Capítulo 24

Bellatrix alcanzó el sexto piso camino a su cita nocturna con Grindelwald cuando algo la detuvo. Antonio corría tras ella intentando alcanzarla. Debía haber estado alimentándose en el bosque, pues tenía el morro manchado de sangre.

—Eres un pequeño asesino –le dijo al animal mientras se abrazaba a su cuello.

Buscaba un baño para lavarlo cuando un prefecto de Gryffindor la descubrió.

—¿Quién anda ahí? A estas horas ningún alumno puede estar fuera de la...

Imperio –murmuró ella con calma—. Vas a volver a tu sala común y a declarar a voz en grito que ardes en deseos de aparearte con un centauro y ya no puedes ocultarlo más. ¿Entendido?

El alumno en trance asintió y desapareció por las escaleras. Bellatrix ahogó una carcajada cruel. Pese a que usaba el chivatoscopio para evitar esos encuentros, si iba distraída se topaba con prefectos o con Filch. Y todos corrían la misma suerte. Se arriesgaba a que alguien descubriera que estaban hechizados, pero un imperio bien realizado era indetectable. Jamás tendrían pruebas contra ella. Sacudió la cabeza y se metió al baño para limpiar al chupacabra. Cuando lo consiguió, subió al último piso e invocó la Sala de los Menesteres donde su profesor ya la esperaba.

—Llega tarde, señorita Black.

—Hubiese llegado bien si la mascota ensangrentada de alguien no hubiese venido a que le diera un baño.

Grindelwald sacudió la cabeza con desesperación. Antonio debía ser el único chupacabra al que le encantaba que le bañaran. Mientras Bellatrix se lo pasaba, él comentó:

—Y supongo que el alumno al que me he cruzado y que no ha respondido ni a mi saludo no ha tenido nada que ver...

—¿Le ha notado usted algo raro? –preguntó Bellatrix con curiosidad.

El profesor la contempló en silencio, pero al final dibujó una sonrisa y negó con la cabeza.

—No. De no saber que estaba usted por aquí, no hubiese sospechado que estaba bajo imperio, la ejecuta a la perfección.

—Pues no me ha visto usar crucio...

—Seguro que tendré oportunidad. Ahora volvamos con los conjuros aturdidores, a ver si podemos conseguir que suba de dos a tres víctimas con una sola ejecución.

Bellatrix asintió y sacó su varita preparada para el entrenamiento. Llevaban unas dos horas practicando cuando dieron las once y Grindelwald guardó su varita.

—Muy bien, vamos bien, podemos dejarlo por hoy.

—Ah... De acuerdo –respondió ella.

Le extrañó porque normalmente entrenaban como poco hasta la una de la madrugada, quizá ese día el profesor estaba cansado. O tal vez empezaba a aburrirse de ella y no sabía cómo decírselo. Sin embargo no se debía a eso:

—Llevo una semana que es como vivir en la cabeza de una banshee, este trabajo me va a matar como no lo ha conseguido nadie... —le confesó Grindelwald— Necesito salir de aquí aunque solo sea un rato, ¿quiere acompañarme?

Bellatrix frunció el ceño desconcertada. Entendía la primera parte, ella misma se sentía así y eso que era su último año y no estaba obligada a instruir a cientos de alumnos ineptos... Lo que no comprendía era a dónde quería ir ni cómo pensaba salir del castillo. Pero aún así, asintió. Se puso la capa y Grindelwald le ofreció su mano.

—Nadie puede aparecerse dentro de Hogwarts, ¿usted sí?

—Por supuesto –presumió él—, ser tan poderoso tiene sus ventajas.

"Eso o que Dumbledore te enseñó a sortear sus propios conjuros" pensó la chica. Además dudaba que llegaran a Londres, era arriesgado aparecerse a tanta distancia... Pero no dijo nada y aceptó su mano. El profesor la acercó a su cuerpo con suavidad y seguidamente los apareció.

Surgieron en una especie de valle rodeado de colinas, frente a un inmenso lago con abundante vegetación. La luna en cuarto creciente iluminaba el paraje y se distinguían a lo lejos las luces del pueblo más próximo. Seguían en las Tierras Altas de Escocia, aunque bastante al sur de Hogwarts. En concreto se hallaban a la orilla del lago Ness. Pequeños remolinos en su superficie mostraban que Nessie, el kelpie autóctono, había empezado su juerga nocturna.

—Es una zona exclusivamente mágica –le explicó Grindelwald—. El lago se prolonga de forma subterránea (de forma indistinguible para los muggles) y vuelve a emerger en esta pequeña llanura entre colinas. Por eso la bestia esa puede chapotear aquí. Incluso entre los magos este lugar es bastante desconocido.

