acurrucó junto a su pecho. "¿Lo has matado previa tortura?" susurró en su oído. La respuesta de Bellatrix fue un ronroneo afirmativo mientras hundía la cara en su cuello. Grindelwald la felicitó con orgullo. Después le pidió que le revelara su plan. Tras unos segundos, ella le contó lo que había hecho ese día y después le resumió lo que sucedería:
—En el Profeta avisarán de la desaparición de Page y los aurores (o quizá algún cuerpo de menor rango) lo investigarán. El mago de recepción del Profeta les contará que una bruja rusa apareció preguntando por él y se marcharon juntos. Si interrogan a Rita, ella comentará que ya llevaba unos días con ese tipo de comportamientos extraños. Irán a su casa y encontraran ocultas las hojas de alihotsy, que no se si recuerdas...
—Eran el negocio del ruso que conocimos en el restaurante de Gizella —recordó Grindelwald—. Había hecho fortuna con esas plantas, dijiste que ese mercado está en auge porque son muy valiosas como droga y como método para asesinar.
—Exacto. Verán su ruinoso apartamento y quizá pensarán que Page necesitaba un sueldo extra y se metió al negocio. O que intentó investigar ese tema para un reportaje y se metió con la persona equivocada... No sé qué versión imaginarán, pero el desenlace será pensar que Page se topó con alguna mafia rusa. Esas mafias no se esconden, envían sicarios a plena luz del día para dejar claro su mensaje: mucho cuidado con meterte con ellos.
—¿Qué crees que pensarán los investigadores de su relación con Page?
—Tal vez que les debía dinero o intentó quitarles clientes o plantas... y los rusos optaron por cobrárselo con su vida. Enviarán el expediente al Ministerio de Magia Ruso (que tiene asuntos más graves de los que ocuparse) y probablemente ambos organismos archivarán el caso.
—Es un buen plan —comentó Grindelwald con admiración—. Además, bien es sabido que sin cadáver no hay delito y, según me cuentas, no has dejado ni huesos.
—Ni uno —sonrió ella en la oscuridad.
Él la abrazó y susurró en su oído: "Mi princesa asesina... Te quiero". A ella la hacía muy feliz que se enorgulleciera de sus habilidades como asesina y conspiradora; era su verdadera naturaleza y Grindelwald la amaba así. Era todo lo que deseaba en ese momento. Ambos se durmieron con una sonrisa cómplice.
—Hoy no hay ninguna mención a tu familia —murmuró Grindelwald a la mañana siguiente releyendo el Profeta—. Aunque tu nueva amiga tiene una pluma afilada... No deja troll con cabeza.
—Mientras critique a otros me parece perfecto —respondió Bellatrix echando un vistazo a la página de Sociedad—. Ahora deja eso, besuquéame un rato que ayer no te vi y hoy tampoco voy a poder quedarme...
El mago sonrió, apartó el periódico y obedeció. Era viernes y eso significaba múltiples citas para Bellatrix: el Ministro de Magia que quería entregarle el premio por sus ÉXTASIS, la comida con Eleanor y su familia, el concierto de rock con sus amigos... Por eso, media hora después tuvieron que cesar en sus carantoñas y la chica se levantó de mala gana. Mientras se vestía y Grindelwald la contemplaba, le preguntó si quería que le trajese algo para entretenerse.
—No hace falta, Albus vendrá en una hora. El muy cansino quiere que le ayude a elegir al nuevo profesor de Defensa... Pienso aconsejarle al más loco, por las risas. Y después a ver si consigo que me despeje el pasillo para poder estirar las piernas fuera de esta habitación...
—¿Crees que te darán el alta este fin de semana?
—Espero que sí. En teoría debería quedarme una semana más, pero ya estoy perfectamente, mi magia es superior a la de cualquiera y me curo enseguida —se jactó—. Además, el mundo no funciona bien sin mí.
