Capítulo 34

En esa ocasión, tras utilizar el armario evanescente Bellatrix no tuvo ni que salir de Borgin y Burkes: Voldemort la esperaba ahí. Aunque el local estaba vacío, pues eran las once de la noche, pasaron a la trastienda para tener más intimidad. Se sentaron en el escritorio del señor Borgin como si poseyeran aquel lugar.

Bellatrix sintió gran alivio cuando sin saludos ni nada, Voldemort abordó directamente el tema. No tenía nada que ver con Mr. Sexy. "Se trata de recuperar un objeto", comenzó el mago oscuro. Su discípula lo conocía lo suficiente como para saber que recuperar significaba robar a su genuino propietario.

—Se trata de una piedra roja, brillante, como del tamaño de mi puño –le indicó él.

—¿Es un rubí o...? –aventuró Bellatrix.

—No, su valor es otro. La posee un hombre mayor llamado Flamel que hasta ahora vivía en París. Va a mudarse a Inglaterra para colaborar en algunos proyectos con Dumbledore. Llegará el jueves que viene y, según mis contactos en Gringotts, esa misma noche trasladarán la piedra a una cámara del banco para que esté más segura. No pueden aparecerse ni usar la red flu, Flamel es demasiado mayor para usar esos sistemas y la despartición sería segura. Ese será el momento en que atacaremos.

—Muy bien –respondió Bellatrix emocionada ante una misión real—. Pero ¿no la llevará a Gringotts cualquier otro que sí pueda aparecerse? Sería correr un riesgo innecesario...

—Flamel jamás se separa de la piedra. No se fía de que ningún otro mago sea capaz de custodiarla y mantenerla en las condiciones óptimas para que no se estropee.

—De acuerdo... ¿Pero por qué no lo hacen de día? ¿Van a abrir Gringotts de noche solo para él?

—Es un hombre muy mayor, muy afamado y muy buscado, no quieren que nadie lo vea, por su seguridad. De noche todo está más tranquilo, por eso lo harán así –la informó Voldemort—. He convocado a mis mejores mortífagos y también quiero que traigas a tus cuatro compañeros de siempre. Dumbledore se marcha el martes a un Congreso de Colegios Mágicos en América y estará ahí al menos una semana, así que no se inmiscuirá. Sin embargo, seguro que ha colaborado en el plan del traslado; Flamel llevará protección.

—¿Aurores? –inquirió la chica.

—Probablemente. O quizá magos de confianza de Dumbledore... Tampoco creo que sean muchos porque no desearán llamar la atención. No saben que tengo espías entre su gente, así que pese a todo estarán con la guardia baja.

—En ese caso... ¿No sería mejor que atacáramos solo usted y yo? Temo que Rodolphus y el resto entorpezcan más que ayudar...

Bellatrix tenía mucha confianza con Voldemort en lo referente a misiones. Él sabía que ella buscaba el éxito del proyecto y no su propia gloria, por eso la escuchaba y —en ocasiones— tenía en cuenta sus sugerencias. No lo hizo en esa ocasión. Alegó que el objeto era muy valioso y cuantos más mejor, aunque el resto solo sirvieran como distracción.

—Cuéntaselo a tus compañeros y practicad esta semana. El jueves venid aquí cuando la moneda se active, encontraréis un traslador en forma de bota, lo encantaré para que os lleve al lugar correcto.

La bruja asintió tomando nota mental. Voldemort no le dio más información, solo una última advertencia:

—El triunfo de esta incursión es vital, Bella. Me sentiré muy, muy decepcionado si fracasáis.

Lo dijo en ese tono tan suave que tanto miedo le daba a Bellatrix. Le erizó el vello de la nuca y solo pudo asentir y murmurar que no fracasarían. 'Decepcionado' era sin duda sinónimo de enfadado y había usado la segunda persona como si él no fuese a tomar parte... Ni se le ocurrió replicar. Tampoco tuvo opción, porque con esa despedida Voldemort desapareció. Ella volvió a la Sala de Menesteres y reflexionó sobre lo ocurrido.

