Capítulo 61
—Pasado mañana vuelve Nellie de sus vacaciones.
—Así puedes ir al concierto con ella —murmuró Grindelwald acariciándole el pelo.
Acababan de despertarse en la cama del hospital. La noche anterior se quedaron dormidos leyendo el libro sobre la Selva Negra de Alemania. Ninguno de los dos creyó que pudiera ser tan feliz con una rutina tan extraña.
—No creo que vaya al concierto, no me apetece... —comentó Bellatrix sin mirarle.
—¿Por qué? Me contaste que te gusta mucho ese grupo.
—Ya, pero... El viernes por la mañana tengo que ir al Ministerio a por el premio ese, luego he quedado a comer con Nellie y sus padres y después querrá ir de compras y contarme los nuevos cotilleos que tenga... Si por la noche voy al concierto, no te veré en todo el día.
—Me puedes ver cualquier otro día. No quiero aislarte de tus amigos, ni que dejes de hacer las cosas que hace la gente de tu edad... Aunque la gente de tu edad sea mucho más boba y aburrida que tú.
Bellatrix sonrió ante lo último y respondió:
—Me gustaría poder ir contigo a esas cosas, al concierto o lo que fuera, que la gente supiera que estamos juntos. Aunque, bueno, luego cada uno...
No se atrevió a terminar la frase, a aventurar que quizá tendrían que seguir por caminos separados.
—Pronto me darán el alta y podremos hacer cosas juntos sin importarnos que nadie nos vea.
—¿Me llevarás a Italia?
—Te lo prometí y lo haré —sonrió Grindelwald.
La joven asintió satisfecha y apoyó la cabeza sobre su hombro; echaba de menos recostarse en su pecho, pero era donde tenía la herida y de momento no podía hacerlo. Él continuó acariciándole el pelo hasta que apareció el elfo con el desayuno. Cuando terminaron de desayunar, Bellatrix le preguntó si no tenía que tomarse la poción para el dolor.
—No, estoy mucho mejor y no me duele ni al caminar. Ya solo me dan las sanadoras. El fin de semana conseguiré que me den el alta.
—Um... Sin estar drogado con las pociones ya no me responderás a los temas que me interesan...
—Eres cruel. Has estado aprovechándote de un pobre moribundo.
—¡No pareces un moribundo! ¡Te he comprado hasta pijamas nuevos para que tengas uno diferente para cada día! —protestó Bellatrix—. Y también traje al mejor peluquero para que te arreglara el pelo porque, según tú, debes estar impecable siempre.
—Tienes razón. Eres la mejor novia del mundo... y yo estoy siempre irresistible. ¿Qué pretendías preguntarme?
—Por los patronus. Conocías la leyenda y no me la contaste. No lo ejecutaste en clase por si alguien más lo sabía y se daba cuenta de que se correspondía con el mío, ¿verdad?
—Sí, la conocía. Albus me la contó de jóvenes. El amor y sus tonterías... Por eso me resistí. Aceptar que estaba enamorado ya fue duro, pero darme cuenta de que te quería, de que una parte de ti vivía en mí... Eso fue realmente arduo, cambió mi forma de enfrentarme a la realidad y me volví vulnerable, aborrezco esa sensación.
Aunque compartía sus sentimientos y ella se sintió tal y como él lo describía, la última parte le dolió.
—Pero a la vez... adquirí una fuerza extraña que nunca había experimentado. Y sobre todo me sentía feliz, a todas horas, como si me estuviesen narcotizando con suerte líquida... Fue extrañísimo, me costó mucho aceptarlo. Cuando encima descubrí que nuestros patronus respondían a la leyenda, estuve cerca de sufrir un infarto. No es que dé pábulo a esos mitos, no creo que un espectro predestine nada... Pero aún así, no comprendía lo que significaba y desde luego no estaba preparado para reconocerlo en voz alta.
—Lo entiendo... Pero tu patronus ya era un lobo antes, ¿no?
—Sí. Cuando Albus quiso enseñarme a ejecutarlo no fui capaz, ningún recuerdo funcionaba. Pero unos años después, cuando tenía mi varita, un grupo de personas dispuestas a apoyarme y por fin vi clara la idea de lo que quería que fuesen mis planes y mi futuro, pude lograrlo.
—¿Qué recuerdo utilizaste?
