Capítulo 58

Bellatrix llevaba ya varios minutos intentando contener sus lágrimas y la sangre de Grindelwald. Fracasó en ambos campos. Tenía también su propia herida sangrante en el pecho provocada por el fallido avada de Voldemort, pero no tenía tiempo para ello. Seguía murmurando conjuros, intentando ganar tiempo para que ocurriera un milagro, cuando el mago quiso llamar su atención. Ella no se atrevía a mirarlo, no quería ver la vida desvaneciéndose de esos ojos azules que tanto adoraba. Aún así, con todo su esfuerzo y con voz ahogada, él pronuncio una única palabra:

—Mírame.

Lentamente y con un dolor en el pecho que nada tenía que ver con la herida, Bellatrix alzó la vista. Sus ojos se encontraron. Había una sombra en las pupilas del mago que parecía adueñarse de todo su ser. Él no necesitó añadir nada, Bellatrix comprendió que quería que penetrara en su mente. Con esfuerzo, se concentró y lo hizo.

Se vio a sí misma abandonando el aula después del ÉXTASIS de Defensa. Como lo vivía desde el punto de vista de Grindelwald, casi pudo sentir su orgullo, su enorme fascinación y un sentimiento que Bellatrix quiso identificar como amor.

—Gellert, me gustaría hablar contigo un momento.

La voz de Dumbledore sacó al mago de su ensoñación. Con reticencia, pero sin encontrar una excusa plausible para eludir la cita, siguió al director. En busca de privacidad se dirigieron al aula vacía en la que Bellatrix los oyó hablar ese día. Una vez dentro, Dumbledore se apoyó sobre el escritorio y Grindelwald se quedó junto a la puerta con los brazos cruzados tras la espalda. Tras unos segundos de silencio y de mirarse fijamente, el director preguntó:

—¿Hay algo que desees compartir conmigo?

"Ya empezamos", pensó Grindelwald con hastío, "A ver con qué me incordia ahora". Disimulando su desagrado respondió con calma:

—Eras tú quien quería hablar, Albus.

De nuevo, un silencio y una sonrisa enigmática del director. Grindelwald no estaba de humor para sus juegos.

—¿Sabes qué deseo? Comer. Así que si no tienes nada que decir, podemos...

—Estoy al corriente de tu relación con Bellatrix —le interrumpió Dumbledore sin cambiar de actitud.

Eso sorprendió a su compañero. "Vale... ¿Qué sabes exactamente?" pensó. Decidió usar su misma técnica y se quedó mirándolo con rostro imperturbable. Eso, unido al deseo del director por mostrar que nada escapaba a su conocimiento, le obligó a ampliar su información:

—Lo sé desde que os vi a principios de curso junto al lago, cuando le dejaste sentir tu aura mágica. Ni a mí me permitiste hacerlo —comentó Dumbledore.

"A ti te dejé sentir otras cosas y mucho me arrepiento" pensó Grindelwald con sorna. Empezó a elaborar una historia para solventar aquello dejando a Bellatrix en el mejor lugar posible, pero su compañero continuó:

—He de decirte que es cruel. Es muy buena técnica para acceder a Voldemort, pero utilizar a una alumna y simular que albergas sentimientos por ella es vil.

"Cree que estoy fingiendo... interesante", pensó Grindelwald rediseñando su plan, "El muy engreído debe pensar que si no le quiero a él es porque no poseo la capacidad de amar a nadie". Aprovechó la coyuntura:

—Sería cruel si le hiciese daño o la obligase a hacer algo contra su voluntad —comentó Grindelwald lentamente—, pero no es así. Ella no tiene interés en mí más allá de lo que pueda enseñarle, por tanto...

—Oh, Gellert, ¡no seas modesto con tus conquistas! Me llegaron noticias de Budapest.

—Vas a tener que ser más específico. Yo también estoy suscrito a la prensa internacional, me llegan noticias de todas partes.

Mantenía el tono seco y desapasionado, pero en su interior temía los posibles desenlaces que aquello pudiera tener. Elaboraba una respuesta tras otra previendo lo que pudiera saber el director.

—¿Acaso no fue Bellatrix la chica que te defendió cuando unos magos te increparon en el centro mágico hace unas semanas?

"Al menos no sabe que me ofrecí a asesinar por ella" meditó con alivio. Dumbledore continuó hablando, ese hombre amaba el sonido de su voz y demostrar lo inteligente que era y como controlaba el mundo mágico sin que nadie se enterase.

