Capítulo 2

-Bella, para. ¡Para, para, PARA! –gritó Rodolphus.

Demasiado tarde, Bellatrix había asesinado a otra mandrágora. La Herbología no era lo suyo: no le gustaba, no tenía paciencia y no soportaba que una planta le chillara. Así que cogía el cuchillo y se ensañaba con ellas.

-Mira, no dejo que me grite mi madre como para que me berreé una estúpida planta –sentenció airada.

Su amigo suspiró resignado, ya estaban acostumbrados. Bellatrix era la mejor de la clase, pero aún así había varias asignaturas en las que ponerse de pareja con ella era suspenso casi seguro. Cuidado de Criaturas Mágicas era otra:

-¡Pero qué asco, una araña con pinzas! ¡Avada kedavra!

-¡Bella! –murmuró Rose ahogando un grito- ¡No puedes usar la maldición asesina en el colegio!

-¿Qué ha pasado aquí? –preguntó el profesor Kettleburn acercándose a ellas.

-No... no lo sé, señor –balbuceó Rose-. Estábamos intentando... estudiar a nuestra acromántula pero de repente se ha... caído boca arriba.

-Muerte súbita –sentenció Bellatrix-. Aquí ya no podemos hacer nada.

Y con un gesto de su varita el cadáver del bicho salió despedido. El profesor no solía darles un segundo ejemplar: con Bellatrix, por una cosa o por otra, siempre corría el riesgo de no recuperarlos. "¡Uy, mira, qué escarbato más mono! Y es buen ladrón, me vendría bien...", comentó en otra clase. "¡Bella!", la regañó Rodolphus entre dientes, "¡Sácalo de tu bolsillo! No podemos robarlos, los tiene contados". Su amiga solo aceptó cuando él prometió comprarle una manada de escarbatos como regalo de boda. Eso se sumó a la pareja de thestrals, el kraken y el basilisco que Rodolphus le había ido prometiendo con los años. El joven Lestrange les había comentado a sus padres que quizá lo de unirse a los Black no salía rentable...

Por escenas como esas, ese último curso ninguno había elegido Herbología ni Cuidado de Criaturas. Pero seguían riéndose mucho al recordarlo.

-Estoy muerto –sentenció Dolohov el viernes a medio día-. No puedo con dos horas más.

-Pero son con Mr. Sexy, ¿no te anima eso? –preguntó Bellatrix.

Su amigo le dedicó una pequeña sonrisa. Sí que lo animaba, Dolohov era gay. Había intentando mantenerlo oculto pero en quinto curso lo pillaron besando a un ravenclaw. La reacción inmediata de sus amigos fue repudiarlo: entre las familias de sangre pura la homosexualidad era una deshonra. Principalmente porque eliminaba el propósito fundamental de crear descendencia. Dolohov siempre lo había sabido y se sentía muy mal. Iba a suplicarles a sus amigos que aunque dejaran de hablarle guardaran su secreto pero entonces Bellatrix intervino:

-¿Y qué si es gay? Mientras no le gusten los sangre sucia no veo el problema. No podrá tener hijos ¿y qué? Yo tampoco pienso tenerlos y aún así conquistaré el mundo. Mi maestro quiere que sea la mejor bruja y guerrera, si luego me acuesto con una centaura eso solo me importa a mí.

Como su palabra era ley, sus compañeros lo aceptaron. Un par de semanas después ninguno recordaba el incidente y todo volvió a la normalidad. Dolohov jamás olvidaba que Bellatrix (que no solía preocuparse por nadie) había intercedido por él. Llegaron pronto al aula y los alumnos de la clase anterior aún estaban saliendo. Eran los de sexto y entre ellos estaba la hermana intermedia de las Black.

-¡Hola, Bella!

-¿Qué tal ha ido, Andy?

-Bien, aunque el profesor me da miedo... Me ha preguntado por ti.

-¿Por mí? –repitió Bellatrix con renovado interés.

-Sí. Cuando le he dicho mi nombre me ha preguntado si era familia tuya y le he dicho que soy tu hermana. Entonces me ha sacado con un compañero a hacer una demostración de duelo.