—Claro... Echas de menos tu trabajo de profesor, ¿verdad? —preguntó ella con sorna.
—Así es. No sé dónde voy a ligar ahora...
Con un gesto de la mano de Bellatrix, un almohadón le golpeó en la cara.
—Ni siquiera has usado la varita... —murmuró él fascinado—Los dos meses que estuve con Albus le admiraba, pero me sentía amenazado al estar con alguien más poderoso que yo. Contigo siento algo más parecido a la excitación...
—No soy más poderosa que tú —murmuró ella besándolo—, pero me gusta la segunda parte.
Tras despedirse, Bellatrix se marchó del hospital. Viviendo siempre con la duda de cuándo sus planes les separarían definitivamente, no le gustaba desperdiciar esos momentos con Gellert. El día anterior con su vendetta no había podido estar con él y en esa ocasión iba a suceder lo mismo. No descartaba renunciar al concierto para al menos pasar la noche juntos, pero sabía que se enfadaría si plantaba a sus amigos por él: Dolohov le había enviado una entrada y Eleanor se la había comprado solo por ir con ella. Aunque para eso faltaban muchas horas, lo primero era su reunión con el Ministro.
—Buenos días, he quedado con el Ministro Gore, soy Bellatrix Black. Me tiene que dar el premio ese por los ÉXTASIS.
—Espere en esa sala, por favor. El señor Gore está en una reunión, pero terminará pronto —le indicó un secretario.
Bellatrix se sentó en la sala de espera y dio gracias de haberse llevado un libro. Hesphaestus Gore tardó casi una hora en acudir a su cita. De no haber estado absorta en su lectura, la joven se hubiese marchado. Cuando el secretario la hizo pasar al despacho de su jefe, este le recibió alborozado. Era un mago de sesenta años, bajito y rechoncho, pero con gesto marcial.
—¡Señorita Black! —exclamó el Ministro— ¡Qué...!
—Madame Black —le corrigió ella con frialdad.
Ese hombre la había hecho esperar demasiado. Le daba igual que fuese el Ministro o Merlín resucitado: era una bruja muy ocupada que podría haber empleado esa hora en besuquear a Gellert o a Antonio. El mago se dio cuenta y se apresuró a disculparse por el retraso y por obviar su título de Madame. Después insistió en hacerle una visita guiada por todo el Ministerio. Bellatrix iba a negarse, pero quizá algún día necesitara esa información... Mejor conocer al enemigo. Así que aceptó.
—Y también he reforzado la seguridad en Azkaban —le contaba Gore mientras le mostraba la oficina de los aurores.
—Ajá —respondió ella simulando desinterés.
Eso no le gustó. Las posibilidades de que terminar en esa prisión eran más altas de lo que desearía, así que cuanta menos seguridad, mejor. El mago no notó su zozobra y continuó enseñándole departamentos y comentándolo todo.
—Mire, el señor Moody, nuestro jefe de aurores... Es de los mejores, pero desde que un fiendfyre le seccionó la pierna está de mal humor siempre.
—¿Cómo? —respondió Bellatrix con repentino interés.
—Sí, sí, fue hace unos meses —susurró Gore bajando el tono—. Quizá lo leíste en la prensa: un loco soltó un basilisco de fuego maldito a las afueras de un pueblo muggle, los aurores tardaron horas en sofocarlo. Al final Moody lo consiguió (es el más valiente), pero el fuego atrapó su pierna y él mismo se la cortó para evitar la muerte.
—Qué horror —murmuró Bellatrix.
"Se lo merece", pensó satisfecha, "Él a mí me alcanzó con un hechizo para desangrarme. Aunque gracias a eso Gellert me cuidó y dormimos juntos por primera vez...". Estaba recordando aquellos momentos tan especiales cuando el Ministro murmuró señalando a otro grupo de aurores:
—Hoy han avisado de que un redactor del Profeta no se ha presentado al trabajo y en casa tampoco estaba. Por lo que he oído, debe haber caído en garras de otra de esas mafias rusas, perdemos a gente así cada mes. Quieren hacer dinero por la vía rápida y esa no es la forma...
