Capítulo 25
—Quédate –murmuró Grindelwald en voz tan baja que ella apenas le escuchó—. Quédate –repitió con voz más firme.
Bellatrix contempló con cierta duda la mesa repleta de vasos vacíos de whisky y la amarga bebida de Grindelwald. Después a su profesor, que mantenía la vista fija en el lago y parecía estar reviviendo viejas batallas en sus ojos azules como el hielo. Obedeció y volvió a ocupar su silla.
—¿Sabes evitar las protecciones de las verjas de Hogwarts? –inquirió él con voz ausente.
—Mi maestro me enseñó. Detectan el aura mágica, si la suprimes con un conjuro inhibidor puedes entrar.
—Es un buen método –murmuró Grindelwald que sin duda conocía varios más.
Ella asintió todavía nerviosa mientras contemplaba a Nessie haciendo piruetas acuáticas (debía notar que tenía espectadores y se estaba luciendo). Tenía la mano sobre la mesa y jugueteaba nerviosa con su anillo. Hasta que Grindelwald colocó su mano sobre la de ella y murmuró:
—Jamás he hablado de esto con nadie y ninguna intención tenía de hacerlo... Pero confío en ti, Bellatrix.
La chica asintió experimentando gran emoción. En ese momento, Antonio volvió satisfecho de su cacería y trepó hasta el regazo de su dueño donde se acurrucó. Ajeno a él, Grindelwald continuó:
—Sí, fuimos más que amigos. Seguramente Albus te habrá contado (porque estoy seguro de que ha hablado contigo) que le utilicé, fui cruel y todo eso, pero... Yo no considero que fuese así. Mi admiración por él era tal que quizá lo confundí con otra cosa, con un sentimiento que él sí me profesaba e intenté corresponder. Nunca llegué a lograrlo, pero tampoco fue mi intención aprovechar su afecto para manipularlo.
—Lo entiendo –respondió Bellatrix—. Yo no me he enamorado nunca, pero a Nellie la quiero mucho y soy feliz cuando estoy con ella. Que no nos queramos de la forma habitual no quiere decir que no sea real. Es más mi hermana que mi amante pero... en mi familia el incesto es habitual, así que de vez en cuando...
Eso hizo sonreír a Grindelwald.
—Yo tenía la misma edad que tú ahora, mi nivel mágico era similar al tuyo...
—No hace falta que intente complacerme, puede ser sincero –sonrió Bellatrix—. Usted tuvo que ser excepcional desde pequeño.
—Lo era –aseguró—, igual que lo eres tú. No trato de engatusarte: ya te dije que en las artes de la mente eres sobresaliente, pero incluso como duelista... Tienes una forma de batirte en duelo, una manera de disfrutarlo y de buscarlo siempre sin ningún temor que ni yo poseo ni he visto nunca en nadie.
—Bueno, creo que es porque no valoro demasiado la vida –reconoció Bellatrix—. No es que quiera morirme, pero sin ese riesgo nada tiene emoción. Y desde luego no quiero llegar a vieja... Deseo morir en un duelo, creo que ese es mi lugar y por eso nunca lo rehúyo y siempre disfruto como si fuera la última vez. Porque alguna lo será.
—Espere a que yo esté muerto, hágame el favor.
—¡No me fastidie, no podemos dejar a Antonio huérfano! –exclamó Bellatrix— Yo me muero primero y usted se aguanta en este mundo de mierda.
Grindelwald se echó a reír mientras acariciaba al chupacabra que dormía pegado a su pecho. Su otra mano seguía sobre la de Bellatrix, trazando suaves círculos sobre su dorso. La chica se sentía muy feliz cuando le hacía reír y todavía más cuando él la tocaba (aunque solo fuese la mano). Después de unos minutos, el mago terminó su historia:
—No le caía bien al hermano de Albus y un día tuvimos una disputa que terminó mal. Opté por marcharme de ahí y continuar con mis planes en solitario, puesto que Albus no estaba dispuesto a acompañarme. Poco después conocí a tu tía Vinda, es la única en la que confío plenamente, llevamos años trabajando juntos... Pero a Albus le ha entrado la paranoia y por eso me ha obligado a aceptar este condenado trabajo. Confío en poder convencerle de que todo está bien y que me exonere al año que viene, porque otro curso no aguanto.
