Capítulo 3
El martes, cuando tuvieron la siguiente clase de Defensa, Grindelwald no le pidió a Bellatrix que le ayudase con ninguna demostración ni le preguntó nada. Ella supuso que atravesaban un bache en su relación por sus problemas legilimanticos. "Ya tenemos crisis de pareja", pensó divertida, "En nada será el señor de Bellatrix Black". En la clase del jueves el profesor debía haber confirmado que su alumna no se iba a chivar, así que se le notaba más relajado.
-Hoy vamos a estudiar los hechizos más adecuados para defenderse de un hombre-lobo. Recuerden que su piel es mucho más gruesa y los hechizos les afectan en menor medida que a un mago. ¿Cuáles conocen?
-El encantamiento homorphus, señor, le fuerza a recuperar su forma humana –contestó Frank Longbottom.
Rodolphus puso los ojos en blanco y sus amigos se miraron. El sabelotodo de Longbottom era agotador, ojalá pudieran pillarlo un día para darle una clase práctica...
-Así es, es el más eficaz para ese menester pero sin embargo es muy complicado de ejecutar. Es más que posible que se lo pidan en el ÉXTASIS así que vamos a practicarlo... ¿Algún voluntario? ¿Señorita Black? –preguntó Grindelwald ignorando la mano alzada de Longbottom.
-Claro –respondió ella.
Ese hechizo le gustaba, era cruel: el hombre-lobo sufría mucho al ser obligado a transformarse a la fuerza y en contra de su naturaleza. En una ocasión, como regalo de cumpleaños, Voldemort le permitió practicarlo en Greyback una vez tras otra. Así que le salía bastante bien. Por supuesto a Grindelwald no le sorprendió.
-Vamos, si lo hiciera tan despacio el hombre-lobo ya la habría despedazado... -la provocaba él- Tiene suerte de que yo no lo sea, ese probablemente como mucho le haría perder las orejas.
Los que lo pasaban peor con esos comentarios eran el resto de estudiantes, que veían que si lo que hacía Bellatrix no servía, ellos tenían el suspenso asegurado. Cuando el profesor recordó que había más alumnos, comentó:
-Confío en que ya lo hayan captado, inténtenlo ustedes.
Así lo hicieron y así fracasaron. Unos pocos lo consiguieron, pero con mucha menos fuerza que Bellatrix. Aún así Grindelwald los felicitó. Rodolphus miró a su amiga indignado de semejante injusticia pero ella sonrió. Aquello le había dado una idea.
-Adelantaos vosotros –les indicó a sus amigos cuando terminó la clase.
Ellos asintieron y salieron del aula. Cuando ya no quedaba nadie, Bellatrix se acercó al profesor que garabateaba en unos pergaminos sobre la mesa. Sin levantar la vista, le preguntó:
-¿Necesita algo, señorita Black?
-Sí. Me gustaría que me diera clases particulares.
Grindelwald apoyó la pluma en el tintero y la miró.
-¿Disculpe?
-Ya sabe, clases de refuerzo. Está visto que soy la más torpe, no me salen bien los hechizos... Quiero trabajar en el campo de las Artes Oscuras, así que necesito que el ÉXTASIS me salga muy bien. Además no me gustaría que me despedazase un hombre-lobo... -comentó con mirada lastimera.
Los ojos del profesor mostraban la severidad que tanto imponía a sus alumnos mezclada con una ligera chispa de diversión. Lentamente respondió que lo lamentaba pero tenía demasiado trabajo y no podía sacar horas extra para ayudarla.
-Claro, lo comprendo, señor. Muchas gracias de todas formas –respondió Bellatrix poniendo la expresión de falsa dulzura que su hermana pequeña le había enseñado a impostar.
Abandonó el aula y se apresuró a llegar a Transformaciones. Ocupó el sitio que le había guardado Dolohov mientras meditaba cuál sería su siguiente jugada. Aquel año estaba resultando mucho más interesante de lo que había esperado...
