Capítulo 55

Cuando escuchó la chimenea en la habitación contigua, Bellatrix tomó aire y se serenó. Le costó soberano esfuerzo contener la furia y las ganas de montar una escena, y todavía más impostar una expresión apacible. Centró la vista en su lectura esperando a que el mago acudiera a la biblioteca. Siempre lo hacía, siempre la buscaba antes de subir a su habitación. Por eso no se daría cuenta de que sus pertenencias ya no estaban ahí. Efectivamente un minuto después entró a la sala y ella se fingió absorta en la lectura.

Escuchó sus pasos acercarse, un sonido cotidiano que hasta ese día siempre la hacía sonreír. Después vio de reojo su aspecto impoluto: traje azul oscuro de tres piezas, adornos de cadenitas de plata e impecable peinado. Pese a ser verano seguía vistiendo con la misma elegancia y a ella le encantaba. Estaba segura de que mostraba su amplia sonrisa y notable excitación por saludarla, pero no lo vio porque no levantó la vista del libro. Solo lo hizo cuando él llegó junto al sillón que estaba ocupando.

—¡Por fin he terminado en ese aborrecible trabajo! –exclamó Grindelwald abrazándola— Y todo gracias a ti.

Bellatrix forzó una sonrisa incapaz de decir nada. Él la besó y ella se dejó.

—¿Qué lees? Estabas muy entretenida, lamento haberte interrumpido.

—El cuaderno de viajes que me regaló la madre de Eleanor.

Amaba ese cuaderno, lo había releído ya varias veces. Sabrina detallaba sus viajes con tanto esmero, sus descripciones resultaban tan bellas y evocadoras y las fotografías eran tan sorprendentes que era casi como hacer el viaje. Sentía que estaba presenciando el ritual de invocación del fénix en una tribu del Amazonas o colándose en una pirámide sorteando momias y maldiciones. Por eso lo había elegido esa tarde, necesitaba abstraerse y relajarse. Pero su novio había vuelto.

—He pensado que podemos ir a cenar a un italiano para celebrar tu examen y mi libertad –continuó él.

—No hay ningún italiano decente en Londres.

—Lo sé, siempre lo dices. Por eso, ya que estaba en el Ministerio, he pasado por la Oficina de Trasladores. Le he caído tan bien a la encargada que me ha permitido llevarme media docena sin registrarlos.

A Bellatrix no le extrañó en absoluto que hubiese embaucado a otra bruja para obtener beneficios. Ajeno a sus cábalas, Grindelwald continuó:

—Podemos ir a cenar a un italiano en Italia. No sé si tienes preferencia por alguna ciudad, Roma y Venecia son las opciones típicas, pero hace unos años estuve en Bari y ahí la comida es aún más espectacular.

La joven nunca había estado en Italia, pero siempre había querido ir. Si no hubiese escuchado su conversación con Dumbledore, en ese momento estaría casi llorando de la emoción. Él debía esperar una reacción similar o, al menos, algo mejor a un silencio tibio, porque le preguntó si le pasaba algo:

—¿Te encuentras bien? ¿No te apetece o...?

—No, es solo que estoy cansada.

—Por supuesto, no te preocupes. Nos quedamos aquí y podemos ir mañana o cualquier otro día.

Cualquier otro día. Era verdad, ahora ya no tenían ataduras de ningún tipo: ni morales (ya no eran profesor y alumna), ni profesionales (él ya no tenía trabajo ni ella estudios), ni familiares (Bellatrix ya no estaba prometida). Qué irónico que cuando lo conseguían por fin, fuese en el mismo momento en que la magia se había roto. O más bien la habían asesinado.

—¿Has comido? –preguntó él acariciándole la mejilla con preocupación— Estás muy pálida.

Antes amaba esos gestos, cuando le tocaba la cara, se preocupaba por ella y sabía descifrar su estado de ánimo; ahora le estaba costando mucho no apartarlo de un manotazo, le daba náuseas solo sentirlo cerca.

—No tengo hambre.

—Necesitas comer. Ven, vamos a...

—Le he dado la tarde libre a Didi.

El mago alzó las cejas sorprendido. Bellatrix no sentía ningún afecto hacia los elfos, solo hacia Didi que llevaba toda la vida con ella. Grindelwald los respetaba menos aún. Eran meras herramientas y no entendía que le hubiese dado el día libre como si la elfina tuviese vida propia. La chica no pudo contenerse y comentó:

—No me gusta tratar a todo el mundo como si fuesen objetos, luego me siento mal.

—¿Perdón? ¿Que tú te sientes mal por...? –empezó él con incredulidad— Bellatrix, ¿qué sucede?

—Ya te he dicho que solo estoy cansada. Y además ha venido a verme mi maestro.

El interés de Grindelwald ante la mención de Voldemort fue evidente.