—No lo conocía, nunca había venido –comentó Bellatrix mirándolo todo con interés.

Apenas había viajado por Reino Unido, sus padres preferían visitar otros países porque resultaba más elegante y óptimo para presumir ante el resto.

—Yo he venido bastantes estos meses, tengo un amigo que regenta un pub aquí. Vamos.

Antonio marchó entre la vegetación a buscar víctimas y ellos fueron dando un paseo por la orilla del lago en silencio, sin necesidad de hablar. A Bellatrix le emocionaba que estuviese compartiendo con ella ese lugar, nunca pensó que saldría de excursión nocturna con un profesor: hasta el año anterior los odiaba a todos. Pero resultaba muy excitante. Después de unos minutos llegaron al típico pub escocés. Contaba con una pequeña terraza fuera del local y algunos magos y brujas consumían cervezas sin parar. Eso la hizo dudar.

—¿Y si alguien nos reconoce? –preguntó— Si se enteran de que hemos salido de Hogwarts igual le despiden o algo...

—Ojalá –masculló Grindelwald—. Pero es cierto, mejor ser prudentes. Conmigo no hay ningún problema, me conocen y en mi tiempo libre puedo ir a donde me plazca, pero es más seguro que a usted no la vean. Se le daba muy bien cambiarse el pelo, según recuerdo... con eso bastará.

Bellatrix asintió y convirtió su larga melena lisa y oscura en un corte rubio por los hombros.

—Se trata de que no se fijen en usted –apuntó Grindelwald—, así no habrá quien le quite ojo. Pruebe con algo más corriente.

La chica ejecutó otro movimiento de varita y su pelo se volvió castaño lacio. Miró a su profesor con gesto interrogativo.

—No, no sirve. Al tener el pelo tan normal sus rasgos aún resaltan más y nadie tiene unos ojos tan... —se interrumpió— Pruebe otra vez.

Seis cambios después tuvieron que rendirse.

—Qué le vamos a hacer, le queda todo bien, es usted un condenado fastidio— le espetó el profesor haciéndola reír.

Con una melena castaña hasta los omoplatos entró definitivamente al bar. Pese a que la ambientación del local era escocesa, el camarero tenía aspecto centroeuropeo. Grindelwald se acercó a él y le saludó en alemán. Intercambiaron unas cuantas frases en ese idioma y Bellatrix lamentó no haberlo estudiado. Dedujo que no eran fórmulas de cortesía, debían tener negocios en común de los que supuso que era más seguro no formar parte. Optó por parecer distraída y mantuvo la vista fija en la abigarrada decoración para evitar mirar a nadie a los ojos.

—¿Qué queréis? –preguntó por fin el camarero en su idioma.

—Yo lo de siempre y mi compañera... ¿whisky, tal vez?

Bellatrix asintió y el camarero se alejó para preparar sus bebidas. De nuevo la estudiante se sintió cohibida: no estaba en su ambiente, no se le daban bien las relaciones sociales y su profesor seguía imponiéndole bastante. ¿Qué hacía? ¿Contarle que McGonagall le había vuelto a echar la bronca por dormirse en clase? Sonaba bastante infantil... Además notó que varias brujas del local le guiñaban el ojo a Grindelwald. No lo había pensado, pero fuera del colegio con su impresionante físico y su aura misteriosa debía ser altamente popular. ¿Por qué no se le ocurría nada inteligente que decir, algún comentario ingenioso o simplemente uno con el que no pareciese imbécil? Seguro que Eleanor llevaría ya media hora hablando... y la animaría a hacer lo mismo, así que se arriesgó:

—Si emplea en alguien un encantamiento para hacer cosquillas después de tres crucios puede provocarle la locura irreversible mucho antes.

—¿Perdón?

—Es por la mezcla de sensaciones, el cerebro no está preparado para procesarlo y se vuelve loco él solo –explicó con confianza pues era un tema que dominaba—. Lo descubrí hace unos años.

—Mis felicitaciones, no lo sabía. Pero le preguntaba por qué me lo cuenta, ¿planea torturar a alguien aquí?

—Ah, no... —respondió avergonzada— A no ser que surja la oportunidad, claro, yo siempre estoy preparada... Pero es que no sé de qué hablar...

Grindelwald buscó su mirada y murmuró:

—¿No sabe de qué hablar y el tema que elige es cómo optimizar la tortura humana?

—Bueno, yo... —murmuró ella agachando la cabeza avergonzada por su torpeza.

—¡Dónde ha estado toda mi vida, señorita Black! –suspiró.

Pese a sus nulas habilidades sociales, Bellatrix dedujo que eso era un cumplido y sonrió por fin más aliviada. Y no pudo evitar responder...

—Hombre, la mitad del tiempo no había nacido...

Grindelwald chasqueó la lengua acusando el golpe.