-Hoy vamos a aprender un hechizo específico para defenderse de serpensortia –indicó Grindelwald en la clase del viernes-. ¿Cuáles se les...? Ilumínenos, Longbottom –se interrumpió el profesor al ver la mano ya alzada.
-Un hechizo desvanecedor, señor.
-Es lo más común, sí. ¿Alguien conoce alguno más específico? ¿Señorita Black?
La señorita Black negó con la cabeza con una débil sonrisa como lamentando no saberlo. Grindelwald miró al resto pero nadie respondió. Así que les habló de morsanguis, un conjuro muy avanzado y específico para ese menester.
-Cualquier serpiente (a excepción del basilisco) estalla al momento, mucho más rápido que con cualquier encantamiento desvanecedor –aleccionó-. ¿Me ayuda a mostrarlo, señorita Black?
Bellatrix asintió. Se levantó, ejecutó el hechizo invocador de serpientes y Grindelwald la hizo estallar al instante como una lluvia de confetis verdes. Repitieron un par de veces para mostrar bien los movimientos y seguidamente el profesor les explicó la práctica:
-Por supuesto no vamos a practicar con serpensortia porque no necesitamos que esto se llene de serpientes... Mi respeto por ustedes, nada personal –aseguró a los slytherins con una leve sonrisa-. Lo haremos con los cojines de esa caja. Pónganse en parejas y uno lo arrojará mientras el otro intenta ejecutar el conjuro.
Bellatrix se puso con Rose y dejó que practicara ella hasta que Grindelwald se acercó. Entonces, su amiga le arrojó el cojín y ella tuvo que desviarlo de un manotazo porque con la varita no pudo.
-No me sale, profesor... -murmuró cabizbaja.
Él le pidió que lo repitieran y el resultado fue el mismo. El mago se colocó junto a ella y le dio indicaciones:
-Relaje un poco el brazo... Pronúncielo más claro... El movimiento tiene que ser más suave.
A la estudiante le encantaba lo sexy y profunda que sonaba su voz, eso la distrajo bastante. Tras varios minutos consiguieron que Bellatrix ejecutara el conjuro; fue bastante débil y nada veloz, pero al menos lo había conseguido, cosa que solo un par de compañeros lograron.
-Era de esperar que no lo lograran a la primera, es un conjuro muy complejo que no conocían –los animó el profesor-. Dedicaremos varias clases más a mejorarlo. Pueden marcharse.
Los alumnos recogieron sus cosas y se dispusieron a salir. En ese momento, cuando Bellatrix estaba de espaldas a Grindelwald, el profesor exclamó sin previo aviso:
-¡Señorita Black! ¡Serpensortia!
De forma instintiva y sin pensarlo, Bellatrix se giró, ejecutó un morsanguis no verbal y la serpiente estalló en pedacitos infinitesimales. El profesor mostró una sonrisa triunfal.
-Diez puntos a Slytherin por ejecutarlo mejor que nadie –dictaminó el profesor-. Y diez puntos menos a Slytherin por fingir no conocerlo durante toda la clase.
Bellatrix reprimió una carcajada y asintió. Era justo. Aunque le había arrojado una serpiente real, sí que tenía fe en sus capacidades... Mientras, el resto de alumnos se miraban entre sí sin entender qué juego se traían entre manos.
-En nada podrás contarnos de qué tamaño es su varita –le susurró Rose cuando salieron por fin.
-¡Rose! –protestó Rodolphus que odiaba al profesor.
-Seguro que es enorme –sonrió Bellatrix.
Su amigo relinchó y se apresuró al Gran Comedor. Pronto su ánimo mejoró: ni Bellatrix ni Rose, su gran amor era la comida. Esos días vieron menos a Dolohov, pues era bateador en el equipo de quidditch y el sábado tenían el primer partido de la temporada.