—¿Te ha hecho algo? Porque juro que...

—No, solo hemos hablado, me ha hecho un regalo de fin de curso.

Sin duda tenía ganas de preguntar por el asunto de su conversación, pero sospechando que no lo averiguaría, lo evitó. Tampoco quiso preguntar qué le había dado.

—Ah... —murmuró el mago— Yo no te he comprado nada, había pensado en...

—No necesito que me compres nada.

—Lo sé, pero... En cualquier caso, primero vamos a cenar, yo preparo lo que sea, necesitas comer.

La tomó de la mano y ella se dejó guiar de forma mecánica. Ya en la cocina Grindelwald preparó un par de platos sencillos mientras ella le contemplaba en silencio. Era condenadamente guapo y elegante en todo lo que hacía, no era justo. Claro que si fuese feo y vulgar sus planes de seducción fracasarían...

Se sentaron a cenar y Bellatrix se sorprendió al descubrir que realmente tenía hambre. Comió con ganas, al menos así evitaba hablar. Grindelwald no se pudo contener más: le repitió fascinado lo impresionante que había sido el duelo con Dumbledore y lo orgulloso que se había sentido de ella.

—¿Cómo lo has hecho? Conmigo nunca habías empleado algunos de los conjuros que has usado hoy y tu técnica ha sido... se me eriza la piel solo de recordarlo –la elogió.

—¿A qué te refieres? He luchado como siempre, ya sabes que siempre me esfuerzo al máximo. Supongo que yo tenía un buen día y Dumbledore uno muy malo. Además, él tampoco se ha esforzado mucho, podría haberme derrotado de haber querido.

—El peor día de Albus es el mejor de cualquiera de nosotros –aseguró el mago—. Y claro que conoce trucos oscuros que no ha utilizado, pero aún así has hecho historia.

—Si tú lo dices así será.

No sonó impertinente, pero sí parecía que algo ocultaba. Grindelwald la miró con suspicacia y apartó la comida.

—Es evidente que sucede algo, Bellatrix, algo te ha molestado. Dime qué es, por favor.

Antonio, oculto bajo la chaqueta del mago, sacó la cabeza con curiosidad. "A ti sí que te voy a echar de menos" pensó la chica mirando al chupacabra. Grindelwald le dio un pedazo de manzana y el animal volvió a resguardarse en el bolsillo interior con su botín.

—Sí que sucede algo –respondió Bellatrix—. Rodolphus se va a casar con Rose, ya es oficial, según me ha contado mi maestro.

—De acuerdo. Pero eso es una buena noticia, ¿no? Te dejan a ti al margen.

—Mmm... —murmuró la chica con expresión dudosa— Supongo que sí, pero me sigue dejando un problema: la noticia de que Andrómeda ya no es de la familia aún no ha trascendido, pero sucederá. Ese día mi familia se hundirá y no puedo permitirlo. No los quiero, pero mi apellido es lo más valioso que poseo. Así que debo casarme. Mi matrimonio eclipsará cualquier otra noticia.

Grindelwald la miró con la boca a medio abrir, le costaba procesar la información porque no esperaba ese giro. Intentó convencerla de que no era justo que se sacrificara y que su familia seguiría siendo la más noble y ancestral, pero ella no se dejó convencer. Así que el mago murmuró casi más para sí mismo:

—En ese caso supongo que podemos...

—Por suerte –continuó Bellatrix como si no le escuchara—, he encontrado la mejor forma de solucionarlo. Me casaré con mi Maestro.

El mago se atragantó y ni siquiera tenía nada en la boca.

—¿Perdón? Es broma, ¿verdad?

—Lo hemos hablado y me hará el favor –prosiguió—. Será algo íntimo, claro. Él no quiere publicidad, pero para las familias de los Sagrados Veintiocho será la noticia del siglo. Así que todos ganamos.

Grindelwald la miró como si se hubiera vuelto loca.

—Bellatrix, ejecuta tu patronus.

—¿Para qué? –preguntó extrañada.

—Para estar seguro de que eres tú.

La joven sacó su varita dispuesta a hacerlo, disfrutando del estupor de su amante. Pero entonces se dio cuenta de que ningún recuerdo feliz acudía a su mente. No iba a poder. Con un poco de suerte Grindelwald pensaría que se había suplantado a sí misma y avisaría a Dumbledore. "Puñetero Dumbledore, siempre metiéndose en todo y arruinándolo todo" pensó con rabia. De nuevo, disimuló:

—Claro que soy yo, qué tontería.

—¿Cuál es tu hechizo firma?

Crucio, por supuesto.

—Pero eso él también lo sabe... —murmuró Grindelwald para sí mismo.

—¡Ah! ¿Lo que buscas es algo que solo yo sepa? –exclamó Bellatrix fingiendo repentino entendimiento.