Hubo un silencio porque ambos tenían claro que no sería así. No lograría engañar a Dumbledore, no querría perderlo de vista. Bellatrix optó por hacer un comentario inocente:
—Bueno... Yo... me alegro de que viniera.
Bajo la escasa luz del porche y con la luna creciente sobre ellos Grindelwald la contempló en silencio. Pareció que iba a responder, pero lo pensó mejor y le guiñó el ojo con una sonrisa. A Bellatrix la ilusionaban enormemente esos gestos, sentía que eran suyos, que le pertenecían. Aún así no se le escapaba que el profesor le había contado todo a grandes rasgos, muy maquillado y sin ningún detalle que le hiciera quedar mal... pero era un comienzo. Por esa noche se dio por satisfecha y decidió cambiar a un tema más ligero:
—¿Ha pensado en dejarse el pelo largo? Lo lleva siempre corto, ¡con la de gente que mataría por tenerlo rubio platino! –comentó divertida.
—Lo tendré en cuenta. ¿Algún otro consejo de belleza? –respondió con sorna.
—Sí. Debería hacerse algún tatuaje, me gustan los tatuajes en personas que no sean yo. Podría hacerse un lobo gigante como su patronus... o el símbolo de las reliquias de la muerte o...
—¿Conoce las reliquias de la muerte?
Bellatrix no había caído en que ese era otro tema candente, pero asintió y se encogió de hombros. Optó por no fingir:
—No se preocupe, soy muy feliz con mi varita, jamás la cambiaría.
—¿A qué se refiere? –preguntó Grindelwald con cautela.
—¡Oh, venga, no se haga el loco conmigo! –protestó con voz ligeramente etílica— No le contaré a nadie que la tiene usted. Además... de sus varitas no es esa la que me interesa.
Grindelwald abrió los ojos con incredulidad. No sabía qué era peor: si descubrir que Bellatrix sabía que era el dueño de la varita de sauco o la insinuación sexual de su alumna de dieciocho años. Así que con un gesto de rendición declaró:
—Ya está usted suficientemente ebria, tengo que llevarla al castillo –aseguró levantándose y pasándole a Antonio—. Entro a pagar y nos vamos.
—Bueno, pero la próxima vez invito yo –murmuró ella cogiendo al chupacabra.
El profesor asintió, entró en el bar y Bellatrix se quedó fuera esperando. Cuando le pareció que habían transcurrido demasiados minutos se acercó a la puerta. Grindelwald ya había pagado, pero una bruja pelirroja bastante exuberante le había interceptado. Tenía su mano sobre sus bíceps, sonreía coqueta e insistía en invitarlo a una copa. Él no parecía incómodo, sonreía y no la apartaba. Bellatrix sintió que algo se le removía por dentro y su sonrisa se diluyó. "Quizá solo le está haciendo caso porque es muy educado... y como en este bar le conocen no querrá quedar mal..." se justificó a sí misma.
"O no, igual quiere acostarse con ella porque lleva meses encerrado en un colegio, pero no sabe cómo deshacerse de mí" se rebatió con tristeza. No podía culparlo, era perfectamente natural. Pese a sus flirteos solo era su profesor, ni siquiera tenía claro que fuese su amigo. Así que optó por darle su espacio y quitarse de en medio... por mucho que le doliera.
—Oiga –llamó al camarero que había salido a limpiar la mesa que acababan de dejar—, ¿puede decirle a mí... acompañante que vuelvo a... casa y así él se puede quedar más rato?