-Bah, es contra Ravenclaw, seguro que ganamos –aseguró Rodolphus.
A él le hubiese gustado apuntarse al equipo, pero su hermano Rabastan, dos años mayor, fue capitán desde tercero y su fama era legendaria. Así que cuando vio que no podría igualarlo se rindió. Bellatrix tampoco se presentó nunca: le gustaba volar, pero los entrenamientos requerían tiempo y ella tenía mucho que estudiar. Voldemort le había dado varios libros y temas que pretendía que dominara al terminar el curso y dedicaba a esa labor cada rato libre. Por eso mismo, el sábado, cuando sus amigos partieron con sus bufandas hacia el campo de quidditch, ella les deseó suerte pero no los siguió.
-Apaléalos como si fueran sangre sucias, Dol –animó a su amigo.
-De hecho varios lo son... -respondió Dolohov con una sonrisa.
Rieron juntos y se despidieron. Bellatrix metió en su mochila el manual que estaba estudiando esos días y decidió salir fuera. Acaba de empezar octubre y ya refrescaba, pero a ella le gustaba el frío. Caminó hasta una zona de árboles junto al Lago Negro y se sentó en la hierba con la espalda apoyada en un tronco grueso. Observó con placer el paisaje desierto, eso era lo mejor de los días de partido: ni una sola persona que la molestara.
Abrió su libro y releyó el capítulo. Trataba sobre el aura mágica: cada mago o bruja tenía una, como una firma personal y única que definía sus capacidades. Era intangible, algo etéreo e inherente a la persona, pero los magos más habilidosos y familiarizados con la magia eran capaces de distinguirlas. Y en eso estaba Bellatrix. Iba a empezar a practicar cuando algo le rozó la pierna.
-¿Qué tritones eres tú? –preguntó cogiendo a la criatura y alzándola ante sus ojos.
Era un animal de unos dos palmos, mitad lagarto mitad mamífero de piel azul verdosa. Tenía dos pares de manos, cola y pequeños pinchos por todo el cuerpo. Sus grandes ojos redondos miraban a Bellatrix con atención y emitía una especie de quejido lastimoso mientras extendía sus cuatro manos hacia ella.
-Supongo que habrás huido de Kettleburn... No puedo culparte, es un inútil.
El animal siguió haciendo ruiditos y pegándose a su piel en busca de afecto.
-Bueno, está bien. Puedes quedarte un rato, pero no me molestes.
Debió entenderla porque se quedó tranquilo en su regazo sin hacer más ruido. Bellatrix releyó el texto una vez más y cerró los ojos para concentrarse mejor. Dedicó unos minutos a aislarse del entorno, del viento que soplaba, de los gritos ahogados que llegaban del campo de quidditch, del siseo de la hierba y las criaturas que en ella habitaban... Cuando logró relejarse, se centró en sí misma. Poco a poco empezó a perfilarse en torno suyo una especie de halo oscuro. No era necesariamente negro, sino que fluctuaba de tono y apariencia, dependía de la percepción de cada uno. La envolvía y se extendía hasta desaparecer como los rayos del sol.
Su firma mágica le resultaba sencilla de distinguir; al fin y al cabo era la suya. Era útil practicar así para luego poder percibir las de los demás. Había probado con sus amigos, pero las suyas eran mucho más débiles y le costaba trabajo apreciarlas. Estaba intentando comprender el alcance y el poder de la suya cuando algo se alteró. De repente, otra especie de luz oscura muy penetrante se acercó a ella con tal fuerza que creyó que de verdad podría tocarla. Su primer impulso fue abrir los ojos, pero se centró en aquella otra firma: era muy parecida en magnitud a la de su maestro, aunque completamente diferente en su composición. Sin haberse parado a sentirla nunca, supo de quién se trataba. Y entonces abrió los ojos.
-Lamento haberla interrumpido, señorita Black, creí que estaría todo el mundo viendo el partido.