—A los veinte años el Ministerio de Bulgaria me buscaba por convertir en inferi a un centenar de muggles (estaba practicando, explorando mis límites). Mandaron a dos docenas de aurores y magos golpeadores y fui capaz de eliminarlos en medio minuto. Cuando terminé, mis seguidores aplaudieron y se arrodillaron ante mí. Es un recuerdo muy feliz y funcionó. ¿Cuál utilizaste tú?
—Mi primer crucio. Lo practiqué con un alto cargo del Ministerio que pretendía eliminar los privilegios de las familias de sangre pura.
—¿Qué edad tenías?
—Siete años. Me lo trajo mi maestro, claro, yo no lo atrapé. Pero el hechizo me salió bien por primera vez y me puse muy contenta.
—¡Oh, qué imagen más tierna! —murmuró él divertido.
La besó y le acarició el muslo aprovechando que solo llevaba una de sus camisas. Cuando empezó a subir la mano, ella le frenó. Estaba bastante recuperado, pero no tanto como para ciertas actividades que, si bien ella se moría por ejecutar, no quería hacerlo a riesgo de su salud. Grindelwald la miró con su sonrisa de superioridad y susurró en su oído:
—Quizá eso no, pero me han indicado que debo ejercitar mis manos para asegurarme de que no quedan restos de veneno.
—Creo que se refieren a practicar hechizos o...
No hubo peros. La maestría de Grindelwald en ese campo (como en muchos más) era sobresaliente: enseguida logró que Bellatrix gimiese su nombre y disfrutase como llevaba semanas deseándolo. "Espero que pronto estés bien del todo" murmuró ella con felicidad al terminar. El mago estuvo completamente de acuerdo.
—Ah y otro asunto: ábrete un poco la camisa ahora que he recuperado fuerzas.
—Gellert, acabo de...
—Mis intenciones son nobles esta vez. Hazlo.
"Pocas cosas hay más nobles que conseguir que me corra" murmuró Bellatrix haciéndole reír. Se abrió un poco la camisa pese a que ahora le resultaba más incómodo: odiaba la cicatriz que le había quedado tras el avada de Voldemort, sobre todo por el hecho de que él la hubiese marcado contra su voluntad.
Grindelwald no necesitó pronunciar nada para que una luz blanca emergiera de su varita. Bellatrix sintió como la cicatriz desaparecía y su piel volvía a quedar inmaculada. Abrió mucho los ojos y se acarició la zona con incredulidad.
—Pero... pero... ¡Los sanadores me dijeron que no se iría nunca! ¡Incluso le pregunté a Dumbledore!
—Tengo la varita más poderosa del mundo —se jactó él.
—Es lo segundo mejor que has hecho por mí en los últimos cinco minutos —sonrió ella besándolo.
Como esa mañana no tuvieron visitas, Bellatrix le ayudó a ponerse al día con su correspondencia. Varios de sus aliados (sobre todo Vinda Rosier) le escribían con asiduidad y él les contestaba para dar las órdenes y que nadie sospechara que estaba de baja. Salvo Vinda, el resto no tenían confianza para preguntarle cuándo regresaría a Austria, pero la bruja francesa lo hacía en cada misiva. Él le respondía que en un mes a lo sumo y a Bellatrix se le encogía el corazón. Pero no era quién para protestar: ella casi seguía planteándose unirse a Voldemort.
La que no faltaba ningún día era Bathilda, que ahí apareció a las cuatro de la tarde y Bellatrix aprovechó para marcharse a casa a ducharse y cenar. Volvió un par de horas después, charlaron, leyeron juntos y se acostaron de nuevo.
El jueves despertaron con el ruido de la lluvia repiqueteando en la ventana. Como no tenían nada que hacer y ese día tampoco habría visita de Dumbledore, Bellatrix se apoyó sobre el hombro de Grindelwald y cerró los ojos dispuesta a seguir durmiendo. Él le acarició el pelo mientras leía el Profeta que acababa de llegar. Minutos después, con voz algo preocupada murmuró:
—Bella...
La chica supo que sucedía algo.
—¿Qué? —preguntó de mala gana por ser despertada.
—Deberías leer esto.
