Capítulo 31
El jueves, cuando los alumnos de séptimo entraban al aula de Defensa los de sexto aún estaban saliendo. Eleanor buscó a Bellatrix con ilusión blandiendo un pergamino:
—¡Mira, Bella! ¡He sacado un Aceptable en mi trabajo, he aprobado uno por fin! –exclamó orgullosa— ¡Sabía que sé defenderme de los inferios y esos bichejos!
—Se llaman inferi en plural, Nell, o inferius en singular.
—Eso he dicho –aseguró su amiga.
Bellatrix la felicitó y observó con una sonrisa como se marchaba murmurando lo orgullosos que estarían sus padres. Al ver sonreír a Bellatrix, Grindelwald sonrió también. Pero disimuló el gesto en cuanto ella volvió a girarse. El resto de la clase la bruja la dedicó a fantasear con la cita que tenían esa noche. Le resultaba surrealista pensar que cenaría con ese profesor que tenía a media clase asustada y a la otra media excitada con solo mirarlo. Pasó todo el día esperando recibir un mensaje anulando el plan, pero no sucedió.
—¿Qué te vas a poner? –le preguntó Eleanor cuando a las siete volvió de cenar.
—No sé, lo de siempre supongo —murmuró Bellatrix mientras terminaba sus deberes.
—¡Cómo que lo de siempre! No puedes ir con la túnica del colegio o con la ropa de entrenar, Bella. ¡Es una cita, te va a llevar a cenar a algún sitio genial!
—No sé a dónde me va a llevar, no será nada del otro mundo porque no pueden vernos juntos. Supongo que al pub irlandés o algún sitio así, no creo que él se ponga nada especial...
—Por favor, ¡si ese hombre viste siempre como si fuese a recibir la Orden de Merlín! Es superelegante, las chicas de mi clase siempre hacen cuentas de lo que cuesta la ropa que lleva. Se pasan la clase babeando por él (varios chicos también), por eso sacan incluso peores notas que yo... Tranquila, no les hace ni puñetero caso, no se sabe ni sus nombres... Pero disimula bien.
—Ya... En cualquier caso no tengo nada especial que ponerme. Después de Navidad no me traje ningún vestido porque ya no hay bailes ni estupideces. Así que no...
—¡Yo tengo un montón de vestidos! –exclamó Eleanor saltando hacia su armario— Me los traigo para mirarlos y tener algo en este castillo que no me deprima. Usamos la misma talla, voy a ver cuál te quedará mejor.
—Bueno... Vale... —murmuró Bellatrix.
Si así la dejaba tranquila un rato... Ella ya estaba nerviosa, pero vista la importancia que le estaba dando Eleanor, el asunto empeoró. Era su primera cita real (no con su profesor sino en general): Bellatrix siempre había satisfecho sus necesidades básicas y evitado cualquier asomo de romanticismo. Pero con Grindelwald deseaba justo lo contrario. "Pero soy solo una cría de dieciocho años..." pensó abatida. Siempre estaba segura de sí misma, pero ante un mago tan poderoso se sentía pequeña y se le hacía extraño y complicado. Además Grindelwald le había dicho que quería hablar, ¿y si quería terminar con lo que fuese que tenían?
—Mira, cielo, yo creo que este.
Bellatrix cerró sus libros y observó el vestido. Era negro y ajustado, con escote barco y de largura hasta medio muslo. No resultaba muy llamativo, así que no le pareció mal (no quería que pareciera que le daba demasiada importancia al evento). "Es de una diseñadora italiana", le explico Eleanor mientras se lo probaba, "Aparentemente sencillo, pero carísimo porque sienta muy bien". Efectivamente, cuando se lo puso Bellatrix descubrió que había truco: bajo su sobriedad la prenda resultaba extremadamente sexy y favorecedora.
—¡Madre mía, Bella! –exclamó su amiga— ¡Esta noche comprobaremos definitivamente si es gay!
Su amiga rio. Eleanor intentó que se pusiera unas sandalias, pero ahí no hubo lugar: la bruja se calzó sus botas de combate con tacón que, además de prácticas, le sentaban bien con todo.
—¡Vale, ahora vamos a maquillarte! –exclamó Eleanor ilusionada sacando sus productos de belleza.