-Habrás ganado, ¿verdad? –respondió su hermana alzando una ceja.

-Sí, sí, al final he ganado. Pero no sé, el profesor parecía algo decepcionado... Supongo que esperaba que estuviera a tu nivel y nada más lejos de la realidad.

-Bueno, cada una tenemos nuestras fortalezas –respondió su hermana satisfecha-. Tú nunca has tenido que pedirle perdón a una mandrágora muerta.

Andrómeda sonrió divertida y se despidió de su hermana. Físicamente se parecían bastante -aunque la mayor tenía el pelo y los ojos más oscuros- pero sus intereses eran bastante diferentes. La más joven disfrutaba con Encantamientos y Herbología y nunca había dado clases con Voldemort. Ella no quiso y sus padres menos. Los Black se dieron cuenta demasiado tarde de que habían cometido un error: desde los doce años ya no podían regañar ni castigar a Bellatrix. Era más poderosa que ellos y la temían. Y el Señor Oscuro les había advertido que sería muy valiosa para su causa, así que debían respetarla. Por eso a sus otras dos hijas las educaron para que lucieran bien en las fiestas de sociedad y pudieran hacer buenos matrimonios; nada de duelos.

-Vamos a ponernos en primera fila que es donde se aprecian mejor los detalles –comentó Bellatrix compartiendo con Rose y Dolohov una sonrisa cómplice.

No era difícil. En la clase de Grindelwald los alumnos solían sentarse cuanto más alejados mejor. Ese día dieron teoría, así que no hubo emociones fuertes. No obstante, a Bellatrix le dio la impresión de que el profesor estaba algo más animado, parecía menos apático y más dispuesto a enseñarles que las semanas previas.

-Ahora para mostrarles cómo defenderse de este maleficio necesitaré un voluntario... -comentó Grindelwald- ¿Sería tan amable, señorita Black?

-Claro –respondió ella levantándose.

Desde ese día, de forma aparentemente casual porque siempre estaba en las primeras filas, Grindelwald hizo casi todas sus demostraciones con ella. No eran duelos, más bien intercambios de hechizos desenfadados. Bellatrix era arrogante, pero no idiota: sabía de sobra que no igualaría al profesor, así que disfrutaba practicando con él. Disfrutaba mucho. Esos pequeños momentos en que él la sacaba para mostrar algo y le hacía comentarios burlones de "Vamos, señorita Black, se suponía que debía impedírmelo" o "Eso lo habría podido frenar un gnomo de jardín" eran sus favoritos. Porque sí, utilizaba mucho la ironía y jamás le hacía un cumplido, pero a ella le hacía feliz. Nunca replicaba, solo sonreía y asentía. Y aprendía.

-Es imbécil –sentenció Rodolphus tras una clase-. A Meadowes la ha felicitado por inmovilizar los brazos del maniquí con un hechizo menor. Tú has utilizado un incarcerous (que nadie más conseguimos hacer) de forma no verbal y te ha dicho que la soga aún podría estar más apretada.

-Bueno, pero le ha dado puntos a Slytherin –comentó Rose.

-Sí, lo importante es que este año también ganaremos la Copa de las Casas –respondió Bellatrix distraída.

Los puntos no le importaban lo más mínimo, pero así sus amigos se quedaban más tranquilos ante la injusticia. Ellos no lo entendían. Lo que más emocionaba a Bellatrix era la admiración, sobre todo la admiración de alguien a quien ella también admirase (y eso era muy poco frecuente). Hasta entonces solo le había pasado con Voldemort: él tampoco tenía buenas palabras para ella, pero distinguía en sus ojos el orgullo al verla usar crucio o batirse en duelo. Y ahora también lo percibía en Grindelwald. La forma en que él la contemplaba ejecutar los hechizos sin decir nada, intentando mantener el rostro neutro y esconder el fuego en su mirada sabiendo que tenía ante él a una bruja excepcional... Eso a Bellatrix la excitaba mucho más que cualquier palabra.