Le mostró el periódico por la sección de sociedad. El titular era "La noble familia Black pierde un miembro" ilustrado con una foto de Druella y Cygnus con sus tres hijas en una de las fiestas habituales. La entradilla resumía que la hermana intermedia se había fugado de casa —se desconocían los motivos, pudiera ser por amor— y sus padres la habían repudiado. El tono del artículo era irónico, casi satírico y se regodeaba en el estigma social que aquello supondría entre los Sagrados Veintiocho.
Y lo peor no era eso. Había un último párrafo que se hacía eco de la boda de Rose y Rodolphus, anteriormente prometido con Bellatrix, y aventuraba que posiblemente el cambio de novia se debía a la decadencia de los Black. Comentaba que los Lestrange debían de haber preferido unirse a los Macnair, pues la locura y la inestabilidad de los Black era legendaria. El artículo terminaba con un "Seguiremos informando".
—Lo solucionaremos —murmuró Grindelwald intentando calmarla.
De no ser porque la sujetó con suavidad pero con firmeza, Bellatrix hubiese salido a toda velocidad para liberar un fiendfyre en las oficinas del Profeta. Pero se contuvo, mejor no actuar en caliente. Releyó la noticia y luego la firma.
—J.P. Page —murmuró.
—¿Lo conoces? —preguntó el mago.
—Jareth Peyton Page, un sangre sucia resentido. Siempre anda escribiendo este tipo de artículos de Sociedad, pero con los Black nunca se había metido... Andrómeda le ha dado la excusa perfecta —comentó Bellatrix pensativa.
Grindelwald iba a añadir algo, pero viendo que estaba sumida en sus cavilaciones no la molestó. Al rato Bellatrix le pidió que le leyera el horóscopo. Él frunció el ceño y le preguntó burlón si deseaba saber qué opinaba Mercurio de su día. Aún así obedeció.
—Eres virgo, ¿verdad? —preguntó él buscando su columna.
—Da igual, mira a ver quién escribe esa sección.
—Lo firma una tal Rita Skeeter... ¿No era compañera tuya?
—Sí —respondió Bellatrix ausente—, así que ha conseguido entrar...
—¿Tiene algo que ver con Page?
La bruja negó con la cabeza sin decir nada mientras seguía maquinando. Grindelwald continuó leyendo el periódico para no interrumpirla. Minutos después Bellatrix se levantó de la cama, cogió un trozo de pergamino y escribió una nota. Como la lechuza que había traído el Profeta reposaba en el alfeizar, le ató la misiva y le indicó que se la entregase a Rita Skeeter. El animal salió volando bajo la lluvia. Bellatrix llamó a su elfina que acudió al momento.
—Didi, ¿sabes cuáles son las plantas de alihotsy que cultiva mi madre? Las de tallo rosa, en los bosques al este de la mansión.
—¿Las que manda regar a Didi las noches de luna creciente?
—Esas. Ve y arranca treinta hojas. Después átalas y prepáralas en paquetes de cinco hojas, como hacen mi madre... y los traficantes. ¿Sabes hacerlo?
—Sí, he ayudado a la señora Druella muchas veces —aseguró Didi orgullosa.
—Perfecto, hazlo y luego iré.
Cuando la elfina desapareció, Grindelwald le preguntó qué planeaba. Bellatrix no respondió, seguía absorta en sus pensamientos. Se vistió y respondió al fin:
—Es el día de suerte de Rita, voy a conseguirle un ascenso. Probablemente me lleve todo el día, ¿estarás bien solo?
—Por supuesto, pero ten cuidado.
—Claro. Si viene alguien, ¿puedes decirle que...?
—Diré que has ido a mandar una lechuza o lo que sea, pero que estás por aquí —le interrumpió él—. Tendrás coartada, no te preocupes.
Bellatrix asintió con una sonrisa de gratitud. Le indicó que si la necesitaba, llamase a Didi que la avisaría. Le besó, subió a Antonio a la cama y le ordenó: "Vigila que tu amo no se escape". El chupacabra emitió un gruñido de asentimiento y su dueño chasqueó la lengua con fastidio. Bellatrix se puso la capa e iba a salir cuando el mago exclamó:
—Llévate esto.
La bruja atrapó el objeto al vuelo. Se trataba del chivatoscopio, Grindelwald se quedaba más tranquilo teniéndola localizada y a ella le pareció bien.
—¡Vuelvo esta noche! —prometió saliendo a toda velocidad.