—Me sentí orgulloso de ti, de que no atacaras en esa ocasión, me demuestra que has cambiado.

"Exacto, he cambiado. No es que trate de engatusar al mundo... ni que me excite ver a Bellatrix defenderme" pensó con sorna. Dumbledore era inteligente, pero él no lo era menos.

—No obstante, la respuesta de Bellatrix fue bastante violenta —continuó el director—. Se nota la influencia de Voldemort...

—Aquellos magos realmente se excedieron en sus comentarios. Además, son cosas de la juventud, ya sabes la pasión con la que se vive todo a esa edad.

Hubo un silencio. La edad que tenía Bellatrix era la misma que Grindelwald durante sus dos meses de relación con Dumbledore. El rostro del director mostró cierta nostalgia. Su compañero buscó la forma de disociar a Bellatrix de Voldemort para que no la perjudicara:

—Hasta donde yo sé, no tiene mucha relación con Voldemort. Es el tutor que le pusieron sus padres de pequeña y le enseña magia como cualquier otro profesor. Pero a ella no le interesa unirse a Él ni ser la segunda de nadie.

—Esperemos que estés en lo cierto y que siga así —comentó Dumbledore con gravedad—, porque de lo contrario... Pero si todo va bien, no sucederá. Pese a tus trucos creo que eres una buena influencia para ella.

—Como cualquier otro profesor, Albus. Hoy termino mi contrato y ella también ha cerrado su etapa estudiantil. Ya no tendría sentido seguir viéndola.

—Tienes que seguir con ella, Gellert, tienes que averiguar cómo lo ha hecho.

Esa última frase era la primera que escuchó Bellatrix cuando los espió. Ahora veía el rostro calmado pero a la vez calculador del director y la expresión neutra de Grindelwald que servía de fachada a una inmensa rabia. Prosiguieron con lo relativo a su sorprendente duelo y a lo que Voldemort pudiera estar enseñándole. En su interior, Grindelwald tampoco sabía cómo Bellatrix le había robado la energía mágica al director ni dónde había aprendido varios de los conjuros. Pero intentó normalizarlo para que Dumbledore se olvidase de ella. Entonces llegó otro de los momentos clave:

—Tonterías. Ella confía en ti, es lo máximo a lo que se puede aspirar. Te entregó la piedra filosofal, Gellert.

"¡Maldita sea tu existencia, Albus, cómo sabes eso!" pensó encolerizado. Se quedó en silencio meditándolo. Él se inventó que escuchó rumores de que la habían robado y uno de sus contactos le facilitó un encuentro con un carroñero que se la vendió. En lugar de creerlo, Dumbledore debió deducir que el ladrón había sido Voldemort y Bellatrix estaba al tanto. "Espera, puedo volver esto a mi favor..." pensó Grindelwald. Podía hacerle creer que Voldemort robó la piedra a Flamel y, a su vez, Bellatrix se la sustrajo a Él para hacer lo correcto. Eso convertiría a Bellatrix en una heroína... En lugar de expresarlo tan claro, optó por darlo por sentado:

—Me la entregó para que te la diera a ti.

—Sí, sí, para lo que sea —respondió el director quitándole importancia—. La cuestión es que te la entregó a ti, no a Voldemort.

"Vale, no la acusa de nada... Y no parece responsabilizarla del robo..." caviló mientras proseguía la conversación. Tres frases más allá, Grindelwald comentó como si nada que Bellatrix le robó la piedra a Voldemort porque no estaba de acuerdo con su plan. El director lo creyó, pero añadió:

— Tienes que conseguir que te elija a ti. Haz lo que haga falta. Pídele que se case contigo o...

El asco que sintió Grindelwald fue monumental. La sola idea de que pretendiera jugar así con Bellatrix le dio ganas de matarlo a puñetazos. Pero se contuvo y utilizó esa repulsión para sonar más convincente:

—¡Por Circe, Albus, que tiene dieciocho años! ¡Es una cría! ¡Enfréntate a Voldemort, derrótalo y cada uno hacemos nuestra vida en paz!

Hubo una breve pausa mientras la que Grindelwald intentaba no asesinar a su examante y Dumbledore parecía meditar.

—¿Sigues queriendo la carta de inmunidad para ser jurídicamente intocable?

"Es lo segundo que más quiero en el mundo" pensó el mago oscuro con sorna. No obstante, respondió afirmativamente. El director siguió intentando convencerlo de que utilizara a Bellatrix para llegar a Voldemort y él cada vez se sentía más furioso. Cuando comentó que igual les rentaba más permitir que la joven se uniese a los mortífagos, Grindelwald no pudo más y le espetó si pretendía que acabase en la cárcel.