Además estaba aprendiendo. No los hechizos en sí mismos, los conocía y dominaba todos. Sino el estilo de Grindelwald, su forma de usar la magia y de interpretarla. Estudiar el carácter de los grandes magos era otra de las claves para ser un buen duelista, no valía solo con la práctica. Bellatrix lo había aprendido con Voldemort y lo estaba disfrutando con Grindelwald. Notaba que deseaba enseñarle de verdad, por eso la retaba y la obligaba a superarse; mientras que al resto de sus compañeros al mínimo triunfo los felicitaba, no los consideraba capaces de mucho más. Cualquiera hubiese pensado que le tenía manía, pero ella sentía que no era así. La hacía sentirse especial y eso la hacía feliz. Y alimentaba su máxima aspiración: ser capaz de derrotarlos en duelo algún día. A Grindelwald, a Voldemort... llegaría el día en que sería la mejor. Hasta entonces, sonreiría y aprendería.

Cuando esa noche los slytherin volvieron a su sala común se encontraron a un grupo de alumnos de tercero escuchando el relato de uno de ellos.

-Y entonces le he dicho que si la molestaba más, le retaría a un duelo del que no saldría vivo... -decía un chaval rubio.

Bellatrix puso los ojos en blanco, lo conocía. Era Lucius Malfoy, iba a clase con su hermana pequeña y le resultaba un idiota insoportable. Pero Narcissa lo adoraba y solía invitarlo a pasar los veranos con ellas. Bellatrix había practicado con él varios maleficios... aunque siempre lo desmemorizaba después.

-¡Bella! –la llamó Narcissa- ¡Lucius me ha salvado hoy del profesor Grindelwald!

-¿Qué te ha hecho Grindelwald? –inquirió su hermana frunciendo el ceño.

-Me ha sacado para hacer una demostración y se ha puesto muy pesado. No paraba de decirme que me esforzara más, que podía hacerlo mejor y me ha cansado. Odio tener que pelear. ¡Y entonces Lucius me ha defendido y le ha dicho que me dejara en paz!

Bellatrix se mordió el labio inferior intentando no reírse. Se acercó al rubio que empalideció al verla y perdió su sonrisa arrogante.

-¿Es verdad qué has hecho eso, enano? –preguntó lentamente.

Lucius no respondió, balbuceó alguna incoherencia que ella no escuchó. Se metió en su mente y vio la escena: efectivamente el profesor había intentado medir las capacidades de Narcissa y a ella eso no le gustaba. Lucius quiso hacer algo pero temía tanto a Grindelwald que lo que hizo fue decir: "Eh, profesor...". En cuanto él lo miró se puso tan nervioso que vomitó. Todo el mundo se olvidó de Narcissa que pudo volver a su sitio. Por la dignidad de Lucius habían decidido engrandecer la historia.

-Bueno, ya me parece un logro tratándose de Malfoy –comentó Bellatrix.

Le dio las buenas noches a su hermana y se marchó con sus amigos.

-¡Ves! Es un pesado el Grindelwald ese, molestando también a Narcissa –rumió Rodolphus.

-No es eso lo que ha hecho –respondió Bellatrix mientras una sonrisa se formaba en sus labios-. Lo que ha hecho ha sido constatar que soy única, no hay dos como yo.

Rodolphus no lo entendió pero a ella le dio igual. Narcissa era peor duelista que Andrómeda, pero probablemente jamás lo necesitaría. Era la reina de su curso, la más guapa, la más elegante, educada y lista, todos la idolatraban. Parecía dulce e inocente con su melena rubia y sus ojos claros y lograba engañar y manipular a quien quería. No destacaba en los estudios pero no lo necesitaba, su deseo era formar una familia y no tener que trabajar. Y Bellatrix lo respetaba, cada uno tenía derecho a perseguir sus propios sueños (aunque a ella le parecieran repulsivos).

El último miércoles de septiembre Bellatrix estaba ocupada con una redacción que les había mandado Slughorn cuando Rose entró en la sala común. Se acercó a la mesa donde estaba trabajando y se sentó junto a ella.

-Me gustaría hablar de una cosa, Bella... -comentó con cierto temor.