Se lo dijo forzando una sonrisa, para no sonar despechada ni enfadada. O eso esperaba. El camarero asintió. "Vámonos, Antonio" murmuró pegándolo a su pecho sin poder evitar la tristeza. No se habían alejado ni un metro cuando salió Grindelwald... seguido de la mujer. Iba a darle el mensaje ella misma, pero la pelirroja se le adelantó:
—¿Ves? Tu amiga está perfectamente, ¿verdad, bonita? –le preguntó con irritación mal disimulada.
—Sí, sí –respondió Bellatrix con rapidez y sin levantar la vista del chupacabra—. Vuelvo con Antonio, no hay ningún problema, nos vemos mañana.
Se giró dispuesta a aparecerse, pero de nuevo no hubo ocasión: Grindelwald la cogió del brazo y la atrajo hacia él.
—Agradezco tu interés, Angela, pero mi novia es más inteligente, más hermosa, más divertida y mil veces mejor bruja de lo que tú podrías soñar. Dado que no aceptas un no (que han sido seis), mi estimado Volker es infinitamente más atento que yo –comentó señalando al fornido camarero que profirió una carcajada.
Sin más, le pasó a Bellatrix un brazo por los hombros y los apareció a los dos en Hogwarts. En concreto surgieron en las mazmorras, lo cual sorprendió a Bellatrix. Se separaron y mientras el mago recuperaba a su mascota, la joven restableció su cabello natural. Optaron por obviar el comentario de "mi novia" aunque a ella le produjo un agradable cosquilleo.
—No sé dónde está exactamente su sala común —apuntó Grindelwald.
—Está muy cerca, no hay problema –sonrió ella—. Oiga, no me hubiese molestado si se hubiese quedado con esa chica...
—Eso hiere mi orgullo, señorita Black.
—Bueno, sí me hubiese molestado –rectificó ella—, pero hubiese disimulado.
Grindelwald sonrió y abrió la boca para responder, pero se interrumpió. Abrazó a Bellatrix y ejecutó un hechizo desilusionador que se extendió sobre ambos volviéndolos completamente invisibles. Bellatrix no sabía utilizar así ese conjuro, pero no era algo que Voldemort fuese a enseñarle... Tampoco entendía el motivo, hasta que escuchó unos pasos en la lejanía. Conforme las pisadas se acercaron se les sumó un farfullar ronco. Bellatrix aprovechó la situación y en completo silencio apoyó la cabeza sobre el hombro de Grindelwald.
—Habrase visto qué encerrona... —mascullaba una voz iracunda— Maldito Albus...
Era Slughorn y parecía enfadado. Pasó muy cerca de ellos sin dejar de maldecir entre dientes:
—Intentar conseguir el recuerdo a la fuerza... Como si fuese posible dividirla en siete partes, vaya estupidez... Ese entrometido de Albus, siempre creyendo que lo sabe todo...
Los pasos se alejaron y un minuto después se escuchó un portazo. El profesor de pociones debía haber llegado a su dormitorio. Aún así ellos dos no se movieron. Hasta que finalmente Grindelwald murmuró:
—Ya se ha ido, señorita Black.
—No podemos estar seguros –respondió ella también en voz baja.
Sintió como el mago sonreía. No la soltó, apoyó el mentón sobre su cabeza y siguió abrazándola. A Bellatrix le gustaba esa posición, se sentía protegida y arropada por el perfume fresco y salvaje de su profesor. Ella jamás abrazaba a nadie, pero aquella sensación era de lo mejor que había sentido en años. Él tampoco parecía estar incómodo. Cuando no quedó más remedio, se separaron. Él le dio las buenas noches y ella se marchó por los pasillos hasta dar con el muro que pedía la contraseña. Entró en su sala común con una inmensa sonrisa.
—Veo que ha ido bien la noche –sonrió Eleanor desde su sillón—. ¿Todo en orden con Mr. Sexy?
