Capítulo 5

Bellatrix se acercó a Rodolphus dispuesta a dar la cara por haber huido de la bronca la noche anterior. Pero él se le adelantó:

-Hiciste bien en no venir, Bella, al final nos pillaron. Nos han castigado un mes en la sala de Detención todas las tardes y sin ir a Hogsmeade... ¡Pero le dimos una buena a esos imbéciles, te habría encantado!

-¿Eh? -preguntó ella desconcertada

-Por cierto, cuando se marcharon McGonagall y Slughorn, Grindelwald me dio esto para ti.

Bellatrix desplegó el papel dudosa mientras su amigo seguía relatándole la velada anterior como si ella no hubiese formado parte. Solo contenía cinco palabras: "Ocúpese de la que huyó". Ni saludo ni firma. Y en cuanto la leyó, se borró. Entonces lo comprendió. Grindelwald les había modificado la memoria para dejarla a ella al margen, solo quedaba un cabo suelto...

-¡Rose! –exclamó en cuanto vio a la chica- Hablemos un momento.

-Va... vale... -respondió su amiga en un balbuceo.

Bellatrix vio que temblaba. Creía que se iba a enfrentar a ella por haber huido tras avisarlos. Era el día de suerte de ambas. Se apartaron a un lateral y con la varita bajo su manga Bellatrix eliminó los recuerdos relativos a ella de la velada anterior.

-Entonces, eso, que le gustas a uno de sexto pero tu prefieres a Rodolphus, ¿verdad?

-Ah... Sí, sí –balbuceó Rose desconcertada tras recibir el encantamiento aturdidor.

-Perfecto, vamos a desayunar.

Rose se disculpó con Rodolphus por haber huido, pero él no le dio importancia:

-¿De qué habría servido que te cazaran a ti también? Hiciste bien en largarte, yo habría hecho lo mismo. Además, así vieron que éramos dos contra tres y quedamos mejor.

Un minuto después de llegar Grindelwald aparecieron McGonagall y Slughorn. Los cinco alumnos coincidieron en que se había tratado de una disputa por el quidditch: los ravenclaw seguían enfadados tras perder el partido del sábado y acusaban a los slytherin de juego sucio. Así que habían quedado en solventarlo con un duelo. Los profesores se horrorizaron y les recordaron que los duelos estaban prohibidos fuera del aula y que ya tenían edad para usar la cabeza y dejar atrás esos comportamientos infantiles. Después los llevaron a la Enfermería y a cuatro de ellos la señora Pomfrey les sanó y vendó las heridas.

-Sin embargo Barbrow parecía un troll despartido, no veáis que mala cara tenía... -comentó Rodolphus divertido- Pomfrey no encontró ninguna herida ni maleficio en su cuerpo, pero le van a dejar un par de días en la Enfermería para asegurarse de que todo está bien.

-A ese cerebrito le fastidiará perderse tantas clases –se regocijó Rose.

-Sí. Así aprenderán a no meterse con nuestras familias... Menos mal que se nos ocurrió lo del quidditch, hasta ellos quisieron dejar a sus padres al margen. Y ya os digo que salieron mucho peor parados físicamente... Pero como eran uno más, Grindelwald dijo que nuestro exceso de violencia era justificable.

A Bellatrix le hizo gracia que era la primera vez que a su amigo le caía bien el profesor. Se sentaron a desayunar y comprobaron que la historia había circulado. En la mesa de Slytherin, Rodolphus y Dolohov fueron recibidos con vítores por defender a su equipo. Muchos compañeros pasaron a felicitarlos. Los ravenclaw los miraban con odio, pero eso ya sucedía antes, así que no hubo problema. Bellatrix no prestó mucha atención. Pasó todo el desayuno mirando de reojo a la mesa de los profesores, pero Grindelwald no dirigió la vista hacia su zona.