—¿Y eso le supe un problema?

—En absoluto. No sé en su país, pero aquí lo que importa es la sangre; la edad da completamente igual. Mi padre tiene doce años más que mi madre y mi tía Walburga tiene quince más que su marido.

—Usted y yo nos llevamos veinte –apuntó él constatando que superaban a ambas parejas.

—Es que si yo hago algo quiero hacerlo a lo grande, siempre tengo que ser la mejor en todo.

El profesor sonrió y le aseguró que brindarían por ello. El camarero volvió con un whisky y un vaso con una sustancia espesa y transparente en la que flotaban una especie de raíces.

—¿Qué diablos es eso? –preguntó Bellatrix.

—Tónica de raíz amarga. Similar al aguardiente, pero sin alcohol. Pruébelo –le ofreció acercándole el vaso.

La chica dio un pequeño sorbo (solo por la emoción de beber de su vaso) y le costó no escupir. Aquello era como comerse un limón a gajos. Dio un trago al whisky para quitarse el sabor y en comparación le supo a batido de fresa.

—¡Qué malo está! –protestó— Y ni siquiera lleva alcohol... ¿Por qué bebe eso? Prefiero ir a chupar cabras con Antonio.

Grindelwald se echó a reír.

—Casi nunca bebo alcohol, prefiero no tomar nada que afecte negativamente a mi cerebro y a mi capacidad de respuesta rápida. La raíz amarga estimula los núcleos mágicos y ayuda a concentrarse.

—Sí, a concentrarse en cómo no vomitar el hígado...

El profesor sonrió de nuevo, le pasó un brazo por los hombros y susurró: "Me fascina su forma de ver la vida, señorita Black". A Bellatrix se le erizó el vello y tuvo que disimular una sonrisa boba. Por el rabillo del ojo distinguió como varias brujas la miraban con envidia.

—Vamos fuera –le indicó Grindelwald—, aquí hay un exceso de gente y ruido

Salieron a la terraza y se sentaron en la mesa más alejada del local, contemplando el lago y la cabeza de Nessie que emergía de vez en cuando para otear el panorama. Bebieron en silencio, disfrutando de las vistas y de la compañía.

Cuando iban por la segunda ronda, Grindelwald le preguntó qué había pasado con sus amigos, por qué ya no se sentaba ni practicaba con ellos. Bellatrix dudó si contarle la verdad. Había confirmado con Eleanor y su madre que sentía menos pesar si compartía sus cargas, pero ni siquiera a ellas podía confiarles todo para no ponerlas en peligro. Sin embargo Grindelwald... Él ya sabía que Voldemort era su maestro (cómo olvidar aquella incómoda fiesta navideña) y además no sentía miedo de que le pasase algo, sabía defenderse. Así que fue sincera:

—Mis amigos también quieren trabajar con mi maestro, pero aunque él los acepta y es demasiado amable con ellos... yo soy la mejor. Están celosos, me tienen envidia. En realidad nunca hemos sido muy amigos, nuestros padres nos juntan desde que nacemos y nos fuerzan a relacionarnos, pero no aportan mucho a mi vida...

Grindelwald, que la escuchaba con suma atención, asintió lentamente.

—Valientes mentecatos... —murmuró— Cuando encuentras a alguien más poderoso que tú lo más sensato es pegarte a él lo máximo posible, ganarte su confianza y tenerlo de tu parte.

"Como hiciste tú con Dumbledore, ¿eh?" pensó la bruja. Asintió también, aunque esa opción era más rastrera (y eso le gustaba), no sabía si era un movimiento cobarde o inteligente. Ella no perdería el tiempo en fingir así... Grindelwald siguió hablando con tono calmado, mirando al lago en lugar de a ella.

—De todas maneras no sé por qué tendría alguien tan brillante interés en tener de compañeros de... trabajo a semejantes ineptos. Lo único que harán será entorpecer tu labor.

—Ya, yo también lo pienso –reconoció ella—. Pero bueno, es lo que hay. No estoy ahí por ellos sino por Voldemort.

—Lo imagino... ¿Y no te has planteado otras opciones? –preguntó mirándola por fin— Eres una bruja muy brillante, Bellatrix, podrías hacer lo que quisieras.

—Bueno, pero eso me gusta.

—¿Y no puedes encontrar algo mejor donde nadie te dé órdenes? ¿Y a ser posible no te haga daño?

Durante sus primeras clases nocturnas Bellatrix le contó que estaba acostumbrada a recibir crucios. Sin duda Grindelwald dedujo a varita de quién.

—Eso me hace mejor –se defendió ella—. Pero aún así... No, no podría, se lo debo. Lleva entrenándome muchos años, me ha dedicado mucho tiempo. Sin él no sería...