—Esta vez no me ha hecho ningún cumplido... quizá porque no estaban mis compañeros delante. Tal vez Nellie tenía razón y su objetivo era aislarme de ellos... Lo ha conseguido –comentó sin ninguna pena.

Al día siguiente reunió a Rodolphus, Dolohov, Mulciber y Crabble y les refirió la misión. En lo que más insistieron todos (pese a que era lo menos importante) fue en saber para qué servía la piedra.

—No me lo dijo –respondió ella—. Supongo que será algún tipo de piedra preciosa y la querrá para negociar o venderla...

El resto empezaron a lanzar teorías a cual más disparatada. Bellatrix los escuchó en silencio. Sabía de sobra de qué se trataba, ella estudiaba Alquimia y había oído hablar de la legendaria piedra filosofal de Nicolás Flamel. Con ella podía convertirse en oro cualquier sustancia y destilarse el elixir de la vida eterna (que sin duda alguien que había creado un horrocrux desearía). Pero si el resto no lo sabían era problema suyo. Se despidió de ellos y volvió a su habitación para asegurarse de tener afiladas sus dagas favoritas.

—Señorita Bella –la saludó su elfina Didi—, le he traído los libros que me pidió.

La chica se acercó a la pila de libros que la criatura había dejado sobre su escritorio y comprobó que fueran los que le había indicado. Todos versaban sobre genealogía familiar mágica y linajes de sangre pura, ninguno podía hallarse en tiendas o bibliotecas. Los ejemplares que existían de cada uno se podían contar con los dedos de una mano y pasaban de padres a hijos en las familias más nobles de sangre pura. Estaban todos los que quería consultar.

—Perfecto, Didi, muchas gracias.

—¡Gracias a usted, señorita Bella! –exclamó la elfina con ojos brillantes.

Chasqueó los dedos y desapareció. Bellatrix guardó los libros para estudiarlos cuando terminarse la misión, ahora no podía distraerse.

Y no se distrajo. Pasó toda la semana practicando conjuros y diferentes técnicas de sustracción de objetos, ya que la piedra contaría con algún hechizo que impidiera atraerla con un simple accio. Leyó y releyó el libro de Morgana porque nunca sabía qué podría serle útil. Disfrutó mucho con el proceso, amaba prepararse para una misión y tenía ganas de mostrarle a Voldemort su valía. La parte más complicada fue pedirle a Grindelwald que pasaran su clase del jueves al miércoles. Él preguntó el motivo, ella alegó que tenía un proyecto personal y él lo aceptó sabiendo que no iba a obtener más. Bellatrix deseaba mantenerlo al margen de los proyectos del Señor Tenebroso. Estaba enamorada de Grindelwald, pero respetaba y admiraba mucho a Voldemort.

El jueves cuando la moneda se activó estaba junto a sus cuatro compañeros en la Sala de Menesteres. Llevaba su varita, una daga en la cintura y un puñal dentro de su bota derecha. Todo preparado. Aparecieron en la tienda de Borgin y ahí tomaron el traslador. Surgieron en lo que parecía una casa de aperos a las afueras de un pueblo muggle. Voldemort no estaba, pero sí media docena de sus mortífagos veteranos, todos encapuchados y envueltos en capas.

—Poneos esto –les indicó uno de ellos tendiéndoles unas máscaras.

—¿Qué es, Rab? –preguntó Rodolphus que había reconocido a su hermano mayor.

—Unas máscaras que protegerán vuestra identidad. El Señor Tenebroso no quiere revelar aún su identidad ni la nuestra, tenemos que actuar en la sombra y no dejar testigos mientras nuestro ejército está creciendo.

—Estupendo –exclamó Rodolphus.