—No me gusta maquillarme. Ya me veo bien así –comentó Bellatrix mirándose en el espejo.
—Claro que sí, eres superguapa, eso no podemos mejorarlo –reconoció su amiga—. Peeero... puedo hacer que parezcas más mayor.
Eleanor quería una muñequita a la que vestir y peinar y había conseguido una, no pensaba renunciar a ella. Y, efectivamente, con ese último argumento lo consiguió. A Bellatrix nunca la había maquillado nadie ni le habían enseñado a hacerlo. Desde muy pequeña su madre insistió en que lo utilizara: "A ver si así tienes menos aspecto de loca", pero ella prefería emplear las pinturas para mejorar los retratos de casa. Así que Eleanor fue la primera a la que le permitió maquillarla. Y tuvo que reconocer que el resultado fue magnífico.
—Mira, sigues igual de bien pero ahora parece que al menos tengas... veintitrés.
—Madre mía, veintitrés años... —murmuró Bellatrix con sorna— Ahora Mr. Sexy se me queda muy joven, voy a probar mejor con Merlín.
Se rieron juntas un rato, pero al final Bellatrix le dio las gracias y su amiga aseguró que repetían cuando quisiera. Se puso un abrigo estilo capa por si tenían que pasar por alguna zona muggle, metió sus efectos personales en los bolsillos y salió al pasillo con el chivatoscopio en la mano. El despacho de Grindelwald estaba varios pisos más cerca que la Sala de Menesteres, así que no le costó mucho llegar. Además era antes de las nueve, aún no había toque de queda. La puerta del aula de Defensa estaba entreabierta. Bellatrix cogió aire, se dio ánimos internamente y entró.
—Cierre la puerta, por favor –murmuró Grindelwald como saludo.
El profesor estaba de espaldas a ella mirando por la ventana. Efectivamente lucía tanto o más elegante de lo habitual. Como no se giró para mirarla, se acercó ella. Pese a que ya había anochecido, en el límite del Bosque Prohibido, justo al pasar la cabaña de Hagrid había una figura que Bellatrix identificó como Slughorn. Parecía que intentaba entrar al bosque, pero se giraba cada pocos segundos de forma casi paranoica.
—¿Qué cree que está haciendo? –murmuró Grindelwald.
—Recoger tármica. Florece en un claro durante las noches de luna llena de primavera. Pero le da miedo el bosque y le cuesta mucho decirse a entrar.
—¿Cómo lo sabe?
—Varias veces he ido yo en su lugar. Me da un permiso especial y así me entretengo jugando con los escarbatos, alimentando a los thestrals o matando acromántulas –desarrolló Bellatrix—. Si ha salido él mismo, es probablemente porque alguien dentro del castillo le da más miedo que lo que pueda encontrar en el Bosque.
—Dumbledore... Está con él casi tan pesado como conmigo. Quiere algo de Horace, pero no sé qué es.
—Mmm... —reflexionó Bellatrix— Quizá tenga que ver con eso que dijo esa noche, cuando volvimos y Slughorn pasó por las mazmorras farfullando algo de Dumbledore y un recuerdo que quería sonsacarle...
Grindelwald asintió lentamente perdido en sus cavilaciones. Finalmente sacudió la cabeza. Volvió a la realidad al darse cuenta de que ni siquiera había saludado a su alumna.
—Disculpe mis modales, este mes no está resultando muy... Joder –se interrumpió al verla.
La chica abrió los ojos sorprendida por la palabrota nada habitual en su profesor. "Estás..." murmuró él sin dejar de mirarla. A Bellatrix le hubiese gustado que terminara, que le dijera que estaba guapa. Nunca había deseado que se lo manifestase nadie, era la primera vez. Pero Grindelwald no terminó la frase. A ella le dolió: ese hombre sabía ganarse a la gente mejor que nadie, adularlos y quedar como un caballero. Pero al parecer para ella no tenía cumplidos.
—Deme un momento, necesito un par de cosas de mi despacho –murmuró sin mirarla.