Procedió a explicarle con pormenorizado detalle lo que hicieron la primera vez que se acostaron. Él se convenció al momento e intentó frenarla —la pornografía en formato oral resultaba bastante incómoda—, pero ella le relató la velada completa. Grindelwald no entendía qué sucedía, sentía que estaba perdiendo a la Bellatrix que conocía. Así que optó por atacar:

—Voldemort es mestizo, su padre era un inmundo muggle.

—Sí, lo sé. ¿Tú cómo lo sabes?

El mago titubeó, suponía revelar por qué Dumbledore había compartido esa información con él. Bellatrix no esperó respuesta:

—Es indiferente, en cualquier caso pronto será un Black y no hay nada más noble.

Eso enfureció a Grindelwald sobremanera.

—¡Pero qué diablos te pasa! –exclamo levantándose airado —¿¡Casarte con Voldemort!? ¡Creí que no querías casarte tan joven! Y en cualquier caso, te dije que yo lo haría si eso te ayudaba, ¡¿pero prefieres casarte con Él?! ¿Y qué pasa con nosotros, Bellatrix?

—Ya sabíamos que iba a terminar. Tú vuelves a tu castillo con tus conspiraciones y yo me quedo aquí y me uno a Voldemort... de todas las formas posibles.

El mago alzó los brazos con una mezcla de fastidio e incredulidad. Intentó seguir gritando pero de su boca no salió nada. Al final, con gesto derrotado la miró a los ojos y murmuró:

—Sé que todo es muy complicado, pero yo te quiero, Bellatrix.

—¡Oh, pero solo soy una cría de dieciocho años! ¡Mejor quédate con Albus! –proclamó con dramatismo.

Que la hubiese llamado cría casi con repulsión era una de las cosas que más le molestaron. Grindelwald no reconoció su propia cita.

—¿Por qué dices eso, por qué me iba a quedar con Albus? Te he dicho mil veces que...

—Oh sí, me has dicho muchas cosas... Has omitido otras, como que conseguirás tu ansiada inmunidad a cambio de traicionarme, pero bah, detalles sin importancia.

El rostro del mago se demudó. Si de normal era pálido se volvió casi traslucido, sus ojos azules casi grises. Se miraron fijamente durante un minuto. Él no lo negó, no quiso enfurecerla más, pero le preguntó de dónde había sacado esa información. A ella no le importó contárselo, estaba disfrutando (o algo similar) al verlo descomponerse así. Su expresión de culpa aumentó al saber que había escuchado su conversación con el director.

—Escucha, Bellatrix, yo no...

—Ya me has mentido demasiado, no voy a creerte.

—No te he mentido... Quizá ha habido algunas cosas que no he mencionado, pero...

—El trato no era ser profesor, sino ayudar a Dumbledore a derrotar a Voldemort, ¿sí o no?

Grindelwald dudó, pero al fin asintió. Iba a añadir algo, pero ella le interrumpió con un gesto.

—Y decidiste con gran inteligencia que utilizarme a mí era la vía más rápida.

—No. Eso no...

—Eso no era una pregunta. No te quiero oír más, me da repelús verte. Vete de mi casa ahora mismo.

—Bellatrix, por favor, permíteme...

Como realmente no se sentía capaz de escuchar una disculpa más ni de soportar su mirada lastimera, la chica pronunció el conjuro que revocaba el permiso de acceso que le concedió el primer día. Al segundo siguiente y sin poder evitarlo, Grindelwald se vio fuera de la mansión. Bellatrix volvió a llorar pese a creer que ya no le quedaban más lágrimas. Le odiaba de una forma en que nunca había odiado a nadie. Pero le seguía queriendo. Tenía el pensamiento recurrente de que si se hubiesen conocido en otras circunstancias, sin conspiraciones de por medio, habría funcionado. Pero ya no sucedería.

No le había dado opción a explicarse, era consciente de ello. Estaba segura de que la tenía, de que le hubiese contado una maravillosa y bien diseñada historia que lo justificara todo... Porque ese era su fuerte, ese era el mayor don de Grindelwald (incluso más que su imponente físico y su destreza con la magia): su oratoria y su capacidad de seducir a cualquiera. Ella flaqueaba mucho en ese aspecto y no podía pasar otra vez por la angustia de discernir si era sincero o trataba de manipularla. No, no quería explicaciones, no merecía la pena. Solo quería estar sola.

—Voldemort es un cabrón, pero al menos va más de cara —murmuró con hastío.

Cuando alguien te tortura, sabes lo que puedes esperar de él; pero cuando te habla con cumplidos y promesas de futuro... Bellatrix sacudió la cabeza. Volvió a su dormitorio y se desnudó. Se metió entre las sábanas con el deseo de no volver a salir. 

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