—Ten cuidado, Bellatrix –la interrumpió con gravedad—. No te engañes ni permitas que otros lo hagan. Voldemort te ha enseñado, no lo pongo en duda, y te ha ayudado a mejorar y a conocer ciertos conjuros. Pero habrías logrado lo mismo sin él. Manejarías otros hechizos y quizá dominarías otras artes, igual te hubiese costado un poco más... pero tu fuerza y tu poder serían los mismos. Por eso tu varita es como la de Morgana y Circe, tu poder estaba ahí, dentro de ti; el cobarde ese se dio cuenta pronto y lo explotó, pero sin su ayuda habrías desarrollado tu potencial igual. Si alguien te dice lo contrario intenta manipularte.

Bellatrix no respondió, lo meditó en silencio. Voldemort siempre le repetía que todo lo había logrado gracias a Él y eso le molestaba un poco; le concedía a ella muy poco valor. Lo que decía Grindelwald sonaba muy bien, pero... Él era muy buen manipulador, quizá solo quería que abandonase a Voldemort y se pusiera de su parte. Su corazón le decía que su profesor tenía más razón en aquello que su maestro, pero ella no solía escuchar a su corazón... Aunque el colgante no se había calentado, no le había mentido. Sin embargo, si Grindelwald no lo consideraba una mentira o había elegido bien sus palabras, no haría saltar la magia de la plata.

—Lo pensaré –respondió al fin.

El mago asintió y le dirigió una sonrisa amable. Entonces ella decidió que había compartido mucho de sí misma y no era justo.

—¿Y a usted qué le pasa con Dumbledore? –preguntó alentada por el whisky.

Grindelwald alzó una ceja sorprendido por la pregunta y por su franqueza. No insultó a su inteligencia negando los problemas con el director, pero tampoco contestó. Lentamente alegó que no le gustaba hablar de su vida privada.

—A mí tampoco –respondió ella—. Pero lo he hecho. Llevo respondiendo a sus preguntas sobre mi vida desde nuestra primera clase.

No lo dijo con rencor, sino simplemente constatando la realidad. Y su profesor supo verlo así. Volvió a apartar la vista y tardó largos minutos en hablar.

—Mis padres no quisieron saber nada de mí cuando me expulsaron de Durmstrang, así que viene a un pueblo de Inglaterra donde vive la única pariente con la que tengo cierto contacto. Ahí conocí a Albus, tenía unos años más que yo y me mostró con orgullo todos sus premios, publicaciones en libros y revistas reputadas, menciones de honor... No me quedó duda de que era un gran mago y me gustó la idea de aprender con él y crear un proyecto común.

Grindelwald guardó silencio, como perdido en sus recuerdos. Ella deseaba que siguiera, ya conocía la versión de Dumbledore y quería ver cómo encajaba la de Grindelwald. Y sobre todo quería comprobar si le mentía. Así que le dio un empujón para que continuara:

—¿Un proyecto para revelar el Secreto a los muggles o algo así?

—Algo así –respondió él—. Fueron apenas unos meses, pero... Fue muy intenso, era realmente apasionante conversar con un mago tan sabio, con un futuro tan brillante. Aprendíamos el uno del otro y pasamos semanas diseñando la forma de mejorar juntos el mundo mágico.

—Cuando dice juntos, ¿se refiere solo como amigos o...? –aventuró Bellatrix sin poder contenerse.

Ahí Grindelwald se giró y clavó en ella sus ojos azules. La bruja se arrepintió de inmediato. La situación era distendida e iba por su tercer whisky, pero sin duda no había tanta confianza. Al momento se disculpó por su impertinencia. Pero el profesor no lo dejó estar:

—Desentrañar los sentimientos humanos no es su fuerte, señorita Black, ¿de dónde vienen esas insinuaciones? –preguntó sin dejar traslucir ninguna emoción.

—Alguien me mencionó que lo sospechaba... —contestó vagamente.

Fue Eleanor, pero Bellatrix jamás revelaría su fuente. También prefería no hablar de sus tutorías con el director porque probablemente Grindelwald lo consideraría una traición (pese a que lo sospechaba desde que ella descubrió lo de su varita curva). El profesor asintió en absoluto satisfecho. Como no decía nada más, el nerviosismo de la chica aumentó. Se sentía incómoda y no sabía qué decir.

—Es igual, es ya tarde, podemos volver... es más, puedo volver yo sola, usted tiene amigos aquí y querrá hablar con ellos. Me aparezco a la salida de Hogsmeade y entro sin ningún problema –aseguró levantándose.

Había sido una cita extraña pero estupenda, Bellatrix hubiese dado gran parte de su fortuna por prolongarla más. Pero no con aquel nivel de tensión y sintiendo que había metido la pata.

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