Comprendió que el precio de librarse de aquella gamberrada era perder el favor de su profesor preferido. Era un trato más que justo, había evitado la expulsión e incluso Azkaban, pero aún así la idea la entristecía. Nunca había sentido apego por ningún profesor (exceptuando obviamente a su maestro) y era estupendo tener a alguien que hacía que los días que tenían clase se levantase ilusionada. Además con él estaba aprendiendo de verdad. Era muy inteligente, poderoso, misterioso y tan guapo... Bellatrix no tuvo dudas de que lo echaría de menos. Y más ahora que había desmemorizado a media docena de alumnos solo por ayudarla. Decidió que se esforzaría más en su clase (si acaso era posible) y así quizá en unos meses su relación volvía a estrecharse.

-Mira, Bella, esos dos chicos me han pedido si podré practicar quidditch con ellos –susurró Dolohov emocionado sacándola de su abstracción.

-¿En sentido literal o usando vuestros bates especiales? –preguntó su amiga con una sonrisa sucia.

-¡Bella! –protestó él ruborizándose.

Ella rió. A Dolohov su nueva fama le había servido para ligar. Estaba bien que al menos a uno de ellos le fuese bien en ese campo. Como era sábado ya no volvió a ver a Mr. Sexy hasta la clase del martes. Ese día se dirigieron al aula y sentaron en la primera fila como de costumbre.

-Hoy vamos a repasar los hechizos de fuego que entran en los ÉXTASIS –empezó el profesor.

El fuego era (junto con las maldiciones imperdonables) la especialidad de Bellatrix, así que asintió con interés. De nada sirvió: Grindelwald no le pidió su ayuda ni le preguntó nada. Se sintió extrañamente herida. Estaba acostumbrada a los desprecios de Voldemort, así que tampoco iba a quitarle el sueño, pero aún así le resultaba descorazonador que fuese a ser así lo que quedaba de curso. De todas maneras prestó atención, tomó apuntes y entregó la redacción que les pidió. Se distrajo un minuto cuando vio un pequeño bulto moverse bajo el abrigo de Grindelwald. "Antonio... Nunca vamos a llegar a ser amigos" pensó melancólica. Con Nagini sí lo había conseguido.

-Eso es todo por hoy, nos vemos el jueves –se despidió el profesor-. Señorita Black, quédese un momento para comentar su ensayo.

Grindelwald señaló distraído su pergamino sobre los inferi, pero Bellatrix supo que era una excusa. Ahora venía la verdadera bronca por haber torturado y casi matado a un alumno. Les indicó a sus amigos que se marchasen y esperó a que todos salieran del aula. Cuando se quedaron solos, sin mirarla Grindelwald le indicó con un gesto que le siguiera. Pasaron a su despacho por una puerta lateral del aula. Era de tamaño medio, con una ventana que tenía unas hermosas vistas de los terrenos y sin ningún detalle personal. No había fotografías ni apenas objetos, solo libros, útiles para escribir y trabajos por corregir. El profesor se sentó en el escritorio de madera y le indicó que ocupase la otra silla.

Bellatrix obedeció nerviosa. Ni siquiera se atrevía a mirarlo. No sabía si esperaba que empezase ella a disculparse, pero eso no se le daba bien. Voldemort le había explicado que las palabras de nada sirven, solo importan los hechos. Mantenía la vista fija en su regazo cuando sintió que algo trepaba por su pierna. Lo cogió con cuidado y lo saludó:

-¡Hola, Antonio! Te echaba de menos, el otro día no pudimos hablar mucho...

El chupacabra ronroneó satisfecho frotándose contra su cuerpo, pero el profesor no sonrió. La miró por fin y preguntó:

-¿Dónde aprendió ese maleficio?

No hizo falta que especificara cuál. Supo que se refería al que había utilizado para envenenar a Barbrow.

-Lo inventé yo –confesó.