—¡No me digas que le has cogido cariño a la chica! —exclamó Dumbledore con una sonrisa que su compañero deseaba borrar a base de crucios.

"'Cariño', dice el imbécil este... Vendería mi alma a un troll por salvar a Bella" pensó furioso. Si sus acuerdos con el director ya eran complicados y llevaba todo el curso desesperado por su causa, que involucrara a Bellatrix lo empeoró radicalmente. Y no logró contener impotencia:

—Albus, se supone que tú eres el bueno. ¿Estás dispuesto a sacrificar a una alumna de dieciocho años?

—Lo soy. Precisamente por eso hacemos esto, por el bien mayor. Salvaremos miles de vidas. Solo tienes que conseguir que te cuente qué magia ha estudiado para luchar así... y lograr que deje a Voldemort por ti. A partir de entonces serás libre para siempre. ¿De acuerdo?

Grindelwald asintió porque no podía arriesgarse a matarlo: Dumbledore tenía el pacto de sangre y no sabía si lo había destruido. No quería morir. Pero aún así, tenía una cosa clara: "Acabaré con todo lo que te sea querido, Albus" pensó mientras abandonaba la sala con rapidez.

El recuerdo terminó y Bellatrix volvió a la realidad. Comprendió que Grindelwald nunca le mintió ni la utilizó. Le sucedió lo mismo que a ella cuando Voldemort se enteró de su relación: fingió que era parte de un plan para protegerla. Se sintió muy tonta por no haberlo pensado y terriblemente mal por cómo lo trató. Hubiera bastando con prestar atención al hecho de que su colgante de calavera nunca detectó que le mintiera... Pero estaba demasiado afectada para emplear la lógica.

—Lo siento —susurró entre lágrimas—, siento todo lo que te dije, siento mucho no haberte...

Él negó suavemente con la cabeza y mostró una débil sonrisa. El dementor que parecía habitar en sus ojos se había desvanecido ahora que ella conocía la verdad. Bellatrix comprendió que no quería que se disculpara, pero aún así necesitaba estar segura.

—¿Me perdonas?

Él asintió de nuevo y cerró los ojos.

—¡No! ¡Abre los ojos, no me dejes! ¡Te quiero, Gellert, no puedes dejarme aquí! Alguien vendrá, alguien nos ayudará... —murmuró mirando hacia la puerta como si alguien fuese a entrar.

No sucedió. Pero necesitaba aferrarse a algo. Sostenía la mano de Grindelwald entre las suyas, cada vez más fría, y le acariciaba el rostro con suavidad. Por contentarla, él intentaba mantenerse despierto, pero cada vez le costaba más. Antonio seguía entre ambos, luchando por contener la sangre cada vez más exigua de su amo.

—Hasta moribundo sigues siendo el más sexy del mundo —aseguró la chica con sinceridad.

El mago profirió un sonido parecido a una risa. La miró fijamente a los ojos y no necesitó palabras ni legilimancia para repetirle una vez más que la quería. Ella siguió hablándole para evitar que cerrara los ojos. Le repitió que le quería, que no podía marcharse sin llevarla a Italia, que debían conquistar el mundo juntos... Pero unos minutos después, con el último aliento casi inaudible, Grindelwald susurró: "Mi princesa asesina...". Cerró los ojos y no los volvió a abrir. Bellatrix le abrazó dejando que sus lágrimas discurrieran por su cuello. También empezaba a marearse por la pérdida de su propia sangre, ella sí podría aparecerse y su herida podría curarse. Pero no iba a dejarlo, se quedaría con él hasta el final. Su primer amor, su único amor.

* * *

Despertó lentamente, con mucho dolor. Hasta levantar los párpados le suponía un tremendo esfuerzo, no se veía capaz de mover un músculo. Pese a eso, notaba la comodidad del lugar en que reposaba. Se hallaba en un espacio luminoso, con olor a limpio y sosiego en el ambiente. Parpadeó varias veces hasta que pudo distinguir algo. Parecía una habitación de hotel... aunque no le sonaba haber estado nunca ahí, era demasiado aséptica. Cuando vio una mesilla metálica con pociones supo que no se trataba de un hotel sino de un hospital.

—Ah, me alegra ver que por fin has despertado —comentó una voz apacible—. Bienvenido, estas en San Mungo. En la mejor habitación de la que disponen, debo decir. Han sido muy atentos.