Se apareció en su casa y alteró su aspecto con un par de conjuros: la melena quedó rubia oscura y los ojos azules. Después pasó un buen rato rebuscando en el vestidor de su madre. Eligió una capa bordada a mano que Druella se compró en un viaje a Moscú, se la colocó y se subió la capucha. Salió de la mansión y se apareció en las oficinas del Profeta. Se ubicaban en una calle estrecha paralela al callejón Diagon que solía estar desierta. Esa mañana apenas pasaban dos personas intentando evitar la lluvia. Bellatrix entró al edificio sin bajarse la capucha y, fingiendo acento ruso, comentó en recepción:
—Yo tener... cita con... señor Page.
El joven mago tras el mostrador, apabullado por la belleza y la actitud entre tímida y educada de la bruja, asintió de inmediato. Hablando muy despacio y gesticulando mucho respondió:
—Su despacho está al fondo en la primera planta, a la derecha. Suba por esta escalera.
—Spasibo —murmuró la chica subiendo con rapidez.
La redacción era un bullicio de brujas pidiendo datos a gritos desde sus cubículos, magos caminando apresuradamente con montones de papeles y un continuo rasgueo de plumas sobre pergamino. Bellatrix pasó inadvertida hasta llegar los despachos individuales. En el último, un señalizador decía "Jefe de Sociedad: J.P. Page". Ejecutó un conjuro para asegurarse de que en el despacho solo había un ocupante y entró. Reconoció al mago de unos cincuenta años, rostro cuadrado, ojos pequeños y expresión ceñuda que aparecía en una pequeña foto junto a su sección.
—Perdona, ¿quién eres tú? —le espetó el mago con decreciente brusquedad al ver lo hermosa que era.
Bellatrix no contestó. Bloqueó la puerta, insonorizó la habitación y se quitó la capa con calma. Después, sin fingir acento alguno respondió:
—Bellatrix Black, caída en desgracia según su maravilloso artículo.
—Eso es ridículo, ella no...
El mago se interrumpió. Esa chica tenía otro pelo y otros ojos, pero su porte, su actitud y sobre todo su expresión entre la superioridad y la ira eran inconfundibles. Sacó su varita, pero en cuanto intentó atacar, Bellatrix lo desarmó. Atrapó su arma y con la punta de su varita curva, la quemó. El mago chilló como si le hubiesen amputado un brazo.
—Tranquilo, nunca más la necesitarás —aseguró Bellatrix con una sonrisa macabra.
El terror en el rostro del hombre satisfizo tremendamente a la bruja, que tuvo que contenerse para no empezar a torturarle de inmediato. No podía arriesgarse a que entrara a alguien y la descubriera. Así que lo sometió con imperio y abandonaron juntos las oficinas. En cuanto estuvieron fuera, lo agarró del brazo y lo apareció en los bosques exteriores de su mansión. Eliminó la maldición para controlarlo y empezó a disfrutar. Perdió la noción del tiempo mientras lo torturaba, siempre le sucedía. Pero al final, tres horas después, el mago cayó definitivamente muerto.
—¡Pesadilla, Tormenta!
Atraídos por su voz y por el olor a sangre, la pareja de thestrals apareció y empezaron a devorar el cadáver. Bellatrix cogió la cartera que le había quitado a Page y comprobó su dirección. Vivía en un suburbio muggle, ¡cómo no!
—Didi —llamó a su elfina—, ¿tienes ya las hojas de alihotsy?
—Sí, como usted le ha dicho a Didi. Están en la mesa del comedor, en una bolsa de tela mágica protegida. Didi le ha dejado también la comida y una carta de su amiga.
—Muy bien.
Bellatrix decidió que tenía tiempo para comer: torturar siempre le abría el apetito. Mientras lo hacía, leyó la carta de Eleanor. Era breve, le recordaba que al día siguiente volvían de las vacaciones y la invitaban a comer en su casa. Le indicaba la hora a la que debía acudir y repetía que tenía muchas ganas de verla. El sentimiento era mutuo, a Bellatrix siempre le aclaraba las ideas hablar con su amiga. Y desde luego tenían varios temas que tratar...
Cuando terminó de comer, alteró su aspecto de nuevo, volviendo castaños sus ojos y su pelo para no llamar la atención. Se puso un abrigo oscuro y metió en el bolsillo el paquete que había preparado Didi. Le costó más de dos horas encontrar el domicilio de Page, puesto que no se orientaba bien y en los barrios muggles no podía utilizar escoba. Pero finalmente localizó el edificio donde vivió el ya difunto periodista. Allanó su piso sin dificultad.