Era verdad. Disfrutaba mucho con aquello: modificaba e inventaba nuevos maleficios durante todo el curso, pero no tenía con quien practicar. Cuando la semana anterior encontró por fin una cobaya no pudo desaprovechar la oportunidad.

-¿En qué consiste?

-Es solo un maleficio para envenenar... Envenena el cuerpo hasta provocar la muerte, pero aún lo estoy perfeccionando. No he podido practicar mucho, por eso quizá aún queden restos en el cuerpo del sangr... del ravenclaw. Pero desaparecerán en unas horas –aseguró con confianza.

El profesor la miraba sin que su rostro transmitiera ninguna emoción. Seguidamente apuntó con frialdad:

-Un maleficio para envenenar no es igual que uno para desangrarse o provocar heridas: el veneno es una sustancia externa que ha de extraerse de alguna fuente y en el baño no vi ninguna. ¿Llevaba usted veneno encima?

-Cualquier sustancia existente es veneno, todo depende de la cantidad –explicó Bellatrix-. Mi maleficio toma el veneno del entorno, del lugar donde pueda encontrar una sustancia que por acumulación resulte tóxica. En esta ocasión supongo que sería el óxido de las tuberías, los productos que utilicen para limpiar los baños... Se adapta a las circunstancias. Si hubiese tenido cerca una fuente de veneno puro como una serpiente, la muerte hubiese sido mucho más rápida.

No le gustaba revelar los secretos de su maleficio, era una obra de la que se sentía muy orgullosa y llevaba años desarrollando. Pero sintió que se lo debía.

-No es común tener cerca una serpiente de la que extraer el veneno –se burló su profesor.

-Había una cuando lo inventé. Pero no se preocupe, no le hace ningún daño, es como cuando la ordeñan.

-¡Qué alivio que la serpiente no sufriera, señorita Black, justo era eso lo que me preocupaba! –exclamó Grindelwald con tono dramático.

Bellatrix agachó la cabeza avergonzada sin dejar de acariciar a Antonio. Le costaba distinguir qué era moralmente aceptable y cuáles eran las prioridades humanas. Al parecer torturar a un sangre sucia era más preocupante que el sentimiento de un reptil...

-Lo siento, profesor –susurró la chica sin mirarle-, yo no quería...

Dejó la frase sin terminar. ¿Qué era lo que no quería? Que Grindelwald estuviese enfadado con ella, principalmente. El resto le daba igual, de hecho había salido a las mil maravillas. Entonces, el profesor declaró con gravedad:

-Esto no puede quedar así.

-Lo sé, pero...

-Le daré clases particulares.

-¿Perdón? –preguntó ella alzando la vista.

-Me lo pidió hace unas semanas, ¿verdad? Lo haremos. Estoy muy ocupado, así que como mucho podrá ser una noche por semana... pero de momento bastará.

-Pero... pero... ¿no está enfadado conmigo? –preguntó con incredulidad.

-No fue culpa suya. Le advertí a Albus de que si no se enseñan las Artes Oscuras con el detalle que merecen esto podría pasar. Usted no encuentra en las clases el conocimiento que la satisfaga y se ve obligada a buscarlo en otras fuentes. Es como meter a un tiburón a un estanque con peces, todos sabemos lo que va a suceder. Menos Dumbledore, claro...

-Con usted sí que aprendo –respondió la chica emocionada.

Él le dedicó una sonrisa menos burlona y más sincera de lo habitual.

-Los jueves por la noche creo que sería factible... -murmuró él comprobando su agenda- Pero debemos hallar un sitio en el que podamos practicar magia más... estimulante. Con los insípidos hechizos de fuego que hemos estudiado hoy usted no tiene ni para empezar, pero en este aula no podemos crear un fuego maldito...

-¡Conozco un lugar! –exclamó Bellatrix con ilusión- En el corredor del séptimo piso. Podemos practicar cualquier conjuro y no sucederá nada ni nadie se enterará, voy ahí continuamente.