-No se preocupe. No me interesa mucho el quidditch.
-A mí tampoco. Es para mentes más... conformistas –murmuró Grindelwald-. Ah, aquí estás. Veo que ha encontrado a mi mascota. Ven aquí, Antonio.
La criatura se desovilló del regazo de la bruja y trepó por el brazo del profesor hasta alcanzar su pecho y frotarse contra él.
-Qué criatura más necesitada –masculló el mago con fastidio.
-¿Lo llama Antonio? –preguntó Bellatrix divertida- No me extraña que huya de usted...
Grindelwald mostró una sonrisa sarcástica mientras el animal seguía restregándose en el hueco de su cuello y emitiendo ronroneos rasposos. "Ojalá ser ese bicho" pensó Bellatrix. En lugar de manifestar eso, le preguntó de qué criatura se trataba.
-Un chupacabra. Se suponía que era bebé, pero lleva varios años conmigo y no ha crecido. Lo adopté porque estos animales detectan a los magos oscuros, se sienten atraídos por ellos... Pero este es demasiado dependiente y necesitado.
-Dicen que las mascotas se parecen a sus dueños.
-Tenga cuidado con lo que insinúa, señorita Black, o Slytherin se quedará sin puntos.
Lo dijo con severidad, pero el brillo de sus ojos le mostró que bromeaba. "¿Me permite?" preguntó Grindelwald señalando su libro con curiosidad. Bellatrix asintió y se lo tendió. El mago lo examinó con atención.
-Ah, ya veo... Es un manual soberbio, descatalogado hace años pues ya nadie se molesta en estudiar magia ancestral. La consideran inútil cuando en realidad es el origen y justificación de todo. ¿Dónde lo ha conseguido?
-Me lo prestó un amigo.
-Debe tener gran confianza en usted para prestarle algo tan valioso.
Bellatrix sonrió. Le gustaba pensar que sí, que así era. Pero no deseaba hablar más de su "amigo". Además Grindelwald la ponía bastante nerviosa. No en un sentido negativo como Slughorn o Kettleburn, que le causaban repelús, pero sí que sentía un incesante cosquilleo y bastantes nervios cuando estaba cerca.
-¿Y qué tal va? ¿Consigue distinguir las firmas mágicas?
-La mía sí... -murmuró la bruja- Pero el resto me cuestan. Es decir, las veo pero bastante confusas, no las noto con claridad.
-Es normal. Tenga en cuenta que es un proceso que requiere años. Si un mago es capaz de percibirlas con total nitidez le será posible discernir qué mago o bruja es más poderoso.
Bellatrix asintió lentamente. Eso le interesaba en grado sumo. Podría saber quién era más poderoso: Voldemort, Dumbledore o el profesor sexy que la miraba con suspicacia. Pero le llevaría años alcanzar esa precisión, así que de momento el misterio permanecía irresoluble. Grindelwald le devolvió el libro y ella pensó que se marcharía, pero en lugar de eso, decidió echarle una mano... literalmente.
-Mire, al principio es más sencillo si aprende a identificarlas a partir de una fuente de contacto.
-¿Cómo? –preguntó la bruja frunciendo el ceño.
Grindelwald se agachó junto a ella y colocó ambas manos sobre sus hombros. Bellatrix sintió un escalofrío de placer que no tuvo dudas que su profesor habría notado.
-Vuelva a cerrar los ojos.
Bellatrix obedeció e intentó concentrarse de nuevo. Le costó bastante más, aquella situación era muy extraña para ella, el contacto humano normalmente le desagradaba y no solía tocar ni a sus amigos. Voldemort jamás le había puesto un dedo encima, ni siquiera para ayudarla en sus prácticas. Por eso, cualquier otra persona que la hubiese tocado y contemplado a escasos centímetros de su rostro la hubiese hecho sentir extremadamente violenta. Pero con su profesor de Defensa no lo fue. Cuando logró desterrar esa cosquilleante sensación, logró por fin concentrarse.
