Capítulo 44
—¡Bellatrix, querida! ¡Enhorabuena! –la saludó Alizzee Lestrange dándole un abrazo cargado de falso afecto— ¡Vaya nuera más maravillosa nos ha tocado!
—Sin duda serás una gran Lestrange –se sumó el padre de Rodolphus estrechándole la mano.
Quien no parecía estar de acuerdo era Rodolphus, que miraba hacia otro lado intentando, con mucho esfuerzo, mantener la expresión cordial. Bellatrix no supo ni qué responder. Lo único que su cerebro le gritaba era que no quería ser una Lestrange.
—¡Que lástima que tus padres no hayan podido venir! –exclamó Alizzee con fingida tristeza.
—Tranquila, les pedí yo que no vinieran, me avergüenzo de ellos. Nuestro apellido es el mejor, pero esa gente que no tiene ningún mérito como mago, me da un poco de vergüenza... —respondió Bellatrix bajando el tono— Por eso he preferido que viniese mi madrina.
Los Lestrange tenían menos logros académicos que sus padres. Así que se miraron entre abochornados y furiosos.
—No sabía que conocías a la señora Selwyn –comentó el padre—, no lleva buena fama esa familia... Trabajar de pasteleros es...
—Es lo de menos cuando su patrimonio es de los mayores de los Sagrados Veintiocho –le interrumpió Bellatrix con una sonrisa—. El de los Black es el primero, por supuesto.
—No hablemos de menudencias –intervino Alizzee—, mejor tratar temas más elegantes, ¡como vuestra boda! Estábamos hablando con Roddy que julio sería un buen mes.
La joven se sintió completamente atrapada, su aplomo se fue por el sumidero cuando se vio convertida en una Lestrange en poco más de un mes. Se quedó callada mientras sus futuros suegros debatían sobre fechas y lugares. A lo lejos, Eleanor la vio y sospechó lo que sucedía. Entonces se acercó y exclamó alegremente:
—¡Bella, te estaba buscando! ¿Has probado la tarta de chocolate? Está muy buena, aunque peor que las que hace papá, mira prueba.
La prueba fue que la besó en la boca. A Bellatrix le sorprendió el gesto, pero enseguida captó que era la forma de su amiga de incomodar a los Lestrange y se prestó gustosa. Se besaron durante un rato violentando no solo a los Lestrange, sino a varios invitados más. Cuando se separaron, Eleanor proclamó que iba comprobar qué tal era el pastel de calabaza y así la informaba.
—Eso ha sido... —empezó Alizzee.
—No muy apropiado para una señorita –completó su marido.
—¿Una señorita? –replicó Bellatrix entre risas— ¡Yo nunca seré eso! Para eso mejor mi amiga Rose, los Macnair son muy buena familia.
Hizo el comentario lo suficientemente alto para que su compañera lo escuchase. Rose se hizo la despistada, pero miró a sus padres a quienes había transmitido el proyecto de Bellatrix de que mejor se casara ella con Rodolphus. Para sorpresa de Bellatrix, fue su propio prometido quien vio su plan y optó por fastidiarla:
—Oh, pero Bella, los Black siempre son lo mejor –comentó Rodolphus—. Cuando nos casemos y tengamos nuestra propia mansión podrás dedicarte a organizar fiestas y...
—Si un día la gran Bellatrix Black se dedica a organizar fiestas, me encargaré personalmente del responsable de semejante tragedia –comentó una voz aparentemente irónica pero con un fondo amenazante que hizo temblar a Rodolphus.
Bellatrix se sintió profundamente aliviada de notar a Grindelwald junto a ella. Los Lestrange no supieron qué replicar. Alizzee se atusó el pelo en un gesto coqueto y su marido se lanzó a perseguir a un elfo camarero para evitar la tensión. Bellatrix se libró por fin de ellos y, poco después, los vio charlando con los Macnair.
—Gracias, de verdad.
—Podrías dármelas como a tu amiga –ironizó Grindelwald.