Grindelwald intentó responder pero le costaba pronunciar las palabras. Estaba tumbado sobre su costado derecho, con Antonio enroscado junto a su pecho. El animal dormía profundamente, debía seguir agotado tras su esfuerzo por mantenerlo con vida. Su dueño movió la mano con sumo esfuerzo para acariciarlo y el chupacabra ronroneó satisfecho en su sueño. Alzó la vista de nuevo y distinguió frente a él a Dumbledore, sentado en una silla a pocos metros de la cama. Le miraba con curiosidad y con alivio. Le contó que curarle del veneno era extremadamente complicado, pero los sanadores se estaban esforzando mucho y se recuperaría.

—Es normal que no puedas apenas moverte. Tu sangre se ha estabilizado con los filtros reabastecedores, pero el veneno sigue en tu cuerpo. Las pociones lo eliminarán poco a poco.

Dumbledore vio que intentaba responder algo y se calló expectante. Con voz ronca, Grindelwald preguntó:

—¿Y Bella?

No era lo que esperaba Dumbledore, que ladeó ligeramente la cabeza y le miró desconcertado. Eso asustó a Grindelwald, que con más claridad preguntó:

—¿Bellatrix? ¿Dónde está Bella?

—Verás, Gellert... —empezó el director lentamente— Bellatrix también estaba herida y...

—¡No! Si le ha pasado algo no...

Se quedó sin voz, más por la angustia que por la enfermedad. A su espalda, al otro lado de la cama, una voz burlona comentó:

—¡Qué criatura más necesitada!

Pese al veneno y al entumecimiento de sus músculos, el mago se giró a tal velocidad que hubiese avergonzado a una snitch. Ahí estaba Bellatrix, tumbada junto a él con uno de sus pijamas. Lucía pálida, despeinada y con ojeras, pero Grindelwald nunca había visto a una criatura más hermosa. Intentó abrazarla con la poca fuerza que tenía. Viendo sus dificultades, la chica se enterró entre sus brazos y hundió la cara en su cuello. Camufló así las lágrimas que había contenido hasta ese momento. Grindelwald no lloró porque sentía tal mezcla de emociones que las compuertas se bloquearon. Pero era feliz, eso lo tenía claro.

—¿Estás bien? —susurró.

—Mejor que nunca —aseguró ella.

La actividad despertó a Antonio, que profirió un gruñido de emoción al ver que su amo volvía a estar vivo. Trepó por su espalda y se colocó entre ambos para formar parte del abrazo. Estuvieron así largos minutos, incapaces de separarse. Hasta que al final, Grindelwald la soltó para que no se reabriera la herida. El mago se tumbó bocarriba y ella se acurrucó apoyando la cabeza en su hombro.

—¿Qué pasó? —preguntó Grindelwald que apenas recordaba nada después de que Voldemort huyese.

—Estaba en una reunión de la Confederación Internacional de Magos cuando me llegó una lechuza urgente —explicó Dumbledore—. Me sorprendió ver que era de Bathilda Bagshot, de la que hace décadas que no tengo noticias. Tu tía-abuela me resumió lo sucedido y así llegué al Valle de Godric. Pude frenar la hemorragia y el veneno lo justo para lograr trasladarte aquí.

—Ah... —murmuró Grindelwald pensando que debía hacerle un buen regalo a Bathilda— Muchas gracias, Albus.

—No me las des a mí. Fue Bellatrix quien te mantuvo con vida hasta que yo llegué. Los sanadores coinciden en que, en esas circunstancias, deberías haber muerto en un par de minutos.

El mago oscuro se giró hacia Bellatrix, mirándola con inconmensurable gratitud sin saber cómo darle las gracias. Ella comentó:

—Antonio ayudó mucho. Pudo eliminar algo de veneno y ralentizar la pérdida de sangre.

—Al final ha servido de algo no matarte... —murmuró acariciando a su compañero.

El chupacabra ronroneó satisfecho como si aquello fuese un cumplido. Teniendo a su mascota y a su novia, Grindelwald solo echaba de menos algo por lo que le daba miedo preguntar... Y más a Dumbledore. Pero aún así lo hizo:

—¿Y mi... mi varita?

—Ah, no pude tocarla. Aun desangrándose, nuestra querida Bellatrix la protegió como si fuese la suya propia.

Bellatrix asintió satisfecha. Metió la mano en la funda de su almohada y extrajo la varita de sauco. El mago la aceptó emocionado, con dificultad para asirla, pero sintiéndose de nuevo completo y más vivo que nunca. 

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