—No, desde luego —convino Bellatrix satisfecha de que estuvieran siguiendo el camino que ella había pautado.
—Tendrá que encargarse el Ministerio Ruso, aquí tenemos mejores cosas que hacer. ¿Te he hablado de mis medidas para controlar la caza de trolls?
Bellatrix sospechó que ese hombre no tenía especial interés en ella, lo que realmente le gustaba era hablar de sí mismo y de su gestión. Se lo permitió con paciencia hasta que le entregó por fin el reconocimiento por ser la mejor en los ÉXTASIS y los doscientos galeones que conllevaba. Cuando por fin salió del Ministerio ya era la hora de comer. Odiaba llegar tarde y más habiendo quedando con Nellie, así que se apresuró a aparecerse en el Callejón Knockturn. Surgió frente a la pastelería Bloody Wonders, que todavía no había reabierto tras las vacaciones. Bellatrix no supo a qué piso debía subir, pero enseguida salió el elfo de la familia:
—¡Señorita Bellatrix! Me ha dicho la señorita Eleanor que suba al cuarto piso, ahí comerán.
—Muy bien, Duler.
Entró y tomó el ascensor hasta el piso indicado. En cuanto llamó al timbre, Nellie salió a abrirle.
—¡Bella! ¡Qué alegría verte, te he echado de menos! —exclamó mientras la abrazaba.
Pese a haber pasado tres semanas en la playa, Eleanor seguía igual de pálida que siempre. Y por supuesto igual de alegre. A Bellatrix le encantaba así. La abrazó y le aseguró que también la había añorado.
—¿Estás bien? —preguntó Eleanor separándose y examinándola con detalle.
—Perfectamente —sonrió la chica.
Su amiga lo aceptó tras unos segundos más de escrutinio y pasaron al piso donde Sabrina y Paul la saludaron también.
—¡Vamos, ya está la comida! —exclamó la joven invitando a Bellatrix a sentarse junto a ella.
Mientras comían, Eleanor le estuvo relatando sus vacaciones con entusiasmo, sus padres apenas pudieron meter baza, a ella le gustaba mucho hablar. Cuando por fin terminó, le preguntó a Bellatrix si ella había hecho algo interesante. La joven tuvo que reconocer que solo practicar magia y discutir con su familia. Los tres asintieron y no le hicieron más preguntas. La felicitaron por sus notas y premios como deberían haberlo hecho sus padres y a ella le emocionó. Había dudado si sabrían lo de Grindelwald, pero entonces cayó en la cuenta de que Wendy, la mujer del hermano de Eleanor, le había atendido y sin duda se lo habría contado. Lo sabían, pero no querían incomodarla y nadie lo mencionó.
—Por cierto, alguien tuvo la brillante idea de regalarle a Nellie una corona maldita que obliga a todo el mundo a arrodillarse ante ella —comentó Sabrina—. Se la llevó de vacaciones y gente de Montecarlo, Cannes y Niza se ha arrodillado ante ella allá por donde pasara.
—¡Síí! —exclamó Eleanor exultante— ¡Calles enteras de gente arrodillada ante mí, tengo un montón de súbditos! ¡Ha sido maravilloso! El mejor regalo del mundo.
Bellatrix rio ante aquella imagen y se alegró de que le hiciera aprecio a su obsequio. Estuvieron contándole anécdotas del viaje hasta que terminaron de comer. Entonces Eleanor la hizo bajar a su piso para estar las dos solas.
—Te compré este libro que me parece aburrido, pero mamá dijo que te gustaría. Está en francés, pero tú hablas francés, ¿verdad?