—Ah... Ya... Perdona por besar a Nellie, no quería...
—No te disculpes, Bellatrix, sé que lo estás pasando mal, esto de las fiestas y la vida social no es lo tuyo.
—No, no lo es –reconoció ella agradecida porque la comprendiera—. En cuanto a lo otro... Lo haría aquí mismo, pero mejor esperar a que hayas terminado como profesor. Ven esta noche a casa y te daré las gracias como merece –susurró.
Grindelwald iba a responder, pero se calló repentinamente.
—Ah, Bellatrix, ¿disfrutando de la fiesta? –sonrió el director.
No fallaba: siempre que tenía un momento bonito con Grindelwald, Dumbledore aparecía.
—Solo un rato, voy a ir a cenar con mi madrina –respondió Bellatrix—. Muchas gracias por los premios, señor.
—Nada que no hayas ganado tú sola. ¿Y sabes ya qué harás ahora? Ya no necesitas presentarte a los Éxtasis en caso de que quieras...
—No quiero trabajar en el Ministerio.
—Lo sospechaba –sonrió Dumbledore-. En ese caso, demos por hecho que aprobarás la excesiva cantidad de exámenes a los que mi optimista colega te apuntó –comentó Dumbledore mirando a Grindelwald-. ¿A qué deseas dedicar tu vida?
—Pues... No lo sé... Tengo que pensarlo bien.
—Si te interesa, va a quedar vacante el puesto de profesor de Defensa –bromeó Dumbledore.
—¡Oh, no! Yo no valdría para profesora... Además, el actual ha dejado el listón demasiado alto.
—Se lo agradezco, señorita Black –respondió Grindelwald—, pero... ¡Vale! ¡Ya es suficiente, Antonio!
Con desesperación, sacó al ansioso chupacabra del bolsillo interior de su chaqueta y el animal se abalanzó al cuello de Bellatrix.
—Parece que también ansía felicitarte –comentó Dumbledore divertido—. Creí que ese animal solo te tenía cariño a ti, Gellert.
—Yo creí que a estas alturas lo habría matado ya –masculló Grindelwald—. Hasta nosotros nos equivocamos, Albus.
Ambos magos rieron mientras Bellatrix jugaba con Antonio. Dumbledore se despidió comentándole que se verían a la semana siguiente en los ÉXTASIS y se llevó a Grindelwald para presentarle a sus amigos. El profesor se giró hacia Bellatrix y le guiñó un ojo mientras se dejaba arrastrar por Dumbledore. La chica se entretuvo con Antonio hasta que el animal marchó en busca de sangre.
—¿Nos vamos a cenar? –preguntó Sabrina— Minerva me ha dado permiso para llevarme a Nellie el fin de semana, somos amigas, coincidimos en Hogwarts.
—¡Sí, libertad provisional! –exclamó Eleanor con alegría.
—Claro, vamos –respondió Bellatrix sonriente.
Su amiga la cogió del brazo y caminaron las tres hacia la zona que Dumbledore había habilitado para que se aparecieran en Londres. Bellatrix dirigió una última mirada al castillo y, por mucho que lo intentó, no sintió añoranza.
Disfrutaron de una suculenta cena y varias copas posteriores. Cuando se despidieron Sabrina extrajo de su bolso un regalo de graduación. Se trataba de un cuaderno de viaje repleto de textos escritos a mano, fotografías y mapas.
—Es mío –le explicó Sabrina—, lo elaboré hace años con la información de todos los viajes que he hecho, los lugares que he visitado, los magos y brujas importantes que he conocido... Si deseas profundizar en la magia, visitar las tribus de chamanes, las catacumbas malditas, conocer a las adivinas y videntes de las pirámides... Toda la información está ahí. Se lo presté a mi hijo cuando terminó el colegio y lo utilizó durante muchos años. Ahora es tuyo.
Bellatrix lo hojeó emocionada, le pareció realmente interesante, pero se dio cuenta de que tenía mucho valor para la autora.
—No puedo aceptarlo, es tuyo...