—Por Circe, parece que esto ya lo haya registrado alguien... —murmuró al ver el desorden y la suciedad que ahí reinaba.
Dedujo que Page vivió por y para su trabajo, en el que cada día vertía la bilis que la envidia y el ostracismo le generaban. Pese a que tenía un buen puesto, Sociedad era la sección de cotilleos: se consideraba una categoría menor y el sueldo también era mediocre. No tenía familia ni intereses más allá de criticar a quienes gozaban de mejor posición.
—Te he liberado de tu miseria —comentó divertida.
Sacó de su bolso el paquete con las hojas de alihotsy y buscó un buen lugar para esconderlo. Encontró en el dormitorio una baldosa suelta y lo ocultó debajo. Era buen escondite, pero aún así los aurores lo encontrarían. Tras asegurarse de no dejar rastros, volvió a su mansión. Los thestrals ya habían acabado con la carne y ahora los buitres carroñeros estaban devorando los huesos. En pocos minutos cualquier rastro de Jareth Peyton Page desaparecería de la tierra.
—Didi, va a venir una compañera —avisó a su elfina—. Hazla pasar, pero que no entre a casa, que se siente en los bancos del jardín delantero. Es muy cotilla y mejor que no vea nada.
—Así será, señorita Bella.
La bruja subió a su dormitorio, se duchó y picoteó algo de cena. Cuando Didi la avisó de que su compañera había llegado, salió de la mansión. Rita y ella se saludaron con una sonrisa que ocultaba evidente incomodidad por ambas partes. Nunca habían sido amigas y ahora eran más bien cómplices. Bellatrix optó por no perder el tiempo. Sacó de su bolsillo el pasador que le regaló Sabrina con la flor que bloqueaba los recuerdos y se lo colocó a la rubia en la mano. La chica lo aceptó sorprendida y Bellatrix fue al grano:
—¿Lo has hecho?
Ante su tono severo, Rita asintió nerviosa pero confiada.
—Sí. En cuanto os he visto marcharos (supongo que la rubia eras tú), le he dicho al jefe de redacción que era la tercera vez que Pague se iba esta semana. Y que en los últimos días han acudido a verlo bastantes personas de aspecto sospechoso...
—¿Qué ha dicho al darse cuenta de que no volvía?
—Page le ha dado igual, su única preocupación ha sido que su sección estaba por escribir y no podemos dejar en blanco una de las secciones más leídas. Como me has dicho en tu carta, de inmediato me he ofrecido a hacerlo y le he dado varias ideas. Estaba tan ocupado y tenía tantas ganas de quitárselo de encima, que me ha dicho que por salvar la edición de mañana, me ocupara yo.
—Perfecto. Seguro que cuando vea que no vuelve, te dejan ahí. No creo que te dé su puesto de jefe, pero al menos estarás en Sociedad que es lo que te gusta, ¿no?
—¡Sí! ¡Amo cotillear y criticar a todo el mundo y que me paguen por ello! —exclamó Rita con ojos brillantes.
—En caso de que te interrogaran, ¿serías capaz de contarles lo mismo a los aurores? Están entrenados para detectar mentiras...
—Querida, soy periodista: llevo la mentira en la sangre. Claro que podré.
Aunque algún auror díscolo supiera legilimancia, la flor había evitado que quedara registro en la memoria de Rita de aquel momento: ella lo recordaría, pero nadie más podría verlo en su mente. Lo mismo sucedía con la carta que le había enviado esa mañana con las indicaciones: le había aplicado una suerte de encantamiento fidelio, no podría transmitir su contenido de forma alguna.
—Entonces ya está, que disfrutes del trabajo de tus sueños. Y recuerda como lo has conseguido —advirtió Bellatrix.
—Por supuesto, muchas gracias. Puedes estar segura de que el orgullo de los Black se mantendrá intacto.
Se dieron la mano sellando el pacto y se despidieron. En cuanto Rita se giró para macharse, Bellatrix le hizo olvidar la ubicación de su mansión, por seguridad. La rubia se apareció y la morena murmuró con frialdad:
—Nadie se mete con los Black. Nadie.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top