La estudiante asintió y Grindelwald entró a su despacho cerrando la puerta tras él. Bellatrix se apoyó en uno de los pupitres y observó la luna plateada sobre el Bosque Prohibido. Ya se arrepentía de su cita y aún no había empezado. "No sé por qué me invita si está tan alterado y ocupado" pensó. Comprendía que tenía problemas con Dumbledore y probablemente con otros temas, ella no deseaba inmiscuirse ni quitarle tiempo... Pero había sido idea suya.
—¿Lo echará de menos? –le preguntó Grindelwald cuando volvió al aula y la vio contemplando los terrenos del castillo.
—¿El colegio? No, para nada. La gente adora Hogwarts pero... yo odio sentirme encerrada, aguantar a los profesores, estudiar sobre temas que no me interesan... He soportado los siete años porque es mi obligación, pero tengo ganas de terminar –confesó con sinceridad—. Bueno, no quería decir que usted...
—Tranquila, lo comprendo, a mí me sucedía lo mismo. Durmstrang se me quedaba pequeño, si no llegan a expulsarme me hubiese ido yo mismo.
Bellatrix asintió todavía nerviosa. Grindelwald le manifestó que ya estaba listo. Ella se acercó a él y le abrazó suavemente para que los apareciera. Él le pasó un brazo por los hombros pero no los apareció de inmediato. Cuando llevaban así casi medio minuto, Bellatrix le preguntó frunciendo el ceño:
—¿Va a aparecernos?
—No, utilizaremos un traslador.
—¡Y por qué no me lo ha dicho! –exclamó separándose.
—No sé usted, pero yo estaba disfrutando –respondió él con una sonrisa burlona.
Bellatrix puso los ojos en blanco. Le sorprendió el cambio de sistema de transporte, pero no preguntó. Seguramente el destino era Londres y para eso el traslador era más seguro, pues la distancia era enorme. Le preguntó si debía cambiarse el pelo para que no la reconocieran. Él le respondió que no era necesario, en el lugar a donde iban nadie la conocería y todo el mundo era muy discreto.
—Déjeme adivinar, ¿el sitio pertenece a otro de sus "amigos"?
—Amiga, en esta ocasión –sonrió Grindelwald—. A la de tres coloque su mano sobre la taza y se activará, ¿de acuerdo?
Ella asintió y así lo hicieron. El viaje con traslador era sumamente desagradable, pero Bellatrix estaba acostumbrada desde pequeña, así que no se mareó mucho. Habían aparecido en una pasarela a nivel del agua de un inmenso río. En la orilla de enfrente se dibujaban palacios imperiales majestuosamente iluminados y todo tipo de edificios singulares. La joven se abrochó el abrigo sin dejar de observar fascinada a su alrededor. No tenía ni idea de dónde estaban.
—Esto no es el Támesis... —murmuró.
—Es el Danubio a su paso por Budapest –aclaró Grindelwald—. El río separa las dos partes de la ciudad: Pest, la parte llana con los edificios importantes, la zona mágica y la mayoría de barrios residenciales y populares, que es lo que ves enfrente. Y Buda queda a la orilla derecha, mucho más escarpada, con castillos medievales, bosques y toda la leyenda de los héroes guerreros antiguos. La gente aquí vive mucho y con gran honra su mitología y su pasado.
Bellatrix asintió con interés emocionada con el destino. ¡La había llevado a cenar a otro país, a su país! Además le encantaba cuando Grindelwald le explicaba cosas, daba igual que fuese sobre magia, geografía o enanos de jardín. El mago la cogió de la mano y subieron por una escalera lateral a la orilla derecha. "Hay que aparecerse aquí abajo porque no hay muggles, pero mi amiga tiene el restaurante al otro lado" murmuró Grindelwald. Cruzaron por un amplio puente mientras él le seguía refiriendo historias sobre su ciudad natal. Había poca gente y Bellatrix no se agobió con los muggles (cosa bastante frecuente que solía desembocar en masacre). O tal vez era la tranquilidad que le transmitía ir de la mano de su profesor favorito.
—Es una ciudad preciosa, ¿no lamentó tener que marcharse?
—No viví mucho aquí, solo mis primeros años y apenas tengo recuerdos. Luego nos trasladamos a Alemania, después a Suiza, un par de años en Francia, Inglaterra cuando me expulsaron... Quizá por eso no siento apego por ningún país. ¿Tú te has planteado dejar Inglaterra?