El chico estaba mucho más crecido ahora que tenía a su hermano de su parte. Tanto él como sus amigos estaban seguros de triunfar. Era una misión sencilla: robarle una piedra a un viejo y entregársela a Voldemort, ¿qué podía salir mal? Por experiencia Bellatrix sabía que demasiadas cosas. Jugueteó nerviosa con su chivatoscopio, que siempre llevaba como amuleto de la suerte. El objeto vibraba silencioso mostrándole que había enemigos cerca. Probablemente los mortífagos: de no ser porque Voldemort los necesitaba, se matarían entre ellos por escalar posiciones.

Era una noche sin luna, solo unas lejanas farolas iluminaban la zona. Bellatrix se acercó a una de las ventanas y forzó la vista para inspeccionar el terreno. Frente a ellos se dibujaba una hilera de casas de piedra bastante viejas, debían ser las últimas del pueblo. Desde luego nadie buscaría ahí al afamado Flamel... era buen escondite. Junto a la casa de aperos había matorrales altos, un molino en desuso y mucha vegetación agreste. Eso podría ser útil para resguardarse de los ataques si el asunto se complicaba...

—¿El Señor Oscuro todavía no ha llegado? –preguntó Bellatrix.

—No vendrá –la informó Alecto Carrow—, tiene asuntos que lo ocupan. Nos ha dicho que le invoquemos solo en caso de que la situación sea crítica –comentó mostrándole la marca tenebrosa en su antebrazo.

Los cuatro estudiantes se sintieron algo decepcionados por no poder lucirse ante Voldemort. Bellatrix sin embargo sospechó que les estaba enviando a hacer el trabajo sucio; siempre existía la posibilidad de que apareciera Dumbledore y eso aterraba a Voldemort. "Cómo se nota que su padre era muggle" pensó la chica con cierta rabia. Al momento se regañó a sí misma: adoraba a Voldemort, era su maestro y su futuro. Pero ojalá luchase junto a ella como hacía...

—¡Ya, ya sale! –exclamó Rabastan.

La puerta de la casa frente a ellos empezó a abrirse lentamente. Los mortífagos veteranos salieron de la caseta y se adentraron en la noche cobijados en las sombras. Un anciano a quien Bellatrix le calculó más de quinientos años asomó por la puerta. Se movía muy despacio, parecía terriblemente frágil, como si cualquier ráfaga de viento pudiese levantarlo del suelo. Llevaba una túnica y bajo ella se adivinaba un paquete que sin duda contenía la piedra. Los cuatro estudiantes ahogaron una carcajada ante lo patético de la escena, ¡robarle a ese anciano! A Bellatrix sin embargo empezó a invadirla cierto desasosiego. Era imposible que fuese tan sencillo.

En cuando Rabastan y sus compañeros se abalanzaron hacia él, salieron dos aurores robustos como columnas de piedra y se colocaron frente a Flamel.

—¡Emboscada! –gritó uno de los aurores para alertar al resto.

—¡Han lanzado un conjuro antidesaparición en esta zona! –exclamó el otro.

No pudieron continuar con el informe porque hubieron de lanzarse al ataque contra los mortífagos. Rodolphus y sus tres amigos también habían proferido gritos de guerra y corrían hacia el anciano y los dos hombres; la superioridad numérica era notable y les daba mucha tranquilidad. Entonces de la vivienda salieron dos magos y tres brujas que también formaban parte de la comitiva. Probablemente también eran aurores, pues su destreza era notable. Finalmente de la casa salió una bruja con un aspecto algo enfermizo. "La mujer de Flamel" pensó Bellatrix. Junto a ella apareció otra cara conocida.

—Hagrid... —murmuró Bellatrix sorprendida.

El semigigante parecía nervioso, pero totalmente decidido. Su misión parecía ser proteger a la bruja. Ese hombre ni siquiera podía usar una varita y llamaba demasiado la atención, ¿qué hacía ahí? "Es muy buen amigo de Dumbledore, sin duda confía en él" pensó la chica. Además de tratarse de un semigigante: harían falta muchos conjuros simultáneos para causarle algún daño...

—¡Está muy ágil! –gritó Amycus Carrow.