-Espera a que termine esto, si se me va la inspiración luego no se me ocurrirán más tonterías para inventarme.

La chica asintió y sacó el libro de Transformaciones para estudiar mientras. Quince minutos después, Bellatrix dio por terminada su redacción y le preguntó qué quería. Bastante nerviosa su amiga empezó a hablar:

-Sí, verás... Este fin de semana por fin podemos ir a Hogsmeade. Y me gustaría... Esto... ir con Rodolphus... ¡Pero solo si a ti te parece bien, por supuesto! Lo último que querría es meterme en medio.

-¿No quieres meterte en medio porque me aprecias o porque me tienes miedo?

-Porque te... porque te... tengo miedo –reconoció la chica.

Bellatrix mostró una amplia sonrisa. Esa era la impresión que deseaba causar en los demás.

-Ve con él sin problemas, Rose. Ya sabes que algún día nos tendremos que casar, pero Rod y yo no nos vemos así. Somos amigos desde críos y me gustará ir con él a matar sangre sucias, pero no a una cita romántica.

-¿De verdad? –preguntó la chica cuyo rostro se iluminó.

-Por supuesto. Rod es todo tuyo, incluso cuando nos casemos. Yo estaré muy ocupada con todas las criaturas mágicas que me tiene que regalar. Además, los prefiero mayores...

Rose le dio las gracias encarecidamente y fue a pedirle la cita a Rodolphus que aceptó encantado. Sobre todo cuando supo que a Bellatrix le parecía bien.

-Uh... Parece que Mr. Sexy está cabreado hoy –comentó Dolohov durante la comida del viernes.

Sus compañeros miraron a la mesa presidencial y vieron que tenía razón. El profesor de Defensa se sentaba en la esquina junto a Slughorn que siempre parloteaba sobre algún tema (generalmente referente a su persona). Normalmente Grindelwald le escuchaba y asentía con educación. Aquel día tenía mala cara y ni siquiera se esforzaba en mantener la fachada de educación exquisita.

-He oído que ha tenido una bronca con Dumbledore –comentó Mulciber-. Mi hermana que está en cuarto los ha visto discutiendo por el pasillo, pero no ha logrado escuchar nada.

Las miradas de todos saltaron al director. Efectivamente no parecía tan alegre y jovial como de costumbre. Conversaba con McGonagall con aspecto circunspecto y sin apenas prestar atención a la comida.

-¿Qué problema tendrán esos dos? –murmuró Bellatrix.

-Ni idea. Pero ya veremos de qué humor aparece en clase –respondió Rodolphus recordando que tenían Defensa a última hora.

Efectivamente Grindelwald no estaba contento. Entró dando un portazo a toda velocidad con su elegante abrigo a medida ondeando tras él. No saludó con su talante habitual ni les indicó qué página del libro debían abrir. Pasó directamente a la acción, dejando claro que estaba ahí porque le obligaban y no porque fuese su trabajo de ensueño:

-¿Quién sabe cómo controlar a un inferius? –preguntó con aspereza sin explicar siquiera de qué criatura se trataba.

Si de normal le tenían miedo, con ese humor de basilisco aún más. Aún así, Frank Longbottom alzó la mano y respondió con voz trémula:

-Con hechizos de fuego, señor, su única debilidad es el calor y la luz... Creo...

-¿El resto están de acuerdo? –preguntó el profesor sin suavizar el tono- Señorita Black, ¿está usted con nosotros?

La señorita Black se había sentado junto a la ventana y estaba muy entretenida contemplando el paisaje exterior: el profesor Kettleburn estaba dando clase a los de tercero pero los escarbatos se habían rebelado y le estaban atacando en grupo. Ese hombre tenía muy mala mano para las criaturas mágicas, Bellatrix no comprendía el criterio de Dumbledore para contratar profesores. Cuando escuchó su nombre, se giró hacia el profesor y respondió con calma:

-No, no estoy de acuerdo. Usted ha hablado de controlarlo... Con un hechizo de fuego ahuyentas al inferius pero si quisiera controlarlo yo usaría imperio (hipotéticamente, por supuesto). Y en caso de que quisiera, por poner un ejemplo loco, armar un ejército, emplearía el filtro de muertos en vida. Aplicado a los inferi tiene el efecto de someter su voluntad ante un mago lo suficientemente poderoso para controlarlos.