—No... Nunca lo había pensado, pero no. Mi vida, mi... —se interrumpió antes de nombrar a "su maestro"— mi trabajo está ahí, la idea es limpiar Gran Bretaña, así que no tendría sentido irme.
Grindelwald asintió en silencio. Bellatrix casi lamentó cuando llegaron al lugar, estaba disfrutando mucho del paseo y de los datos biográficos de su profesor. Se detuvieron ante un edificio acristalado de treinta plantas. Las diez primeras eran oficinas muggles y solo la gente mágica era capaz de ver el resto de pisos. Entraron por una puerta lateral que apareció ante Grindelwald cuando él dibujó una espiral con su varita. Tomaron el ascensor hasta el último piso y la puerta se abrió dando lugar a un majestuoso recibidor en tonos oscuros.
—¡Gellert! –exclamó una voz femenina en cuanto lo vio.
Era una mujer rubia, alta, de sonrisa engañosamente dulce y tacones de infarto. Por la forma en que daba órdenes a los camareros y el respeto con que la trataban quedó claro que era la dueña. Se acercó a Grindelwald y le abrazó con una sonrisa. Pese a su fachada encantadora, Bellatrix tuvo claro que esa mujer era igual de perversa que su profesor; probablemente también doctorada en el arte de la manipulación y la seducción. Pero su reverencia hacia el mago parecía genuina. Él respondió con menos de efusividad pero también sonriente. Bellatrix se quedó unos pasos por detrás decidiendo que hacían una pareja de revista. "Ojalá hubiese traído a Antonio" pensó al sentir que sobraba.
Charlaron en tono distendido pero sospechosamente bajo en un idioma que Bellatrix supuso que era húngaro. "Es imposible que esto funcione, ni siquiera hablamos el mismo idioma..." caviló observando a su profesor. No le dio tiempo a reflexionar más porque Grindelwald se giró hacia ella y se la presentó:
—Esta es Gizella, una amiga del colegio.
—De los años en que nos honraste con tu presencia, claro —bromeó Gizella haciendo alusión a su expulsión.
Grindelwald la ignoró y amplió la presentación:
—Tiene una cadena de hoteles y restaurantes por Europa Central, la mayoría de magos con altos cargos acuden para hacer negocios. Esta es Bellatrix, una de las brujas más brillantes que he tenido la fortuna de conocer.
—¿Bellatrix? Deduzco que perteneces a la casa Black –inquirió Gizella estrechándole la mano y escrutando su rostro— ¿Tienes alguna relación con Druella?
—Es mi madre –respondió en absoluto ilusionada.
—Siempre he querido conocerla, ¡su fama como pocionista es sobresaliente! Guardo todos los artículos que publica.
No era la primera vez que una desconocida intentaba congraciarse con Bellatrix ensalzando a su madre. Ya le pasó con Sabrina, solo que Eleanor la frenó a tiempo. No es que no se alegrase del don de Druella con las pociones, de hecho le debía sus Extraordinarios. Pero solían atribuirle a su madre el mérito de criar a una hija tan poderosa y eso ya le molestaba más. Ni siquiera era mérito de Voldemort: era Bellatrix y solo Bellatrix la que llevaba estudiando magia un mínimo de diez horas al día desde que tenía uso de razón.
—Acabas de conocer a su hija que es cien veces superior –intervino Grindelwald.
Bellatrix sonrió agradecida y a Gizella no se le escapó el gesto de ninguno de los dos. Le pasó un brazo por los hombros a Grindelwald y le preguntó a ella:
—¿Y cómo es que una chica tan joven e inteligente está con mi querido y viejo Gelly?
El profesor no supo si protestar antes por su abominable apodo, por el insulto a su edad o por poner a su alumna en una situación tan incómoda. Pero Bellatrix se le adelantó:
—Por conocerla a usted. Me encanta conocer a los fans de Druella, esa maravillosa mujer que a los seis años me llevó a vivir con mi abuelo (un borracho violento que mató a su mujer) a ver si así era menos rebelde.