—Yo ya he vivido y disfrutado todo lo que contiene, quiero que lo aproveches tú. Soy tu madrina, tengo que regalarte algo por tu graduación...
—Pero en ese caso debería quedárselo Nellie, es tu hija y...
Antes de que Sabrina pudiera explicarle por qué eso era una idea nefasta, Eleanor exclamó:
—¡Y un cadáver frito! ¡Como después de siete años en esta cárcel me regales un cuaderno usado que ni siquiera lleva diamantes en las tapas, me declararé huérfana de madre! Y yo no quiero saber magia, ¡quiero ser pastelera!
Bellatrix se echó a reír.
—Como ves, mi dulce hija prefiere regalos más valiosos en el aspecto monetario... Así que el cuaderno es tuyo.
Al final tuvo que aceptarlo y le dio las gracias con emoción. Madre e hija partieron hacia el Callejón Knockturn. Mientras se alejaban, Bellatrix escuchó la lista de posibles regalos que Eleanor le sugería a su madre (lo más económico era una capa con rubíes). Las observó marcharse y seguidamente se apareció en la Mansión Black.
Se detuvo ante las verjas y suspiró contemplando la siniestra mansión. Tampoco es que aquel lugar le encantara —viejo, oscuro y lleno de peligros—, pero era su hogar. La puerta se abrió al reconocer su firma mágica. Dentro solo la esperaba Didi, que le confirmó que sus padres no volverían hasta dentro de dos semanas. Bellatrix subió a su habitación y se dio una ducha relajante. Después deshizo el equipaje que su elfina había trasladado. Colocó la copa de oro sobre su escritorio junto a la carta del Ministro que ni siquiera había abierto: lo último que deseaba era trabajar en el Ministerio como cualquier funcionario. Se sentó al borde de la cama y contempló el anillo de los Gaunt.
—Tengo que extraer la piedra –murmuró para sí misma—, seguro que la semana que viene vendrá a verme...
No quería arriesgarse a tener que devolvérselo a Voldemort. Guardó en un cajón la piedra de recambio que le consiguió Sabrina y decidió que esa misma semana realizaría el ritual para cambiarla sin tocar el horrocrux. Eligió uno de sus libros favoritos y bajó al salón a leer. Se tumbó en un sofá y se preguntó si Grindelwald acudiría. Le prometió hacerlo, pero no habían quedado en firme y le sería difícil escabullirse de Dumbledore. Cuando dieron las doce dejó de esperarlo (principalmente porque se quedó dormida). Media hora después, el sonido de la chimenea la despertó. Alzó su varita, pero la bajó al ver que era Grindelwald.
—Ya creí que no venías...
—No te haces idea de lo difícil que ha sido deshacerme de Albus. Pero al final le he dicho que pasaría el fin de semana fuera para desconectar –explicó el profesor sacudiéndose el polvo de la chimenea.
—Quieto, no avances –le advirtió Bellatrix—. Esta casa tiene muchos maleficios para que no pueda entrar nadie que no sea un Black. Tendrás que prestarme tu varita...
Sin dudar, el mago dejó en el suelo su bolsa de viaje y le tendió la varita de sauco. Bellatrix realizó un par de florituras y se la devolvió.
—Ya está, ahora reconoce tu firma mágica –respondió—, puedes venir cuando quieras.
Sin darle tiempo a contestar, le besó. Grindelwald no tuvo quejas.
—Creo que ahora debería darte las gracias por... No recuerdo por qué era, pero debo hacerlo –aseguró Bellatrix poniéndole ojitos.
Él la contempló en la semipenumbra del salón y solo entonces reparó en su atuendo. La chica llevaba un camisón corto negro bastante revelador con una bata a juego mal abrochada. "Joder, Bellatrix" masculló él con expresión mortificada. Ella comprendió que estaba intentando calmar sus instintos, pero le hizo ver que ya no era necesario:
—He terminado el colegio, ya no soy tu alumna ni tienes responsabilidad sobre mí, así que...