—Creo que sí –respondió Bellatrix ilusionada—. Vamos a la cama, escarbato, que luego tienes sueño y no prestas atención en clase.
—No presto atención porque insisten en contar cosas aburridas –explicó su amiga levantándose—. Si Flitwick hablara de las orgías entre duendes y doxys que dieron lugar a las rebeliones yo escucharía con más atención.
—¿Cómo? Eso no sucedió.
—En mi cabeza sí –aseguró la joven.
Bellatrix sacudió la cabeza mientras se dirigían a su dormitorio. Se duchó para quitarse el olor a whisky y después se acostó junto a Eleanor y su peluche de escarbato. Mientras esperaba a que le llegara el sueño rememoró la curiosa y maravillosa velada con Grindelwald. Solo una hora después, ya casi dormida, le vinieron a la mente las palabras de Slughorn. ¿Qué recuerdos quería Dumbledore? ¿Y qué era lo que no se podía dividir en siete partes? "Lo investigaré" pensó justo antes de iniciar sus viajes oníricos en los que el matrimonio con Grindelwald era un destino habitual.
—Oye deberías hablar con tu hermana –murmuró Eleanor mientras se vestían a la mañana siguiente.
—¿Con Andy? ¿Le pasa algo? –preguntó Bellatrix extrañada.
—Creo que sí. Yo casi nunca hablo con ella, pero está rara últimamente. Parece distraída, preocupada y sus notas han empeorado. Lo he comentado con Jasmina que está de acuerdo, pero tampoco sabe el motivo.
—Vale, ya le preguntaré –respondió Bellatrix.
Apenas hablaba con sus hermanas, ni con Andrómeda ni con Narcissa. Bellatrix estaba demasiado ocupada con sus estudios y sus magos oscuros; Andrómeda siempre andaba escabulléndose y Narcissa estaba ocupada reinando sobre sus compañeros y teniendo citas cursis con Malfoy. Intercambiaban un par de frases si se cruzaban en la sala común o en las comidas, pero poco más. Era complicado que los caminos de las tres confluyeran. Por eso Bellatrix tuvo que hacer un esfuerzo consciente para hablar con la mediana. La interceptó el jueves, que era el día en que los de séptimo tenían Defensa justo después de los de sexto.
—¡Andy! –la llamó.
—¿Qué pasa, Bella? –preguntó sorprendida de su interés.
—Hace mucho que no hablamos, ¿te parece si quedamos luego?
Su hermana pareció dudosa, pero finalmente aceptó y le preguntó a qué hora. Bellatrix hizo un repaso mental: comida, deberes, clases, estudio, cita nocturna con Grindelwald... Le faltaban horas a sus días. Pero le hizo un hueco:
—¿Después de cenar? Quedamos en... ¡Ay! –exclamó cuando algo se abalanzó sobre su pierna— ¡No me des estos sustos, Antonio! Yo también te echo de menos, pero con más calma.
—Creo que eres la única que se lleva bien con ese bicho (y eso incluye a su dueño) –comentó Andrómeda divertida—. Después de cenar entonces. ¿Quedamos en el recibidor y damos un paseo por el lago?
—Perfecto. Hasta luego, Andy. Dile adiós a mi hermana, Antonio –le indicó moviéndole dos pares de patas.
Andrómeda se despidió con una sonrisa y se marchó. A Bellatrix le dio la sensación de que parecía aliviada y deseosa de que llegase su cita. "Quizá de verdad necesita hablar", caviló, "Qué fastidio, ya podía necesitar que matase a alguien, eso sí es lo mío...". En cualquier caso cumplió con su cita.
Después de cenar, pertrechadas con sendas capas, las Black mayores salieron a dar una vuelta.
—He invitado a Cissy, pero estaba ocupada con el estúpido de Malfoy –comentó Bellatrix.