Bellatrix asintió mientras lo examinaba. Era un soberbio manual de duelo que le sería muy útil. "Y yo te elegí esto, que es mucho más bonito" declaró tendiéndole una cajita con diminutas piedras preciosas de diferentes tipos. Eran hermosas y brillantes, no había duda de por qué le gustaban a Eleanor.
—Son para el pelo, te las pones y queda superbonito, ¡te puedo ayudar a ponértelas para el concierto de esta noche!
Bellatrix la vio tan ilusionada con volver a tener una muñeca para peinarla y vestirla que aceptó con una sonrisa. Después Eleanor le contó las partes del viaje que había omitido delante de sus padres: los chicos y chicas con los que había ligado pese a hablar poco francés, las joyas que le había robado a su madre y las ideas que tenía para librarse de ir al colegio el último curso.
—Lo malo es que mamá me hace chantaje: me ha prometido que el año que viene iremos de vacaciones a las Maldivas o las Seychelles, son las islas más exclusivas del mundo...
—¿Y qué problema hay? Te encanta el mar y todo eso.
—Sí, pero a cambio tengo que terminar el colegio —comentó Eleanor enfurruñada—. Tengo que decidir si me compensa...
Bellatrix sonrió y le recordó que ahora tenía a sus amigos Jasmina y Ben con los que se lo pasaba bien. Y como para ser pastelera no necesitaba exámenes, no tendría que preparar los ÉXTASIS y sería un curso más relajado. Además le daría todos sus libros de texto en los que tenía apuntes que daban mejores resultados que cualquier manual. También tenía el armario evanescente por si quería hacer visitas a casa. Eleanor asintió agradecida y seguidamente se lanzó al tema:
—No he querido preguntarte delante de mis padres por si te daba vergüenza, ¿pero qué pasó con Grindelwald? ¿Cómo está? Wendy nos lo contó anoche cuando llegamos. Me enfadé con ella, si lo hubiera sabido hubiese venido antes para estar contigo...
—No, mejor así. Te lo agradezco, pero le pedí que no se lo contara a nadie. Necesitaba estar sola para calmarme... y estar con él. Estaba más tranquila sabiendo que tú disfrutabas de tus vacaciones.
—Vale... Pero cuéntame qué pasó. Ven, vamos a tumbarnos en mi camita —murmuró viendo que le costaba hablar—. Coge tú mi peluche de koala y yo al escarbato, así.
Una vez estuvieron acomodadas en la cama abrazando sendos peluches, Bellatrix le relató lo sucedido en su ausencia. Empezó por aquella mañana en la que —gracias a la nota que ella le mandó— Grindelwald acudió a buscarla al Callejón Diagon y la llevó a su hotel donde la cuidó y la consoló tras el abandono de Andrómeda. Continuó con la maravillosa semana que pasaron juntos en la mansión Black como una pareja normal ("Yo aún no conozco tu casa, es tu deber llevarme, me gusta visitar mansiones" intervino Nellie en ese punto). Y siguió con las desgracias: la conversación entre Grindelwald y Dumbledore que escuchó tras su último examen, su discusión con él y su separación. Le habló de lo mal que se sintió cuando creyó que la había engañado y por último le relató la tarde del ataque en el valle de Godric.
No omitió detalles ni nombres. Eleanor ya había oído nombrar a Voldemort a otras personas y tras hablarlo con Sabrina el día de su graduación, Bellatrix estaba más tranquila: madre e hija eran de armas tomar y los mortífagos no las molestarían. Su amiga apenas la interrumpió, solo hizo un par de preguntas y comentarios graciosos para quitarle angustia al relato. Bellatrix notaba que Eleanor lo pasaba mal al oírla contar sus penurias, pero quería ser sincera con ella. Además sentía que liberaba una enorme carga: verbalizándolo no estaba tan sola y alguien la apoyaba. Para Bellatrix era importante saber que si moría en ese momento, alguien conocería su historia. No quería caer en el olvido.