Grindelwald abrió la boca pero la cerró. Lo meditó por dos segundos y al tercero se había quitado la chaqueta y estaba besando a Bellatrix con una intensidad que nunca antes había mostrado. Cuando la chica procesó lo que sucedía, él la había empujado contra la pared de piedra y la había levantado para que enroscara las piernas en su cintura. A Bellatrix le costó mucho ahogar los gemidos cuando le besó el cuello de forma posesiva, Grindelwald nunca había bajado de su boca en ocasiones anteriores. Ella hundió los dedos en su cabello rubio y cerró los ojos disfrutando de la sensación. Al poco no pudo más y sin previo aviso los apareció a los dos en su dormitorio.
El mago no perdió el tiempo y con Bellatrix todavía en brazos se quitó la camisa. La chica le mordisqueó el cuello sin dejar de acariciar sus abdominales. Solo entonces, cuando ya llevaban varios minutos devorándose, él intentó recobrar una pizca de serenidad y preguntó:
—¿Estás segura de que quieres hacer esto?
—Desde el momento en que te vi el primer día de curso –respondió mirándolo a los ojos.
Él mostró su sonrisa arrogante y comentó:
—Eres una chica muy mala.
—Entonces castígame –respondió ella con fingida inocencia.
No hizo falta más, un segundo después estaba tumbada en la cama con su ya exprofesor sobre ella. Lo que Bellatrix vivió esa noche no fue comparable a ninguna otra experiencia. La habilidad de Grindelwald al tocar, acariciar y besar en los lugares indicados; la brusquedad en sus actos y deseos combinada con una exquisita suavidad cuando el momento lo requería; la forma de hacerla sentir la criatura más maravillosa del mundo... Mientras gemía, jadeaba y se retorcía de placer, Bellatrix pensó que era mejor como amante que como mago (y eso era decir mucho).
—Cómo puedes oler tan bien... —masculló él sin dejar de besarle la mandíbula.
—Mm... —fue la única respuesta.
Bellatrix nunca se había sentido tan libre: con él podía dar rienda suelta a sus instintos más salvajes, podía pedirle brusquedad sabiendo que no le haría daño y también morder su cuello o arañar su espalda sabiendo que no le provocaría molestia alguna. Era como un buen duelo: perder el control, recuperarlo, cederlo... Ambos eran muy dominantes, pero esa fue la primera ocasión en que disfrutaron confiando plenamente en su pareja. No se trataba de una competición, sino más bien de una exhibición perfectamente acompasada.
—Gellert... —gimió ella bordeando el éxtasis— No aguanto más...
—Repite mi nombre –le ordenó él con la respiración entrecortada.
Ella repitió su nombre una vez tras otra y él le mostró una clase de placer que Bellatrix no había creído posible. Cuando horas después, ambos exhaustos, quedaron tumbados sin aliento, la chica murmuró:
—Joder... Ha sido... Eres el mejor hombre con el que he estado.
—No lo dudo, siempre soy el mejor, ma belle –se jactó él atrayéndola hacia sí.
Bellatrix apoyó la barbilla en su pecho, le miró con una mueca burlona y comentó:
—He dicho el mejor hombre. Hasta hace unos meses eso te habría convertido en el ganador absoluto, pero...
No le hizo falta completar la frase para que Grindelwald lo comprendiera.
—Te suplico que no me digas que una chica que considera que los inferis son agresivos porque no pueden llevar ropa bonita es mejor amante que yo.
Bellatrix soltó una carcajada ante las ocurrencias de Eleanor. No respondió, eran sus dos personas favoritas y quizá eso también contribuía a que el disfrute con ellos fuese mayor. Quiso pensar que ella también había sido especial para Grindelwald, aunque comprendía que no era tan sencillo: ella solo había estado con chicos adolescentes, no tenía el listón muy alto. Sin embargo, el mago habría tenido a todas las brujas que hubiese querido y muchas tendrían más experiencia que ella. Le dio vergüenza preguntar, así que se quedó en silencio esperando a que le llegase el sueño.