—Bah, mejor. Es demasiado pequeña, es imposible conversar de algo que no sea su pelo o sus planes para el verano.
Las dos estuvieron de acuerdo. Narcissa era la única que disfrutaba de sus obligaciones como sangre pura. Caminaron mientras charlaban sobre sus estudios y compartían cotilleos sobre compañeros y profesores. Bellatrix no le habló de Grindelwald, prefería guardarse eso para ella. No sabía cómo abordar el tema, así que lo hizo directamente.
—¿Te pasa algo? Me han comentado que pareces agobiada...
Andrómeda abrió la boca primero para negarlo, pero la cerró. Después para preguntar por su fuente, pero la volvió a cerrar. De repente parecía fuente de un mar de nervios. Pero cogió aire y confesó:
—He empezado a salir con un chico... La verdad es que hace ya unos meses...
—Muy bien –respondió la mayor para alentarla a seguir. No quería hacer preguntas, que se lo contase a su ritmo.
—Pero... A nuestros padres no les gustará.
—¿No es de sangre pura?
Notablemente avergonzada, Andrómeda negó con la cabeza. Bellatrix lo meditó en silencio, esos temas no eran su fuerte y además no entendía qué podía aportar.
—¿Pero vais en serio?
—Sí –respondió sin dudar—. Esto, quiero decir... Nos gustamos mucho y lo pasamos muy bien juntos... pero como sé que por nuestra diferencia de clase no será posible...
—¿Es al menos mestizo?
Esta vez casi asustada, Andrómeda negó de nuevo y el rostro de Bellatrix se ensombreció. Pasó bastante rato en silencio pensando qué decir.
—Tienes que tener mucho cuidado, Andy, si alguien se entera...
—Lo tenemos, créeme, nadie lo sabe.
—La única opción es que le dejes. Te echarían de la familia, te quedarías sin nada y deshonrarías el apellido que yo estoy sacrificando mi vida por mantener. Eso sin tener en cuenta que es repugnante, Andy, es denigrante para todos y sobre todo para ti que te rebajes a ese nivel.
—Ya... —respondió ella conteniendo las lágrimas— Lo sé, pero es que yo le... le quiero... Y ojalá pudiera... ojalá su sangre...
Bellatrix no estaba nada segura. Odiaba aquellos sentimentalismos, ¡estaban hablando de un sangre sucia, por Circe! Pero también quería a su hermana y suponía que lo estaba pasando mal.
—Mira, si eso te hace feliz... Mientras estés en el colegio y nadie se entere... —murmuró Bellatrix nada segura— Supongo que si te hace feliz puedes seguir un tiempo. O incluso quizá en el futuro podrías tenerlo de amante... Pero tendrás que hacer un matrimonio de sangre pura, como Cissy y yo. Y más teniendo en cuenta esto, podrían surgir rumores en cualquier momento.
—Si lo sé, sé que tienes razón, pero... Es un asco tener que casarnos por obligación...
—Lo es –respondió Bellatrix completamente de acuerdo—. Pero todos nacemos con responsabilidades y en nuestra familia esa es la principal. Yo me he esforzado muchísimo por ser la mejor bruja, por sacar las mejores notas y...
—¡Y lo eres! –exclamó su hermana— Todo el mundo te teme y te admira.
—Y ya ves que no me ha servido de nada. Me tengo que casar con Rodolphus igual y encima ahora ni nos llevamos bien... Puedo entenderte, Andy, no creas que no. Puestos a hacer un matrimonio de sangre pura, preferiría que fuese con alguien de mi elección...
"Con Gellert", pensó Bellatrix con pesar, "Pero no sé si algún día estaré segura de poder confiar... o si él querría unirse para siempre a una cría tan inestable emocionalmente". Apartó esos pensamientos, mejor no complicar las cosas más. Le resumió su postura:
—La mejor opción es esa: te casas con un sangre pura que te deje tranquila y también prefiera vivir su vida; mantenéis las formas ante el mundo pero a puerta cerrada cada uno lleváis vuestra vida.