El profesor la contempló y al final asintió.

-Está bien, confío en su criterio. La veré ahí el jueves a las diez y media de la noche. A no ser que ya tenga planes para torturar a alguien...

-Los pospondré por usted.

-Alabo su generosidad –ironizó él-. No lo comente con nadie, no me gustaría que esto llegara a los oídos inadecuados... Además no puedo dar clases particulares a más alumnos, me succiona las ganas de vivir como Antonio succiona la sangre.

Bellatrix le prometió que guardaría el secreto. Seguidamente se despidió y se marchó con una sonrisa. A mitad del pasillo se dio cuenta de que se llevaba algo que no era suyo. Volvió sobre sus pasos y separó al chupacabra que seguía abrazado a su pecho.

-Perdón, me llevaba a Antonio.

-Confiaba en que así fuese –suspiró el profesor aceptado a su necesitada mascota.

Bellatrix se sentía eufórica, hubiese dado saltos por el pasillo de haberlo encontrado vacío. Tuvo que dedicar diez minutos a serenarse para que sus amigos no se extrañaran. Le hubiese gustado jactarse de que iba a recibir clases particulares de otro de los mejores magos del mundo, pero iba a cumplir su promesa. Además sería complicado explicar que lo que había convencido a Grindelwald había sido el maleficio que utilizó en una pelea en la que ellos no recordaban que participó. Se le erizaba la piel solo de pensar en todo lo que podría aprender. Y quizá con eso lograría impresionar a Voldemort... "Aunque será mejor que no se entere, no creo que le parezca bien" decidió Bellatrix.

-¿Qué quería Mr. Sexy? –le preguntó Rose cuando se reunió con ellos.

-Nada, comentar un par de hechizos avanzados que mencioné en mi ensayo.

Como a ninguno de sus amigos le apetecía debatir más sobre teoría, asintieron y se dieron por satisfechos.

Los dos siguientes días pasaron tan despacio para Bellatrix que tenía la sensación de que alguien estaba usando un giratiempo para que las horas no avanzaran. Durante la clase del jueves Grindelwald tampoco la sacó para hacer la demostración, pero en esa ocasión no le importo. Lo iba a tener para ella sola pocas horas después. Si bien la idea la emocionaba, también la ponía muy nerviosa. Encerrarse en una habitación que desaparecía con un mago al que no conocía cuya reputación era más que dudosa y que podría asesinarla en un segundo no parecía el mejor plan.

¿Y si fallaba, y si no estaba a la altura? Grindelwald no obtenía nada ayudándola, lo consideraría una pérdida de tiempo, así que si encima le decepcionaba... ¿La torturaría como hacía Voldemort?

-Podré asumirlo, eso se me da bien -se tranquilizaba Bellatrix.

Tampoco entendía eso: los motivos de su profesor para cumplir su deseo. Voldemort la entrenó desde joven para que le sirviera en su causa, para convertirla en una guerrera. Era un intercambio justo y a Bellatrix le parecía bien. Pero no saber cuál sería el pago de las nuevas clases la inquietaba mucho... Por supuesto se le ocurrían varios que estaría más que encantada de abonar, pero dudaba mucho que Grindelwald cayera en algo así, era todo un caballero y sus modales eran exquisitos.

-Bueno, pronto lo sabremos –murmuró el jueves cuando terminó de cenar.

Se quedó un rato en la sala común charlando con sus amigos. Cuando ellos marcharon a sus dormitorios, Bellatrix se puso a dar vueltas por su habitación completamente alterada. A los quince minutos ya estaba vestida con unos pantalones y un jersey que usaba para entrenar. Era ropa deportiva para magos de una línea de alta gama, le sentaba fabuloso. Se miró al espejo y se vio bien. Se imaginó a sus hermanas preguntándole horrorizadas si pensaba acudir a una cita sin maquillaje, pero a Bellatrix no le gustaba. Su madre le exigía que lo utilizara para las fiestas desde muy pequeña y le cogió manía. Además no lo necesitaba, sus rasgos aristocráticos eran maravillosos.