—Eres tan hermosa que alumbras la oscuridad, es como si fuese capaz de ver tus ojos aun estando a oscuras –murmuró él.
—Ah... —respondió Bellatrix apabullada por semejante cumplido. Cuando era él quien alababa su belleza, sí lo agradecía— A mí también me gustan tus ojos... Y tu pelo, ya te dije que deberías dejártelo largo, te quedaría aún más sexy.
Bellatrix le sintió sonreír mientras le besaba la mano.
—No te lo decía para que me devolvieras el cumplido –aclaró Grindelwald—. Intento dilucidar por qué ha sido la mejor experiencia que he disfrutado en toda mi vida.
Eso hizo increíblemente feliz a Bellatrix, que le besó suavemente y se acurrucó más junto a él.
—Pudiera ser porque a ti te quiero... —siguió elucubrando el mago casi para sí mismo— Pero eso sería una contrariedad porque supondría que Albus tiene razón con sus tonterías sobre el amor...
—Igual es porque ambos somos excepcionalmente poderosos y se nos da muy bien hacer magia en cualquier circunstancia.
—Umm... Me gusta más tu explicación –decidió él—, la daremos por buena. Que duermas bien, Bella.
—No sé si voy a dormir bien... Estás en mi lado de la cama... —bromeó ella.
Él rio y le recordó que todos los lados eran suyos. La abrazó con fuerza y pronto a ambos les vencieron el sueño y la extenuación.
Como siempre que dormían juntos, fue Bellatrix la primera en despertarse. Apenas entraba luz por las pesadas cortinas, pero pronto su vista se acostumbró a la oscuridad. Pasó largos minutos contemplando el pacífico rostro de Grindelwald. Le relajaba escuchar su respiración y notar la forma en que su pecho subía y bajaba suavemente. Le quería, ya no tenía dudas. Lo que sí que tenía era hambre: tras la actividad de la noche anterior le rugía el estómago y quería desayunar. Se revolvió inquieta hasta lograr despertarlo. Él se desperezó lentamente y descubrió a Bellatrix mirándolo sonriente.
—Buenos días –le saludó ella con suavidad—, ¿quieres desayunar?
—Sí, a ti –respondió él besándola y volviéndola a pegar a su cuerpo.
Resultó que Grindelwald se despertaba de mucho mejor humor cuando Bellatrix estaba a su lado y sus obligaciones de profesor no podían separarlos. A la chica le pareció bien, así que de nuevo hicieron el amor hasta casi destrozar las sábanas. Después, volvieron a caer en un agradable letargo. Fue el estómago de Bellatrix el que la activó de nuevo. Le acarició la mejilla a Grindelwald con el dorso de su mano hasta lograr despertarlo.
—Gellert, es hora de desayunar comida de verdad...
—No –gruñó él sin abrir los ojos—, esta es la mejor cama que he probado.
—¿En serio? El colchón tiene bastantes años, todos los muebles son muy viejos... —murmuró ella— Tu cama en Hogwarts y en tus suites son mucho mejores.
—No. Aquí todo huele a ti.
Tras esa sentencia, el mago se durmió de nuevo. Grindelwald estaba recuperando con ella varias décadas de déficit de sueño. Bellatrix sonrió halagada y se quedó inmóvil un rato más. Al final se cansó: se liberó de los brazos de su amante, cogió algo de ropa y salió al pasillo. Se duchó y bajó a desayunar. Didi le había preparado sus platos favoritos, así que no dejó ni una miga. Cuanto terminó, comprobó que Grindelwald seguía durmiendo abrazado a su almohada. Le pareció adorable y no les molestó. Bajó al salón con sus libros y se entretuvo repasando para los ÉXTASIS.
—Señorita Bella, tiene visita –la informó Didi una hora después—, ¿le dejo pasar?
—¿Quién es?
—El señor Lestrange, su compañero.
Bellatrix alzó las cejas sorprendida. No dudaba que la visita de su prometido no sería para nada bueno... Aún así, asintió y salió al recibidor.
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