Andrómeda asintió. Sabía que era lo mejor, pero aún así...
—Me deprime mucho vivir una mentira durante el resto de mi vida. Yo sí quiero tener hijos... ¿tendré que tenerlos con un hombre al que no amo?
—O buscar a uno que se parezca al que amas para que no se note la diferencia de los críos –apuntó Bellatrix divertida.
—¡Bella! –protestó su hermana— ¡No te burles!
La mayor sonrió pero no dijo nada. Continuaron caminando, rodeando el lago hasta emprender el camino de vuelta. Al final, Andrómeda se arriesgó y le preguntó qué haría ella en su lugar.
—Yo jamás me enamoraría de un sangre sucia.
—Ya lo sé –suspiró exasperada-. Pero tú eres una inconformista, siempre consigues lo que quieres. Ponte en mi lugar aunque sea muy loco, pon que fuese mestizo y que pese a todo le quisieras, ¿qué harías?
Bellatrix puso los ojos en blanco, pero no replicó. Pensó en Voldemort, por quien sentía amor platónico... al menos hasta que descubrió lo de su padre. Le dio muchas vueltas, pero al final hizo un esfuerzo y fue sincera:
—Supongo que... si eso fuese lo que de verdad quisiera... tanto como para renunciar a mi sangre y a mi estatus... me marcharía con él y viviría alejada de todo esto –comentó refiriéndose a su familia, los Sagrados Veintiocho y toda la pompa.
Su hermana empezó a dibujar una amplia sonrisa al sentirse comprendida y entonces Bellatrix añadió:
—Pero por supuesto siendo consciente a lo que renuncio: ni herencia, ni apellido, ni pureza... ni familia. Aunque bueno, si huyes para formar una nueva familia supongo que es porque la prefieres a la actual, así que no creo que haya mucho problema.
La desolación de Andrómeda volvió de golpe.
—¿Tú y Cissa... dejaríais de hablarme si me fuera? ¿Cortaríais la relación conmigo?
—Tendríamos que hacerlo, Andy –respondió su hermana con pesar—, de lo contrario nos convertiríamos en traidoras a la sangre igual que tú. Tendríamos que hacerlo por obligación. Por la misma obligación por la que tendré que casarme con Rodolphus. Soy la primogénita y acepto mis obligaciones por mucho que las deteste, ya te lo he dicho. Tú puedes elegir, buscar tu libertad... pero no puedes obligarme a mí a renunciar también a ello.
Andrómeda empezó a llorar de forma silenciosa. No era ninguna ilusa, conocía a su familia; de hecho compartía sus ideales y los hubiese vivido hasta final... de no haberse enamorado de un hijo de muggles. Era cierto que arrastrar a sus hermanas para poder mantenerlo ella todo sería egoísta. Sobre todo a Bellatrix, que al ser la mayor siempre las protegió a ella y a Narcissa. No iba a hacerlo durante el resto de su vida y lo sabía.
—Sería muy duro perderte, Andy –murmuró Bellatrix—, pero no será una decisión que tome yo.
—Lo comprendo –susurró su hermana casi sin fuerzas.
—Pero oye, ¡que todo es hipotético! –exclamó Bellatrix intentado animarla— Seguramente se te pase, tienes dieciséis años, yo con esa edad tuve una pareja diferente cada semana. Un día alguien es todo tu mundo y al siguiente pasas página; es lo que confío que suceda con Narcissa y Lucius, no se me ocurre tortura peor que tenerlo de cuñado.
Eso hizo que por fin su hermana dibujara una sonrisa tímida. Bellatrix la cogió de la mano y añadió: "Ya verás como al final todo se arregla, Andy". Su hermana asintió y le dio las gracias por guardar su secreto deseando que un día pudieran reírse de ello.
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