Bellatrix miró en su dirección y comprobó que tenía razón: Flamel se defendía lanzando conjuros casi de dos en dos, ya había aturdido e inmovilizado a varios de los mortífagos. Todos estaban centrados en él, pues la gloria se la llevaría quien le sustrajera la piedra. La estudiante optó por cederles el mérito, ella solo quería disfrutar del duelo. Así que decidió probar los conjuros para aturdir gigantes que le había enseñado Grindelwald. Se aseguró de llevar bien puesta la máscara y la melena oculta en su capucha y salió la última de la casa.

Hagrid intentaba huir con la bruja cuando ella le cortó el paso. Bellatrix lanzó un par de conjuros tentativos, para comprobar cómo pensaban defenderse. La bruja temblaba tanto que apenas podía sujetar la varita. La desarmó sin ningún problema y probó en ella un conjuro que le había enseñado Grindelwald. Al momento la bruja cayó completamente dormida, el efecto duraría varias horas. Hagrid intentó ayudarla, pero hubo de defenderse. Sacó su paraguas (que contenía los restos de su varita mágica) y apuntó a Bellatrix. Ella ejecutó magistralmente un hechizo tumba-gigantes que cumplió con lo que prometía. Hagrid cayó al suelo inconsciente.

—¡Avisadlo! –escuchó gritar a Amycus en la lejanía— ¡Son demasiados!

Gracias a Flamel y sus siete guardaespaldas los enviados de Voldemort iban perdiendo. Los cuatro estudiantes luchaban contra dos aurores y estos los igualaban en fuerzas sin mucho esfuerzo. Los seis mortífagos luchaban contra Flamel y sus cinco magos y brujas; ese grupo estaba más igualado, pero Flamel seguía luchando con una destreza que envidiaría cualquier auror. Estaban tan acalorados que nadie reparó en que Bellatrix había derrotado a Hagrid y a la bruja y ambos estaban inconscientes frente a ella. La chica se acercó a la mujer preguntándose qué función cumplía ahí. Supuso que acompañar a su marido, pero parecía demasiado débil y asustada como para formar parte de aquel escuadrón de élite... Cuando lo comprendió y vio que era inofensiva, pasó a observar a su acompañante:

—¿Qué hago contigo? –murmuró contemplando a Hagrid— ¿Comprobamos si basta un avada para matar a un gigante?

Lo meditó durante unos segundos, pero matar a alguien inconsciente no tenía ninguna emoción. Mejor dejarlo vivo, así tenía a alguien por si necesitaba practicar más hechizos antigigantes. Le lanzó a Hagrid un enervate y se alejó de ellos. Observó por el rabillo del ojo como el guardabosques despertaba y a toda velocidad cogía en brazos a la bruja dormida. Después llamó con un silbido a una imponente pareja de thestrals que lo esperaban entre la vegetación. Bellatrix no llegó a ver cómo huían por cielo, puesto que comprobó con estupor como sus cuatro compañeros, superados por la situación y porque los aurores casi los tenían, desaparecían.

—¡Han retirado el conjuro antidesaparición! –gruñó Flamel.

Debía haber sido Rabastan, Bellatrix sospechó que él mismo le habría ordenado a su hermano que se pusiese a salvo. Pese a todo, la familia era lo primero. Antes de lanzarse al combate, analizó la situación: eran siete aurores y Flamel contra seis mortífagos y ella.

—¡Rendíos, cobardes! –espetó Flamel— No habéis podido siendo cuatro más, con que ahora que las ratas abandonan...

Se interrumpió al escuchar una carcajada demente. Bellatrix alteró su voz para que sonara más grave y canturreó entre risas:

—¡Ojoloco Moody, qué gran honor, siempre he querido conocerle!