-Espero que él también lo piense –murmuró ajustándose la capa-. Quizá le estoy dando demasiadas vueltas pero... no todos los días quedo con un hombre que podría asesinar solo a todo el cuerpo de aurores.

Además ni siquiera tenía la certeza de que fuese a haber más oportunidades... ¿Y si no aparecía? "Vale, Bella, se acabó, no seas patética" se regañó a sí misma. No había tenido ese comportamiento ni con sus primeros novios, era ridículo tenerlo con un profesor. Salió de la habitación cuando faltaba aún media hora, pero no quería arriesgarse a llegar tarde: era la última planta y ella vivía en las mazmorras, literalmente el punto más alejado.

El castillo parecía desierto. Los prefectos terminaban sus rondas sobre las nueve y media y pasaban de las diez, así que ahí no hubo problema. Filch les tomaba el relevo y no sería la primera vez que Bellatrix se cruzara con él... Había perdido la cuenta de la de imperios que se había ganado el conserje. Quién sí resultaba más molesto era Peeves, pero también tenía un arma contra él: se llevaba bien con el barón sanguinario, el único ser al que el poltergeist temía. Así que procuraba no molestarla. Además, llevaba en la mano el chivatoscopio de Grindelwald, que la advertiría si se acercaba alguien no deseado.

Cuando llegó al corredor del séptimo piso faltaban diez minutos para la hora indicada. Sacó su varita y se entretuvo practicando el encantamiento desilusionador para camuflarse con el entorno. Ojalá llegase el día en que lo dominase como Voldemort y se volviese invisible del todo... Aún así se mantuvo alerta, nadie la iba a pillar desprevenida. Cinco minutos después escuchó unos pasos que se acercaban. Bellatrix intentó disimular la sonrisa que insistía en dibujar su boca solo con verlo.

-Señorita Black –la saludó Grindelwald con un educado gesto de cabeza-. No es que desconfíe de su criterio pero... ¿será tan amable de explicarme qué hacemos en medio de un pasillo?

Bellatrix caminó tres veces ante la pared y pensó en la sala que evocaba cuando subía a entrenar. Una enorme puerta dorada se dibujó ante ellos. El profesor la contempló sorprendido. La abrió y le ofreció el paso con galantería. La bruja no tuvo claro si lo hacía por educación o por precaución de lo que pudiera haber dentro. Pero en cualquier caso entraron y la puerta desapareció tras ellos.

La Sala de los Menesteres se había configurado como un enorme espacio diez veces más grande que cualquier aula, con maniquíes para practicar, suelo mullido para suavizar la caída e incluso una estantería con cuchillos y armas similares. No le faltaba ningún detalle. Al menos para lo que Bellatrix solía emplear, no tenía claro qué desearía su nuevo maestro.

-Extraordinario –murmuró Grindelwald contemplando el espacio-. ¿Cómo conoce esta sala? ¿El resto del colegio sabe que está aquí?

-Un antiguo alumno me habló de ella. No, que yo sepa nadie lo sabe.

Se ahorró el dato de que en un par de ocasiones subió con alguna de sus parejas y después les hizo olvidar el lugar. Obviando eso, le contó la historia de la Sala de los Menesteres y cómo convocarla. Le encantaba poder enseñarle algo y la atención con que la escuchaba, como si nadie más importase en el mundo. Sin embargo, preguntó sobre el único detalle en el que no quería ahondar.

-Ese exalumno amigo suyo... ¿Es el mismo que le prestó el libro sobre el aura mágica?

Bellatrix dudó si mentir, no quería hablar de Voldemort, a Él no le haría ninguna gracia. Pero aún así asintió. Su profesor la contempló en silencio y no preguntó más.

-Muy bien, empecemos. 

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