—Lo siento, cielo... —murmuró Eleanor apartando los peluches para abrazarla— Has tenido que pasarlo muy mal... Tendrías que haberme avisado, tendría que haber estado contigo en el hospital mientras esperabas o...
—De verdad, Nellie, te lo agradezco. Quería estar sola.
Su amiga asintió compungida mientras la abrazaba en silencio.
—¿Y cuando le den el alta qué haréis?
—No lo sé... Gellert tiene que volver a Austria, sus compañeros llevan tiempo esperándole... Me sentiría mal si lo retrasa más por mí. De hecho, si no lo hubiese hecho la primera vez, si se hubiese marchado como planeaba, Voldemort no le habría encontrado y él estaría bien. Es culpa mía que...
—¡No! No es culpa tuya. Es evidente que esos dos se tenían ganas, hubieran intentando matarse tarde o temprano, los hombres son así —suspiró—. Al menos de esta forma pudiste salvarlo.
—Supongo que tienes razón —murmuró Bellatrix al rato.
—Siempre la tengo, amor. Salvo en los exámenes, pero es porque no estudio. ¿Has pensado en irte con él? Puedes probar unos meses y volver si no te gusta.
—Lo he pensado, pero... Siento que no es mi lugar. Le quiero mucho, pero todo lo demás, sus proyectos, sus amigos, esos países con idiomas que ni siquiera entiendo... No lo sé, no era así como me imaginaba que estaría al terminar el colegio.
—Ya... Lo comprendo.
—Con todo lo de mi familia, Andrómeda y todo eso, ya no sé qué quiero —reconoció Bellatrix.
—Normal... Seguro que Mr. Sexy se queda unos días cuando le den el alta, podéis aprovechar ese tiempo y lo decidís juntos. ¡Puedes traerlo a comer aquí! Será divertido, ¡seguro que me echa de menos! Era su alumna favorita —comentó Eleanor sonriente.
Bellatrix sonrió también y confesó dudosa:
—No lo sé... No creo que él quiera, creo que le daría vergüenza estar conmigo en público.
—¡Pero qué tontería! Habéis tenido un montón de citas en restaurantes y has conocido a amigos suyos.
—Siempre en restaurantes privados, los dos solos; que yo lo prefiero, pero... Sí, me ha presentado a algunos "amigos" o lo que sean, pero no como su novia, sino como una amiga o alumna.
—Bella, me jugaría mis joyas a que no se avergüenza de ti.
—No, no me refiero a eso —replicó Bellatrix—, no de mí sino de lo que soy. De estar saliendo con una chica de dieciocho años, él es muy serio en esas cosas y eso le resta credibilidad. Cualquiera pensará que está conmigo por el morbo de ligarse a una chica joven, la típica crisis de los cuarenta.
—Pero tiene treinta y ocho —apuntó sabiamente Eleanor.
—Gracias por tu ayuda, Nellie —ironizó Bellatrix.
La más joven sonrió y lo meditó. Finalmente murmuró:
—Mira, Bella, puede ser, puede que tengas razón. Pero eso no significa que no te quiera, sino que quiere protegerte. Es verdad que la gente piensa lo que quiere y alguno podría mirarte mal o pensar mal de ti por...
—Si alguien hiciera eso, Gellert lo mataría.
—¡Ves, eso es amor! Y es lo importante, Bella, lo más difícil de conseguir. Además, hacer cosas en público es mil veces peor que ir a restaurantes privados o a yates.
—Sí, tampoco voy a ser hipócrita, yo también adoro el lujo. Pero aún así me gustaría poder ir a un concierto con él o a un partido de quidditch o lo que sea...
—Para eso me tienes a mí, cielo —sonrió su amiga.
—Tienes razón. Muchas gracias, Nellie, siempre consigues animarme.
Su amiga asintió y le dio un beso en la mejilla. Estuvieron tumbadas en la cama en una agradable siesta mientras fuera volvía a lloviznar.
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