Tanto Gizella como Grindelwald la miraron con la boca a medio abrir sin saber qué replicar. Bellatrix sonrió para sus adentros: si esa mujer pretendía incomodarla llegaba tarde, ella era la autoridad suprema en ese campo. Fue su profesor el primero que le preguntó con gravedad si su abuelo le hizo daño. La chica le quitó importancia con un gesto de la mano:
—No, qué va, apenas estuve un par de días con él...
—Menos mal –comentó Gizella.
—Básicamente porque lo maté –añadió Bellatrix con una enorme sonrisa—. ¡Pero tranquilos, no fue porque me hiciera nada ni porque esté loca! Es que yo quería ver a los thestrals y esa era una buena manera.
De nuevo, la estudiante reunió toda su fuerza de voluntad para no partirse de risa ante sus caras. Como ellos no sabían qué decir, terminó su historia:
—Lo maté acuchillado, aún me faltaban unos meses para saber usar avada... ¡qué mona era! –suspiró ensimismada.
Grindelwald la miraba con una especie de fascinación y estupor casi imposibles de disimular. Su compañera igual, solo que al rato rompió en una carcajada y comentó:
—Nunca creí que diría esto, Gelly, pero cásate con esta asesina tan mona. No vas a encontrar otra igual.
El mago le dirigió una mirada reprobatoria a Gizella por abochornarlo; Bellatrix sonrió, al menos le había dicho que era mona... Grindelwald se liberó de su abrazo, volvió a tomar a Bellatrix de la mano y le espetó a su amiga que no hacía falta que los acompañara, conocía el camino. Gizella asintió y le guiñó el ojo a Bellatrix. Caminaron por una serie de pasillos oscuros, con moqueta negra y paredes a juego en los que no se cruzaron a nadie. Ese era el encanto del lugar: oscuro y con caminos distintos para que los clientes no se encontraran. La privacidad era vital.
Bellatrix no pudo evitarlo y comentó:
—Oiga, ¿yo también puedo llamarlo Ge...?
—Ni se te ocurra, Trixie –la interrumpió él que recordaba el mote que usó Sirius.
Bellatrix chasqueó la lengua con fastidio. Debía evitar lo de Gelly para salvarse de Trixie. Aunque le hizo gracia que ambos tuvieran apodos que odiaban.
—Este es el mío –murmuró Grindelwald cuando llegaron ante una puerta con dos letras G cruzadas.
Ese reservado era más grande que su sala común. Tenía una mesa principal exquisitamente vestida, sofás y sillones para tomar el té, un mueble bar con licores y un cuarto de baño privado. Aunque lo mejor eran las vistas: la cristalera que iba de un lado al otro y del techo al suelo y brindaba unas vistas formidables de las dos zonas de Budapest. Bellatrix pudo disimular la fascinación porque estaba acostumbrada a los espacios lujosos, pero aún así aquel era de los mejores.
—Siento las impertinencias de Giz –se disculpó él mientras la ayudaba a quitarse el abrigo—. La conozco desde hace mucho y se toma demasiadas confianzas... Pero es una gran aliada y este es de los mejores restaurantes de Europa.
—Da igual, cuando alguien intenta incomodarme me siento en casa.
Grindelwald le sonrió mientras colgaba su abrigo con cuidado. Tampoco permitió que se sentara sin apartarle la silla. A Bellatrix esos gestos le molestaban cuando algún imbécil la pretendía en las fiestas de los Sagrados Veintiocho, pero si lo hacía Grindelwald le agradaba. Quizá porque había en su caballerosidad tintes de picardía y ese aspecto suyo tan misterioso que lo hacía todo mucho más interesante. También le recomendó sus platos favoritos de la carta y a ella le pareció estupendo (sobre todo porque no entendía nada de comida húngara). Grindelwald apuntó el pedido en un pergamino que desapareció cuando volvió a enrollarlo.
—La comida también aparecerá sola, los camareros no interrumpen a no ser que los avises. Por eso a los magos de negocios les encanta este lugar.
—A mí también. Cuantos menos humanos, mejor.
Enseguida apareció una botella de vino, cortesía de la casa, que Bellatrix supo que tenía un precio de cuatro cifras. Grindelwald sirvió dos copas dispuesto a saltarse por ella su norma de no beber. "Por mi asesina favorita" brindó alzando su copa. Bellatrix respondió al gesto con una sonrisa y decidió que al final sí que iba a ser una buena velada.
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