Grindelwald, sin poder evitarlo, esbozó una pequeña sonrisa. No hizo ningún comentario, pero su ánimo se suavizó notablemente. Durante la primera hora les estuvo hablando sobre el origen de esas criaturas y cómo derrotarlas. Durante la segunda se cansó y les mandó hacer una redacción sobre el tema mientras él corregía trabajos. Todos sacaron pergamino y pluma y se pusieron manos a la obra.

A Bellatrix no le llevó mucho tiempo, solía leer por placer libros sobre criaturas siniestras como los inferi. Cuando terminó aún quedaban quince minutos, así que volvió a centrarse en el espectáculo exterior. Los escarbatos habían ganado definitivamente: Kettleburn se había encerrado en la cabaña de Hagrid mientras los alumnos se partían de risa. Bellatrix sonrió involuntariamente al verlo. Entonces sintió que alguien la observaba. Volvió la vista a la mesa del profesor y se encontró con sus ojos azules clavados en los suyos. La bruja le mantuvo la mirada con expresión inocente y distraída.

Y entonces ocurrió algo que no esperaba pero para lo que siempre estaba preparada: sintió que alguien intentaba penetrar en su mente. Cualquier otro alumno (o incluso profesor) no lo habría notado, alguien tan poderoso resultaba casi indetectable. Pero a Bellatrix la había entrenado Voldemort. El propio Señor Tenebroso llevaba desde sus trece años sin ser capaz de ver uno solo de sus pensamientos. Así que si bien aquella presencia era tanto o más hábil que su maestro, tuvo la certeza de poder manejarlo. Su primer instinto fue expulsarlo, pero le gustaba jugar con su comida... Así que bloqueó todos sus recuerdos pero le dio acceso a sus pensamientos más inmediatos.

Intentando mantener la expresión dócil, pensó: "Cómo pretende que haga un ensayo sobre cadáveres vivientes si solo puedo pensar en lo bueno que está...". Vio como Grindelwald intentaba camuflar una sonrisa burlona. Y ella continuó: "Deberíamos casarnos, nuestros apellidos quedarían bien juntos... Además, no podría decirme que no, porque a Dumbledore no le haría gracia saber que utiliza legilimancia en alumnos...". El profesor borró cualquier atisbo de sonrisa. "Se considera una violación de la intimidad grave y está penado con Azka...". Bellatrix sintió que la presencia desaparecía de golpe.

-Profesor... -murmuró de nuevo Frank Longbottom- Ya es la hora, ¿nos podemos... marchar?

Grindelwald dio un respingo sobresaltado. Asintió con rapidez sin decir nada y empezó a recoger también. Entonces, pese a que no la estaba mirando, Grindelwald escuchó una voz en su cabeza que le decía: "Alguien tan atractivo no lo pasaría bien en la cárcel". Cuando alzó la vista Bellatrix acababa de abandonar la clase. Ella jamás mantendría esa conversación con un profesor, no resultaba un movimiento muy astuto...

-Pero yo no he dicho nada, solo lo he pensado y en mi mente soy reina y señora para pensar lo que quiera –comentó para sí misma mientras se partía de risa por los pasillos.

Era una pequeña victoria para su causa, la primera vez que superaba a su profesor en algo. Y no solo eso. Estaba segura de que Grindelwald temería que le chantajeara o cumpliese la amenaza de chivarse a Dumbledore. Porque realmente intentar leer la mente de un alumno constituía un delito grave... Dedujo que el rubio no deseaba desafiar la autoridad del director: le tenía miedo o al menos respeto.

-Y ¡tiene suerte de que acabo de cumplir dieciocho! Llego a ser menor de diecisiete y le cae el beso del dementor –murmuró Bellatrix divertida.

Por supuesto jamás se chivaría y menos de su profesor favorito, pero estaba bien que por una vez fuese Grindelwald quien sintiese temor. 

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