El impacto fue notable. Si cuando se acercó el aura mágica de Grindelwald ya impresionaba, ahora resultaba apabullante. La notaba perfectamente definida, no como una enorme mancha oscura, sino casi como un dragón etéreo que vigilaba la espalda de su dueño. Bellatrix no tuvo duda de que aquel hombre era uno de los magos más poderosos de todo el mundo mágico.
-Abra los ojos ahora –le indicó él unos minutos después-. ¿Lo sigue sintiendo?
Sí, así era. Podía notarlo y casi verlo incluso con los ojos abiertos. Era la primera vez que lo conseguía y se sintió muy feliz, como cada vez que lograba hacer un avance en sus estudios mágicos.
-Es impresionante –admitió la bruja.
Él asintió con una ligera sonrisa sin dejar de tocarla.
-Es muy útil, porque como le digo, con la práctica puede saber a qué magos le conviene enfrentarse y a cuáles no. Pero hay que tener un gran dominio para poder analizarlo sobre la marcha y ser capaz de distinguirlas todas.
-¿Usted puede? ¿Puede distinguir la mía?
-Por supuesto –se jactó él.
Cuando vio la sonrisa que trataba de camuflar su alumna, se apresuró a corregirse:
-Puedo distinguir la de cualquier alumno, evidentemente.
-Evidentemente –respondió ella divertida.
Había un brillo malicioso en los ojos azules de su profesor que Bellatrix no distinguía si era propio o un reflejo suyo. Seguía agachado junto a ella, con las manos sobre sus hombros y mirándola fijamente. Le había permitido notar y familiarizarse con su firma mágica, era algo muy personal. Bellatrix no supo si sería igual para el resto de magos, pero a ella le pareció una conexión muy íntima. Y entonces, la oscuridad que todavía notaba alrededor de su profesor se vio eclipsada por una especie de luz nívea que se adueñó del espacio.
-Ah, veo que no soy el único que ha huido del bullicio del partido... Una mañana esplendida, ¿verdad? –comentó una voz jovial.
Sin demora pero sin apresurarse para que no pareciese que les habían encontrado en una posición comprometida, Grindelwald se levantó.
-Albus –saludó de mala gana.
-Gellert –respondió él con amabilidad.
"Bella" pensó Bellatrix porque los dos magos se miraban como si estuviesen solos.
-Veo que te llevas bien con nuestra querida Bellatrix... ¿Me atrevo a aventurar que la docencia no resulta tan insufrible como predijiste?
-La señorita Black ha encontrado a Antonio. Ahora que ya lo tengo vuelvo a corregir las docenas de trabajos que me lastran en mi insufrible trabajo. Que disfrute de su lectura –se despidió Grindelwald de Bellatrix-. Albus –repitió todavía con más frialdad.
-Gellert –repitió el director con calidez.
"Vaaale, eso sí que ha sido violento" pensó la chica contemplando a su profesor alejarse. Dumbledore hizo algún otro comentario sobre el tiempo pero ella apenas le escuchó. ¡Menudo entrometido, tenía que aparecer para estropear su momento!
-Bueno, creo que el partido ya estará por terminar –continuó Dumbledore su monólogo-. Mejor ir ya al Gran Comedor que sino Pomona me quita los mejores trozos de pavo. Que tenga un buen día, señorita Black.
Bellatrix asintió porque no supo cómo responder. Además lo de "señorita Black" no sonaba igual de sensual cuando lo decía el director. Por fin Dumbledore la dejó sola. Hubiese sido interesante poder familiarizarse también con su firma mágica, pero no se había atrevido a pedírselo... Y estaba segura de que la sensación no resultaría tan agradable como con Grindelwald. Optó por no contar su experiencia a sus amigos, estaban muy eufóricos tras la victoria de Slytherin. Además, era algo que quería guardar solo para ella.
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