Le lanzó un revelio a Flamel y el viejo se transformó en un hombre fuerte y vigoroso de unos cuarenta años. El más famoso jefe de aurores, el que más detenciones realizaba cada mes. Bellatrix lo conocía, había estudiado sus técnicas; era el único que podía ser un rival digno para ella. Y a eso se lanzó. No era comparable a Grindelwald o a Voldemort, pero resultaba estimulante luchar contra alguien que realmente deseaba acabar con ella. Estaba tan absorta en disfrutar del duelo que no vio cómo aparecía su Señor. Pero lo sintió. Su aura oscura la rodeó por completo. Iba a resumirle la situación, pero Rabastan se le adelantó:

—¡Moody tiene la piedra, se ha hecho pasar por Flamel!

—¡Era una trampa, el auténtico no está! –añadió Alecto.

Voldemort gruñó y le quitó a Bellatrix el puesto en su lucha contra Ojoloco. La chica se retiró algo dolida y echó una mano a sus compañeros. Solo entonces se dio cuenta de que prácticamente estaban solos: Rabastan y Alecto seguían luchando, pero Amycus yacía inmovilizado a los pies de una de las brujas. Los otros tres mortífagos habían huido en cuanto llegó el Voldemort: juzgaron que la situación ya estaba bajo control. Cuando Bellatrix empezó a lanzar maleficios a los aurores, Alecto se alejó para liberar a su hermano y ambos desaparecieron.

—¡No os vayáis, malditos cobardes! –bramó Bellatrix.

Los ataques de los aurores se volvieron más agresivos. Pero entre carcajadas y sintiendo que Morgana la guiaba, Bellatrix aturdió a una de las brujas, envenenó a un mago y arrojó su daga al corazón de otro que intentó atacarla por la espalda. Mientras, Voldemort se enfrentaba a la vez a Ojoloco y a dos aurores. Rabastan luchaba contra un mago y una bruja, pero en cuanto la mujer le alcanzó con un conjuro que le quemó el brazo, él se apareció también. Pese a la rabia por su cobardía, la euforia de Bellatrix se multiplicó, ya que en ese momento cumplió su sueño: estaba luchando sola con Voldemort, espalda con espalda.

Eran cinco aurores contra ellos dos y era evidente que ni Ojoloco ni mucho menos los otros cuatro tenían una sola opción. Hasta que de pronto, una figura de un blanco resplandeciente, con la varita alzada y rostro iracundo se abalanzó contra ellos. Bellatrix se quedó tan impactada que apenas sintió como un hechizo la pasaba rozando. Pero su maestro aún lo asimiló peor:

—Dumbledore –susurró Voldemort incapaz de disimular el horror.

—¡No, Señor, es una trampa! ¡No tiene aura mágica, no...!

Bellatrix no completó la frase porque se había quedado sola. El espectro de Dumbledore creado por Ojoloco apenas se mantuvo diez segundos, pero cumplió su objetivo: Voldemort había huido. Había huido y había dejado a Bellatrix sola sin decirle una palabra. Transformó su tristeza y su decepción en rabia, en una rabia perfectamente canalizada en forma de magia oscura. Atacó a sus enemigos con una magia que ni ella tenía claro de dónde surgía, pero aun así estaba plenamente bajo su control. Ya solo quedaba en pie Ojoloco... y entonces una nube de aurores se apareció junto a él.

-¡Refuerzos por fin! –gruñó el jefe de aurores.

A Bellatrix le dio igual, ni se le pasó por la cabeza aparecerse. Reía como una desquiciada sin dejar de lanzar maleficios. Cuando vio que se enfrentaba sola a una decena de aurores, creó un fiendfyre en torno a ella. Lo convirtió en un basilisco perfecto que empezó a arremeter contra los aurores que gritaron espantados. Nunca se habían enfrentado a un fuego maldito, nadie osaba liberarlo pues controlarlo era casi imposible. Ella chillaba incoherencias mientras guiaba a la bestia ígnea en dirección a los aurores. Estaban tan centrada en eso que no notó como a su espalda alguien se abría camino entre las llamas, la agarraba con fuerza y la obligaba a desaparecer.

Tras el mareo de la aparición no deseada Bellatrix abrió los ojos y no tuvo dudas de dónde se encontraba. Ni de con quién estaba. Se hallaba en un lateral de los terrenos de Hogwarts oculto de todas las ventanas y ángulos del castillo. Y agarrándola fuertemente por la espalda sentía a su profesor favorito. Pese a que siempre se alegraba de verlo, en ese momento estaba furiosa. Se quitó la máscara, la guardó en el bolsillo de su túnica y con la varita en una mano y una daga en la otra se encaró con Grindelwald:

—¡¿Por qué lo ha hecho?! –gritó airada— ¡Iba ganando, hubiese acabado con todos!

—¿¡Con todo el cuerpo de aurores!? –respondió Grindelwald igual de alterado— ¡Tan importante como saber luchar es saber cuándo parar, Bellatrix!

—¡Me estaba divirtiendo! –protestó como una niña enfurruñada— ¿Y cómo me ha encontrado?

Él la miró titubeante y ella lo recordó al sentir el objeto en su bolsillo.

—Ah ya... El chivatoscopio, me tiene localizada –masculló molesta por haberlo olvidado.

Grindelwald asintió avergonzado por haberla rastreado (o más bien por descubrir que ella sabía que así era). Pero pronto recuperó la indignación:

—En cuanto cancelaste nuestra cita del jueves supe por quién lo habrías hecho. Y supe que acabarías mal. ¿Dónde estaba tu noble maestro mientras tú le hacías los recados?

—¡Oooh! –exclamó ella con voz infantil— ¿Está celoso porque le planté por Voldy? No es personal, es que...

—Bellatrix, por favor, compórtate –le espetó él intentando apelar a su parte humana y apaciguar a la mortífaga—. Reconozco que para seguir en pie ante los aurores has tenido que luchar excepcionalmente bien. Pero cuando hasta el cobarde ese se ha marchado, deberías haberlo hecho tú también. ¿Te das cuenta de que quedarte solo podía desembocar en tu detención o tu muerte?

Ella le miró ceñuda, pero comprendió que él realmente había temido por su vida. Así que se serenó lentamente y no lo negó.

—Bueno ¿y qué? Mis "amigos" se han largado –comentó señalando el castillo con su daga—, mi maestro también me ha abandonado y a mis padres les quitaría un quebradero de cabeza si mur...

—No digas tonterías, hazme ese único favor.

—¡No son tonterías, es la verdad!

—Lo haces por la adrenalina, Bellatrix, ya me advertiste que cuando empiezas no sabes parar y es verdad. Tienes que aprender a parar.

—¡Por qué! –protestó ella— ¡Es cosa mía, a nadie le importa! ¡Todos me abandonan o me utilizan! ¡No le importo a nadie, solo tengo el duelo y...!

—¡Claro que le importas a gente! –protestó su profesor exasperado.

—¡Por favor! –replicó ella burlona— ¡Si ni mis propios padres me quieren, si...!

—¡Yo te quiero! –la interrumpió él.

No fue consciente de lo que decía. Incluso segundos después, Grindelwald seguía en shock intentando comprender quién había gritado eso último. Bellatrix parecía estar aún peor: muy pálida, temblorosa, con la vista nublada y casi mareada. El mago se apresuró a matizar sus palabras:

—Me refería en un sentido de...

—No es que su declaración no me emocione –le cortó ella con un hilo de voz y una sonrisa suave—, pero...

Se abrió la capa y Grindelwald vio con horror que tenía un corte sangrante en el abdomen. Bellatrix apenas lo había notado, el maleficio la pilló desprevenida con la aparición del espectro de Dumbledore y la adrenalina suprimió cualquier dolor. Pero eso no hizo desaparecer el corte. El mago corrió hacia ella y la sujetó entre sus brazos justo en el momento en que cerraba los ojos. Antes de desmayarse, Bellatrix tomó una última bocanada de aire. Olía a sangre, a fuego y a Grindelwald, sus olores favoritos. Perdió la consciencia con una enorme sonrisa en su rostro. 

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